La anexión de Alsacia y Lorena como la simiente de una nueva guerra entre Francia y Rusia contra Alemania
Marx, ignorando la potencia de la dialéctica de Estados o no valorándola lo suficientemente necesario, llegó a confiar en que los obreros alemanes y franceses se solidarizasen a raíz del imperativo proselitista de la unidad del proletariado internacional y empuñasen las armas frente a las clases dominantes alemanas y francesas. En París y otras ciudades francesas, así como en Berlín, Brunswick, Chemnitz, Dresden, Leipzig y otras ciudades alemanas, miles de obreros se manifestaron contra la guerra.
En un mitin de delegados de la Internacional, respaldado por 5.000 obreros de Sajonia, se dijo en Chemnitz: «Nos sentimos dichosos de apretar la mano fraternal que nos tienden los obreros de Francia… Conscientes del lema de la Asociación Obrera Internacional, “¡Proletarios de todos los países, uníos!”, jamás olvidaremos que los obreros de todos los países son nuestros amigos y que los déspotas de todos los países son nuestros enemigos» (citado por Heinrich Gemkow, Carlos Marx, biografía completa, Traducción de Floreal Mazía, Cartago, Buenos Aires 1975, págs. 301-302).
A su vez Marx declaraba para el Consejo General de la Internacional las siguientes palabras: «Este gran hecho, sin paralelo en la historia del pasado, abre un panorama de un futuro más brillante. Muestra que en contraste con la antigua sociedad, con sus miserias económicas y su delirio político, está naciendo una nueva sociedad, cuya regla internacional será la Paz, porque su gobernante nacional será en todas partes el mismo: ¡El Trabajo!» (Citado por Gemkow, Carlos Marx, pág. 302).
En junio de 1874 escribía Engels: «Detrás del militarismo europeo está el militarismo ruso. Como reserva a favor de Francia en la guerra de 1859, en 1866 y 1870 a favor de Prusia, el ejército ruso hizo posible en cada oportunidad que la potencia militar principal venciese sola a su enemigo. Prusia, como la primera potencia militar, es creación directa de Rusia, aunque desde entonces creció demasiado para su santo patrono» (Karl Marx y Friedrich Engels, «Un llamamiento polaco», en Los nacionalismos contra el proletariado, Edición de Emilio Madrid Expósito, Ediciones Espartaco Internacional, Artículo publicado por Engels en Volkstaat, órgano del Partido de los trabajadores Socialdemócratas de Alemania, edición del 11 de junio de 1974, 2008, pág. 117).
Y continúa: «Sólo porque el ejército ruso impidió a Austria, en 1870, ponerse al lado de Francia, pudo Prusia vencerla y obtener como resultado la monarquía militar prusiano-germana. Vemos al ejército ruso detrás de todos estos actos de importancia vital para las naciones. Y si la evolución interna de Rusia no toma pronto un camino revolucionario, la victoria de Alemania sobre Francia traerá con seguridad una guerra entre Rusia y Alemania, como la victoria de Prusia sobre Austria en Sadowa trajo la guerra franco-prusiana. Pero el ejército ruso estará siempre a la orden contra un movimiento interno revolucionario en Prusia. Hoy la Rusia oficial sigue siendo el santuario y escudo de la reacción europea, sus ejércitos son la reserva de todos los otros ejércitos que se ocupan de la eliminación de las clases trabajadoras de Europa» (Marx y Engels, «Un llamamiento polaco», pág. 121).
Si bien tampoco estuvo acertado en determinados pronósticos, Marx sí supo ver con claridad que la anexión por parte de Alemania de Alsacia y Lorena supondría una alianza franco-rusa que al final -cosa que terminaría ocurriendo tres décadas después de su muerte- desembocaría en la Primera Guerra Mundial: «Quien no esté ensordecido por completo, por el clamor del momento, o quien no tenga interés en ensordecer al pueblo, debe advertir que la guerra de 1870 contendrá de manera inevitable las simientes de una guerra entre Alemania y Rusia, tal como la guerra de 1866 contenía las simientes de 1870… Si ellos [los alemanes] toman Alsacia y Lorena, Francia y Rusia harán la guerra contra Alemania. Es inútil indicar los resultados desastrosos que ello provocará» (citado por Gemkow, Carlos Marx, págs. 304-305).
«Si las fronteras han de fijarse según los intereses militares -escribió Marx en 1870-, las reclamaciones nunca acabarán, porque toda línea militar es necesariamente defectuosa y cabe mejorarla mediante la anexión de otros territorios; nunca se las podrá fijar justa y definitivamente porque siempre procurarán enmendarlas el conquistador o el conquistado y, consecuentemente, llevan dentro de sí las semillas de nuevas guerras. La historia medirá su retribución no ya por la extensión de las millas cuadradas conquistadas a Francia, sino por la intensidad del crimen de hacer revivir, en la segunda mitad del siglo XIX, la política de conquista» (citado por Isaiah Berlin, Karl Marx: su vida y su entorno, Alianza Editorial, Traducción de Roberto Bixio, Madrid, 2009, pág. 209).
«Los astutos patriotas» justificaban la anexión de Alsacia y Lorena como «garantía material» frente a futuras agresiones francesas. Pero Bismarck aconsejó que Alemania no se anexionase Alsacia y Lorena sino que simplemente fuesen ocupadas por un tiempo, lo suficiente como para no despertar el ansia de revancha de Francia (a lo que había que sumar la desconfianza británica y el temor ruso). Pero el Alto Mando alemán liderado por el militarista Moltke discrepaba del criterio del Canciller de Hierro y finalmente Alsacia y Lorena serían anexionadas al Reich, lo que sería el germen de la Gran Guerra. Una vez más Bismarck tenía razón.
Engels respondía ante eso que la experiencia de la propia guerra franco-prusiana ha mostrado que Alemania no necesita fortificar sus fronteras frente a Francia. «Si la actual campaña ha demostrado algo, ha sido precisamente lo fácil que es atacar a Francia desde Alemania». Y añadía: «Aplicando esta regla, resultaría que Austria tenía todavía derecho a reivindicarse para sí Venecia y la Minciolina, y Francia a ocupar la línea del Rin para proteger a París, más expuesto indudablemente a los ataques del Norte y del Este que Berlín y los del Oeste y del Sur. Si el trazado de las fronteras hubieran de responder a razones militares, las reclamaciones no acabarían nunca, pues toda línea militar es por fuerza defectuosa, y habría que estarla rectificando constantemente por medio de nueva anexiones; además, ningún trazado sería definitivo y justo, porque todos le serían impuestos al vencedor por el vencido, albergando en su seno el germen de una nueva guerra» (citado por Franz Mehring, Carlos Marx, Traducción de Wenceslao Roces, Ediciones Grijalbo, Barcelona 1967, págs. 455-456).
Marx escribió una alocución desde el altavoz de la Primera Internacional sosteniendo que la anexión de Alsacia y Lorena echaría a Francia en manos de Rusia, lo cual no era lo más prudente para la eutaxia de Alemania. «Si la fortuna de las armas, la arrogancia procedente de los éxitos y las intrigas dinásticas llevan a Alemania a una anexión de territorio francés, ante ella sólo se abrirán dos caminos: o convertirse a toda costa en un instrumento manifiesto del engrandecimiento de Rusia, o bien, tras una breve tregua, prepararse para otra guerra “defensiva”, y no una de esas guerras “localizadas” de nuevo estilo, sino una guerra de razas, una guerra contra las razas eslavas y latinas coligadas… Fueron los obreros industriales alemanes los que, junto con los obreros agrícolas, dieron nervio y músculo a las heroicas huestes, dejando en la retaguardia a sus familias medio muertas de hambre. Diezmados por las batallas en el extranjero, volverán a verse diezmados por la miseria en sus hogares. Ellos a su vez reclaman ahora “garantías”, garantías de que sus inmensos sacrificios no han sido hechos en vano, de que han conquistado la libertad, de que su victoria sobre los ejércitos imperiales no se convertirá, como en 1815, en la derrota del pueblo alemán; y, como la primera de estas garantías, reclaman una paz honrosa para Francia y el reconocimiento de la República Francesa» (Karl Marx, «Segundo manifiesto del Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores sobre la Guerra Franco-Prusiana», Izquierda Revolucionaria, https://www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/gcfran/manif2.htm, Sevilla 2001).
Asimismo se exigía una paz honrosa para Francia y que fuese reconocida la Tercera República. La alocución tuvo eco en los obreros franceses, los cuales se abstuvieron de atacar al gobierno provisional de la república y se limitaron a cumplir sus deberes como ciudadanos, sobre todo el proletariado de París que organizó la Guardia Nacional. La alocución también valoró el comportamiento del proletariado alemán, al unirse la fracción de Eisenach con la de los lassalleanos para pedir la paz honrosa para la república francesa. Aunque en diciembre se volverían a votar los créditos de guerra y ambas fracciones del movimiento obrero alemán (lassalleanos y la facción de Eisenach) al comprobar que la guerra era ya una guerra ofensiva votaron rotundamente que no, actitud que le costaría la detención a Bebel y Liebknecht por alta traición.
En 1888 decía Engels al respecto: «Al arrancar a Francia dos de sus provincias más fanáticamente patrióticas, se la echaban en los brazos del que le diese la esperanza de recuperarlas, y hacían de Francia un enemigo eterno. Cierto es que Bismarck, que representa en este aspecto digna y conscientemente a los filisteos alemanes, exige de los franceses que no renuncien a Alsacia y Lorena sólo en el sentido jurídico estatal, sino también en el moral y que, además, se alegren bastante, puesto que estos dos pedazos de la Francia revolucionaria “han sido devueltos a la madre patria”, de la que no quieren saber absolutamente nada. Pero, por desgracia, los franceses no lo hacen, del mismo modo que los alemanes no renunciaron durante las guerras napoleónicas a la orilla izquierda del Rin, aunque en esa época dicha región no pensaba volver al poder de estos últimos. Por cuanto los alsacianos y los loreneses quieren volver a Francia, ésta procurará y debe procurar recobrarlos, deberá buscar los medios de conseguirlo y, entre otras cosas, deberá buscarse aliados. Y su aliado natural contra Alemania es Rusia» (Friedrich Engels, El papel de la violencia en la historia, Editorial Progreso, Moscú 1981, pág. 434).
Y también: «¿Acaso la anexión de Alsacia y Lorena, que durante los últimos diecisiete años ha sido el factor principal determinante de toda la política de Europa, no es ahora también la causa fundamental de toda la crisis que entraña el peligro de guerra en el continente? ¡Suprímase nada más que esto, y la paz estará asegurada!» (Engels, El papel de la violencia en la historia, pág. 436).
En 1891 Engels predijo que la anexión de Alemania de las provincias de Alsacia y Lorena (que los prusianos consideraban territorios de cultura germánica) a costa de Francia traería como consecuencia «una guerra de razas que entregará a toda Europa a la obra devastadora de quince o veinte millones de hombres armados, y que si no ha comenzado ya a hacer estragos es, simplemente, porque hasta la más fuerte entre las grandes potencias militares tiembla ante la imposibilidad de prever su resultado final» (Friedrich Engels, «Introducción a la edición alemana de La guerra civil en Francia, publicada en 1891», en La Comuna de París, Akal, Madrid 2010, pág. 79). De hecho, los políticos franceses solían hablar muy a menudo de «revancha».
En una de las pocas entrevistas que le hicieron a Engels, con fecha del 1 de abril de 1892, el periodista le preguntó si era posible una solución pacífica en torno a Alsacia y Lorena, a lo que «el General» respondió: «Espero que dentro de unos diez años suba al gobierno el Partido Socialista alemán. Su primera preocupación consistirá en poner a Alsacia-Lorena en situación de poder autodeterminar su propio futuro. Por lo tanto, esta cuestión se solucionará sin que ningún soldado francés haya de moverse. Por el contrario, una guerra entre Alemania y Francia sería el único medio para evitar la subida al poder de los socialistas [en realidad fue la guerra la que encumbró al Partido Socialdemócrata al poder, pero éste ya no era revolucionario e incluso aplastó la insurrección de los espartaquistas que sí lo eran, aunque su fracaso hizo que finalmente, en la política real, no lo fuesen]. Y si Francia y Rusia, aliadas, atacaran a Alemania, ésta defendería al máximo su existencia nacional, por la que los socialistas alemanes muestran un interés todavía mejor que los burgueses. Los socialistas lucharían hasta el último hombre, y no dudarían en echar mano de los medios revolucionarios empleados por Francia en 1793» (citado por Hans Magnus Enzensberger, Conversaciones con Marx y Engels, Traducción de Michael Faber-Kaiser, Anagrama, Barcelona 1999, pág. 483, corchetes míos).
Y en otra que le hicieron en junio de 1893, Engels, ante la pregunta sobre las malas perspectivas de una paz en Europa, respondió que «Es natural que cualquier pequeñez pueda provocar un conflicto, pero no creo que los gobernantes de esos países deseen una guerra. La precisión y el alcance de las nuevas armas de repetición, así como la introducción de la pólvora sin humo, significan una revolución tan grande en el arte bélico, que nadie puede predecir cuál sería la táctica adecuada para una batalla bajo estas nuevas condiciones. Sería un salto a lo incierto. Y los ejércitos que se enfrenten en el futuro, serán tan enormes, que en comparación con la próxima guerra todas las anteriores han sido juegos infantiles» (citado por Enzensberger, Conversaciones con Marx y Engels, pág. 508).
Y ante la pregunta sobre el papel del Partido Socialdemócrata en Europa respondió: «Como es natural, somos partidarios de la paz. Siempre hemos protestado contra la anexión de Alsacia-Lorena, y después de Sedán, Marx y yo redactamos un memorial de la Internacional donde recordamos que no existía lucha entre el pueblo alemán y la República francesa, donde exigíamos una paz bajo condiciones honorables, y donde señalamos exactamente lo que se produjo más tarde: que la citada anexión arrojaría a Francia a los brazos de Rusia y que constituía una constante amenaza para la paz de Europa. Nuestro partido siempre ha exigido en el Reichstag que se concediera a los habitantes de Alsacia-Lorena la oportunidad de decidir libremente su futuro: reunificarse con Francia, seguir siendo alemanes, unirse a Suiza, o escoger la autonomía» (citado por Enzensberger, Conversaciones con Marx y Engels, pág. 508).