La cloaca humana

La cloaca humana. Lomas Cendón

La foto de postal es la siguiente: los ciudadanos libres e informados, en un noble acto de conciencia y responsabilidad civil, siguen las indicaciones de las autoridades políticas y sanitarias. Se inmuniza a la población así de la covid-19 a través de la vacuna cuyo altruista descubridor merece los premios nobel de biología, medicina y la paz. Haciendo piña, remando todos en la misma dirección, sin dejar a nadie atrás, acabamos juntos con ese enemigo común que es el virus. Bondad. Solidaridad. Fraternidad. Trabajo en equipo por la salud y el bienestar colectivo. Esa es la foto. 

Ocurre que alguien se movió en la foto. Hay un tipo que sale en la instantánea con los ojos rojos como un demonio. El carrete se veló y se desveló también la realidad: la vacuna no inmuniza de la enfermedad hasta el punto de que se baten records de contagios con el 80% de la población inmunizada; los altruistas merecedores del nobel resultan ser vendedores de drogas internacionales que han dopado a una gallina de los huevos de oro agarrada con fuerza a través de contratos millonarios que garantizan dosis y más dosis hasta 2024; y finalmente el de los ojos rojos resultó ser, en efecto, el demonio.  

Se da rienda suelta a las más bajas pulsiones, se libera la locura autoritaria, sale lo peorcito del ser humano. Lo que parecía una imagen de armonía y beldad, ahora se muestra como el noveno anillo dantesco. Si la vacuna no inmuniza (luego tampoco evita la transmisión), habrá que aceptar que sirve para evitar las formas más graves de la enfermedad. Eso significa que el ciudadano que se vacunó como adalid de la responsabilidad colectiva y el bien común, en verdad sólo lo pudo hacer para evitar morir él. No fue un sacrificio por la ansiada inmunidad de rebaño, sino un egoísta y desesperado intento de protegerse como ovejita lucera. No fue ni pudo ser por la salud de los otros, sino para salvar su propio culo.  

Este detalle parece insignificante, pero de ello deriva que se caiga el castillo de naipes. Si el ciudadano responsable y solidario demuestra ser, en verdad, un hipócrita miedoso que quiere a todo precio salvar su propia vida y, para ello, es capaz de obedecer y defender a quien le vende esa seguridad, el resto de la estructura social también mostrará su verdadero rostro. El médico, antes ovacionado en los balcones, ahora estará cuanto menos bajo sospecha de fraude, tras veintiún meses de continuas contradicciones y variaciones de criterio, sólo explicables de tres maneras: 1) incompetencia, 2) conflicto de intereses, 3) complicidad en algo peor. La enfermera, antes monísima en sus bailes de TikTok, cada vez cae más gorda, siempre quejándose de lo mucho que trabaja y lo poco que gana, a pesar de las horas extra metidas en el vacunódromo. Se empieza a activar el mecanismo del cabreo. Al periodista, ese tipo que nos decía qué ocurría en el mundo y del que no teníamos motivos para desconfiar, se le pilla en renuncios, donde dijo digo dice Diego, crecimientos de nariz pinochales de tantas posverdades que dice. Se va calentando la mala leche. El policía, ese que nos crujió a multas y “retenciones” al comando de “¡documentación, caballero!” durante un Estado de Alarma absolutamente ilegal, tampoco nos llamó por teléfono para pedirnos disculpas. “Perdóneme, caballero, que me he equivocado”. Es natural: se van hinchando los cataplines.  Y al aparente mando de todo esto, el político que, aunque nunca haya gozado de buena fama en cuanto a valoración pública, rechina muchísimo verle precisamente ahora tan obsesionado y preocupado con la salud de un fulanito del que hasta la fecha sólo le importó su voto. Si tratan a la gente como si fuera estúpida, ésta no solo va a reaccionar como si lo fuera, sino que, además, va a empezar a responder con la misma perfidia que ve instaurada en las instituciones. Del  Sálvese quien pueda al  Destruye a quien quieras, sólo hay un paso. Y ese paso lo daremos este invierno.       

Sólo hay que ver el grado de violencia y sectarismo de los grupos familiares y de amigos de WhatsApp para darse cuenta de que no estamos en un simulacro de incendio. ¡La casa está ardiendo! Atrás quedó la polaridad familiar Barça vs. Madrid, e incluso se echan de menos las -ahora entrañables- discusiones entre el pepero y el podemita del grupo de amigos. Ahora es muchísimo más abyecto, vil, bajo, hediondo, charcutero. Puedes ver a tu madre deseando la muerte del cantante bandido del que era fan cuando era moza, o a tu tía esgrimiendo noticias de gente moribunda arrepintiéndose de sus pecados en la UCI, o a tu hermano dando un ultimátum sobre quién puede o quién no puede venir en nochebuena. De Brasil proviene un tipo de lucha libre llamado vale tudo, consistente en eso, en que vale todo para devastar, machacar, barrer al adversario. Los argumentos, las razones, las reflexiones, sólo sirven si también sirven como uppercut, gancho y directo. Si te tengo que enviar el video de un niño llorando el fallecimiento de su padre a la hora del postre, te lo envío y te lo tragas. Si tengo que maquillar un poco los datos para meterte el miedo en el cuerpo y causar un efecto nocebo en cualquier resfriado, te lo hago por tu bien. Si tengo que obviar algún hecho que contradice mi línea argumental (repetida de la tele), lo hago con un disimulado insulto, un ataque ad hominem, un hombre de paja para que mi menosprecio te pinche. Y si después de humillarte, calumniarte, usarte de felpudo, aún te quedan ganas de pensar por ti mismo y expresarlo, pues te despacho diciendo que no merece la pena debatir con gentuza como tú. Y que Dios no lo quiera, pero ojalá te mueras. 

¿Por qué sé que estamos en una guerra? Pues porque no cabe ninguna posición neutral. No te dejan. Lo que une a los dos bandos de cualquier guerra es su odio mortal hacia los desertores. Nazis y comunistas, ambos detestan a los tibios pacifistas más que al propio enemigo. Por eso sé que estamos en guerra: porque el laissez faire se ha convertido en el crimen más imperdonable, más que el matar, el robar, el mentir, como ocurre en cualquier guerra civil. ¿Y por qué sé que estamos en una guerra civil? Porque están dirigiendo nuestra frustración hacia los seres más cercanos, para que no veamos a los verdaderos culpables lejanos de toda esta aberración. Si ya fue desagradable hasta el vómito aquello de carlistas y liberales, afeado aún más después con lo de republicanos y nacionales, nos adentramos ahora en el abismo estético del enfrentamiento entre vacunados y no vacunados. De los mismos productores de Fachas contra Rojos, ahora se estrena la peli Negacionistas contra Covidiotas. ¿Es todo esto una locura? Sí; y peligrosísima.     

Hace veinte años creíamos vivir en un sistema político democrático que estaba en contra de las drogas y que respetaba a las minorías. Ahora entendemos que el prefijo demo de democrático proviene del demonio, que las drogas solo son malas si no te las vende él, y que tenemos licencia para vaciar la cloaca humana justo contra aquella minoría que no se las toma. Evacuemos. 

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