La Comuna de París (III)

La Comuna de París (III). Daniel López Rodríguez

Génesis y estructura de la Comuna parisina

El nombre de la «Comuna» se inspiró de las tradiciones de independencia municipal de la Edad Media o, más directamente, del centro revolucionario parisino de 1793. Según el informe policial transmitido al Gobierno de Defensa Nacional de 1872, fueron los clubes y asociaciones, esto es, las reuniones populares al final del Segundo Imperio que, como «colmenas zumbantes» se engendraron durante el asedio a la ciudad parisina. El informe sostiene que fueron estos clubes y sus reuniones los causantes de la Comuna, unida «al deseo de esa gente de vivir mejor de lo que su condición permite» (citado por Kristin Ross, Lujo Comunal, Traducción de Juanmari Madariaga, Ediciones Akal, Madrid 2016, pág. 21). Como decía en su Diccionario de la Comuna el anticomunero Chevalier d’Alix, dichos clubes y reuniones eran «el Collège de France» de la insurrección (citado por Ross, Lujo Comunal, pág. 21). 

Según el historiador Robert Wolfe, «Si hubiera que adscribir los orígenes de la Comuna a un solo punto de partida, cabría elegir el 19 de junio de 1868, fecha de la primera reunión pública no autorizada realizada en París bajo el Segundo Imperio» (citado por Ross, Lujo Comunal, pág. 21). «Lo que sucedía en aquellas reuniones y clubes rayaba en una fusión cuasi brechtiana de pedagogía y entretenimiento. Se pagaba para entrar una cuota de unos céntimos para costear la iluminación y se recibía a cambio instrucción, aunque pudiera entenderse muy diversamente con qué fin pedagógico. Eran “escuelas para el pueblo”, frecuentadas, según el comunero Élie Reclus, por “ciudadanos que, en su mayor parte, nunca había hablado entre sí hasta entonces”; para otro observador, eran “escuelas de desmoralización, perturbación y depravación”. Por otra parte, aquellas reuniones nocturnas habían acabado sustituyendo a los teatros, cerrado por el Gobierno desde antes del asedio, y algunos oradores regulares eran conocidos por su teatralidad extravagante. El zapatero Napoléon Gaillard, según Maxime du Camp, pronunció hasta cuarenta y siete discursos entre noviembre de 1868 y noviembre de 1869, cubierto a menudo con un gorro frigio rojo. Antes del 4 de septiembre algunos temas eran controlados y sometidos a censura, lo que daba lugar a un considerable suspense, ya que los oradores podían internarse en cualquier momento en territorio prohibido provocando que se levantara la sesión entre el fragor de protestas indignadas» (citado por Ross, Lujo Comunal, págs. 24-25). 

Durante las reuniones cualquiera podía tomar la palabra y había quejas cuando los arqueros se repetían, esto hacía que no predominase en concreto una determinada tendencia política.

Uno de los oradores favoritos, Gaillard padre, sostenía que la gran cuestión de los clubes estaba en «el pan, es decir, la propiedad; sea cual sea el tema que se aborde, siempre se trata en el fondo de eso» (citado por Ross, Lujo Comunal, pág. 25).  

Desde principios de 1869 la Comuna fue reivindicada en todas las reuniones, y con el grito de Vive la Commune! se abrían y cerraban todas las reuniones en los clubes más revolucionarios del norte de París: Batignolles, Charonne, Belleville, Villette. En estos clubes se impartían temas como «La organización de la Comuna social» o «La Comuna social: Vías y Métodos de Ejecución». Las reuniones se consolidaron el 4 de septiembre de 1870 con la caída del Segundo Imperio y el advenimiento de la Tercera República.

La Comuna no fue una insurrección inspirada exclusivamente por la Primera Internacional, y tampoco era una organización estrictamente socialista, era más bien un conjunto heterogéneo compuesto por blanquistas (que hasta entonces fue el movimiento obrero mejor organizado en Francia), proudhonistas, bakunistas y neojacobinos retóricos como Felix Pyat. Es más, en 1871 la Internacional estaba dirigida fundamentalmente por antiblanquistas, antiproudhonistas, antibakunistas y antineojacobinos, pues la Internacional condenó los métodos terroristas y la política federalista de la Comuna. Aunque desde luego había internacionalistas como Léo Fränkel, Auguste Serraillier, Charles Beslay, Eugéne Gérardin, Albert Theisz, Gustave Paul Cluseret, Charles Longuet (marido de Jenny Marx, la primogénita de Marx, consejero de la Comuna y director del periódico oficial de la misma), Charles Amouroux, Camille Langevin y Gustave Lefrançais. Blanquistas fueron Émile Léopold Clément y Jean Baptiste-Baptiste-Hubert Geresme. Próximos a las ideas de Proudhon y Bakunin eran Eugène Varlin, Benoit Malon y Jean-Louis Pindy. Proudhonismo y blanquismo, al quedar muy debilitados tras la derrota de la Comuna, fueron sustituidos por anarquismo bakuniano y marxismo, que vendrían en buena medida a copar el movimiento obrero revolucionario.

No estamos de acuerdo con Marx, o habría que matizar sus palabras, cuando afirma que «la Comuna era, esencialmente, un gobierno de la clase obrera, fruto de la lucha de la clase productora contra la clase apropiadora, la forma política al fin descubierta para llevar a cabo dentro de ella la emancipación económica del trabajo» (Karl Marx, «Manifiesto del Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores sobre la guerra civil en Francia en 1871», en La Comuna de París, Akal, Madrid 2010, pág. 40). Pues la mayoría de los comuneros eran artesanos de París, algunos de ellos afiliados a la Internacional; pero también había pequeños tenderos que se veían amenazados por la ruina al no concederles el gobierno aplazar el pago de las deudas vencidas y de los alquileres, aplazamiento que la Comuna sí les concedió; también había republicanos burgueses, temerosos de que los terratenientes (los «rurales») de la Asamblea Nacional restaurasen la monarquía; también, en un principio, se unieron a la Comuna los patriotas, con la esperanza de que la Comuna reanudase la guerra contra los alemanes; respecto a los campesinos, el principal apoyo de Napoleón III, los comuneros les anunciaban que «Nuestro triunfo es vuestra única esperanza» (citado por Marx, «Manifiesto del Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores sobre la guerra civil en Francia en 1871», pág. 44). No obstante, se ha dicho que «Sólo los obreros permanecieron fieles a la Comuna hasta el fin. Los burgueses republicanos y la pequeña burguesía se apartaron bien pronto de ella: unos se asustaron por el carácter socialista revolucionario del movimiento, por su carácter proletario; otros se apartaron de ella al ver que estaba condenada a una derrota inevitable. Sólo los proletarios franceses apoyaron a su Gobierno, sin temor ni desmayos, sólo ellos lucharon y murieron por él, es decir, por la emancipación de la clase obrera, por un futuro mejor para todos los trabajadores» (Vladimir Ilich Lenin, «En memoria de la Comuna», en La Comuna de ParísAkal, Madrid 2010, pág. 109).

Asimismo, se ha dicho que «La Comuna de París, el gran movimiento revolucionario de 1871, fue un acontecimiento masónico indudable aunque no exclusivamente masónico; y paralelamente intervino en su gestación y desarrollo la Primera Internacional por medio de algunos de sus elementos más activos. Conviene consultar el excelente tratamiento que da a este hecho histórico el especialista en historia de la Masonería francesa Pierre Chevallier» (Ricardo de la Cierva, La masonería invisible, Editorial Fénix, 2010, pág. 528).

Pero el 3 de julio de aquel 1871, en una entrevista Marx afirmó que la Comuna no era fruto de una conspiración de la Internacional, a lo que el entrevistador le respondió que había militantes de la Internacional en la Comuna, a lo que Marx replicó: «En este caso hubiera sido igualmente posible que se tratara de una conspiración de la francmasonería, pues su presencia individual no fue en modo alguno escasa. No me sorprendería en absoluto que el Papa le achacara a ella todo el levantamiento. Pero intentemos encontrar otra explicación. El levantamiento de París ha sido llevado a cabo por los obreros parisienses. Por consiguiente, sus dirigentes y ejecutores debieron ser los obreros más capacitados; sin embargo, los obreros más capacitados son al mismo tiempo militantes de la Asociación Internacional. Y, a pesar de ello, la Asociación como tal no ha de ser necesariamente responsable de los actos de aquéllos». Marx proseguía afirmando que hablar de instrucciones de la Internacional a los comuneros «como si se tratara de decretos sobre fe y moral, emanados de algún centro de dominación e intriga papal, significaría interpretar equívocamente la esencia de la Internacional. Ello presupondría una forma de gobierno centralizado en la Internacional. Pero en realidad, su forma de organización concede la máxima libertad de acción a la iniciativa y autonomía locales. De hecho, la Internacional no es en absoluto un gobierno de la clase obrera; es una asociación más bien que un órgano rector» (citado por Hans Magnus Enzensberger, Conversaciones con Marx y Engels, Traducción de Michael Faber-Kaiser, Anagrama, Barcelona 1999Enzensberger, pág. 290). 

Según Lenin, la Comuna fracasó porque no tuvo la fuerza de desencadenar una guerra civil, como triunfaron los bolcheviques tras desencadenar la guerra civil en Rusia tras el golpe de Estado que supuso la toma del Palacio de Invierno en la Revolución de Octubre, dentro del contexto de lo que el negrolegendario anticomunista Nikolas Wert, esta vez con muchísima razón, denominó «Segundo período de desórdenes», que ya advertimos desde el primer día que escribimos en las páginas de Posmoderniahttps://posmodernia.com/la-revolucion-de-octubre-en-el-segundo-periodo-de-desordenes/.

En su Historia popular y parlamentaria de la Comuna de París de 1878, escribía el comunero Arthur Arnould: «[Desde enero de 1871] París no tenía Gobierno, que había huido a Burdeos; el Ejército era poco estimado y carecía de armas; los generales eran universalmente despreciados. No había Policía en las calles […]. No teníamos más que un poder anónimo, la representación Monsieur Tout le Monde. En aquel momento, y eso es algo en lo que no cabe exagerar, porque a pesar de su importancia parecía haber pasado desapercibido, la Comuna ya existía de hecho» (citado por Ross, Lujo Comunal, pág. 28). En un análisis teórico de la Comuna, que Arnould curiosamente titula El Estado y la Revolución, prosigue este comunero: «París había sido abandonada a sí misma, separada del Gobierno en Burdeos, en términos tanto de distancia física como de distancia emocional. París estaba viviendo su propia vida, siguiendo su propia voluntad […]. Había interiorizado el desprecio absoluto por las dos únicas formas de gobierno que habían existido hasta entonces en nuestro país: la monarquía y la República oligárquica o burguesa […]. Por eso la Comuna de París era algo MÁS DISTINTO de un levantamiento. Era la llegada de un principio, la afirmación de una política. En una palabra, no era una revolución más; era una revolución nueva, que llevaba en los pliegues de su bandera un programa totalmente original y característico» (citado por Ross, Lujo Comunal, págs. 28-29).

En un principio la Comuna estaba bajo la autoridad del Comité de la Federación de la Guardia Nacional, por eso los comuneros (communards) se autodefinían como «federados». Este Comité estaba compuesto por 28 obreros y 30 «intelectuales». Los comuneros trataban de sustituir la democracia parlamentaria burguesa por la democracia de las masas trabajadoras. Como hemos dicho, el Comité instaló su sede en el ayuntamiento (Hotel de Ville). Al querer actuar bajo la legalidad, convocó elecciones para disponer de un consejo municipal elegido por el pueblo a partir del 26 de marzo; elecciones en las que sólo votaron 229.267 parisinos (sólo un 48%) de un censo de 474.569 inscritos, a causa de la petición de abstención que se hizo desde el gobierno de Versalles; aunque también hay que añadir que muchos habitantes, en tanto soldados, estaban presos por los alemanes y otros habían huido de la ciudad sitiada y otros tantos también huyeron a raíz de la insurrección del 18 de marzo. La elección recayó en un consejo que era dominado por militantes y periodistas revolucionarios, y así quedó legitimada la insurrección del 18 de marzo. Los comuneros obtuvieron 190.000 votos (un 83%), y los que se oponían a la Comuna unos 40.000 votos. 32 de los 81 miembros elegidos por la Comuna estaban adscritos a la Primera Internacional, aunque eran miembros más partidarios de las ideas de Proudhon y de Blanqui que de Marx y Engels. De hecho Louis Auguste Blanqui fue nombrado Presidente de Honor de la Comuna de París, ya que estaba ausente al ser enviado a una prisión secreta tras organizar un atentado que no logró realizar para acabar con la vida del presidente del gobierno provisional Louis Adolphe Thiers.  

La Comuna se proclamó oficialmente el 28 de marzo, y se hizo una invitación a las demás comunas de Francia para unirse en una federación libre; y por ello, a raíz de los sucesos de París, hubo disturbios el mismo 18 de marzo en Lyon, Marsella, Narbona, Saint-Etienne y Toulouse, aunque fueron inmediatamente fulminados por el gobierno de Thiers a causa de las malas comunicaciones de estas ciudades con París en tanto epicentro de la revolución. De modo que la ciudad de París se quedó sola en su lucha revolucionaria frente al gobierno contrarrevolucionario de Versalles, el cual estaba decidido a declararles la guerra a esos «asesinos». El ejército del gobierno de Versalles, «una turba abigarrada, compuesta por marineros, soldados de infantería de marina, zuavos pontificios, gendarmes de Valentín y guardias municipales y confidentes de Pietri», «habría sido ridículamente ineficaz sin la incorporación de los prisioneros de guerra imperiales que Bismarck fue entregando a plazos de cantidad suficiente para mantener viva la guerra civil, y para tener el Gobierno de Versalles en abyecta dependencia con respecto a Prusia» (Marx, «Manifiesto del Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores sobre la guerra civil en Francia en 1871», pág. 53). La burguesía «no podía dormir tranquila mientras en el ayuntamiento de París ondease la bandera roja del proletariado» (Lenin, «En memoria de la Comuna», pág. 111).

La sección parisina de la Primera Internacional contaba con 50.000 miembros. Fueron miembros de la Internacional los primeros en organizar comités de vigilancia con personal seleccionado de las reuniones públicas, y éstos a su vez seleccionaban delegados para el Comité Central de los 20 distritos que estaban instalados en una sala de la Plaza de la Corderie que cedió la Internacional. Esto nos da a entender que el embrión de la Comuna consistía en una estructura revolucionaria descentralizada organizada por distritos.

Continúa…

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