Tal vez sea consecuencia de la narrativa que la sinarquía globalista ha venido desarrollando durante las últimas décadas el hecho de que el prototipo occidental trate de renegar de sí mismo y cada vez ame más el fustigarse con el flagelo de una culpa que desde bien pronto le es autoimpuesta. Ésta es el sentimiento de sentirse responsable del devenir histórico y verse a nivel sociológico como partícipe de una supuesta deriva del mundo. Es decir, el hombre occidental es el responsable de problemas de toda índole. Desde la pobreza en determinadas regiones hasta el terrorismo local o el cambio climático, entre otros.
Atendiendo al último ejemplo, vemos cómo hay un cejudo empeño en propagar ideas de que todo tipo de desastre natural contemporáneo sea consecuencia del cambio climático. Y el primer responsable de este no puede ser otro que Occidente, para variar. Tan buena es la propaganda que desde los medios de comunicación se lanza de manera unidireccional, que vemos cómo las masas populares cada vez más aceptan entonar el mea culpapara así tomar nuevamente el flagelo del autocastigo. Se siente responsable y como consecuencia, ante la necesidad imperiosa de pedir perdón, el hombre occidental tomará toda represión necesaria contra sí mismo porque así es como puede encontrar la reconciliación con el resto de una humanidad que es desgraciada en cierta parte por su conducta. De esta manera, exigirá cambios legislativos y realizará la presión necesaria para que dicho problema sea el principal a nivel social, por delante de la pobreza de sus propios compatriotas, la cada vez mayor presión fiscal del Estado, el futuro laboral incierto, la incapacidad de poder mantener familias o la renuncia a tan siquiera soñar con una pensión llegada la senectud. Sin embargo, como el hombre occidental se siente responsable de ver a un oso polar en un casquete de hielo en el mar a la deriva, antepondrá la lástima que le nace el ver una imagen (que a saber cómo fue tomada) a los problemas que de verdad le robarán el oxígeno el día de mañana.
Algo tan bobo como real se multiplica entre el credo popular y cada vez son más los que reconsideran y ven con buenos ojos que desde el Foro de Davos se diseñe la dieta que debemos llevar para así ser amigables con un medioambiente al borde del colapso por culpa de aquellos que no siguen las pautas y directrices que diseñan los socios de Klaus Schwab, presidente del Foro Económico Mundial. Ellos podrán comer chuletones, como decía Pedro Sánchez, pero tú, pequeño ciudadano, olvídate. Como estás dispuesto a todo acabarás comiendo incluso hormigas o heces si con eso reduces el metano, reduces el número de terneras y así salvas a aquel oso polar que un día se le ocurrió a algún periodista enseñarte.
Para variar, a aquellos que simplemente planteemos interrogantes a la versión oficial globalista nos empezarán a tachar nuevamente de “negacionistas”, pero en esta ocasión del cambio climático. Pero llegados a este punto, ¿qué más darán los calificativos e insultos? Antes la verdad que la paz.
El hombre que responda ante el fenotipo occidental (cada vez más en peligro de extinción) tendrá que comulgar con ruedas de molino ante la propaganda climática que explique todo desastre, pese a que éste sea incompatible con esa primigenia versión del calentamiento global, como pasa cuando vemos nevadas y lluvias que no concuerdan con ese horizonte desértico al que se expone la Tierra por culpa del occidental. Sin embargo, es mejor aceptar los llantos de adolescentes suecas colocadas nada más que para mover sentimientos antes que ejercitar el sentido común. ¿Dónde queda el uso de la razón? Sea para lanzar interrogantes, plantear debates y formar un mejor juicio de cualquier temática. ¿Acaso no es verdad que los mayores focos de contaminación están en China e India? ¿Entonces qué sentido tiene exigirle al señor occidental que se torture porque un oso polar supuestamente navegue por los mares? ¿Por qué hay que aceptar que el foco de este supuesto problema seamos los de siempre? Si no se procede así tal vez sea por temor a que se derrumbe el discurso oficial, la narrativa globalista que persigue la culpabilización eterna de Occidente.
La propuesta que planteo no es otra que el uso del discernimiento, el acudir a la razón como Sócrates hacía. Sin lugar a duda Occidente le debe mucho de lo que es al maestro de Platón, aunque hoy día el heleno sería igualmente apestado por debatir contra los sofistas. Al fin y al cabo, Sócrates fue el primer “negacionista”.