La guerra austro-francesa

La guerra austro-francesa. Daniel López Rodríguez

El Imperio Austriaco era el causante de la desmembración de Italia, o más bien el que impedía su unificación, al tener anexionadas directamente Lombardía y Venecia e indirectamente, en tanto Imperio, se extendía al centro de la península en donde los principados estaban a las órdenes de la Corte de Viena.

Para emanciparse del yugo de los Habsburgo los estadistas italianos pusieron sus miradas en la Francia de Napoleón III, aun siendo la división de Italia y de Alemania (fundamentalmente de ésta) la política tradicional de Francia.

El 14 de enero de 1858 el revolucionario mazzinista Felice Orsini y otros conjurados lanzaron una bomba contra el coche imperial de Napoleón III, que junto a los demás ocupantes salió ileso. En una carta que le dirigió desde la cárcel el propio Orsini, éste le comentaba: «No olvide usted que la paz de Europa y la suya personal serán una quimera mientras Italia no sea independiente y libre» (citado por Franz Mehring, Carlos Marx, Traducción de Wenceslao Roces, Ediciones Grijalbo, Barcelona 1967, pág. 278).

En julio de 1858 Napoleón III eligió un acuerdo secreto con el estadista más fuerte de Italia, Camilo Benso di Cavour, primer ministro del Piamonte, en Cerdeña (tras el apoyo al Piamonte contra Roma, Napoleón III perdió el apoyo de los católicos de su reino). El acuerdo, que se concretó en el balneario de Plombières, consistía en solidarizarse bélicamente contra Austria. A cambio de la unificación del norte de Italia, Francia recibiría Saboya y Niza, y Cerdeña se anexionaría Lombardía; a su vez, Venecia extendería su reino a todo el norte de Italia. Se trataba de un acuerdo diplomático en el que la independencia y la unificación de Italia quedaba en un segundo plano.

Y la ocasión llegaría en mayo de 1859 cuando Austria se dejó llevar por las provocaciones del acoso piamontés y le declaró la guerra. Napoleón III entendió que esto suponía a la vez una declaración de guerra a Francia y envió tropas al norte de Italia.

Así que en 1859 Francia y Austria entraría en guerra a causa de los reinos italianos del norte. Francia terminaría anexionándose Saboya y Niza, por lo que se ganó la enemistad de Gran Bretaña que interpretó la conquista como otro ciclo de conquistas napoleónicas. Para sorpresa de todos los diplomáticos, Francia atacó a Austria, pero eso no sorprendió a Bismarck, pues éste esperaba el ataque francés que debilitaría a Austria en su posición frente a los Estados alemanes.

«La cautela de Prusia durante la guerra de Crimea confirmó a Napoleón en la idea de que Prusia era la más débil de las grandes potencias, incapaz de emprender una acción enérgica sin el apoyo ruso. Por todo ello, según el parecer de Napoleón, una guerra en Italia que debilitara a Austria reduciría el poder del más peligroso oponente alemán de Francia y aumentaría la influencia francesa en Italia, terrible y doble error de juicio» (Henry Kissinger, Diplomacia, Traducción de Mónica Utrilla, Ediciones B, Barcelona 1996, pág. 111).

Las victorias del ejército francés en Magenta (4 de junio de 1859) y en Solferino (24 de junio) desencadenó una oleada de sentimiento antifrancés por todos los Estados alemanes, cosa que temió Napoleón III porque este sentimiento podría desembocar en un nacionalismo alemán que solidarizase a todos los pequeños Estados alemanes contra Francia.

Por tanto, ante este temor y ante el terror que sintió al visitar el campo de batalla de Solferino, Napoleón III firmó en Villafranca al armisticio con Austria el 11 de julio de 1859 a espaldas de sus aliados piamonteses. Incitado por un general ruso que se presentó en el cuartel general francés, Napoleón III tuvo que ofertar la paz a una Austria vencida a costa de renunciar a la mitad de sus planes (planes que había hecho públicos) y contentarse sólo con Lombardía y dejando Venecia bajo el yugo de los Habsburgo.

En el folleto titulado «El Po y el Rin» (que gracias a Ferdinand Lassalle fue editado por el librero berlinés Franz Duncker) Engels sostenía que los Estados alemanes no requerían para su defensa ni un centímetro de territorio italiano y que Francia tenía más derecho al Rin que Alemania al Po. También sostenía que la anexión del norte de Italia por Austria no sería prudente para los Estados alemanes, pues se ganarían la enemistad de toda Italia (de todos los Estados italianos).

También sospechaba que para Napoleón III el Po era sólo un pretexto para apoderarse del Rin, pues sólo haciéndose fuerte en el Rin podía perseverar en el ser, en su eutaxia, el Segundo Imperio Francés. Asimismo sostenía que si la Confederación Alemana del Norte tomaba partido por Austria eso pondría en marcha la intervención de Rusia que conquistaría la orilla oeste del Rin para Francia y a cambio tendría las manos libres para despedazar al Imperio Otomano, capacidad de conquista de los rusos que Engels indudablemente exageraba. Marx suscribía las tesis de Engels.

Al poco tiempo Lassalle publicó un opúsculo titulado «La guerra italiana y la misión de Prusia», que también editó Franz Duncker. Partiendo de principios totalmente diferentes a los de Engels llegó a resultados totalmente diferentes. Marx lo calificó de «increíble equivocación» (citado por Mehring, Carlos Marx, pág. 281).

Ya desde las páginas del New York Tribune Marx defendía la tesis de que el Segundo Imperio Francés sólo podía perseverar en el ser a través de una victoria en una guerra exterior, lo cual supondría también que prosperase la primacía de la contrarrevolución.

La debilidad de Austria no sólo traería la unidad de Italia sino también la de Alemania, unidad que resultaría distáxica para el Imperio de Napoleón III. Y en caso de victoria austriaca Napoleón III hubiese sido sustituido por los Borbones, con lo cual nada hubiese ganado los alemanes ni los franceses, «y menos que nadie la causa revolucionaria» (citado por Mehring, Carlos Marx, pág. 284).

Pese a que había sido un carbonario y consideraba a Italia su «segunda patria», Napoleón III no podía consentir la unificación de los Estados italianos primero porque eso iba contra los Estados Pontificios y tenía que contentar a los católicos franceses y segundo porque no podía consentir un Estado fuerte en el Mediterráneo, lo que favorecía al Reino Unido que apoyaría al año siguiente al que sería el unificador italiano: Giuseppe Garibaldi. El objetivo de Napoleón III consistía en ampliar el reino del Piamonte contra Austria y crear una estructura federal en el resto de la península bajo la presidencia del Papa.

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