Con eso de que mi IP delata mis gustos, Youtube me sugería un video con un clarificador título que decía algo así como “El arte es marcadamente ideológico”. De verdad que pensé que el reportaje trataría de las tendencias y características del Arte en los periodos históricos y escenarios geográficos que han estado fuertemente marcados por la situación política. Me dispongo a ver el video, con el entusiasmo propio de alguien a quien le resulta emocionante encontrar información de artistas poco conocidos o marginados por haber coexistido en un momento histórico que los revisionistas han terminado por condenar, falsear u ocultar, y me acomodo dispuesta a prestar toda mi atención a los 15 minutos de video. Ni dos minutos me ha durado… Una señora con bastantes canas enmarañadas en un arbusto capilar sobre la cabeza comienza un discurso, que en lugar de aportar un valor didáctico al video, se dedica a justificar “su arte”. Acabaramos… Estos errores me pasan a menudo. Tiendo a pensar que el resto del mundo tiene un cerebro que razona y trabaja la lógica como el mío, pero nunca me acuerdo de que el mundo del arte se compone de gente que habla más que trabaja. Bueno, pues la señora del arbusto podado en forma esférica sobre la cabeza venía a decir que el arte tiene que ser político y que si no tiene ideólogía no es arte. No he querido escuchar más, y es que, desde que existen estas moderneces tecnológicas, me he dado cuenta de que no eres nadie si no tienes presencia en las redes, así que todo el mundo se lanza a grabarse, fotografiarse y lo que es peor: creer que tienen un discurso. Y cómo yo también me lo creo, me atrevo a sacar de su error a esta buena señora con la esperanza de que algún día me lea y se vea reflejada en la artista de pelo alborotado que viene a estas alturas de la Historia del Arte a decir que el arte tiene que servir para denunciar los abusos políticos. Si fuera así, el periodismo carecería de razón de ser. Con visitar una exposición, nos bastaría para tomar conciencia de las problemáticas sociales ; con acudir a un museo nos estaríamos manifestando contra la injusticia del momento; y con ensuciar un lienzo, apelando a nuestra libertad de expresión, estaríamos poniendo en marcha una revolución que cambie la configuración del sistema. Pero la realidad es otra: cuando sales del Museo del Prado, la sensación que te invade es de plena comunión entre tú y el mundo que te rodea. El Arte tiene la facultad de tocar el alma, de inspirar deseos de superación. Alimenta el espíritu recordándonos la belleza de existir en un mundo que tiene algo de divino y te maravilla ante la belleza de la naturaleza y la capacidad del ser humano de interpretarla. Como decía Ortega: “Sorprenderse y maravillarse es comenzar a entender”. Y es así como el Arte nos hace comprender nuestra realidad. De hecho, me parece bastante mezquino, mezclar Arte con política. La política está supeditada a unos intereses concretos mientras que el arte es la máxima expresión de libertad. Y es que señora mía del arbusto en la cabeza bien plantao, si Ud. hace arte ideologizado, se convertirá en una mercenaria más del sistema, venderá su arte a la facción que más le interese o mejor le pague y esa denuncia reivindicativa que pretende impregnar a un concepto tan sublime como es la creación, estará tan viciada como ese pelo suyo: indómito, arbitrario y forzadamente descuidado. No me diga más; lo único que le faltaba para hacer creer a los demás que su obra tiene un discurso, es tener que explicarla durante quince minutos en Youtube. No tiene más recorrido