LA IMPUGNACIÓN DEL RACIONALISMO DESDE LA CIENCIA EN EL SECRETO DE LA FILOSOFÍA DE EUGENI D’ORS
La figura del catalán Eugeni D’Ors Rovira (1881- 1954) es controvertida, polémica y parcialmente desconocida. Impulsor del catalanismo cultural y político, en su versión “noucentista”, amigo y colaborador de Prat de la Riba, director de Instrucción Pública de la Mancomunidad de Cataluña entre 1917 y 1919, columnista habitual de La veu de Catalunya (órgano de la Lliga Regionalista), rompió con el catalanismo en 1920 y se trasladó a Madrid, escribiendo a partir de entonces en castellano. Al estallar la guerra civil apoyó abiertamente al bando franquista, reanudando su “Glosario” en el diario pamplonés Arriba España y afiliándose a Falange Española. Posteriormente sería nombrado Secretario del Instituto de España y Jefe Nacional de Bellas Artes, cargos que posteriormente abandonaría, pero sin renegar nunca de su apoyo al Régimen del General Franco.
El trasvase de intelectuales y políticos de la Lliga de Catalunya al franquismo e incluso a la militancia falangista fue un fenómeno bastante habitual[1] pero el caso de D’Ors fue algo distinto, pues se produjo mucho antes del estallido de la guerra civil. En Cataluña D’Ors fue considerado un “traidor”[2] y decretada su muerte civil. En la actualidad su figura sigue siendo tabú para el “establishment” nacionalista dominante.
A pesar de todo ello D’Ors es una de las figuras intelectuales más importantes del siglo XX español, comparable a José Ortega y Gasset o a Xavier Zubiri. No fue únicamente escritor, periodista, ensayista y crítico de arte, sino también filósofo. En sus obras La filosofía del hombre que trabaja y juega(1914), El secreto de la filosofía(1947) y La ciencia de la cultura(1964) desarrolló un interesante sistema filosófico, que algunos han calificado de síntesispersonal entre el vitalismo y el pragmatismo[3]y que ya se venía prefigurando desde su tesis doctoral en filosofía, leída en la Universidad de Madrid en 1913, con el título Los argumentos de Zenon de Elea y la noción moderna del espacio-tiempo.
En este artículo pretendemos analizar una cuestión muy concreta: la crítica al racionalismo a partir de los postulados de la ciencia moderna (concretamente de la termodinámica, la mecánica cuántica, la relatividad y la teoría de la evolución), sobre los que D’Ors muestra un profundo conocimiento a pesar de que nunca había recibido formación científica.
EL SISTEMA FILOSÓFICO ORSIANO
Solamente se puede llamar filósofo al pensador que crea un sistema original, y este es el caso de D’Ors. En sus obras La filosofía del hombre que trabaja y juega[4],El secreto de la filosofía[5]y La ciencia de la cultura[6], junto con otras menores, podemos encontrar los elementos fundamentales del sistema orsiano.
Una imagen interesante que propone el sistema orsiano es su concepción circular de la filosofía. Si las ciencias particulares pueden representarse como una escalera, en que cada peldaño se apoya y reposa en el anterior, el quehacer filosófico puede asimilarse a un círculo, en que los distintos elementos que lo forman se sostienen unos a otros. Podemos abordar el círculo desde cualquier punto, seguros que después de nuestro filosófico recorrido volveremos al punto de partida.
En el sistema filosófico orsiano distinguimos tres partes fundamentales: la Dialéctica, la Poética y la Patética. La Dialéctica orsiana vendría a ser una fusión de epistemología y gnoseología, es decir, una teoría del saber y de las ideas. Eugenio d’Ors se muestra crítico tanto con el positivismo como con el racionalismo, y elabora una teoría del saber humano que parte de la Empírica o experiencia, se desarrolla a través de la Ciencia con los conceptos y culmina finalmente en la filosofía con las ideas, que a su vez se relacionan con las palabras y con el lenguaje. En su libro El secreto de la filosofía crítica los principios racionalistas de contradicción i de causalidad y los quiere sustituir por el principio de función exigida y i el principio de participación.
Otra parte del sistema filosófico de D’Ors es la Poética. Este término puede su sugerir error, pues no se refiere a una teoría literaria de la poesía sino que el término Poética derivar del griego poiesisque significa creación. En la Poética D’Ors estudia todo aquello que hace referencia a la creación humana, y en este sentido nos habla de tres realidades que conviven en la naturaleza humana: el Homo sapiens, hombre que sabe; el Homo faber, hombre que trabaja, y el Homo ludens, hombre que juega. Para D’Ors cualquier creación humana en el ámbito de la sabiduría, del trabajo o del juego es un producto del Espíritu que alguna manera coloniza y domina a la materia, que juega el papel de parte pasiva. Algunos han señalado elementos propios del maniqueísmo en el pensamiento de D’Ors en cuanto esta Espíritu creador se identificaría con el bien, y este espíritu pasivo de la materia, que opone resistencia a la creación, se identificaría con el mal.
Por último está la Patética. Bajo este nombre se agrupa a todo lo relativo a la “pasividad” y a la “resistencia” frente a la creatividad humana: la Naturaleza. Ocuparía el lugar que en la filosofía convencional se destinaria a la cosmología y a la filosofía natural.
Finalmente nos referiremos a los aspectos relativos a la Filosofía de la Historia, desarrollados por D’Ors en su libro (inacabado) La ciencia de la cultura, que se publicó algunos años después de su muerte. D’Ors critica a la ciencia histórica en cuanto intenta ser una ciencia de hechos puramente contingentes. Reivindica la necesidad de constantes en la historia para que esta pueda ser considerada realmente una ciencia, y cree haber encontrado estas constantes en lo que llama “eones”. Define al “eon” como una idea que tiene una biografía. Así nos dice que las figuras históricas de Alejandro Magno, de Cesar, de Carlomagno o de Napoleón son contingentes e irrepetibles, pero que en todas ellas se manifiesta un “eon”: la idea de Imperio.
EL SECRETO DE LA FILOSOFÍA
En El secreto de la Filosofía se abordan un gran número de problemas filosóficos, desde la filosofía del lenguaje hasta la teoría del conocimiento. Queremos centrarnos en la parte segunda del libro, donde D’Ors describe los dos puntales teóricos del racionalismo: el principio de contradicción y el principio de razón suficiente, y muestra como cuatro importantes teorías científicas han socavado estos principios: la teoría de la evolución, la termodinámica, la relatividad y la mecánica cuántica. A continuación enuncia los dos principios que van a sustituirlos: el de figuración y el de función exigida.
Si Kant había propuesto un giro copernicano a la filosofía, D’Ors propone un giro kepleriano. La metáfora no es baladí: Copérnico intentó adaptar las observaciones y datos astronómicos a la existencia de las orbitas circulares de los planetas, partiendo del principio racional de que el circular era el movimiento perfecto; sin embargo entre la teoría y la observación se daban desajustes. Kepler, al introducir las órbitas elípticas, elimino los desajustes, superando el hiato entre la “razón” atenida únicamente a principios abstractos, y la “inteligencia” como capacidad de captar la realidad en su conjunto.
La distinción orsiana entre “razón” e “inteligencia” forma parte de una dinámica muy propia de su tiempo, lo que algunos han llamado en encaje de la “razón” en la “vida” (temática también desarrollada por Ortega y Gasset, aunque desde otras perspectivas). D’Ors empieza distinguiendo entre la filosofía usual y la filosofía profesional[7]; más allá de la filosofía que se enseña, D’Ors pretende penetrar en lo que llama el secreto de la filosofía.
Aunque en esta obra se plantean diversos problemas filosóficos, algunos de notable enjundia, nosotros vamos a centrarnos es uno de ellos: la crítica al racionalismo a partir de los propios materiales que aporta la ciencia moderna, concretamente la termodinámica, la teoría de la relatividad, la mecánica cuántica y la teoría de la evolución.
La construcción del racionalismo-idealismo
Desde el siglo XVI al XIX asistimos a la gran construcción del sistema filosófico que podemos llamar racionalismo o idealismo. Quizás el término racionalismo sea más adecuado, pues idealismo tiende a confundirse con el platonismo, cuando son cosas distintas: para Platón las ideas eran “reales” y existían de forma independiente de la mente humana. Para el racionalismo no hay “realidad” fuera de la mente humana, y “ser” es “ser conocido”, con lo cual la epistemología y la ontología quedan fusionadas o confundidas.
Para D’Ors las raíces del racionalismo hay que buscarlas en la antigua Grecia, concretamente en los pitagóricos[8]. Cuando Pitágoras descubre su teorema por reducción al absurdo, y no por la aplicación de un cuerpo sobre otros (como había venido haciendo la geometría hasta entonces), nace el germen de la ciencia racionalista. El Hombre ya no intenta someter el entendimiento al mundo, sino el mundo al entendimiento.
El culmen de la tradición racionalista es, sin duda, Descartes. Una ciencia puramente racional, limpia de cualquier intervención histórica, que desarrolla en un mecanismo perfecto los detalles y las consecuencias de una concepción estática del Universo, sometido a una lógica perfecta, y expresado en relaciones numerales abstractas[9]. En Newton asistimos a la plena realización de este ideal.
Con la filosofía cartesiana el racionalismo idealista queda unido al individualismo solipsista y a la cosificación de la humano (“Yo pienso, luego existo. Yo soy una cosa que piensa”). El nacimiento y desarrollo de esta filosofía va ligado a la revolución científica del siglo XVII, que es la revolución de la física, que iniciaron Descartes y Galileo y que culmino Newton. Leibniz y después Kant levantaron sus sistemas filosóficos tomando como fundamento a esta física newtoniana.
El racionalismo idealista ha sido siempre hostil a la historia. Leibniz escribió que El Universo no tiene principio, tiene principios. Con la filosofía de Hegel, última expresión del racionalismo idealista, la Razón se traga a la Historia, pues esta es interpretada como un proceso dialectico que tiene a un final, al triunfo y entronización de la Razón y por tanto a la muerte de la Historia como proceso contingente y azaroso.
Al estudiar la historia de la mecánica, Ersnt Mach ha puesto en manifiesto el origen teológico y místico del racionalismo cartesiano[10]. El razonamiento que condujo a Descartes a creer en la invariabilidad eterna de la cantidad de materia y de la cantidad de energía dadas en el origen del mundo, partía del supuesto de que sólo esta inmortalidad y estabilidad podían armonizarse con la inmortalidad y la estabilidad de Dios creador.
El optimismo leibiziano y su constante inclinación a encontrar en todas partes “armonía preestablecida” sacaron buen partido de esta visión. La inicial religión pitagórica llega, a través de los siglos, hasta la monadología, y sigue hasta las apologías racionalistas de la ciencia, ya en el ochocientos.
D’Ors identifica dos principios fundamentales del racionalismo, en los que a su vez se sustentó la ciencia moderna, o, más exactamente, la física newtoniana entendida como paradigma y modelo de cualquier ciencia: el principio de contradicción o de identidad y el principio de razón suficiente.
A su vez D’Ors afirma que cuatro disciplinas científicas impugnan los dos principios del racionalismo: la termodinámica (especialmente el segundo principio), la teoría de la evolución, la física relativista y la física cuántica. En su alternativa filosófica desarrolla lo que considera principios alternativos al racionalismo: el principio de figuración y el principio de función exigida.
EL PRINCIPIO DE CONTRADICCIÓN O IDENTIDAD
El principio de contradicción es por donde se revela el orden en la coexistencia, es decir, la racionalidad de lo espacial[11]. También se le llama principio de identidad y nos dice que “todo ser es idéntico a sí mismo” y que “es imposible que una cosa sea y no sea”. Parece inspirado en lo más profundo del sentido común y de la lógica espontanea. Sin embargo, tal como sostiene D’Ors, de la propia ciencia moderna llueven argumentos contra este principio y, por tanto, contra el racionalismo. La crisis del racionalismo empezó en su propio seno[12].
Evolucionismo
Independientemente del mecanismo postulado (Lamarckismo, darwinismo, neodarwinismo) la afirmación de la transformación de una especie en otra corroe, según D’Ors, el fundamento mismo de la noción de “especie”. Si una especie puede engendrar otra será porque la segunda se encuentra potencialmente en la primera, y por tanto no podrá trazarse entre una y otra ninguna línea divisoria, ningún contorno de individualización. La identidad del “ser” de la especie consigo misma resulta alterada por la idea de evolución. Heráclito se reivindica frente a Parménides.
La Biología moderna ha desarrollado un concepto mucho más pragmático de especie, que ignora el principio de identidad: “conjunto de organismos que pueden cruzarse entre sí y dar descendencia fértil”.
Algunos autores de la Filosofía de la Biología, como Skolimowski[13], han recogido y actualizado estos argumentos de D’Ors (aunque sin citarlo). Para este autor existe una “racionalidad evolucionista” que se opone a la “racionalidad positivista”. Esta última, inspirada en la física (clásica) de ha convertido en el lenguaje oficial de la ciencia. Frente a ella el autor reivindica la “racionalidad evolucionista” (quizás sería más adecuado llamarle “racionalidad biológica”).
Esta racionalidad alternativa afirma, entre otras cosas, que no todo lo que se conoce puede ser reducido a leyes físicas, y que, en consecuencia los métodos de la física no sirven para la complejidad de los seres vivos. Que la “racionalidad” tiene carácter histórico. Que los fenómenos investigados deben ser abordados desde el punto de vista de la evidencia aceptable, aunque no respondan a las exigencias del modelo físico. Que aparte de las verdades científicas, que son siempre parciales y revisables (en caso contrario ya no serían científicas), existen otros tipos y fuentes de verdad, sobre las cuales las verdades científicas no tienen ninguna autoridad.
En resumen, la evolución (o mejor la biología) ha abierto camino hacia una “racionalidad” alternativa, que rompe con el racionalismo mecanicista-cartesiano-positivista.
En definitiva, autores contemporáneos (que posiblemente no conocen a D’Ors) transitan por una senda que nuestro hombre empezó a abrir.
Termodinámica
La Termodinámica es una rama de la física que, en principio, tenía como objeto el estudio del calor (de aquí su nombre), pero en su desarrollo se convirtió en algo mucho más importante y universal. Sadi Carnot, que se puede considerar el fundador de esta ciencia, se propuso estudiar el funcionamiento de la máquina de vapor para optimizar su funcionamiento. Su conclusión fue que en una máquina de vapor solamente entre un diez y un quince por ciento de la energía calorífica de convierte en trabajo mecánico: el resto se pierde.
Una parte de esta pérdida puede evitarse mediante mejoras técnicas, pero solamente una parte. De hecho la conclusión de Carnot fue que la perdida de la mitad de la energía calorífica era precisamente una condición indispensable para el funcionamiento de estas máquinas. Esto equivale a decir que entre las formas de energía que se conocen en la naturaleza las hay que valen más que otras, y que esta diferencia de valor recibe el nombre de entropía[14].
Aparece también el concepto de proceso irreversible: podemos transformar el calor en trabajo mecánico, pero una gran parte de esta energía de pierde por irradiación, lo que nos impide volver a utilizar este trabajo mecánico para obtener la mismo cantidad de calor.
La entropía tiene diversas definiciones, pero quizás la más ilustrativa es la que refiere al grado de desorden de un sistema. Las conclusiones de Carnot podían extenderse a toda la física, con lo cual la termodinámica paso de ser el estudio del calor al estudio de los intercambios energéticos. Siguiendo la tradición racionalista de la física, la termodinámica se estructuró en dos principios:
1. La energía no se crea ni se destruye: solo se transforma
2. En un sistema cerrado, la entropía tiende siempre a aumentar.
Para D’Ors es este segundo principio el que conmueve de arriba abajo la ciencia racionalista. El universo estable newtoniano, con su espacio y su tiempo absoluto, sin principio pero con “principios”, conteniendo únicamente procesos reversible, queda absolutamente pulverizado. La termodinámica introduce la flecha del tiempo en la física, pero además no lo hace en clave de “progreso” o de “evolución”, sino al revés, en clave de decadencia, degeneración y muerte térmica. El mismo lord Kelvin, verdadero héroe de la admisión científica de la disipación de energía, dijo admirar a Helmholtz “por haber sabido leer en las ecuaciones de Carnot y Clausius la sentencia de muerte del universo”[15].
D’Ors acertó plenamente sobre las conclusiones revolucionarias del segundo principio. De hecho, ya antes de la formulación de la termodinámica, algunos autores habían intuido la relación entre el calor, y el enfriamiento, y la flecha del tiempo que conducía a una muerte térmica. Tal es caso de Buffon en Las Épocas de la Naturaleza[16]. El posterior desarrollo de la termodinámica ha llevado a revelar importantes contradicciones en la ciencia racionalista, muchas de las cuales el propio D’Ors no podía intuir.
La primera contradicción aparece entre el segundo principio, que nos dice que la entropía (es decir el desorden) del universo tiende a aumentar, y la teoría de la evolución, que nos habla de la aparición de unos sistemas altamente ordenados y organizados: los seres vivos. La aparente contradicción queda resuelta cuando consideramos a los seres vivos sistemas abiertos, que son capaces de disminuir su entropía aumentando la entropía del entorno. Pero al cerrar esta contradicción asestamos un golpe de muerte al mecanicismo cartesiano y en general a cualquier forma de reduccionismo, pues aceptamos la existencia de propiedades “emergentes” en los organismos que no pueden explicarse por la simple suma de sus partes.
La idea de sistemas abiertos ha dado lugar al desarrollo de la Teoría General de los Sistemas (TGS)[17], que ha desarrollado conceptos como equifinalidado teleología que acaban de rematar al mecanicismo cartesiano.
Vemos en D’Ors una serie de intuiciones muy interesantes que el devenir posterior de las ciencias ha confirmado. La crisis del racionalismo nace en su propio seno.
Teoría de la Relatividad
En un principio D’Ors nos dice que aparentemente la influencia de la teoría de la Relatividad en la crítica al racionalismo es menor que otras teorías punteras de las ciencias[18], e incluso que algunas interpretaciones de esta teoría podían reforzar al racionalismo. Desde Zenon de Elea el tiempo había sido para la razón un motivo de turbación. Al traer al tiempo al terreno del espacio ¿no aumenta su posibilidad de racionalización?
Sin embargo no es así. La noción de acontecimiento sustituye a la de objeto. El universo ya no reunirá objetos, sino que entrelazará acontecimientos.
¿En que difiere la teoría de la Relatividad respecto a la física de Newton? Según Newton si un pulso de luz es enviado de un lugar a otro, observadores diferentes estarían de acuerdo en el tiempo que duró el viaje (ya que el tiempo es un concepto absoluto), pero no siempre estarían de acuerdo en la distancia recorrida por la luz. Dado que la velocidad es la distancia recorrida dividida por el tiempo, observadores diferentes medirán velocidades de la luz diferentes. Sin embargo, tal como mostraron diferentes experimentos, la velocidad de la luz en el vacío es una constante, sea cual sea el sistema de referencia. Si los observadores no están de acuerdo con la distancia recorrida y la velocidad de la luz es constante tampoco pueden estar de acuerdo en el tiempo empleado ¡la Relatividad acaba con la idea de tiempo absoluto¡[19]
Se puede objetar que lo dicho no ataca directamente al principio de contradicción, pero en cualquier caso, al desmontar el universo newtoniano, correo las bases físicas del racionalismo.
Ortega y Gasset también se había referido a las implicaciones filosóficas de la teoría de la Relatividad en términos parecidos[20]. Para el pensador madrileño la teoría de Einstein refuerza su propia teoría filosófica del “perspectivismo” y asesta un golpe de muerte al racionalismo y al utopismo. Las ideas utópicas de caracteriza por crearse desde “ningún sitio” y que, sin embargo, pretende valer para todos. Para Ortega, y en esto coincide con D’Ors, esta desviación utopista de la inteligencia humana comienza en Grecia, y se produce siempre que se exacerba el racionalismo.
Teoría cuántica
De los nuevos paradigmas de la ciencia es, sin duda, la mecánica cuántica, el que ha tenido más implicaciones filosóficas y el que ha asestado al racionalismo un golpe más contundente. De hecho la interpretación de esta teoría por parte de los propios físicos sigue siendo una fuente de debates filosóficos, tanto epistemológicos como ontológicos[21].
Los orígenes de la teoría cuántica hay que situarlos en el año 1900, cuando Max Planck empezó a estudiar el problema de la radiación de un cuerpo negro[22]. La distribución de la intensidad de la radiación luminosa emitida por un cuerpo negro (es decir, totalmente absorbente) a alta temperatura, era incomprensible para la física clásica; según esta, la energía emitida a una temperatura fija sería infinita, absurdo conocido como “catástrofe del ultravioleta”[23]. Para solucionar este problema Planck concibió la hipótesis cuántica, es decir supuso que la radiación se emite y se absorbe en unos paquetes discretos de energía denominados “cuantos”.
Aunque en principio las ideas de Planck no tenían nada que ver con el átomo, fue precisamente en la naciente física atómica y nuclear donde tuvieron su campo de aplicación más importante.
La idea de la materia constituida por partículas indivisibles (átomo en griego significa indivisible) es originaria de Grecia, de la mano de filósofos como Leucipo y Demócrito. Pero la posición anti-atomista de Aristóteles y su enorme influencia en la ciencia y en la filosofía occidental hicieron que esta idea fuera olvidada. A lo largo del siglo XIX el trabajo de químicos como Prout, Proust, Dalton o Avogadro y, sobretodo, el desarrollo de la teoría cinética de los gases, hicieron que los científicos volvieran a interesarse por una concepción corpusculista de la materia.
El siglo XX se inicia con el descubrimiento de partículas subatómicas, como el protón de carga eléctrica positiva y el electrón, de carga negativa (con lo cual el átomo dejaba de ser indivisible), y de fenómenos como la radioactividad y los rayos X. En 1911 Rutherford propuso su modelo atómico, de inspiración planetaria, según el cual el átomo estaría formado por un núcleo, de carga eléctrica positiva que contendría los protones, y con los electrones girando a su alrededor, como los planetas alrededor del sol.
El modelo de Rutherford era incompatible con la electrodinámica clásica: una partícula como el electrón, cargada eléctricamente, al moverse iría perdiendo energía por emisión, y acabaría precipitándose sobre el núcleo. El átomo colapsaría.
En 1913 Niels Bohr presentó un modelo alternativo de átomo, en el que se aplicaban los principios de la incipiente mecánica cuántica a la teoría atómica. Bohr postuló la existencia de unas orbitas estacionarias, en las cuales el electrón podía moverse sin emitir energía. En estas órbitas la función que definía el movimiento del electrón estaba “cuantificada”, es decir, era un múltiplo entero de la constante de Planck.
A partir de aquí, entre 1925 y 1926, autores como Pauli, Heisenberg, Schrödinger y De Broglie desarrollaron la mecánica cuántica. No podemos hacer una descripción detallada de la misma (por su complejidad) ni tampoco ocuparnos de los debates filosóficos en torno a su interpretación[24]. Señalaremos solamente aquellos aspectos que tienen mayor incidencia filosófica en las cuestiones que estamos tratando.
Tenemos en primer lugar la dualidad onda-partícula. Toda partícula submicroscópica en movimiento está asociada a una onda, y a su vez, toda onda electromagnética está asociada a una partícula. Según el aparato de medición que utilicemos se comporta como onda o como partícula. El electrón (partícula) se mueve en las orbitas estacionarias de Bohr sin emitir energía por que estas corresponden a una onda estacionaria completa cerrada sobre sí misma. A su vez la luz (en principio formada por ondas) en ciertas condiciones se comporta como si estuviera formada por partículas, los fotones.
El principio de incertidumbre de Heisenberg determina que no se puede conocer a la vez la posición y la velocidad de una partícula, y ello no se debe a la imperfección de nuestros aparatos de medida, sino a la propia constitución ontológica de las partículas, y, a su vez, relaciona esta indeterminación con la constante de Planck.
La ecuación de onda de Schrödinger describe el movimiento del electrón como una región del espacio donde la probabilidad de encontrar este electrón es máxima. La solución de esta ecuación nos da los cuatro números cuánticos que determinan la situación del electrón, y a su vez, el principio de exclusión de Pauli nos dice que no puede haber en un átomo dos electrones en el mismo estado cuántico.
Sin entrar en los muchos detalles físicos y filosóficos que plantea la interpretación de la mecánica cuántica (probabilidad, variables ocultas, etc.) es evidente que el principio de identidad o de exclusión queda absolutamente herido de muerte: una partícula puede a la vez ser onda; un electrón puede estar en una parte o en otra o estar en ninguna. Además la confianza absoluta en la razón humana para escudriñar todos los detalles del universo parece también herida. El Misterio puede existir y existe.
EL PRINCIPIO DE RAZON SUFICIENTE
Para D’Ors el principio de razón suficiente está ya, en cierto modo, implícito en el principio de identidad[25], y que su desarrollo filosófico se debe, sobre todo, a Leibniz. La necesidad de formular este principio de debe a la necesidad de dar cabida a los juicios sintéticos (el de identidad se refería sobre todo a los analíticos) y con ellos a la integración de la experiencia, de los datos procedentes del mundo sensible. De esta manera es posible la invención y la hipótesis.
En síntesis el principio nos viene a decir que ningún hecho o enunciado son verdaderos si no hay una razón suficiente para que sea así, aunque nosotros lo ignoremos. No hay, por tanto, efecto sin causa, ni tampoco causa sin efecto. Además entre causa y efecto debe guardarse la debida proporcionalidad.
La formulación de este principio se publicita en dos trabajos de Leibniz: De la enmendación de la filosofía primera, publicado en 1694, y “Nuevo sistema de la naturaleza y la comunicación de las substancias”, artículo publicado en 1695 en el Journal des Savants. D’Ors sostiene que en el primer escrito Leibniz corrige tímidamente el mecanicismo cartesiano con la adición del principio de razón suficiente al de identidad; pero sostiene también que en el segundo escrito tiene lugar una revisión mucho más profunda del pensamiento cartesiano[26].
Leibniz sostiene que para lograr una comunicación científica entre las matemáticas y la física era necesaria la idea de fuerza[27]. La materia no era una colección de partes infinitamente divisibles sino que existían unidades (las entelequias de Aristóteles, las formas substanciales de los escolásticos, etc.). Con esta afirmación Leibniz prefiguraba la futura teoría atómica. En su metafísica estas unidades fueron las mónadas.
Fundamentándose en los naturalistas Swanmmerdam y Malpighi, Leibniz afirma que la generación de un ser vivo no es más que el desarrollo de un germen preexistente, que la muerte no es más que una apariencia; que no hay nacimiento nuevo ni muerte definitiva, sino, en todas partes, metamorfosis.
Con Leibniz el universo racionalista llega a su máxima expresión: “no tiene principio, pero tiene principios”. Sin embargo, sostiene D’Ors, que esta revisión del cartesianismo lleva en sí misma el germen de la contradicción. La pluralidad de estas existencias nos lleva a la necesidad de postular una creación[28], lo cual implica forzosamente una ruptura con el orden dado en el mundo. Al ataque de Leibniz al cartesianismo, concluye D’Ors, abre una serie de ataques que la misma ciencia ha proseguido contra una fe demasiado rigurosa de la existencia causal.
LAS CIENCIAS Y EL PRINCIPIO DE RAZÓN SUFICIENTE
La revisión que realiza D’Ors del panorama científico de su tiempo con respecto al principio de razón suficiente no es tan brillante como el realizado respecto al principio de contradicción.
D’Ors inicia un “diálogo” con la mecánica[29], con la estereoquímica o cristalografía[30]y con la biología[31], pero es el “dialogo” con la física atómica[32]donde, a nuestro juicio, se encuentran los argumentos más interesantes.
Física atómica y teoría cuántica
D’Ors insiste en que la mecánica cuántica no solamente contradice el principio de contradicción (el electrón puede estar en alguna parte o no estar en parte alguna), sino que cita a Heisenberg y a su principio de indeterminación, y a firma que del mismos se deduce que toda medición es fragmentaria, y que, por lo tanto, resulta completamente imposible definir de tal manera un estado que pueda ser considerado como totalmente determinado, en el sentido de las exigencias del principio de causalidad[33].
El problema de la relación entre causalidad y mecánica cuántica ha sido tratado por diversos filósofos y científicos[34]. El concepto de causa se remonta a Aristóteles, para quién las cosas vienen descritas por cuatro causas: la material (el mármol de una estatua), la formal (la forma de la estatua), la final (el objeto o finalidad para la cual se esculpe la estatua) y la eficiente(el esfuerzo del escultor para dar forma a la estatua).
La revolución científica del siglo XVII despreció las tres primeras, y en la ciencia moderna tuvo validez solamente la causa eficiente, que fue conocida simplemente como “causa”. Sobre esta idea moderna de causa se elabora el principio de causalidad, tal como D’Ors nos ha descrito: todo los que sucede presupone algo como causa, a la que sigue como su efecto, todo ello regido por una regularidad que presupone que a iguales causas, iguales efectos.
La primera impugnación del principio de causalidad la encontramos en el escepticismo de Hume. Para el filósofo británico no hay ningún fundamente, aparte del psicológico, para el principio de causalidad. Por su parte Kant, aunque aceptando algunos argumentos del Hume (los conceptos causa y efecto no son proposiciones analíticas a priori) argumenta que, por su necesidad, el principio de causalidad es un juicio sintético a priori, aunque no pueda ser demostrado por la experiencia.
Para la física clásica, elaborada de forma paralela a la filosofía de Kant, el principio de causalidad se convierte en una ley fundamental. Pero con la mecánica cuántica las cosas empiezan a cambiar. El cambio tiene que ver con el proceso de medición. En física clásica rodas las propiedades de un objeto de consideran “objetivas”, en cuanto pueden ser medidas sin que el proceso de medición afecte a las mismas. Pero en la mecánica cuántica aparecen propiedades objetivas y no-objetivas.
Las propiedades objetivas de un objeto cuántico (por ejemplo un protón) son aquellas que pueden ser determinadas sin que el sistema resulte alterado[35], como pueden ser su masa o su carga. Propiedades no-objetivas serán aquellas que no pueden ser determinadas sin que el proceso de medición afecte a las mimas, como es el caso de la posición y la velocidad, tal como nos lo describe Heisenberg y el principio de incertidumbre.
El principio de causalidad de la física clásica no puede aplicarse a estas propiedades. El desarrollo posterior de la física ha confirmado las intuiciones de D’Ors.
LA ALTERNATIVA D’ORSIANA
Después de su crítica a los dos principios fundamentales del racionalismo, D’Ors formula su propuesta de sustituirlos por el principio de figuración y el principio de función exigida. El fundamento de esta alternativa lo encontramos en la propia Dialéctica orsiana. Para D’Ors la ciencia racionalista se basa en conceptos, que son producto de la razón. Pero la Filosofía (y este es su secreto) es producto de la Inteligencia, y esta se fundamenta en palabras, es decir, en el lenguaje.
Entre la precisión y la riqueza del lenguaje funciona algo así como el principio de incertidumbre de Heisenberg: a más precisión menos riqueza, y a más riqueza menos precisión. En un extremo estaría el lenguaje científico (mucha precisión y poca riqueza), y en el otro el lenguaje poético (mucha riqueza y poca precisión). En un terreno intermedio jugaría el lenguaje de la filosofía, gobernado por la inteligencia, y capaz de captar la inevitable contradicción que hay en todas las cosas, a la que D’Ors designa con el nombre de Ironía.
A modo de ejemplo D’Ors cita el término castellano “medrar”[36], que significa aprovechar, incrementar o ganar. Sin embrago existe el dicho “Medrados estaríamos sí…”, donde “medrar”, por antífrasis, significa todo lo contrario: disminuidos, reducidos, apurados.
El principio de figuración o participación tiene que sustituir, según D’Ors al de contradicción. En su elaboración recurre a la mentalidad de los supuestos “primitivos” (apelativo que rechaza con argumentos parecidos a los de Levi-Strauss y los estructuralistas[37]) y al llamado “pensamiento místico”.
La formulación de este principio podría resumirse diciendo que “todos los seres pueden ser, de forma incomprensible para nosotros, a la vez ellos mismos y otra cosa distinta que ellos mismos. Todos emiten, reciben y asumen fuerzas, virtudes, cualidades y acciones que se dejan sentir lejos de ellos sin cesar de estar donde están”[38].
El principio de función exigidatiene que sustituir, según D’Ors, al principio de causalidad. En su elaboración remite a la teoría de la probabilidad[39], a la necesidad, al orden[40], y a la idea de sery de germen[41].La formulación del principio es “cualquier fenómeno está en función de otro fenómeno anterior, concomitante o subsiguiente”, o de manera más sencilla “todo fenómeno es un epifenómeno”[42].
Un análisis más pormenorizado de estas propuestas orsianas lo dejamos para posteriores trabajos. En el presente queríamos poner en manifiesto como D’Ors corroe los principios del racionalismo a partir de los materiales que le proporcionan las ramas más punteras de la ciencia moderna.
[1]Ver mi artículo “La conexión catalana del grupo de Burgos: la Falange que nunca existió” http://www.nodulo.org/ec/2009/n086p22.htm.
[2]Ver Diaz Plaja, G. (1967) La defenestración de Xenius. Andorra la Vella, Ed. Andorra.
[3]Ver Nubiola, J. (1997) “La revolución de la filosofía en Eugenio D’Ors” Anuario Filosófico, (30), 609-625.
[4]La Filosofía del hombre que trabaja y que juega (1914). Madrid: Libertarias/Prodhufi, 1995.
[5]El secreto de la filosofía (1947) Madrid, Tecnos, 1997
[6]La ciencia de la cultura(1964) Madrid, Rialp
[7]Aranguren, J. L. (1945)La filosofía de Eugenio D’Ors. Madrid, Ediciones y Publicaciones Españolas, p. 109.
[8]El secreto de la filosofía, p. 222.
[9]Idem, p. 223.
[10]Ídem, p. 224.
[11]Ídem, p. 220.
[12]Idem, p. 226.
[13]Skolimowski, H. (1983) “Problemas de racionalidad en Biología”, en Ayala, F.J. y Donzhasky, T. (Eds.) Estudios sobre la filosofía de la biología. Barcelona, Ed. Ariel.
[14]El secreto de la filosofía, p. 232.
[15]Idem, p. 234.
[16]Alsina Calvés, J. (2012) Buffon y el descubrimiento del tiempo geológicoBarcelona, Ediciones Nueva República.
[17]Bertalanffy, L.V. (1993) Teoría General de los Sistemas. Madrid, México, Fondo de Cultura Económica.
[18]El secreto de la filosofía, p. 236.
[19]Hawking, S.V. (1988)Historia del tiempo. Del big bang a los agujeros negros. Barcelona, Ed. Crítica, p. 41.
[20]Ortega y Gasset, J. (1973) “El sentido histórico de la teoría de Einstein” en Einstein, A., Grünbaum, A., Eddington, A.S. et al. (editores) La teoría de la relatividad. Madrid, Alianza Universidad, pp. 164-172 (artículo publicado en Obras Completas, Madrid, Revista de Occidente, 1947, pp. 231-242)
[21]Ver Popper, K. (1996) Teoría cuántica y el cismo en física. Post Scriptum a La lógica de la investigación científica. Vol. III. Madrid, Editorial Tecnos.
[22]Ver Kuhn, T.S. (1987) La teoría del cuerpo negro y la discontinuidad cuántica, 1894-1912. Madrid, Alianza Editorial.
[23]Boya, J.R. (1992) “Desarrollo conceptual de la física atómica y subatómica” en Navarro Veguillas, L.. (ed.) El siglo de la física. Barcelona, Tusquets Editores.
[24]Popper, obra citada. Ver también Mittelstaedt, P. (1969) Problemas filosóficos de la física moderna. Madrid, Buenos Aires, México, Ed. Alhambra.
[25]El secreto de la filosofía, p. 269
[26]Ídem, p. 275
[27]En el cartesianismo no existe el concepto de fuerza ni nada que pueda considerarse “acción a distancia”. La principal controversia entre cartesianos y newtonianos era en torno a la “acción a distancia”.
[28]El secreto de la filosofía, p. 276
[29]Idem, p. 277
[30]Ídem, p. 282
[31]Ídem, p. 286
[32]Ídem, p. 297
[33]Ídem, p. 301
[34]Mittelstaedt, obra citada, p. 141
[35]Ídem, obra citada, p. 131
[36]El secreto de la filosofia, p. 248
[37]Abbagnano, N. y Fornero, G. (1996) Historia de la filosofía, Vol. IV La filosofía contemporánea, Tomo I. Barcelona, Ed. Hora, p. 370.
[38]El secreto de la filosofía, p. 255.
[39]Ídem, p. 311.
[40]Ídem, p. 316
[41]Ídem, p. 320
[42]Ídem, p. 331