Lilies that fester, smell far worse than weeds (“Los lirios que se pudren, huelen peor que las malas hierbas”) [1] . Estos versos, extraídos de los Sonetos de William Shakespeare, podrían considerarse, con toda razón, como la descripción más realista del destino que despiadadamente ha envuelto a la Izquierda en el cuadrante occidental del mundo tras la caída del Muro de Berlín.
Para evocar una ulterior figura literaria, los neoizquierdistas han experimentado una Verwandlung, una «metamorfosis» similar a aquella descrita por Kafka. Una metamorfosis que les ha hecho precipitarse en el abismo en el que se encuentran desde 1989 y, en mayor medida aún, desde la llegada del nuevo Milenio. La situación puede parecer por momentos tragicómica, si se considera que actualmente las consignas del Capital y la desiderata de las clases dominantes (menos Estado y más mercado, menos vínculos y más fluidez, menos pertenencia comunitaria y más liberalización individualista) encuentran en los programas y en el léxico de la Neoizquierda arcoíris una puntual respuesta, una defensa enérgica y una celebración ininterrumpida. Sin hipérboles, el orden de los dominantes, en el marco de la globalización capitalista, presenta en la Neoizquierda descafeinada una apología y una santificación no menos radicales que las que halla en la Derecha, sede tradicional de la reproducción cultural y política del nexo de fuerza hegemónico.
La regresión y la barbarie, que no han dejado de acompañar al Capital, ya no se ven contestadas por la Izquierda apelando al deseo de mayores libertades y de futuros ennoblecedores; au contraire, son obstinadamente defendidas y presentadas por la propia Izquierda como la quintaesencia del movimiento de ese progreso de claritate in claritatem que –para decirlo con Marx– no ha dejado de asemejarse a “aquel horrendo ídolo pagano que sólo quería beber el néctar en el cráneo del sacrificado» [2]. No más “socialismo o barbarie”, sino “capitalismo o barbarie”; éste parece ser el nuevo y magnético mot d´ordre de una Izquierda que, al negarse a sí misma y a su propia historia, se ha convertido en la guardiana más fiel del poder neoliberal.
Llamamos New left -expresamente en el “inglés de los mercados” que le es tan grato- a la Nueva Izquierda posmoderna y neoliberal, enemiga de Marx, de Gramsci y de las clases trabajadoras y, al mismo tiempo, amiga del Capital, de la plutocracia neoliberal y del Nuevo Orden global turbocapitalista. Utilizamos esta terminología para distinguir cuidadosamente a la neo-izquierda fucsia de la vetero-izquierda roja que, con diversas gradaciones y con intensidades diferenciadas (del reformismo al maximalismo revolucionario, del socialismo al comunismo), intentó de distintas formas, en el Ochocientos y después durante el «siglo breve«, “asaltar los cielos”, alterar el equilibrio de poder, realizar el «sueño de una cosa» y poner en práctica la «simplicidad difícil de alcanzar«.
Cuanto más noble parece la vetero-izquierda tradicional, socialista y comunista, con sus éxitos y sus conquistas, pero también con sus fracasos y sus derrotas, tanto más suscita el efecto desagradable de los «lirios podridos» de los que escribiera Shakespeare, la New left fucsia reducida al status de guardia de la jaula de hierro del Capital (con el politeísmo de los valores de consumo incorporado); una guardia sui generis sin embargo, que, para preservar su propia identidad -en realidad perdida hace largo tiempo- y el antiguo consenso de fuerza del lado de los derechos y de los débiles, y para poder así conducir a las masas hacia la silente aceptación del poder del neocapitalismo, debe permanentemente resucitar de nuevo a enemigos definitivamente extintos (el eterno fascismo) o inventar nuevas luchas laterales (las microluchas identitarias por el género y por la green economy), que le permitan aparentar formar parte de la ofensiva contra los males de un existente al que inconfesablemente ha jurado lealtad.
En esto está el elemento verdaderamente trash de la hodierna Izquierda neoliberal. In specie, el elemento más trash de la New left arcoíris posmoderna reside en considerarse a sí misma, con una necesaria falsa conciencia, como el frente avanzado del desarrollo y el progreso universales, sin darse cuenta de que el desarrollo y el progreso que promueve coinciden con los del Capital y sus clases; desarrollo y progreso que, en consecuencia, van acompañados de la desemancipación, el empobrecimiento y la regresión para las clases nacional-populares, o sea aquellas que la izquierda neoliberal «antipopulista» considera ahora abiertamente sus principales enemigas. Y que la vetero-izquierda roja asumía como su propio sujeto social y político de referencia, en el afán de provocar la emancipación de la prosa de la alienación capitalista. No hay duda: para la New left liberal-progresista el principal enemigo no es la Globalización capitalista, sino todo aquello que aún no se ha doblegado a ella y todavía la resiste.
El antifascismo en ausencia de fascismo y las microluchas identitarias por los derechos arcoíris o, en todo caso, por cuestiones sideralmente distantes de la contradicción capitalista, permiten a la New left obtener una triple ventaja: a) tener una coartada para justificar su ahora integral adhesión al programa de la posmoderna civilización neoliberal; b) mantener una propia identidad y un propio consenso, mediante la ficción de la lucha contra enemigos muertos y enterrados (el fascismo) o contra instancias que, en cualquier caso, no ponen en cuestión la reproducción global de la sociedad tecnocapitalista; c) conducir a las masas de militantes -a quienes, a menudo, sería apropiado llamar «militontos«- directos hacia la adhesión a la anarquía eficiente del neocanibalismo liberal, presentado precisamente como progresista y “de izquierdas”.
El consenso inercial del que aún se beneficia la Neoizquierda fucsia, gracias a un glorioso pasado en el bando del trabajo y la emancipación, sirve de esta forma para aprovecharse y así legitimar aquello que la vetero-izquierda roja había combatido. En sufragio de la tesis que evidencia este proceso de metamorfosis, que comenzó con el Sesentayocho y se manifestó en su forma más radical después del annus horribilis de 1989, baste recordar que, desde los años Noventa del «siglo breve«, todo éxito de la Izquierda en Occidente tiende a coincidir con una estrepitosa derrota de las clases trabajadoras.
En nombre del Progreso la Izquierda, con mayor diligencia incluso que la Derecha, se ha hecho promotora de la liberalización consumista y de la privatización, de la precarización del trabajo y de la exportación imperialista de los Derechos Humanos; es decir, ha llevado a cabo, con método científico y con rigor admirable, el tableau de bord del bloque oligárquico neoliberal. Y lo ha hecho apoyando siempre -y ennobleciendo como Progreso– la extensión de la despiadada lógica mercadista a cada esfera del mundo de la vida, a cada rincón del planeta, a cada grieta de la conciencia, deslegitimando simétricamente (como » «regresión«, «fascismo«, «totalitarismo«, «populismo» y «soberanismo«) todo aquello que todavía pudiera contribuir, en palabras de Walter Benjamin, a tirar del freno de emergencia, a detener el «vuelo loco» hacia la nada de la barbarie y el nihilismo.
En el léxico político posmoderno de la New left de las tonalidades arcoíris no hay ni rastro de los derechos de los trabajadores, del pueblo y de los oprimidos: au contraire, «populismo» es la etiqueta despectiva, cada vez más en boga, que –como maestros de la neolengua patentada por Orwell [3]- deslegitima a priori cualquier reivindicación nacional-popular de las clases trabajadoras y del pueblo sufriente, cualquier desviación del «Progreso«, id est del programa de desarrollo de la civilización neoliberal. No hay duda al respecto: le discours du capitaliste, como lo calificaba Lacan, y la «nueva razón del mundo» neoliberal [4] han saturado también el imaginario de una Izquierda ahora filoatlantista y mercadista, que ha transitado cínica y desenvueltamente desde la lucha contra el Capital hasta la lucha por el Capital.
Tal integración al globalcapitalismo rara vez es admitida de manera abierta como lo que realmente es: un alineamiento consciente con el mundo en oposición al cual se había legitimado la política de la Izquierda socialista y comunista durante buena parte del siglo XX. De modo diametralmente opuesto, la New left casi siempre se justifica recurriendo a la hipócrita fórmula liberadora y desresponsabilizante del «no hay alternativa» o a su variante -en la que se basa la nueva teología económica– según la cual «es lo que exige el mercado«. No pocas veces esto se encomia en la Izquierda como adhesión al ritmo del progreso, omitiendo indicar que el progreso en curso coincide con el del Capital y su marcha triunfal de autoafirmación.
Esta obscena adhesión apologética a la prosa cosificadora de la capitalista inégalité parmi les hommes y a su vertiginoso incremento, viene pretextada en el cuadrante izquierdo recurriendo al teorema de la identificación del status quo, intrínsecamente no democrático, con la «democracia” perfectamente completa que debe ser protegida de peligrosas tentativas de «subversión fascista«, que a su vez se hacen coincidir ideológicamente con cualquier pretensión de poner en marcha el éxodo de la jaula de hierro neoliberal.
La retórica anti-totalitaria, como han mostrado Losurdo [5] y Preve [6], juega un papel decisivo en la consolidación del consenso hacia la civilización neoliberal: permite glorificar el modo de producción capitalista como el reino de la libertad, liquidando como «totalitario» al comunismo histórico novecentesco y, en perspectiva, a todo movimiento que pueda proponer rutas alternativas de emancipación respecto del propio capitalismo. Por un lado, el único totalitarismo hoy realmente existente -el de la sociedad totalmente administrada del tecnocapital- se venera como open society de la libertad perfectamente implementada; y, por otro, la idea de socialismo es condenada inapelablemente, induciendo a la adaptación, eufórica o resignada, a la «jaula de hierro» neoliberal.
La asunción del paradigma anti-totalitario contribuyó decisivamente a la metamorfosis de la New left en fuerza liberal-atlantista de complemento de la relación de poder hegemónica. No hay que olvidar que ya en mayo de 1989, esto es, pocos meses antes de la caída del Muro, Achille Occhetto y Giorgio Napolitano -figuras de primera línea del Partido Comunista Italiano- estaban en Washington (era, además, la primera vez en la historia que se concedía “visa” a un Secretario del PCI). Occhetto había encaminado al PCI hacia la metamorfosis kafkiana («svolta della Bolognina«) en New left, o sea en partido radical de masas. Por su parte, Napolitano ocuparía sucesivamente por dos veces el cargo de Presidente de la República (de 2006 a 2015), sin oponerse ni a la intervención imperialista en Libia (2011) ni al advenimiento del «Gobierno técnico» ultraliberal de Mario Monti (2011).
En esta misma estela metamórfica, bajo el signo de la retórica anti-totalitaria, se debe leer la declaración del Secretario del Partido de la Refundación Comunista, Paolo Ferrero, en el periódico «Liberazione» el 9 de noviembre de 2009, en relación al «juicio político sobre la caída del Muro de Berlín”: “ha sido un hecho positivo y necesario, que se debe festejar”. Las de Ferrero podrían haber sido las mismas palabras pronunciadas por cualquier político de firme fe liberal-atlantista.
La metamorfosis kafkiana de la New left aparece tanto más nítidamente si se considera que, por su parte, el comunismo era la promesa más seductora de una felicidad distinta a la disponible, pero también la crítica más glacial de la civilización de la forma mercancía: era, al menos en teoría, la mayor tentativa jamás hecha en la historia de los oprimidos por romper las cadenas, sin tener nada que perder y sólo un mundo que ganar.
También por este motivo la Izquierda posmarxista y neoliberal aparece entre las realidades menos nobles que existen bajo el cielo: ha determinado operativamente o, en todo caso, ha favorecido dócilmente el silencio del «sueño de una cosa«, su tétrica conversión en el «sueño de las cosas» y en la reconciliación con el mundo de la explotación y la desigualdad, de la cosificación y la alienación.
Variando la conocida fórmula empleada por Benedetto Croce en relación al cristianismo [7], hubo un tiempo en el que no era posible no declararse “de izquierdas”, de igual modo que ahora, por las mismas razones, resulta imposible denominarse “de izquierdas”. Intentar reformar o refundar la Izquierda es una operación intrínsecamente imposible e inútilmente energívora, ya que -como intentaremos demostrar- su paradigma está contaminado desde el principio por esa contradicción, que estalla completamente en dos fases: la primera con el Sesentayocho, y la segunda con el 1989. Desde Marx, desde Gramsci y desde el anticapitalismo se podría recomenzar el camino en busca de la comunidad emancipada, bajo la bandera de las relaciones democráticas entre individuos igualmente libres. Pero para hacerlo será necesario, al mismo tiempo, decir adiós al paradigma de la Izquierda, animado como está -nos lo han enseñado los estudios de Boltanski y Chiapello, los de Michéa y Preve– por una adhesión irreflexiva al mito del Progreso y a la errónea creencia de que la aprobación del mundo burgués y su cultura produce por sí misma la emancipación. Habrá que «desconectar» el paradigma de Marx de la Izquierda y sus aporías internas, para volver a partir del propio Marx y aventurarse hacia un nuevo -y aún por imaginar- comunitarismo anticapitalista, más allá de las columnas de Hércules de la Derecha y la Izquierda.
Por tanto, consideramos inútil y además contraproducente obstinarse en «aullar con los lobos«, para retomar la feliz fórmula que Hegel utilizó en Frankfurt para explicar cómo no era posible reformar nada en los francforteses [8]. Vivimos en el tiempo de la “Izquierda imposible”. Si, como le gustaba afirmar a Preve, “el mensaje es inadmisible cuando el destinatario es irreformable”, es preciso ir más allá, sin preocuparse del coro virtuoso de los lobos ululantes. Estos últimos, sumidos en la agorafobia intelectual, se opondrán a toda innovación teórica y a toda posible producción teórico-práctica de nuevos paradigmas con capacidad –por retomar la explosiva hendíadis puesta en cuestión por Marx– de criticar teoréticamente y cambiar prácticamente el orden de las cosas.
La Neoizquierda glamour, de hecho, parece definitivamente atrincherada en su propio paradigma. Y, a merced de su agorafobia intelectual permanente, no está dispuesta a exponerse a un diálogo sobre temas y problemas relativos a ella y a su propia visión: su indisponibilidad para una discusión racional y problematizadora hace que cualquiera que se atreva a criticarla sea, por eso mismo, condenado al ostracismo como un enemigo a expulsar y como un infiltrado fascista que -nuevo hereje- intenta penetrar en la ciudadela «pura» para corromperla.
Incluso en esto la New left desempeña una función apologética no despreciable respecto a la globocracia neoliberal: más específicamente, una función apotropaica.
De hecho, a remolque de su pasado, la Izquierda sigue presentándose traicioneramente como el bando de la emancipación, justo ahora cuando sólo defiende las razones del bloque oligárquico neoliberal: y por esta vía, con su pretensión de estar monopolísticamente del lado de la la defensa de los dominados (que en realidad contribuye diariamente a desemancipar), contribuye a deslegitimar cualquier intento de criticar y superar el capitalismo, tildándolo inmediatamente como «no de izquierdas» y, por tanto, reaccionario por definición.
En resumen, la paradoja reside en el hecho de que si la Derecha encarna plenamente el paradigma de quienes, de diversas maneras, se sienten cómodos con el status quo, la New left pretende representar en exclusiva toda posible instancia crítica, en el acto mismo con el que –no menos que la Derecha– es orgánica al orden de los mercados. Y con ello garantiza de la mejor forma posible su función de gatekeeping.
[1] William Shakespeare. “Sonetos”. Ed. Acantilado, 2013
[2] Karl Marx.” Futuros resultados de la dominación británica en la India”, 1853 http://www.marxist,org/espanol/m-e/1850s/1853-india.htm
[3] George Orwell. “1984”. Ed. Signet Classic, 1961
[4] Pierre Dardot y Christian Laval. “La nueva razón del mundo. Ensayo sobre la sociedad neoliberal”. Ed. Gedisa, 2015
[5] Domenico Losurdo. “La izquierda ausente. Crisis, sociedad del espectáculo, guerra”. Ediciones de Intervención Cultural, 2015
[6] Costanzo Preve. “Destra e Sinistra. La natura inservibile di due categorie tradizionali”. Ed. Petite Plaisance, 2021
[7] Benedetto Croce. “Perché non possiamo non dirci <cristiani>”. Ed. Laterza, 1959
[8] Georg Wilhelm Friedrich Hegel. ”Enciclopedia delle scienze filosofiche in compendio”. Ed. Laterza, 1963