¿Se acuerdan ustedes del volcán de Cumbre Vieja, en la isla de La Palma? No hace tanto de aquello aunque los medios informativos de siempre, los que llevan abrevados al poder y a las canonjías del poder desde que se inventó la imprenta, hayan perdido la memoria. También nuestro gobierno y los mandamases autonómicos andan desmemoriados, como abotagados y tentando cristal en la reparación de los daños causados por la erupción, aunque este último detalle no es tan sorprendente sino que, de pura lógica, era muy de esperar.
El desastre palmero empezó el 19 de septiembre de 2021. El volcán empezó a hacer lo suyo, que es echar lava, y el espectáculo pudo verse en todas las televisiones del mundo. Una exhibición tan vibrante de la naturaleza desatada habría sido fenomenal de no concurrir una circunstancia penosa: las coladas de lava arrasaron una parte de la isla, se llevaron terrenos, viviendas, escuelas, centros de salud, iglesias e instalaciones de todas clases. Más de tres mil edificios fueron destruidos y sus habitantes, como suele decirse, se quedaron con una mano delante y otra detrás: a la luna de Valencia.
Eso sí, como también era previsible, al día siguiente de la erupción se plantó en la isla la flor y nata de nuestra clase política, desde el presidente del gobierno —anda, que iba a faltar ese—, acompañado del dinámico y racial Ángel Víctor Torres, entonces presidente de la autonomía y hoy ministro de política territorial y —no se lo pierdan— “memoria democrática”; un aborigen que lo mismo sirve para la compra-venta de mascarillas en pandemia que para correrse una juerga con el tito Berni, ahí lo dejo. También pasaron por La Palma, fugaces y radiantes como polillas atraídas por la desdicha ajena, el entonces jefe de la oposición, un tal Casado, dos o tres ministros y ministras más y las pizpiretas chicas y los pizpiretos chicos de Izquierda Unida y Podemos. De la visita de Ione Belarra escribí en las páginas de Posmodernia (28/09)21): «… después contaría su aventura en la fiesta del PCE, en un tono como de exploradora decimonónica de regreso a la civilización, como si Canarias fuese Sudán de Enmedio, como si el territorio de La Palma fuese la Isla Calavera, con sus monstruos de magma incandescente y sus indígenas aterrorizados; como si ella fuese una intrépida Ann Darrow, domesticando al King Kong de la montaña maldita. Más condescendencia y más paternalismo del chungo, no caben. Eso sí, previo al discursito necesario para instruir al agradecido público sobre las tristezas volcánicas canarias, tuvo el detalle de acordarse y desear lo mejor del mundo a su (sic) “compañero” Garzón, (sic) “atrapado en La Palma” por el cierre del aeropuerto. Ahí es nada».
Total, que todos concurrieron —menos los de Vox, vaya por Dios—, todos hicieron el indio lo mejor que sabían, expresaron su solidaridad y condolencias, prometieron y vuelta a prometer porque las promesas nunca pueden faltar, se tomaron un ron con miel y unas papas con mojo en el parador nacional y vuelta para Madrid.
Han pasado tres años. Concretamente, tres años y dos meses. Al cabo de ese tiempo me pongo en contacto con mi buen amigo Alfonso Caride —mejor persona, activista de los de “Por España me atrevo”, generoso de afanes y sin mesura en la entrega porque en bondad nunca hay exceso—, incesante en su labor desde el primer día a través de la asociación de Solidaridad con La Palma. Le pido que me resuma el estado de las ayudas a los palmeros afectados por la erupción, aquella gente que quedó sin casa, sin terrenos de cultivo que eran su sustento, sin nada. Y el resumen es tan desolador como infinita es la desvergüenza de nuestras administraciones. Más o menos así está la cosa:
-Se han entregado 85 viviendas del tipo casamatas-contenedores, construidas sin requisitos mínimos habitacionales ni garantías de ninguna clase. La administración no se hace cargo de deficiencias, mantenimiento ni reparaciones en unas infraviviendas que padecen filtraciones de agua, pavimentados de pésima calidad, aislamientos inexistentes… La administración ha gastado en esta ayuda cinco millones de euros. Los inquilinos —porque de propietarios de terrenos rurales han pasado a inquilinos de contenedores—, pagan de media unos 150€ al mes.
-Se han entregado indemnizaciones de hasta 60.000 € a los damnificados propietarios de viviendas arrasadas. Con esa cantidad tienen que empezar de nuevo. No se proveen terrenos ni ninguna indemnización en especie. El metro cuadrado de terreno en la isla ha experimentado un alza espectacular; el rústico, de 10/18 € ha pasado a costar casi 80 €.
-Hace un par de semanas el cabildo insular se comprometió al fin, después de tres años, a iniciar las obras de construcción de un grupo escolar donde puedan asistir a clase los alumnos hasta ahora reubicados en aulas modulares.
Y eso es todo, básicamente. Lo demás va quedando en más promesas, declaraciones, dinero que llega a la comunidad autónoma y que se reparte al “ya te veré” o a medias, o no se reparte. Esa es la situación real de las ayudas a los perjudicados por Cumbre Vieja. Por descontado, la inmensa mayoría de afectados se han buscado la vida por su cuenta, alojándose en casas de familiares, alquilando o comprando el que pudiese, trasladándose a otras islas y emprendiendo nueva vida lejos del desastre.
Valencia no es La Palma, afirma Marc Vidal en un post en redes sociales que mucho ha rodado. En efecto, los daños materiales y las pérdidas humanas causadas por las riadas del pasado 29 de octubre son muy superiores a lo sufrido por La Palma en 2021. Tampoco los valencianos tienen la santa paciencia de los que viven en sus islas en medio del Atlántico, ni están dispuestos a soportar con resignación la lentitud de la administración en socorrer a los afectados, cuando no la inacción dolosa de los responsables de atender las necesidades de la población y asistir a los perjudicados.
No, Valencia no es La Palma pero los valencianos ya saben lo que pueden esperar de este gobierno en lo que respecta a la urgencia humanitaria que actualmente les aflige: poco, a destiempo y sin criterio ni orden de prioridades; migajas de un Estado a cuyo frente se encuentran desalmados, oportunistas capaces de gastar no se sabe la cantidad de dinero público en propaganda sobre el mantra progre: “Lo que pagas en impuestos vuelve a ti cuando lo necesitas”; emperrados en alabarse a sí mismos a toda costa y aunque los famosos anuncios remuevan las tripas de los afectados por la tragedia de Valencia y, en verdad, de todos los españoles. Les da lo mismo. Ya lo dijo la ministra de defensa: “El ejército no está para todo”, salvo para ayudar a Marruecos cuando haya terremotos. Ni el ejército ni nadie del gobierno están para todo. Ni para todos. No insisto en dónde estaban los ministros con competencia en la materia el día de las riadas y siguientes fechas porque es asunto de sobra conocido: estaban en cualquier sitio menos gestionando la crisis de Valencia.
Sí llama la atención, y de qué manera, que nuestro gobierno haya recuperado su prodigiosa costumbre del dedazo y haya contratado por designación augusta, amparados en la urgencia, los servicios de empresas privadas encargadas de restablecer infraestructuras, etc. Como en tiempos del covid, recuerden, tampoco hace tanto de las mascarillas y demás apremios sanitarios. Y recuerden qué derroteros legales ha ido tomando todo aquello. Pues como si nada, otra vez la vía de urgencia lo justifica todo, en este caso el mayor contrato gubernamental en la historia de la Confederación Hidrográfica del Júcar; ingentes millonadas adjudicadas, entre otros, a un par de empresas investigadas por la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil por presuntas mordidas, sobornos, caja B de los socialistas valencianos… Lo de siempre.
Eso es lo que pueden esperar de la administración los valencianos y lo que podemos esperar todos los demás: arreglos, enjuagues, amiguetes, negocietes, comisiones… Mi tía-abuela Amalia, vecina de Picasent y mujer extraordinaria por su ánimo y capacidad emprendedora, siempre dijo que si ella se presentaba en una ciudad arrasada por un terremoto, allí veía una gran oportunidad de enriquecimiento. Lástima que falleciera hace tantos años porque en las filas del progrerato contemporáneo habría tenido un futuro espléndido.
Para los demás, los que no son beneficiados de la cuerda progresista ni tías Amalias ni empresarios amigos, la fórmula del covid y la gestión de La Palma se repiten. A fin de cuentas, en el futuro de la Agenda 20/30 que nuestro gobierno auspicia con entusiasmo, la catástrofe levantina no deja de ser una oportunidad: en la ecuación «No Tendrás Nada y Serás Feliz”, sólo falta por cumplirse la segunda parte. En cuanto a la gente se le pase el cabreo y deje de tirar barro a las autoridades, todos conformes, contentos y tan amigos.
Va a ser largo el camino de Valencia. Como decía mi señor padre, natural del barrio de Ruzafa: “Tal día como hoy te lo digo”. Va a ser largo.