La raza, el retorno intempestivo de una idea maldita (III)

La raza, el retorno intempestivo de una idea maldita (III). Adriano Erriguel

El burgués blanco en la era hiper-racial

La elección de Barack Obama el 4 de noviembre de 2008 marcó el cénit de una ilusión piadosa: el mundo ha entrado en la era post-racial. La visión beatífica de Martin Luther King – “nadie será nunca más juzgado por el color de su piel”– tomaba cuerpo en el primer Presidente negro de los Estados Unidos, la encarnación meritocrática del individuo por encima de razas, orígenes y procedencias étnicas. América resplandecía, una vez más, como vanguardia mítica del mundo futuro. 

¿Qué ha sucedido desde entonces?

Lejos de vivir en un mundo post-racial, hemos entrado en la era hiper-racial. La raza nos rodea y está por todas partes: puedes verla al mirar por la ventana, al fijarte en un escaparate, al encender la televisión; puedes sentirla al ir a trabajar, al pagar los impuestos, al cruzarte con el vecino… ¿Mátrix? La nueva ideología hegemónica se sostiene en occidente sobre una reinvención de la raza, sobre su omnipresencia, sobre su ubicuidad opresiva. Todos serán juzgados por el color de su piel. Unos como víctimas o descendientes de víctimas – acreedores por tanto de sempiterno desagravio–. Otros como beneficiarios de un orden ilegítimo, portadores inconscientes de una tara congénita: el racismo. Una ideología maniquea, redentorista, milenarista. Una ideología americana.

Pero el buen burgués blanco y europeo sigue mecido en su buena conciencia. El buen burgués blanco ha interiorizado tres mitologías: la de la unidad del género humano, la utopía rousseauniana del buen salvaje, la fe progresista en la bondad innata de la especie. El buen burgués blanco no está preparado para confrontar el alud de pasiones negativas que (sin saberlo) despierta: la envidia, el agravio, el resentimiento, la voluntad de venganza. Al fin y al cabo él no se merece eso.

Todavía no es consciente del futuro distópico que algunos le preparan.

El antirracismo como constructo universitario

La buena noticia era que las razas no existen. Al fin y al cabo, reputados científicos así lo habían comprobado. Este feliz descubrimiento fue diseminado durante décadas por el círculo virtuoso de políticos y de intelectuales, de universidades y de medios de comunicación, hasta devenir el artículo de fe que todavía es hoy para el gran público biempensante. La mala noticia es que, bien mirado, tal no sea tan buena idea que las razas no existan, porque eso priva a los antirracistas de un concepto que puede serles útil.[1]Y además hay otro problema. Si la ilegitimidad del racismo depende de la inexistencia de las razas ¿qué ocurre si un buen día la ciencia nos dice lo contrario? Un problema no menor que (como ya hemos visto) está en la base del cambio de paradigma al que asistimos en los últimos años.

¿Solución? Redefinir el concepto “raza”, reinventarlo.Varias corrientes ideológicas han acudido al rescate. Entre ellas destacan tres: la llamada “teoría crítica de la raza”, el “pensamiento decolonial” y la ideología “woke”. Todas ellas entroncan – de un modo u otro– con el posmodernismo y los llamados “estudios culturales”, auténtica caja de Pandora de los bodrios intelectuales de las últimas décadas. Todas estas corrientes son variaciones sobre el tema común del antirracismo, si bien difieren en presupuestos teóricos y niveles de radicalidad, en los que presentan una escala ascendente.

Empecemos con la “teoría crítica de la raza”. Ésta es una ramificación o retoño de la “teoría crítica” elaborada por la escuela de Frankfurt a partir de los años 1920. Planteada como un desarrollo crítico del marxismo, esta teoría sostenía que los problemas sociales tienen su raíz en las estructuras sociales y culturales, más que en factores económicos, individuales o psicológicos. La teoría crítica de la raza surgió como una “corrección” del presunto déficit de atención que los teóricos de Frankfurt (Adorno, Horkheimer, Marcuse, Habermas et alii) habían prestado a las cuestiones raciales. Desarrollada en América a partir de los años 1980, la teoría crítica de la raza se planteaba, ante todo, como un constructivismo: la noción de raza no tiene fundamento biológico ni natural alguno, sino que es un “constructo” social que utilizan los blancos para promover sus intereses.La aportación más relevante de esta teoría es la idea de “racismo estructural o institucional”: un racismo reflejo o inconsciente que responde a relaciones de poder ya establecidas, y que no depende de actitudes o intenciones explícitamente racistas.[2]Lo que lleva a afirmar queese racismo, por muy involuntario que sea, es consustancial a las instituciones jurídicas establecidas. Afirmación de suma relevancia política, como veremos.  

La teoría crítica de la raza rompe con el ideal de la meritocracia. Rompe con la idea de que todos pueden aspirar a todo – independientemente del color de su piel – si el sistema garantiza la necesaria igualdad de oportunidades. En lo que toca a los Estados Unidos, la teoría sostiene que el racismo no es una aberración del sistema sino el estado normal de las cosas. Los avances legales “progresistas” son inútiles o contraproducentes, en cuanto perpetúan la jerarquía racial y los estereotipos impuestos por la dominación blanca. Esta teoría rompe por tanto con el liberalismo clásico y apuesta por las políticas de identidad. Partiendo de esas premisas ¿cómo enfocar la lucha contra el racismo?

Puestos a identificar “constructos”, conviene subrayar que la teoría crítica de la raza es un constructo universitario y no una corriente de raíz popular (nada que ver, en ese sentido, con el movimiento por los derechos civiles de Martin Luther King). La teoría crítica de la raza es la carcasa académica del nuevo antirracismo, la parafernalia sociológica que le ha permitido conectar – a partir de los años 1990 – con el posmodernismo, con la French Theory y los “estudios culturales”. Un giro posmoderno que desplazó la atención desde los aspectos materiales a los de conocimiento, poder y lenguaje, marco en el que empezó a desarrollarse la jerga seudoacadémica del izquierdismo cool: las “microagresiones” (aplicadas indistintamente al género o a  la raza); la “interseccionalidad” o idea de que las dominaciones no son independientes, sino que se refuerzan entre sí hasta hacer “sistema” (una mujer negra, lesbiana y discapacitada sería tres veces más “víctima” que una mujer blanca); la idea de “voz de color” (voice of colour) según la cual sólo los miembros de una minoría pueden hablar en nombre de otros miembros de esa minoría; la “apropiación cultural”, o utilización indebida de elementos culturales típicos de un colectivo étnico (algo así como una “violación” del derecho de propiedad intelectual de otra cultura). En suma: un antirracismo en el que los aspectos simbólico-culturales toman la precedencia sobre los aspectos económicos, lo que a efectos neoliberales no es nada inocente (como veremos).  

Giro decolonial y racismo anti-blanco

A partir de los años 1990 tuvo lugar el llamado “giro decolonial”, un punto de inflexión que puede entenderse como una radicalización del antirracismo anterior, en cuanto hace más explícito un elemento hasta entonces solo latente: el racismo anti-blanco.

¿Racismo anti-blanco? El pensamiento decolonial niega rotundamente su existencia. Para ello intenta estigmatizar esta expresión, asociándola a la extrema derecha. Lo cual no quita un ápice al carácter esencialmente anti-blanco del decolonialismo.

Al afirmar que “el racismo sólo puede ser blanco”, los decoloniales asocian la lacra del racismo a un grupo de población definida por el color de la piel, lo que no deja de ser un enfoque típicamente racista. El decolonialismo abunda en gurús sentenciosos y coachers benevolentes, dispuestos a guiar a los blancos en la lucha contra su “racista interior”. En su libro “Fragilidad Blanca” la doctora en antirracismo Robin DiAngelo parte en cruzada para “conducir a los blancos a descubrir su propio racismo, a través de un proceso expiatorio y un método terapéutico destinado a curarles de su “fragilidad blanca””.[3]En el pensamiento decolonial, el blanco adquiere el estatuto ontológico de figura maléfica, de compendio y resumen de los vicios y taras de este mundo. Este neo-antirracismo – escribe el politólogo francés Pierre-André Taguieff – “ha contribuido a una reinvención del racismo, al convertirlo en ideológicamente aceptable en nombre de la lucha contra la dominación blanca y el privilegio blanco (…) Ese “racismo a la inversa” (contra-racismo) continúa siendo un racismo. Podemos por tanto afirmar que el neo-antirracismo es un pseudo-antirracismo, que consiste en denunciar el “odio al otro” para alimentar el odio hacia ciertos “otros”: los supuestos “dominadores””.[4]Asistimos aquí a un retorno intempestivo de la conciencia racial. Porque como señala el “profesor de diversidad” Ibram X. Kendi: “el antirracismo auténtico reposa sobre una conciencia racial reivindicada y militante”.[5]Con el aval teórico del decolonialismo, el antirracista puede odiar sin complejos.

Los decoloniales se presentan como los profetas de una revolución pendiente. Desde su lógica – escribe el politólogo canadiense Mathieu Bock-Côté – “el proceso de descolonización, comenzado en los años 1950, no llegará a su término hasta que los pueblos europeos sean extranjeros en su propia casa. Los europeos son acusados de caer en el neocolonialismo cada vez que intentan asimilar o integrar a las poblaciones inmigrantes; una acusación que jamás funciona a la inversa, cuando son las poblaciones instaladas en Europa las que intentan imponer sus costumbres”. Para los decoloniales Europa tiene un problema: es blanca, demasiado blanca; es colonial, fundamentalmente colonial; es culpable, esencialmente culpable. ¿Cómo acabar con su racismo congénito? “Europa sólo se descolonizará “des-emblanqueciéndose”, sólo así romperá con el racismo que es consustancial a occidente”.[6]La inmigración en masa adquiere un aura salvífica, un carácter redentor.

Para acabar con los “Dead White Men”

El decolonialismo es también una revolución permanente. El giro decolonial va más allá de la teoría crítica de la raza. No basta con denunciar el racismo institucional, es preciso también descolonizar las mentalidades. “El pensamiento decolonial parte de la diferenciación entre colonización y colonialidad. Mientras que la primera denota la apropiación de un territorio y la dominación sobre sus pueblos (…), la segunda se refiere a una forma de pensar que reproduce la ideología de los colonizadores en el pueblo colonizado, aun cuando el proceso de colonización haya concluido”.[7]La noción de “privilegio blanco” es un concepto central de esta teoría. La lucha contra el privilegio blanco es un esfuerzo de descolonización espiritual; es la denuncia de los principios epistemológicos y ontológicos occidentales, principios que estructuran el campo total del conocimiento y pretenden ser universales, aunque sólo sean el fruto de una experiencia particular. Nótese que esta idea abre la puerta a hacer tabla rasa de prácticamente toda la cultura de los odiados “Hombres Blancos Muertos” (Dead White Men): desde Homero, Platón y Aristóteles, pasando por Shakespeare, Cervantes y Goethe, hasta llegar a las matemáticas o al álgebra, acusadas de reproducir el “privilegio blanco”. ¿Patochadas extremistas? ¿Delirios frikis?

Aunque parezcan ridículas, estas pretensiones están lejos de ser una extravagancia. En realidad, se inscriben en una lógica específica del Capital. Un punto en el que conviene detenerse.

La ofensiva contra el acervo filosófico, cultural y científico de occidente es, ni más ni menos, una “línea de trabajo” del capitalismo actual, una tarea en la que el nuevo antirracismo suministra la tropa de choque. La explicación profunda de todo ello radica en el hecho de que el Capital – como señalaba el filósofo italiano Costanzo Preve – ni es una “comunidad”, ni puede ni substituir ni coexistir – a largo plazo– con las comunidades soberanas preexistentes. De lo que se trata entonces es de erosionarlas. ¿Cómo lograrlo? 

En la historia milenaria de occidente, es la existencia comunitaria del hombre la que ha canalizado su tendencia natural a la sociabilidad y a la racionalidad. En esa tesitura, el Capital debe “trabajar sobre dos planos”: 1) debe promover las “comunidades sectoriales de sustitución” (las “políticas identitarias” del posmodernismo) y 2) debe negar el carácter filosófico de la racionalidad (a la que se descalifica como “constructo del hombre blanco”) para sustituirla por una racionalidad estrictamente instrumental y sectorial. De esta forma, cuando el individuo evacúe la parte de sabiduría que había adquirido como miembro de su comunidad histórica, ésta podrá ser reemplazada por comunidades ficticias, fugaces y débiles, que el Capital podrá dominar.[8]La deconstrucción de la racionalidad occidental es, pues, uno de los pilares del nuevo sistema de dominación. No falla: cada vez que tiramos de un hilo de la izquierda posmoderna, toda la tramoya del neoliberalismo se nos viene encima. 

¡Abajo con los Dead White Men, pues! El frenesí purificador se dirige únicamente a la “cultura blanca” y el examen permanente de conciencia se impone exclusivamente a los blancos. Solo ellos llevan un colonialista/racista dentro, un ego indeseable que es preciso reprimir, aunque sea imposible de extirpar. Una tarea que les ocupará toda la vida.[9]

¿Hay algo salvable en el decolonialismo? El pensamiento decolonial imprime una perspectiva geopolítica al antirracismo, muy especialmente en Latinoamérica, donde enlaza con importantes corrientes del “altermundialismo”.[10]Si la teoría crítica de la raza se insertaba en el posmarxismo y la tradición filosófica occidental, el pensamiento decolonial rompe con el universalismo abstracto y reivindica las “formas de saber”, las experiencias y las culturas locales de los pueblos antaño colonizados. Una crítica de la modernidad que es, seguramente, el único aspecto apreciable del pensamiento decolonial. 

La guerra contra la Blanquitud

La palabra “diversidad” es esencialmente tramposa. Con este vocablo se sugiere, de forma velada, que los blancos son demasiado numerosos en las sociedades históricamente blancas.[11]Para remediar esta homogeneidad – descrita como un residuo de tiempos arcaicos – la migración en masa acude a “enriquecer culturalmente” las sociedades autóctonas y a liberarlas de su racismo congénito. La lucha contra el racismo se perfila como una lucha contra la “Blanquitud”, y la migración de repoblación es su instrumento principal. La abolición de la raza blanca– escribe el politólogo canadiense Mathieu Bock-Côté – está en el orden del día.[12]¿A qué tipo de abolición nos referimos?

Como marmita de ideas al servicio de poder, las facultades de ciencias sociales cumplen la función de embadurnar con barniz científico los intereses más cochambrosos. En la lucha emprendida contra la “Blanquitud”, los llamados “whiteness studies” suministran la prosopopeya académica para conseguir el objetivo – apenas disimulado– de criminalizar a la raza blanca. Primer paso: acabar con la buena conciencia del blanco “no racista”, de ese buen blanco liberal-progresista que niega o ignora la existencia de las razas. Estos blancos políticamente correctos reciben su recompensa con la acusación de “daltonismo racial” (color blindness): una forma encubierta – según el nuevo antirracismo– de negar significación política a las minorías raciales. Asistimos por tanto a una racialización integral de las relaciones sociales, a la puesta en escena de las identidades raciales como actores privilegiados de cambio y transformación social.[13]

¿Abolición de la raza blanca? ¿Hablamos tal vez de una desaparición física? Evidentemente, el planteamiento es más sutil que eso. El constructivismo posmoderno acude al rescate. “El blanco no nace, sino que se hace”, aseguran gravemente los chamanes universitarios evocando a Simone de Beauvoir. El “blanco” – o la “Blanquitud”– es una forma de estar en el mundo, una actitud que no por “cultural” deja de transmitirse de forma congénita (punto contradictorio en el engrudo antirracista). Si el blanco es un constructo cultural, será preciso “deconstruirlo”.  Si el blanco disimula su supremacía a través de argucias biempensantes – la igualdad formal ante la ley, el universalismo, “las razas no existen”, etcétera – será preciso desenmascararlo, obligarle a reconocer su racismo inconsciente, forzarle a admitir su tara de origen. El blanco progresista deberá cambiar de actitud. Si antes era de buen tono proclamarse antirracista, hoy lo es reconocerse “racista” para pedir perdón; entonces el blanco dócil meneará la cola y recibirá su galletita de buen progre.

La abolición de la Blanquitud es una meta a la que se llega por diversas vías. Todas ellas implican diversos grados de violencia moral, y llegado el caso de violencia física. La violencia moral se ejerce a través de una acción reeducativa que busca derribar al blanco de su pedestal, hacerle admitir su culpabilidad intrínseca. El nuevo antirracismo recupera una actitud arcaica, una especie de fatalismo hereditario según el cual unos encarnan – de generación en generación – el papel de los opresores y otros el papel de las víctimas. “Toda persona no racializada – escribe Alain de Benoist –  es por lo tanto racista, en esencia o en potencia, en acción o en intención, porque forzosamente ha heredado una serie de prejuicios de origen “colonial””.[14]Las sociedades de origen europeo son herederas de una historia que permite a los blancos olvidarse de que son blancos, porque viven en un mundo dirigido mayoritariamente por blancos y en el que “ser blanco” es el estado normal de las cosas. Así, los blancos pueden sacarle brillo a su buena conciencia y eximirse de responsabilidad por los pecados de sus ancestros (la esclavitud, el colonialismo, etcétera). 

Observa muy justamente Alain de Benoist que “esta concepción antimoderna (o posmoderna) de la solidaridad entre las generaciones rechaza no solamente la idea kantiana de la voluntad autónoma del individuo, sino también todo el subjetivismo moderno al que, por otra parte, el posmodernismo adhiere cuando reclama el derecho de cada uno a ser reconocido como lo que cada uno decide ser (hombre o mujer, por ejemplo)”.[15]Pero sabido es que pedir coherencia a un universitario posmodernista es como pedirle rigor científico a un nigromante. En consecuencia: retorno a la concepción arcaica de la falta hereditaria y la culpabilidad colectiva, que los nazis teorizaron en su día como la Sippenhaft: idea de que la familia o clan comparte la responsabilidad por el crimen o mala acción cometida por uno de sus miembros.

“El Mal reside en la mirada de aquél que ve el Mal en todas partes”, es una cita atribuida a Hegel. “El racismo reside en la mirada de aquél que ve racismo en todas partes”, podemos parafrasear nosotros. 

Bullying antiblanco

Señalábamos arriba que todo este planteamiento conduce al final a justificar y alentar la violencia física. Habida cuenta de que sólo los blancos pueden ser racistas, las violencias de los racializados sólo pueden ser saludables formas de autodefensa o de justa cólera, contextualizada por su estatuto de víctimas. Si el racismo anti-blanco es una imposibilidad teórica, nos encontramos en el reino de la asimetría. Así se explican comportamientos que, si en los blancos responderían al racismo más odioso, en los racializados forman parte de la cruzada antirracista: la exclusión de los blancos de reuniones, asociaciones e instituciones públicas; las llamadas al exterminio de bebés blancos en el rap francés; la marginación, la intimidación y las humillaciones sistemáticas hacia los blancos en los centros educativos y barrios de mayoría no blanca; comportamientos todos ellos que se justifican como formas de pedagogía destinadas a ir colocando a los blancos en su sitio: el de los monarcas destronados.[16]

¿Abolición de la Blanquitud? Conviene subrayar otra asimetría. Al tiempo que se exalta la identidad de los “racializados”, la identidad de los blancos es “deconstruida” y su pasado histórico-cultural criminalizado como racista. Pero destruir el pasado de los pueblos equivale a negar el derecho a su existencia. Los pseudo-antirracistas sueñan con un mundo sin blancos, salvo – señala Pierre-André Taguieff – si éstos son minoritarios, marginalizados, inferiorizados.[17]Las reglas de discriminación positiva a favor de los no blancos, ocurrencias como la de doblar el valor del voto de los racializados, las propuestas de fronteras abiertas, la reivindicación de un “derecho a la migración”: todo concurre hacia una minorización progresiva de los blancos en sus países de origen. ¿Una nueva sociedad de castas?

Las elites progresistas blancas – económicas, políticas, intelectuales – preparan un nuevo orden en el que ellos confían seguir estando en la cúspide. “La raza blanca es el cáncer de la humanidad”, decía Susan Sontag. “Es preciso dejar de hacer hijos para acoger los de África y Asia”, recomienda Yves Cochet, antiguo ministro francés de medio ambiente. “Necesitamos a los migrantes para asegurar nuestra economía”, dicen los voceros de la patronal. Para unos el antinatalismo, la esterilidad, los abortos,  la deconstrucción de los sexos y la disolución de la familia; para otros “creced y multiplicaos”: más bocas a alimentar y reunificación familiar en occidente. En el contexto del nuevo “antirracismo”, la muy loada “diversidad” tiene una función puramente instrumental. El objetivo último es otro.

En un libro titulada “Afropea”, la escritora Leonora Milano – nacida en Camerún, teórica de una fusión de Europa y África en suelo europeo – escribía en 2013 lo siguiente: “tenéis miedo de ser culturalmente minoritarios. No tengáis miedo de lo que va a suceder. Europa va a mutar. Esta mutación será probablemente terrorífica para algunos, pero éstos ya no estarán aquí para ver su culminación”.[18] 

Cabe preguntarse si, cuando hablamos de abolición de la raza blanca, nos referimos solo a una metáfora. 

Monstruo de Frankenstein posmoderno

Decía Erich Voegelin que el lugar de Dios nunca puede quedar vacío. En un mundo en el que Dios ha muerto, las religiones políticas vienen a ocupar su lugar.

El término “woke” equivale a “despierto”. En una de sus acepciones (Chambers Dictionary) equivale a “vigilia”, a pasar la noche en oración.  En el argot americano, ser o estar “woke” significa haber tomado conciencia del carácter sistémico de las discriminaciones que sufren las minorías sexuales o raciales; es decir, haber tomado conciencia de ser un dominante o un dominado, y obrar en consecuencia. 

En el movimiento “woke” – expandido desde las universidades de Estados Unidos – confluyen varios elementos. Se trata en primer lugar de la versión militante de las corrientes antirracistas y decoloniales precedentes. En ese sentido es una radicalización de las mismas, en cuanto desarrolla un tipo de activismo destinado a aplastar la disidencia, a anular la libertad de expresión y a imponer un pensamiento único. Los actos de boicot, la intimidación física y la llamada “cultura de la cancelación” (cancel culture) han convertido a los campus americanos en una red de madrasas para adolescentes histéricos, alérgicos a cualquier atisbo de pensamiento crítico. Desde un supremacismo moral a prueba de bomba y regurgitando las pedanterías de los “estudios culturales”, los aparatchiks universitarios incuban futuras generaciones de clones. 

La segunda misión del movimiento woke es lograr el “pacto histórico” del antirracismo con el neofeminismo, la teoría de género y las políticas identitarias: una miscelánea de indignaciones que rivalizan en narcisismo lacrimal y exhibicionismo victimista. Se establece así una “cadena de equivalencias” en la que el odio al blanco implica el odio al hombre hetero, y viceversa. La “interseccionalidad” es la designación pomposa de esta acumulación de agravios. Y entonces emerge el monstruo de Frankenstein posmoderno: el androide queer-vegan@-feminista-racializad@-trans-fluíd@-no binario-animalista-antiespecista-etcétera. 

En tercer lugar, el fenómeno woke tiene un innegable componente de clase. Se trata – como señala el periodista francés Eugénie Bastie – de “una renovación de la postura “radical-chic”, acuñada en su día por el escritor Tom Wolfe para designar la adopción de una radicalidad política por los miembros de la elite”.[19]La ultrasensibilidad e intolerancia de los woke frente a todo lo que les lleve la contraria (las famosas “microagresiones”) denota esa idiosincrasia de niños mimados que tanto anidan en las universidades americanas. La correlación entre los estudiantes woke y las elevadas rentas de sus papás está ampliamente demostrada, lo que tiene un innegable efecto de arrastre, debido a la tendencia bovina a imitar los comportamientos de las “élites” por parte de quienes aspiran a formar parte de las mismas.[20]

En cuarto lugar, como señalábamos arriba, el wokismo tiene mucho de fenómeno religioso. Este elemento merece especial atención.

El wokismo como religión milenarista

En el verano de 2020 – en plena efervescencia de los disturbios raciales en Estados Unidos– pudo verse a grupos de penitentes blancos lavando los pies de ciudadanos negros, en performances calcadas de la tradición cristiana. También pudieron verse comitivas de ciudadanos blancos encadenados como si fueran esclavos, en imágenes que recuerdan a las procesiones de flagelantes de la Edad Media. Popularizado por el movimiento Black Lives Matter, el gesto de hincar la rodilla en tierra se convirtió en ineludible muestra de contrición, un signo de acatamiento al que se plegaron celebrities, fuerzas de orden público y autoridades del Estado. Objetivo: reconocer el pecado original del “privilegio blanco”.

Al analizar el movimiento woke, muchos conservadores lo comparan a los bolcheviques o a los “guardias rojos” de la revolución cultural china. Otros hablan de “marxismo cultural”. Los más avisados señalan el posmodernismo de la French Theory (Michel Foucault, Gilles Deleuze, Jacques Derrida) porque, como señala el ensayista francés Pascal Bruckner, “Francia suministró el virus y los americanos nos devuelven la enfermedad desarrollada”.[21]Pero estas visiones dejan escapar un elemento esencial: el carácter religioso del wokismo como último avatar del puritanismo americano.

¿Cómo se deviene woke? Según testimonios recogidos, por una suerte de “revelación” en la que, de repente, todo cobra sentido. O se forma parte de los “dominados” – en cuyo caso la conciencia racial se une a la vocación mesiánica de erradicar la iniquidad del mundo – o se forma parte de los dominadores, en cuyo caso se emprende un itinerario de auto-flagelación ostentosa con regusto masoquista. Al reconocer el pecado del “privilegio blanco”, el blanco adquiere el estatuto de “aliado” de los oprimidos, junto a la confirmación de que, a pesar de ser un pecador, es una buena persona (“ser de luz”). El wokismo es un narcisismo de la auto-denigración que procura una intensa gratificación moral, lo cual responde a un patrón claramente religioso. Algunos observadores lo han identificado como un “síndrome post-protestante”, en el que la obsesión moralista de la religión americana habría sido transferida al ámbito político.[22]Pero la mejor definición, a nuestro juicio, es la que ve en el wokismo una religión milenarista.

¿Religión milenarista? En la Europa medieval, el milenarismo combinaba un sentido de infalibilidad moral con la pasión por la auto-humillación. A ello se unía la creencia en que el mundo sería rehecho pasado un milenio, cuando Jesucristo retorne a la tierra. A la espera de ese fin de los tiempos, los milenaristas purifican la tierra con el fuego de propia Virtud.[23]Esta espiral de auto-gratificación virtuosa – que empieza y acaba en sí misma – es lo más característico del wokismo. Como sugiere el politólogo John Gray, a diferencia de los revolucionarios marxistas, los wokistas no tienen una visión de futuro, sino que se consumen en una catarsis permanente. Su único objetivo es la purificación continua de sí mismos y la de los demás.[24]Devenir “woke” implica una especie de renacimiento personal, una epifanía, una revelación mística, como las de los profetas con los sesos recalentados por el sol del desierto. Con sus amplios desiertos y su tradición puritana, América es una tierra propicia para tales revelaciones. Sólo ella podía ser la cuna del Wokismo. 

Construida sobre la utopía protestante de la Nueva Jerusalén – la “Ciudad en la Cima”, de espaldas a los vicios del viejo mundo – poco tiene de extraño que el milenarismo cristiano, derrotado y marginado en Europa, se trasladara a América. Según el historiador Yuri Slezkine, el milenarismo se convirtió allí en “rasgo permanente de la vida nacional, en razón de ser de las colonias Puritanas, en fuente de mesianismo estatal, en respuesta preparada para el malestar económico y político, en una de las maneras de estructurar una existencia nacional que carecía de tradición popular y eclesiástica propia. Mucha de la vida comunal norteamericana fue construida por las “denominaciones” cristianas, explosiones de creatividad social y política acompañadas de revivales cristianos, la mayoría de los cuales tenían que ver con la espera de los “Últimos Días””.[25] 

Más que las elucubraciones post-marxistas, la fe en el poder redentor de América es el motor específico de la insurgencia woke. Los furores inquisitoriales en las universidades americanas tienen más que ver con las brujas de Salem que con las purgas comunistas. El Wokismo es un milenarismo posmoderno que prospera en la tierra ancestral de la Biblia y el business, de la ley de Lynch, de los predicadores ambulantes y de los vendedores de crecepelo. América cambia, pero continúa siendo la misma. 

El problema es que ahora América somos todos.

Todos de rodillas

No hay figura más ambigua en la historia del mundo que la del burgués. Pocas figuras como la del burgués han sido tan criticadas, ridiculizadas y despreciadas durante siglos, desde la derecha y desde la izquierda. Pero hace ya tiempo que criticar a la burguesía tiene algo de extemporáneo. Eso es sin duda porque la burguesía, más que una clase económica, es una mentalidad que lo ha invadido todo. Al extenderse a todo el cuerpo social, el burgués ha desaparecido.[26]¿Cómo reacciona la mentalidad burguesa –es decir, la mentalidad dominante – ante la nueva revolución racialista?

La burguesía tiene la reputación de ser conservadora, algo que es esencialmente falso. Como ya vio bien Marx en el Manifiesto Comunista, la burguesía es el mayor agente revolucionario de la historia. Si es conservadora, la burguesía lo es exclusivamente sobre sus vidas y haciendas. Por lo demás, para ella no hace falta buscar la gloria, ni el honor, ni el heroísmo. Es preciso ante todo ser práctico, económico, moderado. Ante los cambios es preciso posicionarse de la manera más ventajosa posible. 

Durante las últimas décadas, la burguesía occidental ha demostrado su carácter revolucionario al apostar, de manera absoluta, por la globalización y el neoliberalismo. La evolución de los partidos llamados de “centro-derecha” es una buena prueba de ello. Ante la instauración a escala global del nuevo “régimen diversitario” (Mathieu Bock-Côté), la burguesía occidental multiplica los signos de apaciguamiento, de conformidad y de entusiasmo. Al fin y al cabo, su promoción social está vinculada a “la adhesión a los códigos y rituales que estructuran el régimen diversitario y lo empujan a su radicalización. Arrojar una piedra contra el malvado hombre blanco es, por lo tanto, una forma de tomar el ascensor social”.[27]Eterna psicología del colaboracionista: mejor que morir de pie es vivir arrodillado.  

La posmodernidad es, entre otras cosas, un continuo proceso de deconstrucción. Y el capitalismo es la ausencia de todo límite.  Los límites molestan, las fronteras molestan, las naciones molestan, las identidades arraigadas molestan, la vieja civilización europea molesta. Si nos encontramos ante un racialismo anti-blanco y ante la instauración de un régimen diversitario, es porque las elites (blancas, en su mayoría) así lo han decidido. La burguesía blanca occidental es coherente y sigue en eso a sus líderes. 

El presidente francés Enmanuel Macron reconocía en diciembre 2020 la existencia del “privilegio blanco”. El Parlamento Europeo condenaba en junio 2020 el “racismo estructural”. Una Comunicación de la Comisión europea, en septiembre 2020, señalaba que el racismo está “profundamente arraigado en la historia de nuestras sociedades, entrelazado con sus raíces y normas culturales”, afirmaba que existe un “racismo inconsciente” y proponía un refuerzo de la legislación criminal, de la vigilancia y de la figura del “delito de odio”. Cada vez más voces se elevan en Bruselas para denunciar que la Unión Europea es “demasiado blanca”. Europa se somete a la visión americana del mundo. Todos de rodillas.[28]

(continúa…)


[1]Alain de Benoist, “Extension du domaine de la race. La schizophrénie de l´antiracisme”. Éléménts pour la civilisation européennenº 175, diciembre-enero 2019, pp. 45-47. 

[2]https://www.britannica.com/topic/critical-race-theory

[3]Mathieu Bock-Côté, La Révolution racialiste et autres virus idéologiques. Presses de la Cité 2021, pp. 21-22. 

[4]Pierre-André Taguieff, L´Imposture Décoloniale. Science imaginaire et pseudo-antiracisme.Éditions de L´Observatoire/Humensis 2020. Edición Kindle.

[5]Christopher Caldwell, “Ibram X. Kendi, Prophet of Anti-racism”. National Review 23 julio 2020. 

[6]Mathieu Bock-Côté, La Révolution racialiste et autres virus idéologiques. Presses de la Cité 2021, pp.61-63. “El argumento es conocido: la inmigración masiva es presentada como una consecuencia de la descolonización, a la manera de un reflujo demográfico de las antiguas colonias hacia sus metrópolis, sin que nadie se pregunte por qué sociedades como la sueca, la danesa o la noruega, que no tuvieron colonias, se encuentran también sumergidas en ese tendencia”. (Bock-Côté, Obra citada, p. 60).

[7]Victor Manuel Andrade Guevara, “La Teoría Crítica y el pensamiento decolonial: hacia un proyecto emancipatorio post-occidental”. Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales/Universidad Nacional Autónoma de México. nº 238, enero-abril 2020, pp. 131-154

http://www.revistas.unam.mx/index.php/rmcpys/article/view/67363

[8]Costanzo Preve, Nouvelle Histoire Alternative de la Philosophie. Le Chemin ontologico-social de la philosophie.Perspectives Libres 2017, p. 7 (prólogo del editor). La deconstrucción de la racionalidad se acompasa a la teoría de la “tabla rasa” (Blank Slate) o negación de la naturaleza humana, propia del posmodernismo y del “pensamiento débil”. Esta teoría viene a decir que toda referencia a la “naturaleza humana” es potencialmente una matriz de la “dictadura de la Verdad” sobre el pretendido “derecho a la diferencia”. Conviene tener presente que, sobre las ideas de racionalidad y naturaleza humana,  la filosofía griega erigió los conceptos de moderación (katechon) y de mesura (metron), dos conceptos incompatibles con la lógica de acumulación ilimitada y desmesura del neoliberalismo.    

[9]El libro Fragilidad Blanca”de Robin DiAngelo es un ejemplo de ese razonamiento infalsable. Cuando un blanco es acusado de “racista”, cualquier cosa que haga (negarlo, enfadarse o callarse) será síntoma de su “fragilidad blanca. El nuevo antirracismo nunca se pregunta si en una interacciónsocial existe racismo”, sino de qué manera el racismo se manifiesta. El racismo existe siempre. La supervivencia académica de los universitarios dependerá de su capacidad para identificar nuevas formas de racismo, invisibles para el común de los mortales. Pierre Valentin, “L´Idéologie Woke. Anatomie du wokisme”.

https://www.fondapol.org/etude/lideologie-woke-1-anatomie-du-wokisme/

[10]Con autores como Arturo Escobar, Boaventura de Sousa Santos, Enrique Dussel, Santiago Castro-Gómez, Aníbal Quijano, Alberto Acosta y Walter Mignolo, entre otros. 

[11]Mathieu Bock-Côté, La Révolution racialiste et autres virus idéologiques. Presses de la Cité 2021, p. 96.

[12]Mathieu Bock-Côté, Obra citada, p. 113. 

[13]Según Ibram X. Kendi “el individuo ciego ante el color, al negarse de ver las razas, tampoco ve el racismo y cae en una pasividad racista. El lenguaje de esa ceguera ante el color – al mismo tiempo que el lenguaje “no racista” – es una máscara para ocultar el racismo” (Ibram X. Kendi,How to be an Antiracist. Bodley Head 2019). 

[14]Alain de Benoist, “Races, racismes et racialisation, la gauche en folie. Le nouveau régime de l´apartheid”. Éléménts pour la civilisation européennenº 173, agosto-septiembre 2018, p. 35. 

[15]Alain de Benoist, “Races, racismes et racialisation, la gauche en folie. Le nouveau régime de l´apartheid”. Éléménts pour la civilisation européenne nº 173, agosto-septiembre 2018, p. 35. 

Una contradicción flagrante: si tanto la raza como el género son “constructos sociales” ¿por qué es posible cambiar de género y no de raza?

[16]https://www.valeursactuelles.com/societe/la-nouvelle-declaration-de-guerre-anti-blancs-et-anti-francais-de-nick-conrad-et-lindifference-coupable-de-la-gauche/

[17]Pierre-André Taguieff, L´Imposture Décoloniale. Science imaginaire et pseudo-antiracisme.Éditions de L´Observatoire/Humensis 2020. Edición Kindle.

[18]Mathieu Bock-Côté, La Révolution racialiste et autres virus idéologiques. Presses de la Cité 2021, p. 177.

[19]Eugénie Bastié, “Théorie du genre, décolonialisme, racialisme…Ces nouveaux dogmes qui veulent s´imposer en France”.

https://www.lefigaro.fr/actualite-france/theorie-du-genre-decolonialisme-racialisme-ces-nouveaux-dogmes-qui-veulent-s-imposer-en-france-20210225

[20]Segúnun análisis reciente en Estados Unidos, el alumno medio en las universidades donde los estudiantes intentaron restringir la libertad de expresión procede de una familia con una renta anual superior en 32.000 dólares a los de cualquier otro estudiante medio en América. Bradley Campbell y Jason Manning, The Rise of Victimhood Culture. Microagressions, Safe Spaces and the New Cultural Wars. Palgrave Macmillan 2018). 

[21]“Le Piège de L´Indigenisme”. Entrevista con Pascal Bruckner, por Jean-Baptiste Roques. Front Populaire nº 4.Primavera 2021. p. 96. 

[22]“Wokeness, old religion in new bottle”. Entrevista con Joseph Bottum.

[23]El estudio más accesible sobre el milenarismo es el clásico de Norman Cohn: En pos del Milenio. Revolucionarios, Milenaristas y Anarquistas Místicos de la Edad Media. Alianza Editorial 2015.

[24]John Gray, “The Woke have no vision of the future” 

https://unherd.com/2020/06/the-woke-have-no-vision-of-the-future/

[25]Yuri Slezkine, The House of Government. A Saga of the Russian Revolution. Princeton University Press 2017, p. 96.

[26]Alain de Benoist, “La figure du bourgeois” en Contre le libéralisme. La societé n´est pas un marché. Éditions du Rocher 2019, pp.147-189. Renaud Camus, La dictature de la petite bourgeoisie. Éditions Privat 2005. 

[27]Mathieu Bock-Côté, La Révolution racialiste et autres virus idéologiques. Presses de la Cité 2021, p. 207. 

[28]Comunicación de la Comisión Europea “Una Unión de la igualdad: Plan de Acción de la UE antirracismo para 2020-2025”, de 18 septiembre 2020. 

De forma significativa, esta Comunicación – emitida tras la muerte en Estados Unidos del afroamericano George Floyd– incorpora al corpusnormativo europeo el lenguaje y los conceptos desarrollados por los “estudios culturales” de las universidades americanas: las ideas de “racismo sistémico”, de “racismo no consciente” y de “interseccionalidad”. Se elogia el papel histórico del movimiento Black Lives Matter. Se evita definir el racismo de forma genérica y, al hablar de “formas de racismo”, se refiere exclusivamente al ejercido “contra africanos y asiáticos, contra musulmanes (como si éstos fueran una raza) judíos y gitanos”. Se amalgama también el racismo con “otras formas de discriminación u odio”: por razones de género, orientación sexual, edad, discapacidad y contra los migrantes. El racismo se convierte así en un concepto “atrápalo-todo” de contornos imprecisos. Se abre así la puerta a criminalizar como “delito de odio” cualquier opinión discrepante con la ingeniería social bruselense.

https://ec.europa.eu/info/sites/default/files/a_union_of_equality_eu_action_plan_against_racism_2020_-2025_es.pdf

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