Juicio contra Marx
A principios de 1849 Engels se hallaba en Berna, trasladándose allí recorriendo a pie la mayor parte de Francia, tras participar en los abortados alzamientos de Elberfedldt y Kaiserslaunte, siendo el segundo de August Willich, oficial prusiano militante de la Liga Comunista, el cual sería menos de dos décadas después héroe de la Guerra de Secesión en Estados Unidos al ascender al rango de general por sus éxitos en el campo de batalla.
Al huir de Alemania en su odisea por el oeste de Europa hasta llegar a Londres, el gobierno de Prusia dio una orden de busca y captura contra Engels, el cual era descrito como «robusto, esbelto y miope» (véase Antonio Escohotado, Los enemigos del comercio II, Espasa, Barcelona 2017, pág. 358).
Durante la represión de los reaccionarios contra los revolucionarios, Marx fue procesado dos veces, aunque sería absuelto el 9 de febrero de 1849; pero como Marx había renunciado a la ciudadanía prusiana fue expulsado del país el 16 de mayo de 1849 por ser extranjero y persona non grata, puesto que había «violado vergonzosamente el derecho de hospitalidad».
Por lo tanto, el periódico tuvo que cerrar irremediablemente, siendo Marx arrestado y juzgado por sedición en un tribunal de Colonia. Sorprendentemente Marx dio una conferencia en el mismo juicio (con un ejemplar del Código Napoleónico en la mano) sobre la situación en Alemania y Europa con la que el presidente del jurado estuvo muy agradecido y los miembros del jurado absolvieron a Marx por unanimidad, aunque es verdad que ese solía ser el resultado de los juicios en Renania durante la revolución y después de la revolución.
En su discurso Marx elogió a la «sociedad burguesa moderna» frente a la sociedad estamental del Antiguo Régimen que hasta entonces imperaba en la desunida Alemania. «Este Código Napoleón que tengo en la mano no ha creado la moderna sociedad burguesa. Es, por el contrario, la sociedad burguesa nacida en el siglo XVIII y desarrollada en el XIX la que encuentra en este Código simple expresión legal. En cuanto deje de ajustarse a las realidades sociales, dejará de ser un código para convertirse en un pedazo de papel. Será inútil que pretendan ustedes tomar las leyes viejas por fundamento de la nueva sociedad, como lo sería pensar que aquellas leyes creasen las condiciones viejas de que brotaron» (citado por Franz Mehring, Carlos Marx, Traducción de Wenceslao Roces, Ediciones Grijalbo, Barcelona 1967, págs. 191-192).
Marx continuó afirmando que el Parlamento de Berlín no había sabido asumir su misión histórica tal y como se plantearon las cosas en la revolución del 18 de marzo. Acusó al ministerio fiscal de abandonar una convención revolucionaria para rebajarse a cumplir el papel de una ambigua institución de mediadores y reconciliadores: «No estamos ante ningún conflicto político de dos fracciones encontradas sobre el solar de una sociedad, sino ante el conflicto de dos sociedades, ante un conflicto social que revestía formas políticas: era la pugna entre la vieja sociedad burocrático-feudal y la moderna sociedad burguesa, la pugna entre la sociedad de la libre concurrencia y la sociedad de los gremios, la sociedad de los terratenientes y la sociedad de los industriales, la sociedad de la fe y la sociedad de la ciencia» (citado por Mehring, Carlos Marx, pág. 192).
Y por eso entre estas dos sociedades no podía haber ni consenso ni pacto ni reconciliaciones sino lucha a muerte. Pero los diputados abandonaron la vía revolucionaria con tal de salvar sus vidas y fue «el pueblo» el que se lanzó por la senda de la revolución: «La Asamblea no poseía ningún derecho propio, sino los que el pueblo le había transferido para que los ejerciese y afirmase. Y un mandato, cuando no se cumple, queda cancelado. El pueblo, entonces, sale a la escena en persona y obra por su cuenta, con plenitud de derechos. Cuando los reyes organizan una contrarrevolución, los pueblos, legítimamente, contestan con la revolución» (citado por Mehring, Carlos Marx, pág. 192).
La investigación judicial contra los comunistas de Colonia se paralizaba a cada instante, como reconocía el ministerio fiscal del tribunal de apelación de Colonia, por falta de «hechos objetivos para la acusación» (citado por Mehring, Carlos Marx, pág. 227).
A los once revolucionarios que la fiscalía acusó sólo se les pudo sacar que estaban afiliados a una sociedad secreta de propaganda, cosa que para el código penal no era delito. Al prolongarse el tiempo sin que se aportasen pruebas contra los acusados, esto hizo que aumentasen las expectativas del púbico hasta que finalmente se abrió el juicio en octubre de 1852, pero no hubo manera de probar que los acusados se hallaban inmersos en un «complot alemán-francés». Federico Guillermo IV se valió de la valiosa personalidad de Stieber para que llevase el caso, y éste, no sin sensacionalismo, exhibió el libro original de actas del partido de Marx. Pero esto se probó como una falsificación de Stieber y el fiscal no tuvo más remedio que olvidarse del desafortunado libro de actas.
Leemos en una carta de la esposa de Marx a un amigo estadounidense: «Todas las pruebas de la falsificación hubieron de aportarse desde aquí, con lo cual mi marido se pasaba trabajando los días y las noches. Luego, había que copiarlo todo hasta seis y ocho veces, enviando las copias a Alemania por los más diversos conductos por Francfort, París, etc., pues todas las cartas dirigidas a mi marido y las enviadas por él a Colonia eran intervenidas y secuestradas. En realidad, toda la lucha gira entre la policía y mi marido, a quien se le quiere achacar todo, hasta la dirección del proceso. Perdone usted que le escriba de un modo tan confuso, pero también yo he tenido que trabajar en este negocio, y los dedos me arden de tanto copiar. A eso se debe el barullo de esta carta. En este momento llegan mandados por Weerth y Engels, paquetes enteros de direcciones de comerciantes y de cartas comerciales imaginarias, para poder expedir más seguros los documentos. Nuestra casa está convertida en una gran oficina. Dos o tres personas escriben, otras andan de acá para allá, otras se ocupan de afilar los lápices para que los copistas puedan seguir escribiendo y aportando las pruebas de este escándalo inaudito en que se halla complicado todo el mundo oficial. De vez en cuando, se oye cantar y silbar a mis tres pobres niños, y su señor papá los llama al orden con palabras severas. ¡Crea usted que es una hermosura!» (citado por Mehring, Carlos Marx, págs. 229-230).
Si Marx salió vencedor del juicio sin embargo no salieron con la misma suerte siete de los once procesados: al tabaquero Röser, el escritor Bürgers y al oficial sastre Nothjung le cayeron 6 años de cárcel; al obrero Reiss, al químico Otto y al abogado Becker 5 años, y al sastre Lessner 3 años. El dependiente Ehrhardt y los médicos Daniels, Jacoby y Klein salieron absueltos.
Daniels murió de tuberculosis al ser infectado durante el año y medio que pasó en prisión preventiva, desgracia que lamentó mucho Marx. Bürgers llegaría a ser diputado progresista del Reichstag y Becker alcalde de Colonia y después diputado prusiano, siendo muy bien considerado en palacio y en el gobierno por su patriotismo. Nothjung, Röser y Lessner permanecieron fieles al movimiento obrero.
No obstante, tras dos días de represión de las tropas prusianas en las provincias occidentales, Marx no evitó su expulsión del país, aunque sí se le permitía permanecer en otros Estados alemanes, cosa que hizo las dos semanas siguientes.
El cierre de la Nueva Gaceta Renana se debió más a problemas económicos que políticos, pese a los 6.000 ejemplares que lanzaba, y al ser expulsado Marx de Renania como un extranjero indeseable el periódico cerró de la noche a la mañana. El último número fue el del 19 de mayo de 1849 imprimido en rojo revolucionario, vendiéndose 20.000 ejemplares.
La redacción le dio las gracias a los obreros de Colonia y terminaba diciendo que «su supremo lema sería siempre y en todas partes el mismo: la emancipación de la clase obrera» (citado por Mehring, Carlos Marx, pág. 199).
Marx sería expulsado el 11 de mayo y no por una causa concreta sino por el peligro de sus artículos en el periódico, cosa que el gobierno prusiano procuró el 29 de marzo y el 7 de abril pero que no llevó a cabo por temor a manifestaciones de protesta del Partido democrático.
Como comentaba Engels en 1886 en su Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana, «Con la revolución de 1848, la Alemania “culta” rompió con la teoría y abrazó el camino de la práctica. La pequeña industria, basada en el trabajo manual, y la manufactura cedieron el puesto a una auténtica gran industria; Alemania volvió a comparecer en el mercado mundial; el nuevo pequeño imperio alemán, acabó, por lo menos, con los males más agudos que la profusión de pequeños estados, los restos del feudalismo y el régimen burocrático ponían como tantos otros obstáculos en este camino de progreso» (Karl Marx y Friedrich Engels, Sobre la religión, Edición preparada por Hugo Assmann y Reyes Mate, Ágora, Salamanca 1974, pág. 370).