Marx siempre pensó que Rusia era el gendarme internacional frente al movimiento revolucionario europeo, por eso -como ya dijo en tiempos de la Gaceta renana– reivindicaba una guerra de liberación de Europa contra el zar de todas las Rusias: encarnación de la opresión, la explotación y el oscurantismo. De hecho en 1849 se demostraría que la fuerza militar rusa era el árbol donde se cobijaba el sistema de seguridad internacional reaccionario o antirrevolucionario. El propio Nicolás I leyó la ofensa de Marx y así se lo hizo saber de modo iracundo al embajador prusiano.
Marx veía en la desunión de los Estados alemanes, como supieron ver Fichte y Hegel y sabría ver y hacer Bismarck, la debilidad y el atraso político. Por eso pensaba que la revolución en Alemania no era posible debido a la influencia y decisiva intervención de Rusia, y por tanto pedía la unidad de los Estados alemanes en una guerra contra Rusia; de modo que no sería muy descabellado decir que en lo que a la política exterior se refiere nuestro filósofo «era una suerte de pangermánico y un fanático rusófobo» (Isaiah Berlin, Karl Marx: su vida y su entorno, Alianza Editorial, Traducción de Roberto Bixio, Madrid 2009, pág. 152).
En 1849 Engels afirmaba que «el odio a Rusia era y sigue siendo la primera pasión revolucionaria de los alemanes; que desde la Revolución se le ha agregado el odio a los checos y croatas, y que nosotros, junto con los polacos y magiares, afirmaremos la revolución, mediante el terror más decidido, contra estos pueblos eslavos. Ahora sabemos dónde están concentrados los enemigos de la Revolución: en Rusia y en los países eslavos de Austria; y ni los lemas ni las promesas de un incierto futuro democrático nos impedirán tratar a nuestros enemigos como enemigos». Engels propone una pelea a muerte «que traiciona a la Revolución, una lucha de aniquilamiento y terrorismo sin piedad, no por Alemania sino por la Revolución» (Friedrich Engels, «Papel del paneslavismo en la política rusa de anexión», en Los nacionalismos contra el proletariado, Edición de Emilio Madrid Expósito, Ediciones Espartaco Internacional, 2008, págs. 77-78).
Y en el número 81 de la Nueva Gaceta Renana, en un artículo titulado «Polonia, Rusia y los trabajadores» dice: «¿Y qué significaría esta guerra con Rusia? La guerra con Rusia sería romper verdadera, completa y públicamente con todo nuestro pasado vergonzoso, significaría la liberación verdadera y la unificación de Alemania, el restablecimiento de la democracia sobre las ruinas del feudalismo y del fugaz sueño de dominación de la burguesía. La guerra con Rusia sería la única manera de salvar nuestro honor e intereses respecto de nuestros vecinos eslavos y en especial de los polacos» (Friedrich Engels, «Polonia, Rusia y los trabajadores», en Los nacionalismos contra el proletariado, Edición de Emilio Madrid Expósito, Ediciones Espartaco Internacional, Artículo de número 81 de la Nueva Gaceta Renana, 2008, pág. 89).
Como diría Marx en un mitin celebrado en el Cambridge Hall londinense el 22 de enero de 1867 con motivo del 4º aniversario del levantamiento polaco contra Rusia en 1863, la revolución de 1830 en Francia cogió de improviso a «la Providencia de San Petersburgo, que acababa de convenir un pacto secreto con Carlos X para mejorar la administración y la geografía de Europa. En cuanto le llegaron las tristes nuevas al zar Nicolás, reunió a los oficiales de su guardia y los arengó breve y bélicamente, terminando con las palabras “¡A caballo, señores!” No era una amenaza vana. Enviaron a Paskievitch a Berlín, para dirigir la invasión de Francia. Pocos meses después estaba todo listo. Se esperaba que los prusianos desplegasen su concentración del Rin, que el ejército polaco entrase en Prusia y los moscovitas avanzasen en la retaguardia. Pero entonces, como dijo Lafayette en la cámara de diputados, “la avanzada se volvió contra la masa del ejército”; el levantamiento de Varsovia salvó a Europa de una segunda guerra antijacobina».
Y continúa: «Dieciocho años más tarde hubo otra erupción del volcán revolucionario o, más bien, un terremoto que sacudió todo el continente. Hasta Alemania empezó a moverse, a pesar de que había sido mantenida constantemente pegada a las faldas de Rusia desde la llamada Guerra de la Independencia. Y lo que es más sorprendente, Viena fue la primera en probar las barricadas callejeras, y con éxito. Esta vez, quizá la primera en la historia, el ruso perdió la serenidad. El zar Nicolás arengó a sus guardias enseguida. Publicó un manifiesto a su pueblo diciendo que la peste francesa había llegado a infectar a Alemania, que se acercaba a las fronteras del imperio y que la Revolución en su delirio miraba con ojos arrebatados a la Santa Rusia. Esto no es raro, gritó. Durante años la misma Alemania había sido fermento de infidelidad. El cáncer de una filosofía sacrílega había llegado a los órganos vitales de este pueblo, que parecía tan sano por fuera. Y terminaba con este mensaje a los alemanes: “¡Dios está con nosotros! ¡Oíd esto, infieles, y rendíos a nosotros, porque Dios está con nosotros!”. Poco después envió a los alemanes otro mensaje, con su fiel servidor Nesselrode, pero lleno esta vez de ternura para con este pueblo pagano. ¿Por qué este cambio?» (Karl Marx, «La misión europea de Polonia», en Los nacionalismos contra el proletariado, Edición de Emilio Madrid Expósito, Ediciones Espartaco Internacional, Discurso de Marx en un mitin en conmemoración del 4º aniversario del levantamiento polaco de 1863 celebrado en el Cambridge Hall, Londres, el 22 de enero de 1867, 2008, págs. 111-112).
Marx sostenía que «Rusia es el escudo de Prusia contra la cólera popular. De manera que Prusia no es un baluarte contra Rusia, sino su instrumento predestinado para la invasión de Francia y la ingestión de Alemania» (Marx, «La misión europea de Polonia», pág. 114).
De hecho, la guerra contra Rusia era la tesis fundamental que se defendía en las páginas de la Nueva Gaceta Renana en lo que a la dialéctica de Estados se refiere, pues si la revolución triunfa en toda Europa Rusia se lanzaría contra ella, por eso se predicaba más bien una guerra revolucionaria contra el país de la reacción zarista que, en caso de revolución triunfante en Europa (y particularmente los Estados alemanes), haría todo lo posible por restaurar por la fuerza el despotismo destronado. «Para la Alemania revolucionaria -podía leerse en el periódico-, no debe existir más que una guerra, la guerra contra Rusia, en la que puede purgar los pecados del pasado, adquiriendo vigor y venciendo en ella a sus propios autócratas; en la que puede, como cumple a un pueblo que sacude las cadenas de una larga y perezosa esclavitud, redimirse pagando la propaganda de la civilización con la sangre de sus hijos y emanciparse al emancipar a las naciones aherrojadas» (citado por Franz Mehring, Carlos Marx, Traducción de Wenceslao Roces, Ediciones Grijalbo, Barcelona 1967, págs. 170-171). Entre estas naciones (que comprendemos desde la especie étnica del género nación, y no como nación política) ninguna era apoyada más por el periódico que Polonia.
En el otoño de 1895 diría Lenin que «Marx y Engels veían con toda claridad que una revolución política en Rusia tendría también una enorme importancia para el movimiento obrero de Europa occidental. La Rusia autocrática ha sido siempre el baluarte de toda la reacción europea. La situación internacional extraordinariamente ventajosa en que colocó a Rusia la guerra de 1870, que sembró por largo tiempo la discordia entre Alemania y Francia, no hizo, por supuesto, más que aumentar la importancia de la Rusia autocrática como fuerza reaccionaria. Sólo una Rusia libre, que no tuviese necesidad de oprimir a los polacos, finlandeses, alemanes, armenios y otros pueblos pequeños, ni de azuzar continuamente una contra otra a Francia y Alemania, daría a la Europa contemporánea la posibilidad de respirar aliviada del peso de las guerras, debilitaría a todos los reaccionarios de Europa y aumentaría las fuerzas de la clase obrera europea» (Vladimir Ilich Lenin, Federico Engels, V. I. Lenin, Marx Engels Marxismo, http://www.marx2mao.com/M2M(SP)/Lenin(SP)/FE95s.html, Pekín 1980, pág. 61).
Curiosamente, menos de un siglo después, catorce naciones se unieron pero no para derrocar al Zar -a la sazón Nicolás II, «Nicolás el Último»-, sino para «estrangular en su cuna» y enzarzarse sin éxito contra el gobierno revolucionario del partido comunista Bolchevique, que llevó a cabo la revolución político-socio-cultural marxista (leninista) y así puso en marcha el «socialismo real» o «socialismo realmente existente», es decir, el marxismo-leninismo de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
Rusia se diagnosticaba como el baluarte de la reacción europea y Alemania como la vanguardia de la revolución europea. Pero en Rusia se llevó a cabo la revolución (aunque con sólo 74 años de eutaxia, es decir, resultó ser una revolución en un Estado distáxico) y en Alemania triunfó la contrarrevolución contra el comunismo: primero a manos del SPD y después por obra del NSDAP (aunque el Tercer Reich que dicho partido fundó sólo duró 12 años y tras los mismos en la Alemania oriental se impuso un régimen socialista desde fuera y desde arriba, esto es, corticalmente y vector descendente mediante).
En nuestros días, desde la caída de la URSS, las potencias otanistas-globalistas comandadas por Estados Unidos también se empeñan es descuartizar Rusia: el gran sueño del tablero de ajedrez geopolítico del polaco-estadounidense-rockefelleriano-trilateralista Zbiegniew Brzezinsky. Ahora Rusia no se contempla como la reacción a la revolución sino a la aberración elegetebeísta y a los delirios insostenibles angendaveintetreintistas.