Bruno y Edgar Bauer fundaron una revista mensual a finales de 1843, cuyo nombre era Allgemeine Literatun-Zeitung (Gaceta General Literaria), cuyos fines eminentemente políticos dejaron atrás la crítica a la teología, y donde los «libres» berlineses formulaban su ideario. La revista se editaba en Charlottenburg desde diciembre de 1843 hasta que fue censurada por el gobierno prusiano. No tuvo mucho público, ni siquiera entre los «libres» de Berlín.
Köppen no colaboraba en ella, ni tampoco Meyer y Rutenberg. Max Stirner directamente la criticaba. Salvo Faucher, los Bauer tuvieron que conformarse con la colaboración de plumas de segunda o tercera fila, como la de un tal Jungnitz y un oficial prusiano que firmaba con el pseudónimo de Sziliga.
Bruno Bauer arremetía contra la marxiana Gaceta Renana: «los listos del año 1842» (citado por Franz Mehring, Carlos Marx, Traducción de Wenceslao Roces, Ediciones Grijalbo, Barcelona 1967, pág. 110), por su abandono de la filosofía para centrarse en la política, y esto para Bauer era inviable; ya que, según él, la salvación se hallaba en volver a la filosofía pura, a la teoría pura y a la crítica pura; «y en efecto, nada ni nadie se pondría a este plan de levantar un gobierno omnipotente del mundo en la esfera de las nubes ideológicas» (Mehring, Carlos Marx, pág. 110).
Es decir, Bauer era preso de la Implantación gnóstica de la filosofía, de ahí que Marx y Engels, ya en La ideología alemana, lo bautizasen como «San Bruno». (Véase Daniel López: https://posmodernia.com/la-implantacion-politica-de-la-filosofia-de-marx/ y Gustavo Bueno: https://www.nodulo.org/ec/2013/n142p02.htm).
Así expresaba Bauer el programa de la Gaceta Genera Literaria: «Hasta aquí, todas las grandes acciones de la historia fracasaron desde el primer momento y discurrieron sin dejar detrás ninguna huella profunda, por el interés y por el entusiasmo que la masa ponía en ellas; otras veces, acabaron de un modo lamentable porque la idea que albergan era tal, que por fuerza tenía que contentarse con una reflexión superficial, no pudiendo, por tanto, concebirse sin el aplauso de la masa» (citado por Mehring, Carlos Marx, pág. 110).
Para Bauer entre el espíritu y la masa había un abismo y el enemigo del espíritu eran las ilusiones y la superficialidad de la masa. Asimismo, Bauer divorciaba la «idea» del «interés» y, como le reprochó Marx, la idea al margen del interés siempre ha quedado en ridículo (Marx apostaría por las ideas con fuerzas y las fuerzas con ideas).
Si para Bauer la vida social debe su cohesión al Estado, para Marx, en cambio, es el Estado el que debe su cohesión a la vida social.
A finales de 1844 los hermanos Bruno, Edgar y Egbert Bauer decidieron atacar en el octavo cuaderno de la Gaceta General Literaria los artículos que Marx y Engels publicaron en los Anales franco-alemanes. Marx y Engels, reunidos en París en los inicios de su amistad vitalicia, decidieron contraatacar inmediatamente y dadas las circunstancias la respuesta tuvo mucho de improvisación, de ahí el tono alegre y burlesco contra el que fue un antiguo amigo y camarada.
De modo que Marx empezaba a desentenderse cada vez más con los hegelianos de izquierda, esta vez contra los hermanos Bauer, a quienes en un folletito llamó «la sagrada familia».
Dicho folletito creció y con la ayuda de Engels (la cual sería la primera colaboración de los dos grandes amigos) se convirtió en un libro: La Sagrada Familia, o crítica de la crítica crítica. Contra Bruno Bauer y consortes. Por Federico Engels y Carlos Marx. En principio la obra se iba a titular Crítica de la crítica crítica, pero a propuesta del editor, el doctor Lowenthal, se tituló La sagrada familia, título que le parecía «más llamativo, más epigramático», propuesta que Marx dio por buena. La obra fue publicada en Frankfurt en febrero de 1845, y Marx la engordó en 20 pliegos posiblemente con el propósito de escapar de la censura.
El libro estaba pensado contra los artículos de la Gaceta General Literaria escritos por Bruno Bauer y sus seguidores en Berlín. La obra sirvió a sus autores para resolver sus dudas filosóficas y, como otras, crean destruyendo y construyen derribando (del humus de la trituración surge algo nuevo y positivo).
La sagrada familia fue muy reseñada en las revistas alemanas, y como los Manuscritos parisinos era una obra francófila. En esta obra Marx y Engels -pensando contra «las ilusiones de la filosofía especulativa. Tal es la finalidad de nuestro trabajo» (Marx y Engels, 2013: 17)-, esto es, el espiritualismo y el idealismo especulativo, e influenciados por Feuerbach, definieron su filosofía como un «humanismo real»; aunque pasarían del humanismo al socialismo, es decir, del estudio del hombre abstracto al estudio del hombre concreto, esto es, social e históricamente condicionado.
Nada más publicarse La sagrada familia la revista de Bauer «y consortes» cayó en el olvido, pero esto no sirvió para encumbrar a Marx y a Engels, los cuales fueron criticados por matar lo que ya estaba muerto y enterrado (lo que está muerto no puede morir).
Engels sólo escribió un pliego de los veinte que tenía el libro, por eso a Engels le pareció «curioso» y «cómico» que su nombre apareciese junto al de Marx en la portada del libro e incluso en primer lugar Marx extendió el libro a más de veinte pliegos porque así podía gozar de la libertad de censura. Al ver el libro impreso, Engels afirmó que estaba bien pero que era muy voluminoso y además inasequible para el gran público, con lo cual la obra no interesaría demasiado (la obra adquirió importancia a posteriori, pero como valor arqueológico de cómo se fueron incubando las ideas de Marx y Engels).
Esta polémica, como los autores anunciaban, era la primera de otras obras que, cada uno por su cuenta (aunque volverían a colaborar en 1846 en La ideología alemana), llevarían a cabo para fijar su actitud ante las nuevas tendencias políticas, sociales y filosóficas. Y tan en serio era la promesa de Engels, al recibir en sus manos el ejemplar impreso de La sagrada familia, ya tenía terminado el manuscrito de su obra La situación de la clase obrera en Inglaterra, que se publicaría en el verano de 1845 (cuando Engels sólo tenía 24 años) por el editor Wigard, de Leipzig, el mismo editor de los Anales alemanes y que también editó El único y su propiedad de Max Stirner.
El libro de Engels era un retrato de la espantosa situación del proletariado inglés, lo que mostraba los severos refinamientos del régimen burgués. Es uno de los libros más crudos sobre la situación del proletariado inglés decimonónico.
El libro de Engels fue un trabajo teórico y además de campo; pues Engels, al ser un hombre de negocios, estaba bien informado del asunto y ya llevaba un tiempo viviendo en Inglaterra, donde visitó los lugares más inhóspitos en los que se alojaba el proletario industrial.
Fue su sirvienta Mary Burns, con la que mantuvo un romance hasta que ésta murió en 1863, la que le enseñó los suburbios más pobres de Manchester. También le mostraría el modo de relacionarse con Robert Owen y algunos líderes del cartismo.
Engels defendía que la miseria del proletariado engendraría las condiciones dialécticas de la derrota de la burguesía a través de la fusión del movimiento obrero con el socialismo. Engels propuso hacer de su libro una fundamentación socialista.
«En todas partes comenzaron a citar la obra de Engels como el cuadro que mejor representaba la situación del proletariado contemporáneo. Y en efecto, ni antes de 1845 ni después, apareció una descripción tan brillante y veraz de las calamidades sufridas por la clase obrera» (Lenin, 1975f: 78). La situación de la clase obrera en Inglaterra «era una obra que hacía época el primer gran documento del socialismo científico» (Mehring, Carlos Marx, pág. 120).
En La situación de la clase obrera en Inglaterra no son mencionados en ningún momento Bruno Bauer o Feuerbach. Max Stirner lo sería un par de veces y de modo burlesco. En el libro la influencia de la filosofía alemana ya no es retardataria sino decididamente progresiva.
50 años después, cuando Engels reeditó su libro, lo clasificó como el embrión del socialismo internacional moderno en el que aún se notaban las huellas del idealismo alemán, aunque de manera mucho menos notables que los artículos que escribió para los Anales franco-alemanes. Engels no se sentía frustrado porque 50 años más tarde no se hubiesen cumplido los pronósticos que en el libro anunciaba con su «ardor juvenil», sino más bien se congratulaba porque muchos de ellos se cumplieron aunque esperaba que el pleno cumplimiento se realizase en un porvenir demasiado próximo.
Mientras tanto Marx era expulsado de Francia. Así narraba en 1865 Jenny, la esposa de Marx, la expulsión del país galo: «a principios de 1845 se presentó en casa el comisario de policía y nos mostró una orden de exilio firmada por Guizot a petición del gobierno de Prusia. La orden decía: “Karl Marx ha de abandonar París en el plazo de 24 horas”. A mí se me concedió un plazo algo mayor, que utilicé para vender mis muebles y parte de la ropa. Todo ello se hizo a precios verdaderamente tirados, pero tenía que procurarme dinero para el viaje» (citada por Hans Magnus Enzensberger, Conversaciones con Marx y Engels, Traducción de Michael Faber-Kaiser, Anagrama, Barcelona 1999, pág. 47).
Según Heinrich Bürgers, la orden de destierro de la prefectura de policía de París no fue categórica. «A los afectados se les comunicó en secreto que podían permanecer en París, siempre y cuando se comprometieran a no continuar en la prensa con las agitaciones contra gobiernos amigos» (citado por Enzensberger, Conversaciones con Marx y Engels, pág. 51).
En cuanto a Engels le llegó en Barmen la noticia de que Marx había sido expulsado de Francia creyó necesario abrir inmediatamente una suscripción «para repartirnos entre todos, comunistamente, los gastos extraordinarios que eso te ocasione» (citado por Mehring, Carlos Marx, pág. 119).
Y al informarle de la «buena marcha» de la suscripción añadía: «Pero no sé si ello bastará para ayudar a tu instalación en Bruselas, no hay que decir que pongo con el mayor placer a tu disposición los honorarios de la primera cosa inglesa, que espero cobrar, en parte al menos, de un momento a otro y de que, por el momento, puedo prescindir, sacándole algún dinero al viejo. Por lo menos, esos perros no tendrán la fruición de causarte apuros pecuniarios con su infamia» (citado por Mehring, Carlos Marx, págs. 119-120).
Según el filósofo francés Louis Althusser, 1845 sería el año de la «ruptura» del joven Marx, tesis que no compartimos pero que aquí no podemos criticar. Tan sólo añadir que, como afirma el citado filósofo francés, el mundo del joven Marx «es el mundo de la ideología alemana de los años 30 a 40, dominado por los problemas del idealismo alemán, y por lo que se denomina, con un término abstracto, la “descomposición de Hegel”. No es, sin duda, un mundo como cualquier otro, pero esta verdad general no basta, ya que el mundo de la ideología alemana es en ese momento, sin comparación posible, el mundo más aplastado por la ideología (en el sentido estricto), es decir, el mundo más alejado de las realidades activas de la historia, el mundo más mistificado, más enajenado que existía entonces en la Europa de las ideologías. En este mundo nació Marx y empezó a pensar. La contingencia del comienzo de Marx es esa enorme capa ideológica bajo la cual nació, esa capa aplastante de la cual supo liberarse. Tendemos demasiado fácilmente a creer, justo porque se liberó de ella, que la libertad que conquistó, al precio de esfuerzo prodigiosos y de encuentros decisivos, estaba ya inscrita en ese mundo y que todo el problema se limitaba a reflexionar. Tendemos demasiado fácilmente a aceptar como dinero contante y sonante la conciencia misma del joven Marx, sin observar que estaba, en su origen mismo, sometida a esa fantástica servidumbre y a sus ilusiones. Tenemos una tendencia demasiado grande a proyectar sobre esta época la conciencia ulterior de Marx, y a hacer esa historia en “futuro anterior” de la que hemos hablado, cuando, por el contrario, no se trata de proyecta una conciencia de sí sobre otra conciencia de sí, sino de aplicar al contenido de una conciencia sierva los principios científicos de la inteligibilidad histórica (y no el contenido de otra conciencia de sí) adquiridos posteriormente por una conciencia liberada» (Louis Althusser, La revolución teórica de Marx, Traducción de Marta Harnecker, Siglo XXI, México D. F., Madrid y Buenos Aires 1976, pág. 60-61).