La implantación política de la filosofía de Marx

La implantación política de la filosofía de Marx. Daniel López Rodríguez

Con el artículo «Observaciones sobre las recientes Instrucciones para la Censura en Prusia» -escrito entre el 15 de enero y el 10 de febrero de 1842, cuya firma era la «De un renano», y que por supuesto fue censurado pero que sería publicado en Suiza en el primer tomo de las Anécdotas sobre la más reciente filosofía y publicística alemanas, editado por Arnold Ruge en febrero de 1843- Marx se incorporó de lleno a la lucha política. Ya no se trataba de la opinión de un teórico (un observador contemplativo, alejado de los asuntos de la polis, si es que eso es realmente posible), sino de una posición pública pensada contrala reacción. Marx empezaba a publicar desde una posición política militante de modo explícito y sin titubeos (aunque no firmase con su nombre).

El 14 de julio de 1842 escribía, ahora sí con su nombre, en la Gaceta Renana: «Puesto que la verdadera filosofía es la quintaesencia espiritual de su tiempo, tendrá que llegar el momento en el que la filosofía entre en contacto y en acción recíproca con el verdadero mundo de su época. No sólo interiormente por medio de su contenido sino también exteriormente por su propia aparición. La filosofía deja de ser entonces un sistema determinado frente a otro sistema determinado para ser filosofía en general frente al mundo, filosofía del mundo presente. Los elementos formales que demuestran que la filosofía ha alcanzado esta significación, que se ha convertido en el alma viviente de la cultura, que la filosofía se ha vuelto mundana y el mundo filosófico, han sido los mismos en todas las épocas; se puede consultar cualquier libro de historia y se encontrarán repetidos con fidelidad estereotipada los más simples rituales que señalan de modo inconfundible su introducción en los salones y las sacristías, en las redacciones de los periódicos y las antecámaras de las cortes, en el odio y el amor de los contemporáneos. La filosofía es introducida en el mundo por la gritería de sus enemigos, que con su violento pedido de socorro ante el ardor de las ideas delatan su íntimo contagio. Esta gritería de sus enemigos tiene para la filosofía el mismo significado que el primer grito del niño para el oído angustiado de la madre, es el grito de vida de sus ideas que han roto la cáscara jeroglífica del sistema y se han convertido en ciudadanas del mundo… la filosofía incluso había protestado contra los periódicos, considerándolos un terreno inadecuado, pero finalmente tuvo que romper su silencio, se convirtió en corresponsal periodística y he aquí -diversión inaudita- que a los locuaces proveedores de los periódicos se les ocurre de pronto que la filosofía no es alimento para el público periodístico y que no pueden dejar de advertir a los gobiernos que no es honesto que se lleven al ámbito de los periódicos cuestiones filosóficas y religiosas no para la ilustración del público sino para alcanzar fines exteriores» (Karl Marx, En defensa de la libertad. Los artículos de la Gaceta renana 1842-1843, Traducción de Juan Luis Vermal, Gaceta renana Nº 195, 14 de julio de 1842, Fernando Torres-Editor, Valencia 1983, págs. 115-116-117).

Y resumiendo el espíritu de los Anales franco-alemanes le escribiría a Ruge en septiembre de 1843: «el crítico [es decir, el filósofo] no sólo puede, sino que debe interesarse por los problemas políticos… nada nos impide ligar nuestra crítica a la crítica política, a la participación política y, consecuentemente, a las luchas políticas, e identificarlas con ellas. Esa es la manera de afrontar el mundo en modo no doctrinario; esa es la manera de afrontar el mundo con un nuevo principio: ¡Aquí está la verdad, arrodillaos! A través de los principios mismos del mundo nosotros ilustraremos el mundo con principios nuevos. Nunca diremos: “Abandona tu lucha, es una locura; nosotros gritaremos la verdadera consigna de la lucha”. Nos limitaremos a mostrarle la razón efectiva de su combate, porque la conciencia es una cosa que tieneque asumir él mismo» (Karl Marx, «Carta de Marx a Ruge (septiembre de 1843)», en los Anales franco-alemanes, Traducción de J. M. Bravo, Ediciones Martínez Roca, S.A., Barcelona 1970, pág.68, corchetes míos). «Su vínculo con esta publicación lo transformó de erudito en activista; o, dicho con más precisión, de un erudito con una inclinación activista a un activista con tendencia a la erudición» (Jonathan Sperber, Karl Marx. Una vida decimonónica, Traducción de Laura Sales Gutiérrez, Galaxia Gutenberg, Barcelona 2013, pág. 91).

Ya el mismo Arnold Ruge habló de la necesidad de pasar de la crítica teórica «a la acción práctica, al partido» (citado por Juan Luis Vermal y Manuel Atienza, «Introducción» a Karl Marx En defensa de la libertad. Los artículos de la Gaceta Renana 1842-1843, Fernando Torres-Editor, Valencia 1983, pág. 11).

La plataforma en la que empezaba a moverse Marx ya no era la de los otros Jóvenes Hegelianos, los cuales pretendían elevar la crítica filosófica al rango de un objeto ensimismado, como si la filosofía se posicionase en asuntos ontológicos, epistemológicos y gnoseológicos que no tuviesen nada que ver con el mundo, cuando el objeto de la filosofía es el propio mundo en el cual se desarrolla la lucha política (tanto a nivel de dialéctica de clasescomo de dialéctica de Estados). Porque inevitablemente la política de un pueblo repercute en su filosofía y viceversa.

Para Marx el divorcio o la separación entre filosofía y política hacen, para decirlo en términos kantianos, a la filosofía vacía y a la política ciega. Luego, como afirmaba el propio Marx, hay que evitar tanto las ideas sin fuerzas como las fuerzas sin ideas. La filosofía al margen de la política nunca llega a ser una verdad sino una conciencia falsa.

Por eso Marx acusaba a los jóvenes hegelianos de abusar de las cuestiones abstractas prescindiendo de los asuntos económicos y sociales; por ello estaban presos en una pseudoteoría, ya que para el filósofo de Tréveris la verdadera teoría estaba inmersa en las situaciones concretas de las relaciones realmente existentes (y en eso, y no en otra cosa, consiste la implantación política de la filosofía).

De ahí que, como le escribió a Oppenheimer en agosto o septiembre de 1842, el periódico tenía que tratar «cuestiones del estado real, cuestiones prácticas» (citado por Vermal y Atienza, pág. 12). Pero, ¿acaso las cuestiones teóricas y abstractas (terciogenéricas) no son tan reales (tan materiales) como las susodichas cuestiones prácticas?

El hecho de entrar en la redacción de un periódico lo hacía tomar parte de la acción política mucho más que los otros miembros de la izquierda hegeliana. Marx se resistía a ser un mero doctrinario y tuvo voluntad de revolucionario. El «principio energético» venía a ser la herencia del «lado activo del idealismo» que retoma el materialismo y que no se conforma simplemente con interpretar el mundo sino que aspira a transformarlo. Pero ¿acaso interpretar el mundo no es ya un modo de transformarlo? ¿Es que el mundo queda intacto a las interpretaciones, como si fuese posible un descripcionismoque sólo trata de des-velar o recibir una revelación sin participar en la construcción del propio mundo? Es más, ¿acaso el propio mundo no es mismamente una construcción?

En el editorial de la Gaceta Renana del 25 de agosto de 1842 leemos como Marx es un filósofo materialista políticamente implantado, pues la verdadera teoría no debe de edificar castillos en el aire, sino «desarrollarse y aclararse en las circunstancias concretas y sobre la base de la situación existente» (citado por Henry Gemkow, Carlos Marx, biografía completa, Traducción de Floreal Mazía, Cartago, Buenos Aires 1975, pág. 40). «Aunque en los Anales Alemaneslos objetivos finales de carácter práctico se vistiesen todavía preferentemente con ropaje filosófico, en la Gaceta del Rin, de 1842, la escuela de los jóvenes hegelianos se presentaba ya abiertamente como la filosofía de la burguesía radical ascendente, y sólo empleaba la capa filosófica para engañar a la censura» (Friedrich Engels, Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana, Ricardo Aguilera Editor, Madrid 1969, pág. 21).

Desde la Gaceta Renana, Marx no sólo pensaba contrael gobierno feudal de Prusia, sino también contra los propios Jóvenes Hegelianos, en concreto frente al núcleo de Berlín, cuyos miembros se autoproclamaban «libres». Fundamentalmente pensaba contra Bruno Bauer (que volvió a Berlín), pues Marx sostenía que la política que estos jóvenes proponían como voceros era una fraseología pomposa y pseudorrevolucionaria. También el periódico pensaba contra la Gaceta de Colonia, contra la Gaceta General de Augsburgoy, por supuesto, contra la Gaceta del Estado Prusiano, a la que Marx calificaba de infantil.

Visto esto, es menester aclarar con suma brevedad en qué sentido Marx se posicionaba desde la plataforma de una implantación política de la filosofía y no desde la plataforma de una implantación gnóstica. (Véase Gustavo Bueno, «El concepto de “implantación de la conciencia filosófica”. Implantación gnóstica e implantación política»,https://www.nodulo.org/ec/2013/n142p02.htm).

Lo primero que hay que decir es que la implantación gnósticano es otra cosa que una conciencia falsa y por consiguiente se trata de una apariencia falaz, y sólo es emic(fenomenológica); y la implantación políticaes realmente existente, y esetic(ontológica). La filosofía, lo quieran los filósofos o no, siempre está implantada políticamente (ya tenga más o menos repercusión política efectiva en determinados gobiernos o en asuntos diplomáticos en la dialéctica de Estados e Imperios).

No obstante, desde la perspectiva de la implantación gnóstica es la implantación política la que es imaginaria e inexistente, pues no está dispuesta a admitir la existencia de una estructura social exterior a la propia conciencia (pues se piensa en una conciencia hipostasiada, y en el límite absoluta al fundar toda la realidad: «el Yo pone al No-Yo», afirmaba Fichte). Y desde esta posición en el límite la conciencia se identifica con el propio pensamiento (como hacen Descartes y Hegel, cada uno a su modo). Así para Hegel la máxima categoría ontológica es la Idea (Enciclopedia, § 213).

Desde la conciencia gnóstica (que desde el materialismo filosófico consideramos la falsead por antonomasia) la implantación política empezaría a ser vista como un error, aunque ésta tenga la apariencia de la realidad ontológica del fenómeno a través del Estado prusiano.

La implantación gnóstica, por decirlo en términos gnoseológicos, tendría un cierto acento descripcionista (que pretende dejar la realidad intacta, ya que la verdad se comprende como una revelación dada a la pura conciencia); y la implantación política sería más bien constructivista. El gnosticismo trata de librarnos de la cárcel a fin de contemplar el ser, que es inexplicable, místico; y la implantación política procura construir nuestro propio mundo, pues el mundo no es algo dado in illo tempore sino una construcción llevada a cabo a base, entre otras cosas, de juntar y separar cuerpos, por decirlo al modo de Francis Bacon.

Pues bien, Marx era consciente de que las ideas brotan de la tierra y no caen del Cielo ni surgen por inspiración subjetiva: «No es la consciencia del hombre la que determina su ser, sino, a la inversa, su ser social el que determina su consciencia», llegaría a decir en 1859 (https://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/criteconpol.htm). Dicho con terminología hegeliana: no es el Espíritu Subjetivo lo que determina al Espíritu Objetivo, sino el Espíritu Objetivo el que determina al Espíritu Subjetivo. Ya en 1847 llegó a decir: «Los mismos hombres que establecen las relaciones sociales de acuerdo con su productividad material, producen también los principios, las ideas, las categorías, de acuerdo con sus relaciones sociales» (Karl Marx, Miseria de la filosofía, Traducción de Tomás Onaindia, Edaf, Madrid 2004, pág.206).

Para finalizar hay que advertir que militar políticamente no siempre coincide con la implantación política de la filosofía, porque se puede creer en revelaciones especiales (creerse instalado en la implantación gnóstica) y formar parte de un gobierno o de un proyecto político, como pueda ser el caso, salvando las distancias, de los demócratas cristianos o de los integristas islámicos. O incluso, según se dice, Francisco Franco se creía al pie de la letra la leyenda que rezaba: «Caudillo de España por la Gracia de Dios».

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