Los secretos de la Agenda 2030. Control de la natalidad

Los secretos de la Agenda 2030. Control de la natalidad. Mateo Requesens

La ONU y la nueva era progresista de la agenda 2030 (II)

Como señalábamos en la primera entrega de esta serie de artículos, el programa de la Agenda 2030 tiene varias dimensiones que pretenden cambiar de una manera radical las relaciones internacionales, económicas, sociales y culturales en el mundo.  Dimensiones que abarcan aspectos tan transcendentales como el futuro del Estado-nación, el control demográfico, la ideológia de género, ecologismo y cambio climático, la inmigración, el modelo económico o la educación y que conviene conocer para no perderse entre los mensajes propagandísticos con que se promociona. 

Control de la natalidad. 

La agenda de la Declaración del Milenio, aprobada por la ONU en el año 2000, ya contemplaba bajo el epígrafe “Mejorar la salud materna” el control de la natalidad y el reconocimiento del aborto como un derecho, camuflado bajo la etiqueta de salud reproductiva, programa que la Agenda 2030 asume y refuerza al perseguir “garantizar el acceso universal a los servicios de salud sexual y reproductiva, incluidos los de planificación de la familia, información y educación, y la integración de la salud reproductiva en las estrategias y los programas nacionales”. El Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA) afirma que “cuando no se satisfacen las necesidades en materia de salud sexual y reproductiva, se priva a las personas del derecho a elegir opciones cruciales sobre su propio cuerpo y su futuro, lo que produce un efecto dominó en el bienestar de sus familias y de las futuras generaciones. Y, dado que las mujeres son las que dan a luz a los hijos y las que en muchos casos son también responsables de alimentarlos, las cuestiones relativas a la salud y los derechos sexuales y reproductivos no pueden separarse de las relativas a la igualdad de género. Y, por efecto acumulativo, la negación de estos derechos agrava la pobreza y la desigualdad basada en el género”.

Ya en III Conferencia Mundial de la Población, organizada por la ONU en Bucarest en 1974, se adoptó como Plan de Acción el fomento de las políticas anticonceptivas y de planificación familiar. El origen de la iniciativa está en delegación de EEUU encabezada por John D. Rockefeller 3rd. En 1952, en Williamsburg (Virginia), Rockefeller patrocinó bajo los auspicios de la U.S. National Academy of Sciences, un congreso para examinar los efectos del excesivo crecimiento poblacional.  Además, fundaba el Population Council, una ONG dedicada a fomentar la planificación familiar a través de los métodos anticonceptivos y el aborto. A la iniciativa de Rockefeller se le une la Fundación Ford y la Fundación Avalon y Fundación Old Dominion, vinculadas a la familia de los Mellon, multimillonarios financieros. Fruto de la alianza surge la Federación Internacional de Planificación Familiar, referente inmediato de Planned Parenthood, la multinacional abortista por todos conocida. 

El origen de las políticas de planificación familiar se debe buscar por tanto en una decisión del gran capital. Ideológicamente entroncan con las teorías de Thomas Malthus, clérigo anglicano, nacido en el siglo XVIII, que enunció su teoría de la progresión geométrica de la población mundial, crecimiento que provocaría una crisis alimentaria debido a la incapacidad del planeta para producir suficiente comida para satisfacer la demanda. A mediados del siglo XX evidentemente sus teorías habían quedado desmentidas, ya que el holocausto caníbal a que la humanidad estaba condenada no se había producido y en las hambrunas que aún se daban, a los factores de producción y distribución de alimentos contribuían con la misma intensidad otros factores, más políticos que demográficos y ecológicos, como sucedería en Etiopia. Pero la nueva teoría que daba a los gobiernos el poder de controlar la natalidad se basaba ahora en que el desarrollo económico de los países se veía lastrado por una alta tasa de nacimientos. Las ideas del supremacismo anglosajón y protestante se proyectaban ahora sobre Tercer Mundo y los países en vías de desarrollo, de manera análoga a como se habían venido proyectando por los británicos contra los católicos irlandeses y católicos en general por sus creencias sobre la reproducción humana. Natalidad era sinónimo de oscurantismo, atraso, incultura y subdesarrollo.  La Teoría de la transición demográfica, cuyo principal representante sería Frank Notenstein, de la Universidad de Princeton, consideraba que la reducción de la mortalidad y el mantenimiento de altas tasas de natalidad provocaban un crecimiento demográfico descontrolado, que en el Tercer Mundo se traduciría en un grave conflicto. Consideraban que la sobrepoblación era la principal causa de degradación ambiental, el bajo desarrollo económico y la inestabilidad política. Axioma que se trasladó a la ONU y con el que sigue trabajando hoy en día. Baste mirar a los dictámenes del Fondo de Población de Naciones Unidas (UNFPA) que, por ejemplo, en su informe de 2002 sobre «El Estado de la Población Mundial”, insistía en el impacto del «efecto de población» sobre el crecimiento económico. “Los estados con mayor nivel de desarrollo en las últimas décadas son los que más han limitado su expansión demográfica”. Paralelamente, por aquellos mismos años del recién comenzado siglo XXI, en Occidente y especialmente en Europa, el déficit demográfico, tras el fin del baby boom de los años 60, ya empezaba a vislumbrarse como una amenaza para el relevo generacional y un peligro para la misma subsistencia de la civilización europea, con una población en franco declive. 

En 1966, el presidente Lyndon Johnson advirtió que Estados Unidos podría verse desbordado por masas desesperadas e hizo que la ayuda a países en desarrollo dependiera de que adaptaran programas de planificación familiar. Tras presionar intensamente y hacer valer el poder del dinero, Rockefeller consigue en 1967 una Declaración de Líderes Mundiales que incluye la firma de 30 jefes de estado, incluido el de los EEUU. El documento es un manifiesto a favor de la planificación familiar como solución al crecimiento descontrolado de la población mundial. Precisamente el descenso de la natalidad en Occidente coincide con la revolución cultural del 68 y la popularidad de la anticoncepción y el aborto como métodos de planificación familiar. También en ese mismo año, el biólogo americano Paul Ehrlich publicó su The Population Bomb (La explosión demográfica), en el que sugería que ya era demasiado tarde para salvar a algunos países de los terribles efectos de la sobrepoblación, lo cual desembocaría en un desastre ecológico y en la muerte de cientos de millones de personas en los años 70. De nuevo un profeta anglosajón del apocalipsis salido de la universidad de Stanford, no acertó en nada, salvo en colocar su obra en las listas de los libros más vendidos en USA. Las políticas para controlar la población también triunfarían. En 1970 se crea en USA la Commission on Population Growth and the American Future, que recomienda la práctica de métodos anticonceptivos y el aborto. Nelson Rockefeller, hermano de John, Gobernador de Nueva York, aprueba en 1970 la primera ley despenalizando el aborto. En 1971 Planned Parenthood-New York City abrió la primera clínica abortista a gran escala con una donación de la Rockefeller Fundation. Este fenómeno de la planificación demográfica no es patrimonio de los estadounidenses, también ha tenido lugar en China, con la política del hijo único, que se atribuye haber evitado 400 millones de nacimientos. En la India, la Misión para el Control Demográfico, busca bajar las tasas de natalidad incentivando a las mujeres a ser esterilizadas después de tener su segundo hijo. Desde el Banco Mundial se considera que estos “primeros intentos de llevar alternativas de anticoncepción a gran parte del mundo en desarrollo constituyeron un logro social pionero”.

A finales de los 70, las objeciones al control demográfico empezaron a aumentar, especialmente en los Estados Unidos con el crecimiento de los movimientos provida. En Washington, la administración Reagan quitó el apoyo financiero a los programas que incluyeran abortos y esterilización. La Federación Internacional de Planificación Familiar contraataca y en 1989 adopta la estrategia de la “salud reproductiva” para promover el aborto. En octubre de ese año, se llevó a cabo en el Brasil el II Simposio Internacional Christopher Tietze titulado “La Salud de las Mujeres en el Tercer Mundo: El Impacto del Embarazo No Deseado”, bajo el patrocinio de International Women’s Health Coalition, que aglutinaba las principales ONGs abortistas del mundo. 

En la IV Conferencia Mundial de la Población, celebrada en El Cairo, en 1994, ante unos métodos que empezaban a ser criticados por sus evidentes connotaciones totalitarias, se cambió el enfoque, para centrar la justificación de la planificación familiar, no en el control de la población, sino en la protección de la salud reproductiva de la mujer, en la promoción de su igualdad y en su “derecho a decidir”. Así la OMS plantea que las leyes y políticas referidas al aborto deben proteger la salud y los derechos humanos de las mujeres. Para esto, la entidad cree necesario “eliminar las barreras regulatorias, políticas y programáticas que obstaculizan el acceso a la atención para un aborto sin riesgos y su prestación oportuna”. A partir de entonces la salud sexual y reproductiva y los derechos reproductivos tomarán al protagonismo en los documentos emanados de la ONU y sus organismos, OMS, UNICEF, UNESCO, o Programa de las Naciones Unidas para el desarrollo (CNUD) aunando el objetivo del control demográfico con el objetivo de “empoderamiento” de la mujer. Como las directrices fijadas por el gran capital para controlar la natalidad de los países del Tercer Mundo ya no se podía “vender” bajo la cobertura de conseguir un desarrollo socioeconómico a base de mandarles métodos anticonceptivos y dispositivos intrauterinos, fabricados en Occidente, junto a las prácticas abortivas, se busca utilizar un lenguaje nuevo, el derecho a la salud reproductiva y el derecho a abortar como factor de empoderamiento de la mujer.  Distinto enfoque, pero continúa la intención del dominio autoritario sobre la vida humana, ahora camuflado detrás del feminismo y la salud de la gestante. 

La realidad es que nunca se ha demostrado que exista una relación directa entre la natalidad de un país y su desarrollo. Ciertamente países con tasas de natalidad bajas están entre los más desarrollados económicamente. Esto incluye la mayor parte de Europa, Estados Unidos, Corea del Sur y Australia, pero la reducción de la natalidad no equivale a desarrollo. Más bien el desarrollo ha provocado ulteriormente el descenso de la natalidad.  La política China de un solo hijo establecida en los años 70 poco tuvo que ver con el despegue económico chino, a diferencia del abandono de las políticas económicas comunistas y la adopción de la doctrina “un país, dos sistemas”.  En Iberoamérica los países con las tasas más bajas son Cuba, Puerto Rico, Chile, Brasil y Costa Rica, difícilmente podremos extraer de su variopinta situación económica una regla que vincule desarrollo económico a baja natalidad. De hecho, en la época en que Estados Unidos se desarrolló hasta convertirse en la principal potencia económica del mundo, entre finales del XIX y segunda mitad del XX, pasó de 3.7 hijos por familia a 2.7, Filipinas lo ha conseguido en apenas 20 años, sin que el desarrollo haya llegado. 

Al contrario, la caída de la población en los países Occidentales más desarrollados puede suponer una amenaza para la estabilidad mundial cuando los niveles de desigualdad se disparen, la clase media se empobrezca y los más desfavorecidos, junto a las masas de inmigrantes que se han trasladado allí, se sientan defraudados ante un estado de bienestar inviable. En vez de políticas de planificación familiar basadas en la contracepción y el fomento del aborto, deberían potenciarse las políticas familiares que creen las condiciones y proporcionen apoyo para que los padres equilibren trabajo y vida familiar, para evitar el imprevisible reemplazo poblacional fundado en la inmigración masiva. 

Pero la Federación Internacional de Planificación Familiar, creada en los años 50 bajo los auspicios de los multimillonarios liderados por Rockefeller, insiste en sus postulados y promueve la interrupción del embarazo bajo el derecho de todas las personas a decidir libremente sobre su sexualidad y reproducción. Sus objetivos e ideología han venido influyendo poderosamente en los programas de la ONU. En su declaración “Un solo currículo”, propugna eliminar “barreras a la educación sexual tales como el consentimiento paternal”, eliminar “barreras para acceder a servicios abortivos seguros, tales como la autorización de un tercero”, y eliminar “barreras para acceder a la educación sexual integral y servicios de salud sexual”. Es decir, eliminar cualquier participación paterna en el control de la sexualidad y natalidad de sus hijos menores de edad. La Red Europea de la Federación Internacional de Planificación de la Familia cuenta con 37 asociaciones en toda Europa y Asia Central, así como una Oficina Regional en Bruselas que “están comprometidas en garantizar que las necesidades de salud sexual y reproductiva de 800 millones de mujeres, hombres y jóvenes en Europa tengan programas y políticas adecuadas”. Esta red hace lobby en el Parlamento Europeo para que “el sexo y la sexualidad sean reconocidos como partes fundamentales de la vida humana; se respeten las opciones sexuales y reproductivas y la diversidad sea valorada y celebrada”. En España la Federación de Planificación Familiar Estatal promueve los mismos fines y propugna que el coste de  la información sobre métodos de contracepción y lo pagado por los particulares en anticonceptivos sean asumidos por el sistema de salud público.  

La Federación Internacional de Planificación de la Familia con ocasión de la Agenda 2030 ya ha anunciado que irá más allá en su énfasis en la defensa y promoción del aborto y la anticoncepción, como elementos esenciales de la planificación familiar para la “dinámica de poblaciones” y el “cambio climático”. La última actuación de la Federación ha sido la condena de una comunicación remitida por el Administrador interino de la Agencia de los EE UU para el Desarrollo Internacional (USAID) al Secretario General de la ONU, pidiendo eliminar referencias a la “salud sexual y reproductiva” y sus derivados del Plan Mundial de Respuesta Humanitaria de la ONU y abandonar que se contemple el aborto como un componente sanitario dentro de las medidas de la ONU para responder a la pandemia del COVID19.

La propia ONU prevé para 2050 que las poblaciones disminuirán en un 1% o más en 55 países o áreas, de los cuales 26 pueden ver una reducción de al menos el 10 % de su población, y que se espera que el 70% de la población mundial viva en países donde las mujeres dan a luz menos de 2,1 hijos de promedio. De los 9.000 millones de habitantes que se esperan, según la ONU, para 2050, solo nueve países representarán más de la mitad del crecimiento proyectado para entonces (África subsahariana e India). El resto del crecimiento de la población se deberá principalmente al aumento de la esperanza de vida en todo el mundo. En todo caso, la población ha crecido como nunca hubiéramos podido imaginar en el último siglo y, sin embargo, si falta comida en alguna parte del mundo no es porque no se pueda producir.

Jørgen Randers, un demógrafo noruego conocido por sus trabajos sobre superpoblación o John Ibbitson y Darrell Bricker en su libro “Empty Planet”, cuestionan el relato oficial de la superpoblación y el desarrollo sostenible.  Apuntan a los nuevos cambios socio-culturales de la globalización, con sus dinámicas de trabajo y consumo, la vida altamente tecnificada y urbana para explicar el descenso de la natalidad. La mayor esperanza de vida lógicamente también va a provocar un envejecimiento de la población. La amenaza, por tanto, más que en la superpoblación, parece que en un futuro estará representada por el invierno demográfico. Y en dichos estrictos términos demográficos, la planificación familiar en Occidente, no sólo no es precisa, sino que resulta perjudicial y conduce a un hundimiento de su población autóctona. No, no necesitamos guerras ni abortos para controlar la superpoblación. 

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