Introducción
El tema es sencillo o al menos lo parece, ¿existió un hombre llamado Martín Fierro que inspiró al poeta, periodista, político y Pensador Nacional, José Hernández (Chacras de Perdriel, 1834-1886), para que escriba su obra cumbre: El Gaucho Martín Fierro (1872) ?
En una obra descomunal, donde intentando hablar de la obra de José Hernández, se la termina examinando, en el sentido más “médico” que tiene este término, digamos. Una verdadera operación de transfiguración del poema Nacional, hablamos de la obra en cuatro tomos del escritor, poeta, intelectual y crítico literario: Ezequiel Martínez Estrada (San José de la Esquina, 1895-1964): Muerte y transfiguración del Martin Fierro (1948), su autor escribe:
“Atribuirle propiedad a su biografía, suponerla perteneciente a un solo hombre, es desfigurar el intento del Autor y la verdad que surge del texto. Por fuera, corporalmente, Martín Fierro es un fantasma; solamente tiene un alma suya y lo que sentimos que vive todavía no es la escena en que por un instante apareció para desvanecerse en seguida, sino esa imagen de todos que resulta de las cosas y de los hechos. La personalidad material de Martín Fierro no surge de sí; le es impuesta desde fuera por las fuer zas innumerables e indiscernibles del mundo en que vive. Él es una imagen de ese mundo que se forma con los perfiles en que esas fuerzas innumerables e indiscernibles confinan con una realidad humana y personal. Martín Fierro tiene el rostro, la talla, las características físicas, somáticas, de esa matriz que se llama la pampa, la soledad, la pobreza, la injusticia”. (E. Martínez Estrada, p. 77).
Primer desplazamiento
Martin Fierro representa y es la expresión de la tradición Nacional de un pueblo criollo, con rasgos indios y españoles, claro está, es lo propio con la carga/peso de costumbres, valores, vivencias, memoria e historia de los humanos que habitaron (y habitan) este territorio, como lo han expresado tantísimos estudiosos de José Hernández y su obra: Azorín (1939), Pedro Inchauspe (1955), Elías Giménez Vega (1961/1975), Horacio Zorraquín Becú (1972), Fermín Chávez (1973), Eduardo Astesano (1973), Alberto Buela, (1998), Adolfo Prieto (2006), Julio Schavartzman (2013), Ricardo Piglia (2014) y Eduardo Astesano (1973), entre otros.
Ahora bien, ¿es lo mismo que no haya existido una persona real, de carne, hueso y pensamientos, a que haya existido?
La idea que pretendemos dejar es la siguiente: Desde el libro de Domingo Faustino Sarmiento: Facundo. Civilización y Sarmiento (1845), los “imaginarios”, “las ficciones”, fueron más trascendentes y poderosas que las realidades. Afirmamos que las ficciones o los llamados “imaginarios” fueron más fuertes que los hechos y acontecimientos, en pocas palabras, vencieron en el colegio a la memoria popular no escrita.
Tomando una idea de un poema del litoraleño Francisco Madariaga, titulado “Polvareda de Joyas” (Madariaga, 1998, pp. 11-12), imaginemos a la escritura como una suerte de balsero, que transporta ideas surgidas en la ribera intelectual o ribera de la ficción, atravesando el rio de la Historia, hacia la ribera de aquello que se considera “verdad”, aquello que se señala cómo: “lo real”. Piglia ha trabajado esta idea magistralmente cuando escribe:
“La ficción aparece asociada al ocio, la gratuidad, el derroche de sentido, el azar, lo que no se puede enseñar, en última instancia se asocia con la política seductora y pasional de la barbarie. Existe un desprestigio de la ficción frente a la utilidad de la palabra verdadera. Lo que no le impide a la ficción desarrollarse en el interior de esa escritura de la verdad. EL Facundo, por ejemplo, es un libro de ficción escrito como si fuera verdadero.
La literatura nacional es la que define las transacciones y los canjes, introduce deformaciones, mutilaciones y en esto la traducción, en todos sus sentidos, tiene una función básica. La literatura nacional es el contexto que decide las apropiaciones y los usos.” (Piglia, 2014, p. 69).
Repasemos. Siguiendo a ciertos historiadores, liberales (Tulio Halperín Donghi, 2014) o revisionistas (José María Rosa, 1974), en un pequeño periodo que va desde las Reformas Borbónicas (1700-1746), pasando por las Invasiones Inglesas y su Reconquista (1806-1807), hasta la Batalla de Cepeda (1820), se hace añicos el orden establecido por la colonización española, orden que había durado casi 300 años. Los literatos porteños (Estebán Echeverría y su “El Matadero”) y los aporteñados (Sarmiento en toda su obra), intentan poner orden o simularlo, logrando lo segundo más que lo primero.
Nuestra Historia, la que los chicos leían durante el siglo XIX y buena parte del siglo XX, fue una simulación, una falsa Historia (Palacio, 1939) creada por literatos, es decir, desde la literatura para la Historia. El balsero nunca llevo como pasajera a la verdad, a la historia del pueblo y sus luchas, resistencias y logros, siempre transportó a los fantasmas creados por un puñado de hombres.
En términos lacaneanos (Lacan, 2002) el hombre creo un objeto, y este objeto sirvió para mostrarles a otros hombres como no ser sujetos, como dejar de ser sujetos, les enseño a no liberarse de la trampa de una Historia colonial, borró del diccionario el significado real de la palabra libertad y lo cambió por otro. Los hombres sin saberlo, terminaron simulando ser libres, son actores de una obra creada por directores que no están presentes, que no conocen ni conocerán, se convirtieron en “zonzos”, como diría Jauretche (Jauretche, 1968).
Segundo desplazamiento
Ahora bien: siglo XXI. La realidad se desvanece. El objeto existe por el sujeto, ahora, el objeto crea su propio mundo para el sujeto y el sujeto termina trabajando para el objeto (o para un objeto). El sujeto vive, pero no existe. Vive para alimentar al objeto únicamente. El filósofo surcoreano, Byung Chul Han, habla de “violencia neuronal” (Byung Chul Han, 2022), también la llama: “violencia de la positividad”, los humanos en las primeras décadas del siglo XXI sufren una violencia que genera fatiga y hasta asfixia, pero a diferencia de la violencia antigua, de la que hablaba, por ejemplo, Michel Foucault, esta violencia es auto ejercida. El hombre actual, que parece solo existir cuando aparece en las redes, se convierte en objeto: es un avatar, y como tal, como objeto, tiene que ser efectivo. El humano, entonces debe ser súper productivo, debe tener un súper rendimiento, debe hiper comunicar lo que hace, si no comunica no existe como objeto. El sujeto se desvanece. El hombre se desvanece. La realidad se vuelve como aquella intuición de Borges, un tipo antipopular, no colectivo ni comunitario, un genio de la escritura, pero también un profeta del individualismo como tantos otros, que consideran como mediocridad a cualquier acontecimiento colectivo, popular y masivo. Decía Borges: “Fácilmente aceptamos la realidad, acaso porque intuimos que nada es real”. El problema al que asistimos lo explica en unas pocas líneas el filósofo francés, Jean Baudrillard cuando escribe:
“Lo que es real existe: esto es todo cuanto podemos decir (pero la existencia no es todo: es incluso la cosa menos relevante). Entendámonos: cuando decimos que la realidad ha desaparecido, no es que haya desaparecido físicamente, sino que ha desaparecido metafísicamente. La realidad continúa existiendo –lo que ha muerto es su principio.” (Baudrillard, 2004, p.12)
Sobre la existencia de Martín Fierro.
En un inconseguible librito escrito por Rafael Velázquez, titulado: La personalidad histórica de Martín Fierro”, su autor transcribe varios documentos en donde se verifica la existencia de un gaucho de nombre Martín Fierro:
“Lo tituló [Hable de José Hernández] según expresa, con el nombre que le había dado ya el público antes de ser escrito, por su familiaridad con el Martín Fierro que el folleto de 1872 había divulgado pudiendo creerse visto panorámicamente, que Hernández tomó por primera vez ese nombre del gaucho que figura como soldado fronterizo, en la nota del Sargento Mayor don Alvaro Barros, fechada el 16 de agosto de 1866, aprovechando aquí para repetir que el poeta lo pronunció y escribió por primera vez en 1869 o sea tres años después de haberlo estampado Don Alvaro Barros.”
Y luego, expone documentos como este:
“Don Manuel Lastra, alcalde del Cuartel nº 2 del Partido de Monsalvo, conduce al Martín Fierro a Marí Huincul, remitido a disposición de Juez en Primera Instancia en lo Criminal del Departamento del Sur, en Dolores, de donde fue conducido a principios de agosto, por haberse declarado incompetente el Juez del Crimen, Dr. J.J. Cueto. De nuevo en Mari Huincul, el señor Juez de Paz, Don Enrique Sundblad, dictó sentencia el 10 de agosto de 1866 y el reo fue remitido allí, bajo custodia, para prestar tres años de servicio militar en el regimiento 11 de línea, acantonado en Azul.” (Informe militar con fecha 16 de agosto de 1866, fotocopia nº 1) (Velazquez, 1972, pp. 35-36).
¿Por qué razón es importante hablar de la existencia o no de un gaucho llamado Martín Fierro? ¿Por qué no nos quedarnos con la imagen, como dice Ezequiel Martínez Estrada, de un gaucho como tantos otros que existieron en aquella época?
En principio, como dice Martínez Estrada, probablemente Martín Fierro expresó lo que tantos otros gauchos sufrieron en aquella época posterior a Caseros (1852): la leva obligatoria, la denigración, el abuso de las autoridades; esa historia de ser un paría en tu propia tierra.
No obstante, como señala el maestro y filósofo, Alberto Buela, el Pensamiento Nacional se sostiene en el mandato de la realidad, no en una imagen o en una idea. La existencia de Martín Fierro, la posibilidad que sus huesos estén enterrados en la tierra que pisamos hoy nos lanza de otra manera hacia el futuro y hacia el destino de nuestra tierra. Los cuerpos son importantes para el pensamiento nacional. Su existencia de antes y los restos de hoy, su contenido espiritual, religioso, sagrado y santo o como lo quieran llamar, el pensamiento nacional no es laico, no se encuentra desapegado de su Historia, de la memoria ni de los huesos de sus mártires y héroes. Es fundamental la existencia del gaucho Martín Fierro, porque con ella estamos obligados a continuar su legado, a sacarlo de la biblioteca.
Bibliografía mencionada:
- Astesano, Eduardo, Bases históricas de la doctrina Nacional. San Martín, Rosas y el Martín Fierro [1973], Buenos Aires, Eudeba, 2015.
- Azorín, En torno a José Hernández, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1939.
- Buela, Alberto, Aportes a la tradición Nacional, Buenos Aires, Agrupación Tradicionalista Rincón del Moro, Editorial Theoría, 1998.
- Giménez Vega, Elías – González, Julio, Hernandismo y Martinfierrismo (Geopolítica del Martín Fierro,
- Giménez Vega, Elías, Vida de Martín Fierro, Buenos Aires, La Siringa, 1961.
- Halperin Donghi, Tulio, Revolución y guerra. Formación de una elite dirigente en la Argentina criolla, Buenos Aires, Siglo XXI, 2014.
- Inchauspe, Pedro, Diccionario de Martín Fierro, Buenos Aires, C. Dupont Farré, 1955.
- Jauretche, Ernesto, Manual de zonceras argentinas, Buenos Aires, Peña Lillo, 1968.
- Lacan, Jacques, “Más allá del principio de la realidad”, en: Jacques Lacan, Escritos 1. Primera Parte, Buenos Aires, Siglo XXI, 2002, pp. 73-193.
- Madariaga, Francisco, Criollo del Universo, Buenos Aires, Editorial Argonauta, 1998.
- Martínez Estrada, Ezequiel, Muerte y Transfiguración de Martín Fierro Ensayo de interpretación de la vida argentina [cuatro tomos], tomo I, Buenos Aires, Editorial, Fondo de Cultura Económica, 1958.
- Palacio, Ernesto, La Historia falsificada, Buenos Aires, Difusión, 1939.
- Piglia, Ricardo, Crítica y ficción, Buenos Aires, DeBolsillo, 2014.
- Prieto, Adolfo, El discurso criollista en la formación de la Argentina Moderna, Buenos Aires, Siglo XXI Editores, 2006.
- Rosa, José María, Del Municipio Indiano a la Provincia Argentina, Buenos Aires, A. Peña Lillo, 1974.
- Schavartzman, Julio, Letras gauchas, Buenos Aires, Eterna Cadencia, 2013.
- Velázquez, Rafáel, La personalidad histórica de Martín Fierro, Gral. Madariaga, Provincia de Buenos Aires, 1972.
- Zorraquín Becú, Horacio, Tiempo y vida de José Hernández 1834-1886, Buenos Aires, Emecé, 1972.