Mediocracia: poder político, democracia y medios de comunicación (4)

Medios de comunicación. Emmanuel Martínez Alcocer

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MEDIOS DE COMUNICACIÓN

Una vez que hemos aclarado qué podemos entender por poder político y por democracia es de vital importancia que aclaremos, aunque sea mínimamente, qué podemos entender por medios de comunicación. Aquí seguramente la definición o aclaración requiera de menos desarrollos filosóficos e históricos, por lo que no será tan detallista. Pero no por ello lo daremos por supuesto e intentaremos aclarar qué podemos entender por medios de comunicación.

Porque ya un simple análisis etimológico de las palabras medio y comunicación que componen el sintagma puede aclarar mínimamente de qué hablamos. Medio viene del latín medius (en medio), cuya raíz indoeuropea es medhi, que dio madhya en el sánscrito y mesos (esto es, medio) en griego. Significando múltiples cosas dependiendo del con-texto o de la disciplina de referencia, por ejemplo: aquello que es una de las dos partes iguales en las que se divide algo; aquello que está situado en la parte equidistante entre dos puntos o extremos; aquello que posee las características más generales de un conjunto de elementos; la parte central de algo; el entorno ecológico en el que viven y se desarrollan los organismo… Y en el contexto que nos incumbe: aquel canal a través del cual se difunde la información.

Por su parte, comunicación proviene del latín communicatio, significando la acción y efecto de transmitir y recibir un mensaje. Derivando del verbo communicare, significando compartir, intercambiar algo, poner en común. Se refiere a lo común, a lo público. Comunicación, pues, refiere a algo común que es compartido (de ahí que los medios de comunicación puedan alcanzar su carácter masivo y ser tan importantes para las sociedades modernas democráticas, donde lo común cobra tanta importancia). Es una palabra algo compleja con algunos componentes léxicos, como el prefijo con- (que indica entera-mente, globalmente), munus (que indica cargo, deber, ocupación), -icare (que significa convertir en), y el sufijo -ción (que indica acción y efecto).

Un medio de comunicación podría entenderse, por tanto, como aquel instrumento, aquella plataforma, aquella técnica o aquella tecnología –que genéricamente es designada en el sintagma como «medio»– a través de la cual es posible transmitir, y de hecho se realiza, un contenido, una información que puede tener un interés de alcance común para un grupo o en su límite para todos ellos. Esto implicará ya tres cosas fundamentales a la hora de hablar de medios de comunicación.

  1. En primer lugar debemos hablar, pues, de una plataforma, una técnica o una tecnológica, aunque también puede ser orgánica en su sentido más básico (el propio cuerpo), en la cual y a partir de la cual realizar la comunicación. Y en función de qué plataforma sea la utilizada el alcance de esa comunicación será mayor o menor (no tiene el mismo alcance la propia voz, la imprenta o una carta manuscrita que la televisión o internet, por ejemplo). Esto también puede dar pistas acerca de por qué no podemos ver empleada la palabra mediocracia en nuestro sentido al menos hasta el siglo XX, ya que estos medios masivos en los que se daría la mediocracia requerían del desarrollo tecnológico necesario para poder ser de masas[1]. Un desarrollo tecnológico que haría también posible otros fenómenos relacionados con los medios de comunicación, como es la llamada telebasura. Por eso no es casual que el término telebasura, de hecho, se emplease por primera vez en Estados Unidos en 1989 para referirse a su televisión –¿podría entonces empezar a hablarse, teniendo en cuenta la estrecha relación existente entre democracia y televisión, y que quien consume esa televisión es también quien vota, de democracia basura?–.
  2. En segundo lugar esa comunicación, necesariamente, ha de producirse en un lenguaje (algo que puede resultar obvio, pero es necesario explicitarlo, si tenemos en cuenta que aquella información que se transmite tiene o puede tener un carácter común, con lo que es necesario un lenguaje común). Y esto tampoco es baladí, porque según sea el lenguaje empleado para realizar la comunicación esta podrá tener un mayor o menor alcance. No será igual una comunicación realizada con un lenguaje encriptado que sólo unos pocos comprenden, o una comunicación hecha en código morse (que requiere de su tecnología propia), que una comunicación realizada con idiomas universales como el español o el inglés, idiomas que comprenden cientos de millones de personas[2].
  3. En tercer lugar, debemos tener en cuenta el contenido de la comunicación (lo que también se llama el mensaje). En primer lugar porque el propio contenido también puede determinar el tipo de tecnología y/o de lenguaje a utilizar. No se puede comunicar lo mismo, no es lo mismo realizar una comunicación con código binario o mediante braille o mediante un meme que por medio de un lenguaje doblemente articulado. El medio y el fin (mensaje) se codeterminan mutuamente. Los contenidos deberán ser adaptados a los lenguajes y plataformas a partir de los cuales se trasmitan, y viceversa, los lenguajes y plataformas elegidos permitirán transmitir unos contenidos y no otros. Las limitaciones propias de cada medio y de cada lenguaje no dejan otra opción.

Estas características siempre debemos tenerlas en cuenta como unos mínimos a la hora de hablar de los medios de comunicación. Ahora bien, este sintagma, medios de comunicación, suele emplearse para referiste a los medios de comunicación de masas (radio, prensa escrita, televisión, redes sociales…). Por lo que, de nuevo, podríamos distinguir respecto a este sintagma dos sentidos. Un sentido genérico en tanto en cuanto llamamos medio de comunicación a toda aquella plataforma que nos sirve para transmitir un contenido informativo o mensaje en un lenguaje determinado, como pueda ser incluso la propia voz cuando al hablar con alguien le transmitimos una información, o incluso cuando usamos una aplicación de mensajería instantánea al comunicarnos con alguien. Y un sentido específico en tanto en cuanto nos referimos a los medios de comunicación de masas (radio, prensa escrita, televisión, redes sociales…), que requirieron de un momento preciso para aparecer. Por ejemplo, en cuanto plataformas tecnológicas los medios de comunicación no pueden darse antes del desarrollo de dicha tecnología; y esto, de nuevo, puede parecer una trivialidad, pero no lo es, pues es muy importante no perder en ningún momento esto de vista para no pasarnos de nuevo por exceso. Esta contención «trivial» nos impediría hablar en una historia de los medios de comunicación, por ejemplo, de medios de comunicación de masas en la antigua Roma.

Es en este segundo sentido, en el sentido específico, donde se da el fenómeno sobre el que venimos hablando a lo largo de todas estas páginas: la mediocracia. Pues es a partir del desarrollo tecnológico de estos medios y su progresiva capacidad de llegar a todos los rincones de las democracias actuales –y del mundo, en su límite– cuando, de forma creciente, han ido adquiriendo un poder de información pero también de control y manipulación hasta ahora imposible. Y ha sido sólo tras este desarrollo tecnológico cuando han podido formarse los grandes grupos mediáticos que tanto poder albergan. Y es que los medios de comunicación de masas, como podemos ver con la irrupción de la digitalización y el surgimiento de las redes sociales, están en constante evolución y desarrollo. Hasta el punto de que estos últimos desarrollos han hecho tambalearse al periodismo tradicional, pues la diversidad tecnológica y la velocidad de transmisión han hecho posible que multitud de sucesos que ocurren en cualquier lugar del mundo puedan ser conocidos apenas minutos después en la otra parte del globo. Aunque esta velocidad de transmisión y abundancia creciente de comunicaciones también ha conllevado un aspecto nocivo, y es la falta de filtro, la casi incapacidad de los ciudadanos para determinar la veracidad de lo que se les trasmite o simplemente para digerir adecuadamente la información y que esta sirva para formar su juicio, como, en principio, debería suceder con los medios de comunicación de las democracias occidentales en general y europeas en particular. Hasta ahora los buenos periodistas, además de procurar ofrecer información veraz, tenían como función el filtraje de la información, la elaboración de esta para que cuando llegase a los ciudadanos esta fuera fiable y comprensible.

A su vez, esto ha afectado a las cadenas televisivas, de radio y de prensa escrita tradicional pues, esta velocidad y masividad informativa, unida a la necesidad de competir para conseguir su «cuota» de «clientes» (generando fenómenos como el clickbait), ha causado que en gran cantidad de ocasiones estos medios no realicen el filtraje necesario o la verificación necesaria de la información que publican o transmiten. A lo que se suma que el desarrollo de otras plataformas por las que es posible transmitir información, como las mencionadas aplicaciones de mensajería instantánea o las nuevas plataformas de vídeo, así como la digitalización de la prensa escrita y su acceso gratis –aunque ya los periódicos han empezado a establecer cuotas mensuales o anuales necesarias para ver multitud de contenidos– han provocado problemas de financiación. Problemas que se intentan solucionar generando contenidos que llamen la atención, que lleven a tener mayor audiencia o mayores visitas y, por tanto, más publicidad con la que financiarse. También han provocado que, al tener que buscar constantemente la rapidez y la atención, los mensajes transmitidos cada vez se simplifiquen más. Lo cual ha conllevado en el ámbito po-lítico que en una situación de campaña, por ejemplo, las intervenciones de los candidatos se sinteticen en sound bites, que simplemente sirven para llamar la atención o descalificar al contrario, pero difícilmente permiten el desarrollo argumentativo o de los planes y pro-gramas a realizar y que justifiquen el voto. De modo que la tendencia de voto se ha ido centrando más en la persona del candidato, en su «carisma», en su «imagen» y dejando de lado las políticas reales. Estas podrían ser consideradas como algunas de las consecuencias más reseñables de la mercadotecnia y de la mediocracia en éste sentido.

Todas estas consideraciones nos pueden dar pie a hablar, brevemente, de los fines que podemos encontrar en los medios de comunicación en sentido específico, tal y como hemos desarrollado.

Tal y como hemos definido los medios de comunicación resulta claro que el fin básico de los medios de comunicación es la transmisión de unos contenidos informativos

de alcance común por medio de la palabra, mediante otro tipo de «lenguajes» o bien mediante la imagen y el sonido, según permita el medio (técnico o tecnológico) utilizado. Ahora bien, a la hora de realizar este fin, dependiendo del modo en que se haga, es cuando la mediocracia comienza a adquirir sus sentidos. Pues si entendemos que la mediocracia puede tener un sentido positivo –positivo respecto a qué: respecto al fin político– valora-remos que los medios de comunicación son capaces de comunicar con objetividad ciertos contenidos, a pesar de que podamos admitir que en función de los intereses ideológicos y económicos de estos medios esta información siempre pueda ser vertida con cierto sesgo. Un sesgo que el ciudadano siempre podría conocer, se supone, en cualquier caso. Pudiendo realizar por tanto funciones como la de informar, educar, entretener, enseñar, mostrarnos la realidad del mundo (aunque sea desde su óptica) o aportar elementos de juicio. De modo que los medios, sobre todo los de masas, generarían información, cultura, educación y entretenimiento de calidad, fomentando con todo ello el civismo de forma generalizada y accesible económicamente. También canalizarían uno de los derechos más importantes para una democracia: la libertad de expresión[3].

Otro aspecto que se suele considerar positivo, porque es algo que se realizaría por mor del interés de los ciudadanos soberanos, de la democracia y de la perdurabilidad y fortaleza del Estado, es ese control y supervisión que los medios podrían ejercer respecto a los poderes políticos e intereses de Estado. Y otros aspectos positivos que se podrían atribuir a los medios de comunicación serían la posibilidad que ofrecen para compartir abundantes informaciones de utilidad e interés de forma rápida y a grandes distancias (sucesos de carácter político o social, descubrimientos científicos, novedades literarias…). Es por ello por lo que son medios de masas, porque llegan a una gran cantidad de personas y a gran velocidad. También es posible destacar la importancia a nivel económico de estos medios, pues precisamente su masividad permite que multitud de empresas, mediante anuncios y publicidad, consigan hacer conocer sus productos a un número amplísimo de ciudadanos, reportándoles beneficios económicos, aumentando así el consumo general, y teniendo un efecto positivo en la economía de la sociedad de referencia.

Pero si entendemos la mediocracia desde un ángulo negativo –de nuevo, negativo respecto al fin político– sospecharemos en todo momento acerca de la posibilidad de la objetividad de esa información que los medios puedan transmitir; los sesgos ideológicos, cuando no se escondan, se concebirán más difíciles de superar. De modo que siempre mantendremos una gran cautela, en los casos más lúcidos, ante los posibles sesgos informativos que los medios puedan ejercitar por mor de sus intereses económicos e ideológicos. Llegando al fenómeno de la desinformación, esto es, toda aquella información engañosa o manipulada que es difundida a sabiendas de su falsedad o manipulación. Este en-gaño deliberado seguramente, por lo que se puede ver en la bibliografía así como en di-versas manifestaciones ciudadanas, sea el sentido más común que adquiere la mediocracia. Desde esta perspectiva no atribuiremos a los medios de comunicación funciones como informar o enseñar sino directamente la de conformar la opinión y controlar los pensamientos y sentimientos de los ciudadanos.

Así pues, las características negativas se centran en la manipulación deliberada de la información –lo cual ya nos debe hacer plantearnos si la información falsa y manipulada puede llamarse información; del mismo modo un conocimiento falso muy difícil-mente puede ser un conocimiento– y en el empleo de la misma para la consecución de intereses exclusivamente ideológicos y/o económicos. Unos intereses que pueden ser los propios de los medios de comunicación –mediocracia recta– o bien actuando al servicio de otros grupos de poder –mediocracia oblicua–, como pueda ser una entidad bancaria, una empresa, como una multinacional, un partido político o el Gobierno de la nación (lo que se conoce como oficialismo, conseguido a través de diversos medios, como el riego con dinero público que un Gobierno puede hacer a tales o cuales grupos).

Tenemos ya así al menos cuatro sentidos que puede adquirir la mediocracia, los cuales se pueden dar perfectamente entremezclados de diversas formas, a saber: mediocracia en sentido positivo y en sentido negativo –respecto al fin político– y mediocracia en sentido directo –en función de los propios intereses de los medios– y mediocracia en sentido oblicuo –en función de los intereses políticos–.

Continúa…


[1] Por nuestra parte, debemos precisar que, a la hora de hablar aquí de las masas, lo haremos en un sentido extensionalista, queriendo indicar simplemente el gran alcance que tienen los medios. Pretendemos alejar-nos de significaciones que masas puedan adquirir en autores como Freud, Marcuse u Ortega y Gasset, en los cuales masa adquiere un tinte filosófico-psicologista en tanto en cuanto significa aquello que anula al «ego», dominándolo total y constantemente.

[2] Esta «necesidad lingüística» también nos permitiría poner en duda si las supuestas «comunicaciones telepáticas» que estarían permitiendo los últimos avances tecnológicos, por ejemplo mediante implantes por microchip, pueden llamarse realmente comunicación o debemos hablar de otro tipo de fenómenos. En caso de que admitamos que los limitados pero no menos impresionantes avances en éste campo tienen significación suficiente por el momento. Puede haber dudas acerca del alcance que puede tener el desarrollo de estas tecnologías, pero del futuro nada se sabe.

[3] 14 A principios del siglo XX, el teórico de la información y la comunicación Robert Dahl –una de las referencias más típicas de la bibliografía sobre nuestro tema–, en La democracia y sus críticos, consideraba que había dos pilares fundamentales sobre los que ha de apoyarse una democracia moderna, a saber: la libertad de expresión y la pluralidad en la información. Ambos pilares político-sociales serían posibles gracias a la existencia de medios de comunicación libres e independientes, que permitirían la formación de un espacio público de información y debate. La democracia se basaría en una comunicación libre. A nuestro juicio esta teoría, como teoría formalista e ideal, está bien, pero ya vamos viendo, y profundizaremos más en ello, que lo que sucede realmente está en muchas ocasiones muy lejos de estas teorizaciones, ¿deberemos decir entonces que no vivimos realmente en democracias?

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