Menos “ciencia” y mas ciencias

Menos “ciencia” y mas ciencias. José Alsina Calvés

De un tiempo a esta parte, venimos observando en la jeringonza de algunos políticos (normalmente entre los autodenominados “progresistas”) constantes alusiones a una entidad misteriosa, llamada “Ciencia”. Parece ser que esta “Ciencia” habla por si sola, y no se equivoca nunca. Los políticos invocan a la “Ciencia” cuando les conviene (por ejemplo, para hablar de la “crisis climática”), pero no lo hacen cuando no les conviene (con la “ideología de género”, por ejemplo).

En este artículo queremos demostrar que no existe tal “Ciencia”, sino las ciencias, con objeto, métodos y comunidades científicas diferenciadas. Asimismo, que las características que se atribuyen a la tal “Ciencia” (dogmatismo, infalibilidad, unanimidad) son absolutamente opuestas a las que caracterizan a las ciencias reales (criticismo, errores, controversias).

En el siglo IV A.C. el filósofo griego Aristóteles ya no dice que cada ciencia se ocupa de un género de seres, y, por tanto, existen tantas ciencias como géneros. Aunque en el mundo griego no estaban perfiladas las distintas ciencias como en la actualidad, ya se distinguía la geometría, la astronomía y la medicina. El propio Aristóteles sentó las bases de lo que sería la zoología (con sus tratados sobre los animales) y de la psicología (con su tratado Sobre al alma).

En la universidad medieval encontramos, en el llamado Quadrivium, donde aparecen individualizadas, la aritmética, la geometría y la astronomía. Hay también una facultad de medicina, y se habla también de historia natural, como el estudio de las plantas y los animales.

Con la revolución científica del siglo XVII se individualiza la física como primera ciencia moderna, aunque a veces se la llama también “filosofía natural”. Recordemos que la obra fundacional de la física moderna, escrita por Isaac Newton, llevaba como título Principios matemáticos de Filosofía natural. En el siglo XVIII, de la mano de Lavoisier, nace la química como ciencia diferenciada.

Hasta el siglo XIX se habla de Historia Natural, disciplina difusa en la cual se enmarcan los conocimientos biológicos y geológicos. Figuras como Buffon, Cuvier y el propio Darwin se consideraban a si mismo como “naturalistas”. Es en este siglo cuando se empiezan a utilizar los términos “biología” y “geología”. El primero por Lamarck, el segundo por Lyell.

En el siglo XX se completa la separación de estas dos ciencias, no solamente en el plano epistémico (objeto de estudio, métodos), sino también el sociológico: cátedras, sociedades científicas, revistas especializadas. Así, por ejemplo, cuando después de la I Guerra Mundial se produce la gran controversia entre Alfred Wegener, defensor de la deriva continental, y la mayoría de los geólogos, vemos que la geología ya está establecida como ciencia, no solamente por el objeto (la Tierra) y los métodos, sino por la existencia de cátedras, congresos y una comunidad científica con conciencia de serlo.

En periodo de entreguerras, concretamente en 1921, nace el llamado Circulo de Viena, cuando  Moritz Schlick gana la cátedra de filosofía de las ciencias inductivas en la universidad de esta ciudad. En torno a esta cátedra se reúnen un grupo importante de filósofos y científicos, muchos de ellos próximos a la socialdemocracia. Aunque el Circulo se disolvió en 1936, sus ideas tuvieron una amplia influencia en la posguerra, dando lugar a una corriente llamada neopositivismo lógico.

Los neopositivistas si que abogaban por la unidad de la ciencia, o, mejor dicho, por la reducción a la física de todas las ciencias naturales. Abogaban también por el empirismo y la por la reducción de toda proposición científica a proposiciones observacionales. Figuras como Poincaré, Duhem, Russell, Frege o el propio Einstein participaron en esta corriente.

A finales de la década de los 60 del pasado siglo, Thomas Kuhn publicó La estructura de las revoluciones científicas, dando lugar al nacimiento de la llamada nueva filosofía de la ciencia, en la que participaran figuras como Larry Laudan o Imre Lakatos. Esta nueva corriente rechaza absolutamente los presupuestos de los neopositivistas.

En la obra de Kuhn en interesante su descripción sociológica de la diversificación de las ciencias. Se consolida una comunidad científica de una ciencia determinada cuando existen cátedras, sociedades científicas, congresos y publicaciones específicas. La comunidad de consolida con la existencia de un paradigma, o consenso o teoría básica. Este paradigma marca los problemas a investigar, e inspira los libros de texto donde se enseña esta ciencia.

Es cierto que existen parcelas de la realidad donde dos ciencias puedan coincidir, pero a pesar de ello podemos establecer diferencias. Así, por ejemplo, un libro de química orgánica (química) nos dice que el éster es un grupo funcional, como el alcohol, el ácido o el carbonilo. Pero un libro de bioquímica (biología) nos dice que el éster es un tipo de enlace, como el glicosídico o el peptídico. Es evidente que no hay “unidad de la Ciencia”.

El recientemente fallecido filósofo español, Gustavo Bueno, desarrolló la llamada teoría del cierre categorial, también contraria a la “unidad de la Ciencia”. Según Bueno, una ciencia madura “se cierra” sobre los objetos que constituyen su campo categorial.

Aparte de todo esto hay que señalar que las características propias de la actitud científica están en las antípodas de esta admiración bobalicona de los progresistas ante la supuesta “Ciencia”. Un cierto escepticismo, espíritu crítico, apertura hacia las controversias (muy frecuentes en la historia de las ciencias), son rasgos que se oponen frontalmente al cientificismo bobalicón.

Donde mejor puede observarse la instrumentalización de esta supuesta “Ciencia” es en el tema climático. Los agitadores de la histeria climática invocan continuamente a la “Ciencia”, y llaman “negacionistas” (término con evidente carga emotiva) a todo aquel que se muestra mínimamente escéptico, ya no con el fenómeno del calentamiento del clima, sino con la teoría de su origen antropogénico.

En realidad, a quién invocan no es a la “Ciencia”, sino a los climatólogos, y, más específicamente, a los climatólogos de la UNESCO. En general, los climatólogos tienen una idea muy “presentista” de los problemas climáticos, mientras que los geólogos, que miran en problema en su perspectiva histórica, son mucho más escépticos sobre la tesis de que es el CO2 él único responsable, pues saben que los cambios climáticos han sido una constante en la historia de la Tierra, con sus periodos glaciares e interglaciares, y conocen también hipótesis alternativas al calentamiento antropogénico, como la de las manchas solares, o los ciclos de Milankovitch, de inclinación del eje terrestre. Para los activistas climáticos la geología no es “Ciencia”.

En lugar de establecerse una sana controversia, los activistas climáticos han optado por la cancelación. Tienen a su favor el enorme poder económico y político del llamado “capitalismo verde”, es decir, la conjunción de empresas que auguran pingües negocios con el coche eléctrico, los molinos eólicos o las placas solares. Los científicos que sostienen actitudes críticas o, incluso, simplemente escépticas son sistemáticamente silenciados y cancelados.

Hace un par de años, el boletín del Colegio de Geólogos de Cataluña publico un artículo muy crítico con la teoría del cambio climático antropogénico. Los activistas climáticos, en lugar de contraponer sus argumentos, presionaron al Colegio para que retirara el artículo. El artículo no se retiró, pero el Colegio se negó a publicar la segunda parte, que tuvo que aparecer en una página alternativa.

El activismo climático utiliza la misma estrategia de la cancelación que el inmigracionismo o la ideología de género para silenciar cualquier polémica. Es normal que así sea, pues forma parte del paquete de ideologías que conforman el Pensamiento Único.

La presencia de este cientificismo bobalicón en la enseñanza de las ciencias en secundaria y bachillerato es tremenda, y nefasta. Pero este tema daría para otro artículo.

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