La primera glosa de D’Ors en La Veu de Catalunya se publicó el 1 de enero de 1906. Entre marzo de 1904 y abril de 1906 ha residido en Madrid para preparar las asignaturas de doctorado, que culminan con sus tesis doctoral Genealogía Ideal del Imperio (Teoría del Estado-Héroe). Este dato nos muestra dos realidades, una de tipo ideológico y otra profesional. Por un lado, vemos que justo antes de iniciar su colaboración con el órgano catalanista, la idea de Imperio está ya presente en la ideología orsiana. Por otra parte, como ha puesto en evidencia Cacho Viu[1], dos años era un tiempo muy superior al habitual para preparar un doctorado, lo que demuestra el interés, ya muy temprano de D’Ors, de tratar de incorporarse al mundo literario de la capital.
Previamente había colaborado en El Poble Catalá, publicación de carácter izquierdistas. En estas colaboraciones había manifestado simpatías e influencias del Modernismo[2], del que renegaría posteriormente, y al que criticaría como tendencia opuesta al Noucentisme.
Esta colaboración, bajo el encabezamiento de “Reportatges de Xènius” se extendió durante dos años y medio[3], y puede considerarse como un antecedente directo del Glosari. A lo largo de estos años ira tomando forma el núcleo de su pensamiento, que aparecerá, ya totalmente madura, en las colaboraciones en La Veu.
La propuesta Noucentista, a la vez cívica, metapolítica y artística, empieza a ver la luz con la colaboración, que pronto será exclusiva, con el órgano de la Lliga. A todo ello no fue ajeno Prat de la Riba: el hábil político catalán había leído ya publicaciones de D’Ors, y creía haber encontrado al pensador del catalanismo, al filósofo que podía expandir a los cuatro vientos su programa político[4]. Podemos decir que el Noucentisme fue el producto de esta colaboración entre el político y el intelectual, en la que D’Ors aportó las ideas-fuerza y Prat la envoltura catalanista.
Esta colaboración no estuvo exenta de roces, especialmente con Raimon Casellas, el jefe de redacción de La Veu, hombre muy alejado de la altura de miras de Prat. Así, ya en 1907, la crónica titulada “Claudianópolis” no fue publicada, y el 4 de febrero D’Ors pedía explicaciones a Casellas, y reclamaba el original[5]. El episodio se repitió en años sucesivos.
La propuesta Noucentista podría haberse hecho desde otros ámbitos políticos. De hecho, en su etapa madrileña, escribiendo ya en español, D’Ors siguió hablando de Novecentismo, como propuesta literaria, estética e ideológica opuesta al romanticismo y al ruralismo finisecular de los autores de la Generación del 98, con argumentos muy parecidos a los que había usado, en su etapa catalana, para rechazar al Modernismo finisecular catalán. Para Prat de la Riba el Noucentisme podía ser un importante instrumento metapolítico, la bandera de una nueva generación que aportase savia nueva al catalanismo, y que representara su renovación frente al romanticismo nostálgico de la generación finisecular, y una alternativa al ya decadente Modernismo.
El Noucentisme es, antes que nada, una forma de clasicismo. Equilibrio, orden, referencias al Imperio Romano y a Grecia Clásica, y espíritu mediterráneo. En su elaboración se dejan sentir las influencias de Charles Maurras y de la Acción Francesa, que habían elevado este término a palabra clave de su bóveda doctrinal[6].
Desde las Glosas publicadas en La Veu, D’Ors fue elaborando la imagen-tipo del intelectual Noucentista, como una persona vigorosa, capaz de rechazar el romanticismo Fin de Siglo para construir arte afirmativo, desarrollo pedagógico, cultura moralista, divulgación del saber y armonización social[7], y todo ello encaminado a la construcción de la Ciudad.
Al mismo tiempo, iba repartiendo “carnets de Noucentista” a diversos personajes de la vida publica catalana y española, escritores, artistas y hasta políticos. Entre ellos figuraron Francesc Cambó, Pere Corominas, Josep Carner y Josep Mª Sert. Fuera de Cataluña fueron “agraciados” Gregorio Martinez Sierra, Enrique Diaz-Canedo y el propio Ramiro de Maeztu.
En este sentido es interesante reseñar la equivoca relación de Eugeni D’Ors con el gran poeta Joan Maragall. Por una parte, lo considera su amigo y “maestro. Entre las cartas publicadas por Cacho Viu[8]podemos ver las dirigidas al poeta, al que trata siempre con una gran reverencia. Pero, por otra parte, las ideas estéticas de D’Ors se encuentran en las antípodas de la idea de idea de Maragall de la poesía como “paraula viva”, llena de resonancias románticas y de inspiración popular. En diversas ocasiones D’Ors criticará esta concepción de la poesía, pero siempre con gran respeto a la figura del poeta.
Todo ello va mucho más allá de un simple revival literario o artístico[9]. D’Ors emplea un lenguaje acuñado en Francia con una clara intencionalidad metapolítica, y, en su caso, con el claro objetivo de rectificar la doctrina nacionalista imperante en Cataluña. Dejando aparte la cuestión de si D’Ors era realmente nacionalista catalán, se plantean aquí dos cuestiones muy interesantes.
Por una parte, es evidente que a D’Ors le interesa, por encima de todo, la formulación metapolítica e ideológica que corresponde al Noucentisme, que podría resumirse en arbitrarismo, civilidad, humanismo, socialización e imperialismo. La cobertura político-partidista va en segundo plano, y esto explica que las mismas ideas pudieran defenderse desde el catalanismo conservador de la Lliga primero, y desde las filas de Falange posteriormente. Tampoco debían ser ideas tan alejadas, cuando durante la Guerra Civil, un grupo de intelectuales de la Lliga (Verges, Agustí, Masoliver) se alistaron a Falange bajo el liderazgo de Dionisio Ridruejo.
Por otra parte, aun admitiendo que en este periodo D’Ors fuera realmente un nacionalista catalán, este nacionalismo tendría unos fundamentos ideológicos que estarían en las antípodas de los que han alimentado al catalanismo en la mayor parte de su historia. La idea metafísica de nación como algo eterno, que inspira la volksgeit o “espíritu del pueblo”, importada del nacionalismo romántico alemán, que ha inspirado al pensamiento nacionalista, esta en las antípodas de las ideas de D’Ors, en que la nación es construcción cultural y transmisión. Más adelante veremos que estas ideas aparecen mezcladas, de forma algo contradictoria, en la obra de Prat de la Riba, La Nacionalitat catalana.
La síntesis entre clasicismo Noucentista, el interés por el sindicalismo (del que nos ocuparemos más adelante) y un cierto estatismo, han llevado a Cacho Viu a califar el Noucentismo de prefascismo[10]. Nosotros más bien nos inclinaríamos a homologarlo con la corriente llamada Revolución Conservadora, que floreció en la Europa de entreguerras, y cuyos representantes (Schmitt, Jünger, Heidegger, Niekisch, Van den Bruck) tuvieron relaciones ambiguas con los movimientos fascistas, que fueron desde la colaboración hasta la oposición activa[11].
D’Ors i Prat de la Riba : La Nacionalitat Catalana
Enric Prat de la Riba, el gran valedor y protector de D’Ors fue un político pragmático, pero de altas miras. Su modelo no fue nunca la separación de Cataluña de España, sino llegar a una especie de monarquía dual, al estilo del Imperio Austro-Húngaro. Presidente de la Diputación de Barcelona desde 1907 y de la Mancomunidad de Cataluña desde 1914, fue consciente de la necesidad de rodearse de un potente equipo de intelectuales, entre los cuales estaba D’Ors, y de la necesidad de una doctrina potente y actual, que diera al catalanismo visos de modernidad, más allá del ruralismo y del romanticismo nostálgico. Creyó ver en el Noucentisme esta doctrina.
El año 1906 publicó lo que se puede considerar la obra canónica del nacionalismo catalán, La Nacionalitat catalana[12]. En este libro pueden apreciarse las influencias de D’Ors, un intento de conciliar las ideas de Nación y de Imperio (ideas que en D’Ors son opuestas), y un intento de conciliar ideas sobre la nacionalidad esencialmente opuestas, que van desde la idea romántica del volksgeit, el organicismo social, la idea de Maurras de la patria como” tierra de los muertos” y, finalmente, la idea orsiana de Imperio.
Asi vemos como[13] desarrolla conceptos del organicismo social, citando al filosofo contrarrevolucionario De Maistre y a Krause. La sociedad humana seria como un organismo. Un poco antes[14] no ha hablado de “los círculos concéntricos”: familia, municipio, comarca, región, y ha rechazado la provincia como creación arbitraria, puramente administrativa. Aquí se dejan notar las influencias de un protocarlismo muy arraigado en Cataluña, pero también las influencias del krausismo[15].
Las sociedades humanas no están formadas por la libre asociación de individuos, sino que se forman a lo largo de procesos de decantación histórica. Hasta aquí, el pensamiento de Prat de la Riba no ha caído aún en el apriorismo metafísico, que le obligará a retorcer la historia. Su definición de la Patria catalana parece copiada de la de Charles Maurras, que definió la nación como “tierra de los muertos”. Es muy probable que las influencias del pensador francés le llegaran a través de su amigo Eugeni D’Ors.
La tierra es el nombre de la patria, la tierra catalana es la patria catalana; todas las generaciones lo han sentido, todas las generaciones lo han consagrado. La tierra de los padres, que guarda los restos de nuestros muertos, y guardará los nuestros y los de nuestros hijos, es la tierra viva de las generaciones, que son el pecho nunca agotado que nutrirá a las generaciones venideras como ha nutrido a las pasadas[16].
Catalanes serán, pues, solamente aquellos que tengan raíces profundas en Cataluña, los que puedan identificar Cataluña con la “tierra de los muertos”. Charles Maurras no lo habría dicho de otra manera.
Hasta aquí, el pensamiento de Prat de la Riba muestra coherencia, pero en su intento de definir la “nacionalidad” catalana es cuando empiezan los problemas. En contradicción con lo sostenido hasta ahora, tiene que recurrir a constructos metafísicos, lo que le obligará a retorcer la historia.
Así vemos que, en el capítulo VII de la obra, bajo el título de El fet de la Nacionalitat catalana, Prat desarrolla una idea de nacionalidad de tipo naturalista y romántico, inspirada en las doctrinas germánicas del volksgeit. Nos dice que, cuando los fenicios arribaron a la Península Ibérica, ya se dieron cuenta de que los habitantes de la franja que va Ródano hasta la actual Murcia eran “diferentes” del resto de los habitantes de estas tierras: eran “Íberos”, frente a los otros, que eran “Ligures”. No cuesta mucho ver que estos supuestos proto-catalanes habitaban justamente en lo que ahora son tierras de habla catalana, los supuestos (y quiméricos) Països Catalans.
Pero como la lengua catalana no existía (ni la española), pues el latín no había llegado a la Península, lo que tienen en común estos supuestos “Íberos” es algo que es a la vez metafísico, eterno, más allá de la historia, pero también algo natural, étnico (¿raza?), pero también con visos de eternidad. De esta manera, la nacionalidad no sería el producto de la historia ni algo construido, sino algo natural y eterno, que habría estado siempre allí, aunque en periodos de “hibernación” (en la Introducción habla del “hivern dels pobles), y la misión el nacionalismo no sería crearlo, sino despertarlo.
En el momento en que Prat de la Riba intenta una definición de la nacionalidad catalana abandona el pensamiento clásico y abraza a los románticos. Como decía D’ Ors, allí donde entra el Romanticismo empieza la confusión. La nación deja de ser una construcción histórica a lo largo de las generaciones, ligada a una tierra a través del sagrado recuerdo de los muertos que yacen en ella, para convertirse en un a priori metafísico, más allá del tiempo. La nación no se construye, es algo preexistente. La misión del nacionalismo no es construir la nación, si no despertar una “conciencia nacional” dormida, pasar de la nación “en sí” a la nación “para sí”.
En su intento de definición, Prat de la Riba pasa revista a las diferentes teorías que hablan de raza, de lengua, de territorio, etc. en la definición de nacionalidad. Llega a la conclusión que ninguno de estos elementos, por separado, define la nacionalidad. Pero en lugar de inclinarse por una conjunción orgánica de estos elementos a través de la historia, nos habla de una cosa extraña, inasible, el “espíritu del pueblo”, una especie de inconsciente colectivo, el Volkgeist.
El ser y la esencia del pueblo están, no en las razas ni en las lenguas, sino en las almas (sic.) La nacionalidad es, pues, un Volkgeist, un espíritu social o público[17].
Aquí tenemos el gran giro copernicano de Prat de la Riba, que le hace romper con su pensamiento original, tradicional y organicista, para llevarlo a una concepción romántica e idealista. La nación catalana, tal como la concibe, como nación política, no puede surgir de la historia, no puede fundarse en una nación histórica preexiste, pues esta nunca ha existido. Marca Hispánica, condados catalanes, Reino y Corona de Aragón son realidades históricas preexistentes, pero que no le sirven a Prat de la Riba, pues ligan Cataluña a la nación histórica española.
La nación catalana que imagina Prat de la Riba es una nación fraccionaria, y como tal, como nos dice Bueno[18], se constituye por rotura de una nación histórica, España, y como se fundamente en una metafísica idealista tiene que retorcer la historia para adaptarla a sus planteamientos. El siguiente párrafo es muy significativo:
Cuando el viajero fenicio que Avié copió, quinientos años antes de J.C., seguía las costas del mar Sardo, encontró el etnos ibérico, la nacionalidad ibérica, extendida desde Murcia hasta el Ródano, es decir, desde las gentes libiofenicias de la Andalucía oriental hasta los ligures de la Provenza. Aquellas gentes son nuestros antepasados, aquella etnos ibérica constituye el primer anillo que la historia nos deja ver de la cadena de generaciones que ha forjado el alma catalana[19].
Dejando aparte los absurdos antropológicos de este parágrafo, lo que nos está diciendo Prat de la Riba es que estas tribus íberas ya poseerían la esencia de la “nacionalidad” catalana, que las haría “diferentes” de las demás tribus íberas. Obsérvese que la distribución geográfica de estos “protocatalanes” coincide con los mal llamados “paisos catalans”. Parece ser que la lengua latina (de la que proceden catalán, español, provenzal, etc.), el Derecho Romano, el cristianismo, la revolución industrial y demás acontecimientos históricos no serían más que cuestiones epidérmicas, pues lo importante, el Volkgeist catalán, estaba y presente quinientos años antes de J.C.
La lengua y la literatura catalana, el derecho civil catalán, el románico catalán, el espíritu comercial e industrial no serían elementos históricos y culturales formados a través de un proceso de decantación histórica, sino simples emanaciones de un “alma colectiva”, fuera de la historia.
Si existe un espíritu colectivo, un alma social catalana (sic.) que ha sabido crear una lengua, un Derecho, un arte catalanes, he dicho lo que quería decir, he demostrado lo que quería demostrar: esto es, que existe una nacionalidad catalana[20].
Un claro ejemplo de razonamiento sofístico. Que exista una lengua catalana, un Derecho Civil Catalán o un románico catalán no significa que se hayan originado como emanaciones de un “alma social”.
El modelo que aquí muestra Prat de la Riba es el nacionalismo alemán, del cual toma la idea de Volkgesit, lo cual le lleva, en el fondo, a identificar nación con lengua. Aunque en teoría niegue que la lengua, por si sola, identifique a la nación, en la práctica identifica la nacionalidad catalana con las “tierras de lengua catalana”[21] y, a imagen del pangermanismo alemán, nos habla de pan nacionalismo.
La aspiración de un pueblo a tener política propia, a tener un Estado propio, es la fórmula política del nacionalismo. La aspiración a que todos los territorios de la misma nacionalidad se acojan bajo la dirección de un Estado único es la política o tendencia pan nacionalista[22].
Aunque Prat de la Riba no habla de “països catalans”, sino de “tierras de habla catalana”, la ideología pan catalanista queda aquí perfectamente definida.
Pero al tomar Alemania como modelo, Prat de la Riba cae en otra contradicción. Si bien es cierto que el nacionalismo alemán también se fundamentaba en la teoría romántica del Volkgeist, su papel fue de integración y no de separación. La construcción de Alemania no se hizo destruyendo una unidad preexistente, sino uniendo reinos y nacionalidades más pequeñas.
Los ciudadanos de la Alemania feudal suspiraban por levantar un solo Estado por encima de la colección de Estados germánicos de entonces, y el poeta cantaba: “Yo no soy de Baviera. No soy de Prusia. No soy de Sajonia. Mi patria es más grande”[23]
No sabemos que pensaban los “ciudadanos” de la Alemania feudal, pero podríamos afirmar, en la misma línea, que un súbdito de los Reyes Católicos podría haber dicho “Yo no soy de Castilla, no soy de Navarra, no soy de Aragón, mi patria es más grande, es la Hispanidad”.
El proyecto de Prat es realizar una síntesis operativa de las diversas doctrinas del nacionalismo, sin tener en cuenta las contradicciones. Pensar que la nación es algo “natural” y eterno está en las antípodas de considerarla “tierra de los muertos”, pues esto último implica transmisión, tradición y construcción. Pero Prat, hombre de gran visión política, más allá de partidismos, era consciente de que toda doctrina política debía anclarse en unos fundamentos metapolíticos, y cree habérselos dado en la síntesis que propone en La Nacionalitat catalana y en la asunción del Noucentisme orsiano.
En el Capítulo VIII, y bajo el título[24] de El nacionalisme polític hay otro giro curioso. Aquí plantea la posibilidad de un “Estado compuesto”, es decir, formado por varias nacionalidades. A través del federalismo se puede construir, pues, un Estado formado por diversas nacionalidades. Si por “nacionalidad” entendemos la “nación étnica”, tal como la ha definido Gustavo Bueno[25], llegamos a la conclusión de que Prat ha “descubierto el mediterráneo”; todos los estados que han conformado naciones políticas están formados por diversas naciones étnicas. La unificación de Alemania, que Prat cita, sería un buen ejemplo de ello.
A partir de aquí Prat realiza una auténtica pirueta intelectual para superar la oposición de D’Ors entre nacionalismo e Imperialismo. Tiene una parte de razón, en cuanto los Imperios han tenido siempre mayor tendencia al respeto de las particularidades que el Estado-Nación que siempre, desde sus orígenes, ha tenido tendencia a la homogenización. Pero Prat olvida que una cosa es el respeto a las particularidades, y otra, muy distinta, es cuando se pretende hacer de estas particularidades el sujeto de la política, y eso es precisamente el nacionalismo, especialmente el nacionalismo fraccionario.
En el Capítulo IX[26], y bajo el sugestivo título de L’Imperialisme, pueden leerse cosas auténticamente chocantes, pero es aquí donde las influencias de D’Ors resultan más evidentes. Para Prat, el Imperialismo sería el resultado de la evolución del nacionalismo, su máxima expresión.
En el último parágrafo, bajo el título de “la federación ibérica” Prat de la Riba escribe:
Entonces será la hora de trabajar para reunir a todos los pueblos ibéricos, de Lisboa hasta el Ródano, dentro de un solo Estado, de un solo Imperio; si las nacionalidades españolas renacientes saben hacer triunfar este ideal, saben imponerlo como la Prusia de Bismarck impuso el ideal del imperialismo germánico, podrá la nueva Iberia elevarse al grado supremo del imperialismo: podrá intervenir activamente en el gobierno del mundo con las otras potencias mundiales, podrá otra vez (sic.) expansionarse sobre las tierras bárbaras, y servir a los altos intereses de la Humanidad guiando hacia la civilización a los pueblos atrasados e incultos[27].
Por una parte, Prat nos está diciendo que a través del federalismo se puede construir un Imperio, que abarque hasta Portugal, en una federación Ibérica. Pero si nos fijamos en el detalle, dice “podrá otra vez expansionarse sobre las tierras bárbaras”. No habla de algo que “va a ser”, sino de algo que va a “volver a ser”. ¿Nostalgia del Imperio Hispánico, que era, a fin de cuentas, una monarquía compuesta? Puede que en este primer nacionalismo catalán haya no un rechazo a España, sino un rechazo a la España de la Restauración, del liberalismo homogeneizador que concebía a España dividida en “Madrid y las provincias” ¿Hasta que punto las influencias del Imperialismo orsiano vienen a converger con un criptocarlismo, celoso por una parte de los fueros regionales pero nostálgico de una monarquía hispana imperial? Dejamos aquí el tema, pues nuestro objetivo es el pensamiento de D’Ors, y no el de Prat de la Riba.
La Ben Plantada como manifiesto Noucentista
La Ben Plantada de D’Ors es un claro ejemplo de novela filosófica[28]. Fue publicada en forma de glosas, que aparecieron en La Veu a lo largo del verano de 1911, recogidas posteriormente en forma de libro. El relato, que en los inicios parece algo frívolo, muestra una colonia de veraneantes de la burguesía catalana en una localidad de la costa. La aparición de Teresa (La Ben Plantada), de familia catalana, pero con raíces hispanoamericanas, provoca un gran revuelo, y una especie de enamoramiento platónico por parte de Xénius, el relator.
A lo largo de la novela se da una detallada descripción de los rasgos, tanto físicos como psicológicos de la protagonista. En esta descripción se revelan todos los ideales Noucentistes: harmonía, orden, equilibrio y serenidad. Se ha dicho en ocasiones que La Ben Plantada quería representar Cataluña, pero en realidad el símbolo va mucho más allá: es la encarnación de la cultura clásica y mediterránea (de la cual Cataluña forma parte) y de la que D’Ors se consideraba profeta.
La novela concluye con la marcha de Teresa de la localidad costera para ir a reunirse con su prometido y casarse con él, hecho que sume a Xénius en la tristeza. Pero el mensaje filosófico de mayor calado aparece en el último capítulo, que lleva el evocador título de “Ascensión de La Ben Plantada”. Xénius sueña que se encuentra en Tívoli, junto a Roma, en los jardines de la villa de Hipólito de Este, y que allí se la aparece La Ben Plantada. El que esta aparición tenga parecido a una aparición de la Virgen desató la crítica de un sector de la Iglesia, que llegó a solicitar, sin éxito, que se incluyera la obra en el Índice de Libros Prohibidos.
El propio D’Ors comentó en más de una ocasión que el hecho de que la aparición de La Ben Plantada tuviera lugar en Roma, y no en una localidad catalana, era un hecho altamente significativo. Teresa no era solamente un símbolo de Cataluña, sino de una civilización clásica y mediterránea, de la que Cataluña formaba parte, pero cuyo centro material y espiritual estaba en la Ciudad Eterna.
Todo en la “aparición” rezuma clasicismo. Hay una clara homología con la diosa que inspira a Parménides su poema, o con las Musas que mandan a Hesíodo componer la Teogonía y Los Trabajos y los Días. En su mensaje, La Ben Plantada anuncia una nueva era en la que:
…el Mediterráneo, mar nuestro, vera nacer de las espumas las nuevas ideas[29].
La difusión y defensa de estas nuevas ideas son la Heliomáquia de D’Ors, su combate por la Luz. Pero para ello le que dice Teresa que debe:
Haz tu propia vida como la elegante demostración de un teorema matemático[30]
En La Ben Plantada D’Ors resume todos sus ideales estéticos y culturales. El orden, el equilibrio, la harmonía, todo ello en clave mediterránea y con una imagen femenina como ideal de una Raza, pero no en sentido biológico, sino de estirpe, que va a llevar a la práctica la realización de estos ideales. Teresa, como una diosa o una santa, inspira a Xénius para convertirlo en el profeta de una resurrección de estos antiguos ideales. Todo ello es Noucentisme en estado puro.
[1]Cacho Viu, V. (1997) Revisión de Eugenio D’Ors. Barcelona, Quaderns Crema y Publicaciones de la Residencia de Estudiantes, p. 39.
[2] Fuentes Cordera, M. (2009) El campo de fuerzas europeo en Cataluña. Eugeni D’Ors en los primeros años de la Gran Guerra. Lleida, Ed. Pagés, p. 108.
[3] Fuentes Cordera, M. (2011) Un viaje por los extremos. Eugeni D’Ors entre la Gran Guerra y el Fascismo. Universidad de Gerona, Tesis doctoral dirigida por Anna Maria Garcia y Angel Duarte, p 182.
[4] Navarra, A. (2018) La escritura y el poder. Vida y ambiciones de Eugenio D’Ors. Barcelona, Tusquets editores, p. 96.
[5] Obra citada, p. 97.
[6] Cacho Viu, obra citada, p. 50
[7] Andreu Navarra, obra citada, p. 120.
[8] Cacho Viu, obra citada.
[9] Obra citada, p. 51.
[10] Obra citada, p. 65.
[11] AAVV. (2000) Sobre la Konservative Revolution. Juan Antonio Llopart (ed.) Barcelona, Ediciones Nueva República.
[12] Prat de la Riba, E. (1978) La Nacionalitat catalana. Barcelona, Edicions 62 i La Caixa.
[13] Obra citada, pp. 78-79.
[14] Obra citada, pp. 32-33.
[15] Fernandez de la Mora, G. (1985) Los orígenes izquierdistas de la democracia orgánica. Barcelona, Plaza Janes.
[16] La nacionalitat catalana, p. 22.
[17] La nacionalitat catalana, p. 81.
[18] Bueno, G. (1999) España frente a Europa. Barcelona, Alba Editorial. (2005) España no es un mito. Claves para una defensa razonada. Madrid, Temas de Hoy. Alsina Calvés, J. (2019) El Hispanismo como Cuarta Teoría Política. Tarragona, Ediciones Fides.
[19] La nacionalitat catalana, p.87.
[20] La nacionalitat catalana, p. 93.
[21] La nacionalitat catalana, p. 92.
[22] La nacionalitat catalana, p. 96.
[23] La nacionalitat catalana, p. 96.
[24] Obra citada, p. 95.
[25] España no es un mito. Obra citada
[26] La nacionalitat catalana, p. 107.
[27] La nacionalitat catalana, p. 118
[28] D’Ors, E. (1980) La Ben Plantada. Gualba, la de mil veus. Barcelona, Edicions 62 i La Caixa.
[29] La Ben Plantada, p. 110.
[30] Ídem.