En mi vida nunca he votado porque, simple y llanamente, encontré cosas más importantes que hacer los domingos. En invierno: acabar de leer aquel libro, estudiar música, escribir; en verano: salir a la naturaleza, bañarse en el mal, darme un garbeo con la novia que tuviera. Cualquier cosa era más interesante y estimulante que participar en el grotesco trebejo de los comicios. Me da igual cuáles: generales, autonómicas, europeas. Yo nunca he votado en elecciones por la misma razón que tampoco voy a las bodas ni a las primeras comuniones: son un coñazo. Ya resulta injusto que este sistema nos imponga la rueda de hámster de lunes a sábado, con zarandajas laborales y convenciones sociales, como para que además entreguemos el único día de descanso (yo diría de trabajo verdadero) a perder más tiempo en amar al Gran Hermano. Me amo más a mí mismo: por eso yo nunca he votado ni nunca votaré.
No tengo inconveniente en afirmar que hay que ser mendrugo para votar en políticos a estas alturas; zoquete para dejarse engañar; mameluco para acudir a algo así; pazguato por confiar en esos fulanos. No concibo mayor ritual de autodesprecio y lúgubre masoquismo que unas elecciones generales a nivel nacional. Y que no se me malentienda: no llamo al abstencionismo activo con una estrategia más o menos revolucionaria, como hizo Antonio García-Trevijano o ahora hace Rubén Gisbert. ¡Qué va! Abogo por no votar de la misma forma que abogo por no arrojarse a las vías del tren. ¡Si tú lo quieres hacer, allá tú!
Hay un lector mío, que además es también escritor (y muy bueno), que considera que el voto “aún” es una herramienta de transformación política. El aún entre comillas es cita suya porque yo considero que nunca lo fue. Y este fatuo lector y brillante escritor todavía me desafía a que le diga qué tendría que cambiar en la sociedad para que yo votara. Me pregunta en qué tipo de democracia yo participaría; en qué condiciones yo daría mi voto, por ejemplo, a Pedro Sánchez.
Pues le respondo:
Yo votaría a Pedro Sánchez, feliz y convencido, con la chapita de su careto en mi solapa y la rosa roja en mi puño si, en medio de un mitin, se le cruzara un cable y dijera esto (puedes leerlo con la voz de Alfredo Díaz cuando le dice Macron que es mu guapo):
“Queridos españoles y españolas, me refiero así a vosotros y a vosotras, separando por sexo, porque me han mandado hacerlo: estoy aquí con la función de dividir y confundiros. También lo hago porque os desprecio, porque mi trabajo consiste en mentiros y contaros la milonga que mis amos os quieren vender: enfermedad, muerte, guerra, genocidio, ignorancia, miseria, sometimiento. Y como ellos ya se han cansado de imponerlo por la fuerza a lo largo de los siglos, ahora quieren que vosotros, despreciable masa inútil, vayáis al matadero por vuestro propio pie y se lo agradezcáis al matarife. Para ellos, todo esto es como un juego; y yo, su juguete roto que pronto darán por amortizado. Vosotros no sois nada salvo las reses para perpetuar un nuevo sistema inexorable de explotación.
Mira… hoy, para variar, os voy a decir la verdad: vamos a joderos la vida de lo lindo en los próximos siete años. Estoy aquí como relaciones públicas de lo inaceptable; no tengo otra función que hacer que aceptéis esta agenda: aniquilarán vuestras libertades con pretexto sanitario, os quitarán el trabajo por el bien de la economía, desgraciarán a vuestros hijos con teorías queer y lgbt, os robarán todo vuestro dinero en nombre del cambio climático, os meterán en una guerra con la coartada de la democracia.
¿Democracia? ¿Queréis saber una cosa? Da igual a quién votéis. Si no lo hacéis por mí, saldrá otro igual que yo, que hará lo mismo que yo. A mí me da igual. Pondrán a otro majadero psicópata con algún elemento novedoso (será mujer, o negro, o será más viejo o feo que yo), y a mí me darán un cargo en alguna institución bajo control de mis amos: la Unión Europea, la OTAN, el Fondo Monetario Internacional… a mí siempre me va a ir bien en la vida. Yo ya he vendido mi alma a quien siempre gana. Yo no me voy a morir de hambre… pero vosotros, sí, gilipollas. Si no obedecéis, os vamos a hacer comer hasta gusanos y cucarachas en nombre de la diversidad, la resiliencia y el desarrollo sostenible. Sólo ante un raro arrebato de sinceridad de este pelo, yo me plantearía votar a un político, por primera vez en mi vida. Ya acostumbrado a la absoluta hipocresía, se acaba por agradecer que un hijo de puta te diga: “Soy un hijo puta y punto.”