Nación fraccionaria y mentira histórica: Prat de la riba y la nacionalitat catalana
Gustavo Bueno, al hablar del término nación, insiste en su ambigüedad y sus diversos matices. El término nación no designa un concepto unívoco, sino que es un análogo de atribución, es decir, un conjunto de conceptos que, sin embargo, están internamente vinculados entre sí[1]. Lo compara con los diferentes conceptos o acepciones asignadas al término “número”: natural o entero positivo, entero negativo, fraccionario, racional, real…etc.
Bueno distingue cuatro acepciones primarias de la idea de nación: biológica, étnica, histórica y canónica o política, y añade una quinta acepción, la de nación fraccionaria, que solo tiene sentido en relación a la nación política.
Para el nacionalismo canónico, la nación como comunidad política aparece engarzada en la historia, como un proceso de decantación a partir de realidades preexistentes (así la nación canónica española tiene como realidad preexistente el Imperio Hispano). La nación canónica no nace de la nada, sino a partir de la nación histórica. En cambio, para el nacionalismo fraccionario la nación es un substancialismo metafísico situado más allá de la historia. Enric Prat de la Riba, teórico del nacionalismo catalán[2], nos habla de un etnos ibérico, descrito ya por los fenicios, que curiosamente ocupaba los territorios que coinciden con los supuestos paisos catalans, y que difería del resto de las poblaciones de la Península Ibérica, los libio-feniciosde la actual Andalucía, y de los ligures de la Provenza[3].
Es evidente que esta afirmación no tiene ningún fundamento antropológico, y es tan absurda como llamar “españoles” a los íberos, pero es muy significativa desde el punto de vista ideológico: la supuesta “nación catalana”, en su sentido amplio, es decir, abarcando Cataluña, Valencia y Baleares, es una especie de entidad “eterna” que ya existía antes de que llegaran los romanos. Prat de la Riba no reivindica una entidad histórica preexistente, la Corona de Aragón[4], sino que se remite a un ente metafísico, situado más allá del tiempo.
La misión política del nacionalismo fraccionario no es tanto crear una conciencia nacional, sino despertarla. Es decir, pasar de la “nación en sí” a la “nación para sí”. La nación fraccionaria no es producto de la historia ni de la actividad política o cultural de los nacionalistas, sino que es una entidad “eterna”, “preexistente”, que tras largos siglos de letargo, opresión y alienación, empieza a despertar en las conciencias, a través de un proceso en el que lo que es “es sí” llegue a tener “conciencia de sí”[5].
De aquí vienen dos importantes conclusiones. La primera es que la nación fraccionaria necesita de la mentira histórica[6], debido a que surgen de modo diametralmente opuesto a las naciones canónicas. Si estas surgen de la historia, aquellas lo hacen de la metafísica, y forzosamente tienen que manipular la historia, distorsionarla para que encaje en sus planteamientos metafísicos.
La segunda es que la nación fraccionaria se constituye siempre en relación a una nación canónica preexistente. Mientras que la nación canónica se forma por integración de pueblos o naciones étnicas previamente dadas, la nación fraccionaria se constituye (o lo intenta) a partir de la desintegración o destrucción de una nación canónica previamente dada, a la que se considera a veces como una “nación invasora” (así el relato separatista catalán, que describe la Guerra de Secesión o incluso la Guerra Civil como una “invasión” de Cataluña) o se le niega simplemente su carácter de nación (“España, cárcel de naciones”).
CARACTERÍSTICA IDEOLÓGICAS DEL PENSAMIENTO DE PRAT DE LA RIBA
No pretendemos hacer una descalificación global y radical del pensamiento de Prat de la Riba. Es complejo y recoge influencias diversas: el positivismo, las ideas contrarrevolucionarias de Charles Maurras, el organicismo social y el romanticismo alemán. Curiosamente nunca encontramos elementos liberales ni individualistas.
La “sociedad dada”
Gonzalo Fernández de la Mora, en su libro Los teóricos izquierdistas de la democracia orgánica, contrapone el pensamiento de Locke y Rousseau, según el cual el ser humano es un ser aislado, que pacta libremente con otros y crea la sociedad, con el modelo organicista, según el cual el ser humano no crea la sociedad, sino que aparece en ella; no la inventa, sino que la encuentra como algo previo, ya dado[7]. Nace en una sociedad familiar, de la que recibe la vida, la lengua y un patrimonio cultural. El pensamiento de Prat de la Riba hay que enmarcarlo en esta segunda corriente de pensamiento.
Así escribe:
El hombre nace, crece, se forma y vive dentro de una sociedad. Viene al mundo con un cuerpo determinado, donde sus padres han dejado los gérmenes de predisposiciones fisiológicas y morales, una especie de residuo de toda su vida pasada, influida y determinada por las condiciones del medio social en que va a desarrollarse. Su espíritu se despierta a la vida de la inteligencia con los acentos de una lengua determinada, que le da las ideas realizadas y acabadas, y todo un sistema de relaciones intelectuales[8].
En lógica consecuencia, Prat de la Riba se posiciona en contra del racionalismo abstracto y del mecanicismo social:
Al mismo tiempo que esta corriente materialista hacia al hombre esclavo de la naturaleza física, el idealismo abstracto y generalizador del siglo XVIII y principios del XIX llegó a la cima de su explosión con el triunfo del doctrinarismo apriorístico de la Revolución Francesa[9].
Para Prat de la Riba las sociedades humanas no son mecanismos, son organismos. En defensa de su tesis cita a Schelling, y al filósofo contrarrevolucionario francés De Maistre.
Schelling generalizó el concepto, introducido por De Maistre, de la evolución orgánica: que la sociedad es un organismo y que la evolución social es esencialmente orgánica[10].
Las sociedades humanas no están formadas por la libre asociación de individuos, sino que se forman a lo largo de procesos de decantación histórica. Hasta aquí, el pensamiento de Prat de la Riba no ha caído aún en el apriorismo metafísico, que le obligará a retorcer la historia, tal como veremos más adelante. Su definición de la Patria catalana parece copiada de la de Charles Maurras, que definió la nación como “tierra de los muertos”. Es muy probable que las influencias del pensador francés le llegaran a través de su amigo Eugeni D’Ors.
La tierra es el nombre de la patria, la tierra catalana es la patria catalana; todas las generaciones lo han sentido, todas las generaciones lo han consagrado. La tierra de los padres, que guarda los restos de nuestros muertos, y guardará los nuestros y los de nuestros hijos, es la tierra viva de las generaciones, que son el pecho nunca agotado que nutrirá a las generaciones venideras como ha nutrido a las pasadas[11].
Catalanes serán, pues, solamente aquellos que tengan raíces profundas en Cataluña, los que puedan identificar Cataluña con la “tierra de los muertos”. Charles Maurras no lo habría dicho de otra manera.
Hasta aquí, el pensamiento de Prat de la Riba muestra coherencia, pero en su intento de definir la “nacionalidad” catalana es cuando empiezan los problemas. En contradicción con lo sostenido hasta ahora, tiene que recurrir a constructos metafísicos, lo que le obligará a retorcer la história.
Nación y nacionalidad: la nacionalidad catalana
En el momento en que Prat de la Riba intenta una definición de la nacionalidad catalana abandona el pensamiento clásico y abraza a los románticos. Como decía D’ Ors, allí donde entra el Romanticismo empieza la confusión. La nación deja de ser una construcción histórica a lo largo de las generaciones, ligada a una tierra a través del sagrado recuerdo de los muertos que yacen en ella, para convertirse en un a priorimetafísico, más allá del tiempo. La nación no se construye, es algo preexistente. La misión del nacionalismo no es construir la nación, si no despertar una “conciencia nacional” dormida, pasar de la nación “en sí” a la nación “para sí”.
En su intento de definición, Prat de la Riba pasa revista a las diferentes teorías que hablan de raza, de lengua, de territorio, etc. en la definición de nacionalidad. Llega a la conclusión que ninguno de estos elementos, por separado, define la nacionalidad. Pero en lugar de inclinarse por una conjunción orgánica de estos elementos a través de la historia, nos habla de una cosa extraña, inasible, el “espíritu del pueblo”, una especie de inconsciente colectivo, el Volkgeist.
El ser y la esencia del pueblo están, no en las razas ni en las lenguas, sino en las almas (sic.) La nacionalidad es, pues, un Volkgeist, un espíritu social o público[12].
Aquí tenemos el gran giro copernicano de Prat de la Riba, que le hace romper con su pensamiento original, tradicional y organicista, para llevarlo a una concepción romántica e idealista. La nación catalana, tal como la concibe, como nación política, no puede surgir de la historia, no puede fundarse en una nación histórica preexiste, pues esta nunca ha existido. Marca Hispánica, condados catalanes, Reino y Corona de Aragón son realidades históricas preexistentes, pero que no le sirven a Prat de la Riba, pues ligan Cataluña a la nación histórica española.
La nación catalana que imagina Prat de la Riba es una nación fraccionaria, y como tal, como nos dice Bueno, se constituye por rotura de una nación histórica, España, y como se fundamente en una metafísica idealista tiene que retorcer la historia para adaptarla a sus planteamientos. El siguiente párrafo es muy significativo:
Cuando el viajero fenicio que Avié copió, quinientos años antes de J.C., seguía las costas del mar Sardo, encontró el etnos ibérico, la nacionalidad ibérica, extendida desde Murcia hasta el Ródano, es decir, desde las gentes libiofenicias de la Andalucía oriental hasta los ligures de la Provenza. Aquellas gentes son nuestros antepasados, aquella etnos ibérica constituye el primer anillo que la historia nos deja ver de la cadena de generaciones que ha forjado el alma catalana[13].
Dejando aparte los absurdos antropológicos de este parágrafo, lo que nos está diciendo Prat de la Riba es que estas tribus íberas ya poseerían la esencia de la “nacionalidad” catalana, que las haría “diferentes” de las demás tribus íberas. Obsérvese que la distribución geográfica de estos “protocatalanes” coincide con los mal llamados “paisos catalans”. Parece ser que la lengua latina (de la que proceden catalán, español, provenzal, etc.), el Derecho Romano, el cristianismo, la revolución industrial y demás acontecimientos históricos no serían más que cuestiones epidérmicas, pues lo importante, el Volkgeist catalán, estaba y presente quinientos años antes de J.C.
La lengua y la literatura catalana, el derecho civil catalán, el románico catalán, el espíritu comercial e industrial no serían elementos históricos y culturales formados a través de un proceso de decantación histórica, sino simples emanaciones de un “alma colectiva”, fuera de la historia.
Si existe un espíritu colectivo, un alma social catalana (sic.) que ha sabido crear una lengua, un Derecho, un arte catalanes, he dicho lo que quería decir, he demostrado lo que quería demostrar: esto es, que existe una nacionalidad catalana[14].
Un claro ejemplo de razonamiento sofístico. Que exista una lengua catalana, un Derecho Civil Catalán o un románico catalán no significa que se hayan originado como emanaciones de un “alma social”.
El modelo de Prat de la Riba es el nacionalismo alemán, del cual toma la idea de Volkgesit, lo cual le lleva, en el fondo, a identificar nación con lengua. Aunque en teoría niegue que la lengua, por si sola, identifique a la nación, en la práctica identifica la nacionalidad catalana con las “tierras de lengua catalana”[15]y, a imagen del pangermanismo alemán, nos habla de pan nacionalismo.
La aspiración de un pueblo a tener política propia, a tener un Estado propio, es la fórmula política del nacionalismo. La aspiración a que todos los territorios de la misma nacionalidad se acojan bajo la dirección de un Estado único es la política o tendencia pan nacionalista[16].
Aunque Prat de la Riba no habla de “països catalans”, sino de “tierras de habla catalana”, la ideología pan catalanista queda aquí perfectamente definida.
Pero al tomar Alemania como modelo, Prat de la Riba cae en otra contradicción. Si bien es cierto que el nacionalismo alemán también se fundamentaba en la teoría romántica del Volkgeist, su papel fue de integración y no de separación. La construcción de Alemania no se hizo destruyendo una unidad preexistente, sino uniendo reinos y nacionalidades más pequeñas.
Los ciudadanos de la Alemania feudal suspiraban por levantar un solo Estado por encima de la colección de Estados germánicos de entonces, y el poeta cantaba: “Yo no soy de Baviera. No soy de Prusia. No soy de Sajonia. Mi patria es más grande”[17]
No sabemos que pensaban los “ciudadanos” de la Alemania feudal, pero podríamos afirmar, en la misma línea, que un súbdito de los Reyes Católicos podría haber dicho “Yo no soy de Castilla, no soy de Navarra, no soy de Aragón, mi patria es más grande, es la Hispanidad”.
En Prat de la Riba hay una tremenda confusión entre nación étnica, por un lado, y histórica y política por otro. No es como nos lo cuenta. No se puede ser alemán en abstracto. Solo se puede ser alemán siendo de Baviera, de Sajonia, de Prusia o de cualquier otra parte de Alemania. De la misma manera que se pertenece a la Hispanidad a través del arraigo en las pequeñas identidades de Cataluña, Valencia, Castilla, etc. Uno no es español por la adhesión a unos principios constitucionales abstractos, sino por el arraigo a una tierra, a un municipio, a una comarca, a una región, que se integran orgánicamente en una Patria grande. Esto es lo coherente con el organicismo social que Prat de la Riba defiende en el inicio de su libro.
Nación y Estado
Prat de la Riba no deja de sorprendernos. Recapitulemos un poco: existe una nacionalidad o nación catalana, animada por un Volkgeist o “alma colectiva” que ha dado forma a todas las manifestaciones culturales del pueblo catalán. Esta “alma colectiva” no es fruto de la historia, sino que es anterior, está fuera de la historia, y ya se manifiesta en un “etnos ibérico”, anterior a la romanización, que se extendía desde Murcia hasta el Ródano. Allí donde hay tierras de habla catalana hay nación catalana, y esta nación catalana debe tener un Estado propio que unifique todos los territorios catalanes.
En lógica consecuencia, para Prat de la Riba, es Estado español es un Estado artificial (¿hay Estados “naturales”?), que reúne diversas nacionalidades bajo el dominio de Castilla.
Cuando se constituyó la monarquía española, si la actividad política fuera un producto del Estado, los gobernantes del nuevo Estado habrían desarrollado una política nueva: al Estado español le correspondía una política española. Pero las cosas pasaron de otra manera. Los gobernantes siguieron abiertamente la política de una sola de las nacionalidades unidas, y es que, en el fondo, disfrazado con el nombre de español, gobernó, como sigue gobernando España, el Estado castellano, este Estado que, siguiendo la misma ficción, con el nombre español, nos impone el Derecho de Castilla, y, con el nombre de española, la lengua castellana[18].
Aquí tenemos un ejemplo meridiano de como se retuerce y manipula la historia para encajarla en los prejuicios nacionalista. La unificación de los Reyes Católicos, que da lugar al nacimiento de la Nación Historica española no se hace mediante una conquista militar: Castillas no invade Aragón, sino que ambos reinos se federan bajo una misma corona. Nadie puede sostener que la política de los Reyes Católicos sigue siendo la misma que la del antiguo reino de Castilla.
Pero además Prat de la Riba olvida que Carlos V, nieto de los Reyes Católicos, que de castellano no tenía nada, pues había nacido y se había educado en Flandes, tuvo que enfrentarse a la revuelta Comunera, la cual fue una manifestación de proto nacionalismo castellano. La política de Carlos V no fue “castellana”, ni siquiera “española”, sino que fue Imperial, defendiendo planes y programas que estaban muy por encima de los intereses “nacionales” españoles: unidad católica de Europa, la Contrarreforma, Hispanoamérica….Precisamente esta política Imperial, al menos con los Austrias mayores, fue la que permitió mantener la diversidad hispánica. Cuando empieza una política “nacional”, primero con el absolutismo de los Borbones (que no eran castellanos, sino franceses) y después con el liberalismo de la Restauración, es cuando empieza el centralismo y el uniformismo que acompañan a la decadencia de lo Hispano.
Al final del libro viene la traca, la gran sorpresa. En el último parágrafo, bajo el título de “la federación ibérica” Prat de la Riba escribe:
Entonces será la hora de trabajar para reunir a todos los pueblos ibéricos, de Lisboa hasta el Ródano, dentro de un solo Estado, de un solo Imperio; si las nacionalidades españolas renacientes saben hacer triunfar este ideal, saben imponerlo como la Prusia de Bismarck impuso el ideal del imperialismo germánico, podrá la nueva Iberia elevarse al grado supremo del imperialismo: podrá intervenir activamente en el gobierno del mundo con las otras potencias mundiales, podrá otra vez (sic.) expansionarse sobre las tierras bárbaras, y servir a los altos intereses de la Humanidad guiando hacia la civilización a los pueblos atrasados e incultos[19].
No esta mal. Esta describiendo el Imperio Hispánico, el Imperio de Carlos V y de Felipe II, lo que era Hispania antes del absolutismo borbónico y el centralismo liberal. Y lo reconoce cuando escribe “podrá otra vez”. Es el mismo Prat de la Riba que en 1916 firma el manifiesto Los parlamentarios regionalistas al País: por Cataluña y la España grande, donde puede leerse:
Haciendo así de España, no la suma de un pueblo y los restos muertos de otros pueblos, sino la resultante viva, poderosa, de todos los pueblos españoles enteros, tal como los hizo Dios, sin castrarlos antes, arrancándoles la lengua, la cultura y la personalidad que son el anhelo vital de su fuerza.
Este último Prat de la Riba nos parece más un regeneracionista español que un nacionalista catalán. Así lo considera José Maria Marco, que en su libro La libertad traicionada: siete ensayos españoles, coloca a Prat de la Riba, junto con Costa, Ganivet, Unamuno, Maeztu, Azaña y Ortega y Gasset, dentro de la órbita del regeneracionismo, y como un producto más de la profunda crisis del 98. En todos ellos encontramos una crítica profunda a la España de la Restauración, una cierta agresividad contra Castilla (la mayoría de estos autores eran de la “periferia”: Unamuno y Maeztu, vascos; Costa aragonés y Ganivet de Granada), una cierta nostalgia de un pasado idealizado, y la voluntad de construir una España nueva.
¿QUE QUEDA DE LA NACIONALITAT CATALANA Y DE PRAT DE LA RIBA?
Aunque Prat de la Riba, junto con Valentí Almirall, autor de Lo Catalanisme, son los padres del nacionalismo catalán, hoy en día poca cosa queda de su legado ideológico ni del recuerdo de su acción política. El separatismo catalán, desde Maciá a la actualidad, ha olvidado completamente la institución que Prat de la Riba presidió, la Mancomunitat de Cataluña, para reivindicar el nombre de una institución medieval, la Generalitat, pero cambiando completamente su contenido (la Generalitat medieval no era más que una institución para recaudar y administra el impuesto de “lo general”), convirtiéndola en el embrión del Estado catalán.
Del legado ideológico de Prat de la Riba solamente se conserva lo peor, la reivindicación de una nación fraccionaria, fuera de la historia, con la subsiguiente falsificación de la propia historia para encajarla en su delirio ideológico. La idea de un nacionalismo arraigado en el tierra, y de una Patria catalana como “tierra de los muertos” solamente podemos encontrarla en grupos muy minoritarios del nacionalismo catalán, como Aliança Catalana o Som catalans, marginados y acusados de “fascistas” por los grandes partidos separatistas, por JxCat, ERC y la CUP, que han comprado la agenda mundialista y no son más que peones del globalismo.
[1]Bueno, G. (1999) España frente a Europa. Barcelona, Alba Editorial, p. 86.
[2]Hay que matizar que las ideas, y la praxis política de Riba estaban muy alejadas del actual separatismo catalán, pero en este punto es un referente importante
[3]Prat de la Riba, E. (1978) La Nacionalitat catalana. Barcelona, Ed. 62, p. 87.
[4]Los supuestos paisos catalans, es decir, lugares donde se habla catalán y sus variantes (o lenguas hermanas), valenciano y mallorquín, lo son por haber pertenecido a la Corona de Aragón, con la excepción del propio Aragón, donde el aragonés (variante del catalán o lengua hermana) prácticamente se ha perdido.
[5]Bueno, obra citada, p.137.
[6]Obra citada, p. 139.
[7]Fernández de la Mora, G. (1985) Los teóricos izquierdistas de la democracia orgánica. Barcelona, Ed. Plaza Janés, p. 13.
[8]Prat de la Riba, E. (1978) La nacionalitat catalana. Barcelona, Edicions 62, p. 65.
[9]La nacionalitat catalana, p. 71.
[10]La nacionalitat catalana, p. 79.
[11]La nacionalitat catalana, p. 22.
[12]La nacionalitat catalana, p. 81.
[13]La nacionalitat catalana, p.87.
[14]La nacionalitst catalana, p. 93.
[15]La nacionalitat catalana, p. 92.
[16]La nacionalitat catalana, p. 96.
[17]La nacionalitat catalana, p. 96.
[18]La nacionalitat catalana, p. 67
[19]La nacionalitat catalana, p. 118