Dice María del Carmen Da Silva, senadora del BNG, de españolísimo nombre y hermoso apellido gallego por cierto, que «Orense no existe». Que le dolían los oídos cuando escuchaba a la ministra Aagesen, en su comparecencia sobre los últimos incendios, decir «Orense» en vez de «Ourense», denominación oficial de la provincia medio quemada este verano gracias a las políticas conservacionistas y reguladoras de esa izquierda que se queja de acúfenos si alguien dice «Orense»; una sensibilidad extrema para las naderías que sería de agradecer para las cosas importantes, pero bueno: no pidamos peras al peral, que esto es España.
Uno, que ya va para viejo, lleva toda la vida soportando el lamento nacionalista cada vez que nos referimos a localidades autonómicas en nuestro idioma, que es el español; a la recíproca, como no podía ser de otra manera, llevo la vida entera comprobando cómo ellos denominan a lugares de España, o sea, «extranjeros» en su lengua vernácula a piñón fijo. En Cataluña y a efectos administrativos y en las señales de tráfico locales, Zaragoza se llama Saragossa; en boca de los políticos en general y de los abrevados al almendruco separatista en particular, España no se llama España, se llama «El Estado». De antología la crónica de una victoria de cierto ciclista vasco en una etapa de «la Vuelta Ciclista al Estado». Uno se imagina a la «serpiente multicolor» pasando por los ministerios, negociados, dependencias de atención al público y consejerías de educación, sanidad y política territorial. Suprema majadería que trasvasa con mucho la simple estupidez para instituirse en ejemplo de burricia voluntaria, que es la ignorancia de las malas personas.
Ya que pasamos de la memez a la indignidad, también antológica la respuesta de la mencionada ministra en cuanto la experta en galleguismo le recordó que Orense no existe: pidió disculpas. ¿Dije antes que estamos en España? Exageré. Estamos en lo que queda de España después de décadas de gobiernos demagogos, condescendientes, acomplejados y decaídos en su deber constitucional de defensa del idioma español ante barbaridades y exabruptos, casi todos expelidos desde la truhanía separata. Que un miembro, en este caso «miembra», del gobierno español pida perdón por expresarse en español, nos ofrece una muestra perfecta del nivel intelectual y la índole moral de esta jarca que nos pastorea.
Hace años, en La Coruña, próximo a la bonita localidad de Arteijo, mientras conducía mi coche hacia la rotonda de Sabón vi una señal de tráfico rotulada bilingüe, en gallego y en castellano: «Coidado obras» – «Cuidado obras». Es un ejemplo, claro. Sólo un ejemplo, pero: ¿ningún ministro ni ministra pediría perdón por aquella soberana estupidez? Ya les digo yo que no.
Lo dicho: estamos en España.