¿Por quién doblan las campanas?

¿Por quién doblan las campanas?. José María Nieto Vigil

No me refiero a la novela publicada en 1940, cuyo autor no es otro que el controvertido Ernst Hemingway (“For worm the bell tolls”). Tampoco a la película protagonizada, en 1943, por Ingrid Bergman y Gary Cooper, como principales protagonistas, acompañados por una sublime Katina Paximou –que obtendría el Óscar a la mejor actriz secundaria- y un elenco de actores de contrastada valía (Hakim Tamiroff o Arturo de Córdoba). Un film que tendría hasta ocho nominaciones a los Premios Óscar. En absoluto me refiero a esta película. Me refiero, con respeto y consideración, a las chinchorreras declaraciones de Su Eminencia el arzobispo de Barcelona, Juan José Omeya, presidente de la Conferencia Episcopal Española desde 2020. Para que nos entendamos, es el máximo representante de la Iglesia Católica Española.

El turolense se ha excedido en su frivolidad pastoral en relación a la concesión de los indultos, por parte del ínclito inquilino de la Moncloa, Pedro Sánchez. Cierto es que la Iglesia debe intervenir en el acontecer diario de nuestra Patria, es verdad que todas las cuestiones políticas deben ser valoradas, o no, desde los atriles y púlpitos eclesiásticos, faltaría más. Nada le es extraño a los católicos en relación al modelo de sociedad vigente, todo les influye y todo les interesa. Son muchos los campos en los que el magisterio de la Iglesia católica se debe pronunciar, no puede ausentarse de la actualidad, más al contario, se debe expresar con claridad y nitidez. Hasta ahí estamos de acuerdo, no hay crítica alguna en que se participe alumbrando, a la luz del evangelio, los caminos inescrutables del Señor. Es absolutamente necesario e imprescindible para el pueblo de Dios, para los feligreses bautizados y confirmados en el seno de la iglesia de Roma y, sin discriminación, para el conjunto del pueblo español, soberano en la toma de sus decisiones, al menos sobre el papel.

Sin embargo, Eminencia, Vd. se ha equivocado, en el fondo y en la forma, con sus frívolas e intrépidas, por imprudentes, declaraciones en relación al procés catalá. Como cristiano católico manifiesto mi consciente y responsable disconformidad con su arenga. No asumo, por mucha jerarquía que su Eminencia represente, la posición que Vd. ha manifestado sobre el particular. Tampoco, en honor a la verdad, me ha extrañado lo más mínimo, teniendo en cuenta su “sensibilidad” respecto al proyecto rupturistas de la unidad de España impulsado por los independentistas catalanes. Monseñor, su lenguaraz verborrea ha pecado, nunca mejor dicho, de impropia e inoportuna. Situación que se agrava al no representar al “rebaño español” que Su Eminencia pastorea.  No querido señor, creo que la moderación, la prudencia y la templanza deberían haber sido las cualidades exhibidas desde su altísima responsabilidad y compromiso con su Iglesia. Muchas, la mayoría de sus “ovejas”, rechazamos de plano sus personales opiniones sobre tan delicado asunto.

Decía que no me ha sorprendido, es más, desde que , el tres de marzo, en la  CXV Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española (2 al 6 de marzo de 2020), celebrada en Madrid, Su Eminencia fuera proclamado presidente, no sin controversia u oposición, imaginé que, tarde o temprano, llegarían a ser públicas sus personales opiniones. Ya había manifestado un especial cariño hacia los delincuentes condenados.

Con la Iglesia hemos topado, aunque es más justo y fiel a la verdad decir que, con Su Eminencia hemos chocado. Sus palabras no han sido ni afortunadas ni acertadas, mas bien han sido profundamente desgraciadas y frívolas. Ha venido a pegar un palo al avispero de un conflicto al que Vd. mismo, con su incontinencia dialéctica, ha agravado contribuyendo a la división de la opinión pública. Eminencia, su aportación ha quebrado y soliviantado la paz social. En otras palabras, se ha metido en un jardín en el que no le correspondía estar, aunque yo sí esperara su ilustre llegada. Un despropósito incuestionable y, por ser extremadamente condescendiente e indulgente, negligente.

En España tenemos leyes refrendadas por la soberanía del pueblo español, disfrutamos de un régimen de garantías suficientes para la defensa de cualquier persona encausada y procesada, aunque a mí no me guste y me desagrade. La Constitución Española, nuestra Carta Magna, es el marco de referencia de la legalidad vigente y de la legitimidad del ordenamiento jurídico patrio. No hay nadie ni nada que pueda estar por encima de la ley, por mucho que a uno le repatee. El indulto concedido es una barbaridad que no tiene un pase, es una claudicación del estado frente al chantaje de los irredentos independentistas, lo mire por donde lo mire. Además, una vez concedido, no se aprecia signo alguno de arrepentimiento y propósito de enmienda, al contrario, se amenaza con seguir por el mismo camino de perdición que, unilateralmente y de espaldas a la ley, siguen demostrando, de manera obscena e insultante, los reos procesados y condenados conforme a derecho. ¿No me negará Eminencia que la salida de la cárcel no fue sino una burla hacia el conjunto de la ciudadanía, a la sazón, Pueblo de Dios? Con descaro, sin escrúpulos ni vergüenza, se reiteraron en seguir dinamitando el orden social que han derrocado.

¿Es Vd. partidario de la rebelión de la granja en que se ha convertido las tierras hermanas catalanas? ¿Quizá ve bien la persecución –literalmente- de cualquier ciudadano del antiguo Condado que no sea pro independentista? ¿A lo mejor ve con buenos ojos el clima de hostilidad que el Comité para la Defensa de la República, los CDR, ha instaurado con su régimen de violencia y terror fanático? ¿Le importa la paz y el orden social? Una cosa es atender a las ovejas descarriadas –según nuestra doctrina- y otra muy distinta no dejar a buen recaudo al rebaño. No se equivoque, una cosa es el perdón y otra, diametralmente distinta, confabularse con los amotinados. No son lo mismo ovejas que carneros. Vd. ha errado notoriamente en sus argumentaciones, ha olvidado el cómo, importándole sólo el qué y el dónde.

Como le reconozco solvencia suficiente en cuestiones religiosas, también en las intelectuales, sin ánimo de ofender, tenga presente releer a Santo Tomás Moro, patrón de los políticos y gobernantes, hombre coherente y mártir. Su célebre obra “Utopía”, que a buen seguro habrá disfrutado, es de imperiosa lectura obligada para cualquier amante de la ética y moral en el ejercicio de las responsabilidades políticas y ejecutivas gubernamentales. Eminencia, soy “oveja” de un “rebaño”, pero no soy idiota y creo que la felonía traicionera, siempre dispuesta a la insumisión en Cataluña, no es ni pacífica, ni legal, ni solidaria. Vd. me ha ofendido gravemente con sus comentarios, me ha faltado el respeto y consideración al que soy acreedor por parte de Su Eminencia. Solamente, y con esto concluyo, le sugiero, ni tan siquiera le aconsejo, que no se convierta en protagonista de un despropósito de proporciones bíblicas y apocalípticas. Conténgase, controle su encendida pasión y, por último, recuerde aquel dicho tan acertado de “A Dios lo que es de Dios y a César lo que es de César”.

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