¡Qué se imponga lo obvio!

¡Qué se imponga lo obvio!. Pedro López Ávila

Hoy me he despertado quizá con absurdas cavilaciones, entre olas y huracanes, pensando que el tiempo que me resta por vivir es un poquito más corto y que, probablemente, las ideas o los conceptos, que aún mantengo muy vivos en este instante, no pudieran tener la misma claridad próximamente. Cuando los pensamientos huyen y quedan conturbados con el paso el tiempo y el interés general de todo cuanto me rodea se reduce demasiado, uno siente una inclinación (no sé si natural)  a recogerse dentro de sí mismo en una especie de retiro más tranquilo y apacible, aunque ello comporte soportar sin indignarse todo cuanto se presente en unos modelos de conducta que aceptan, sin ningún sentido de la moral, el embuste permanente, la manipulación reiterativa y una displicente hipocresía.

Mi «arcaica formación» para examinar los asuntos diarios, que lleven consigo el ejercicio de la razón,  pareciera que hoy sobrenada en la memoria como un eco lejano, es decir, como si lo aprendido al transcurso de toda una vida, en estos tiempos de modorra, hubiera que olvidarlo para vegetar en el  más estúpido atraso intelectual. Si realmente lo que reúne todas las miserias del mundo es la ignorancia, no sé qué cojones habremos hecho tan rematadamente mal para tener que sufrir tantas tropelías estatales, en donde todo orden moral está reducido a números, el pensamiento es una herramienta demasiado peligrosa y la docilidad absoluta encuentra siempre recompensa. Pero, lo peor de todo es estar gobernados por cabezas que rivalizan con el homo sapiens o, lo que es lo mismo, inteligencias más preocupadas en contemplarse, recreándose en su propia sombra, que en tener un pensamiento propio.

Y a esto le llaman democracia, y el tener un pensamiento libre, fascismo. Pues nada, sigamos adelante ¿para qué meterse en sabidurías? continuemos, pues,  en esta catarata de fanatismo y veneración al líder y sigamos encerrando a la gente en doctrinas que nos apartan a los hombres de las mujeres; obliguemos a nuestros niñas y a nuestros niños desde las edades más tempranas a querer lo que no está ni en el hombre ni en la mujer y, después,  apliquémosle el nombre de libertad. Aprender, matemáticas o nuestra propia lengua son tarea encomendadas más bien para los chinos, pensar o memorizar nuestras experiencias  no va con nosotros ni nos interesa. 

Mientras tanto, nuestra juventud es un descontento absoluto, se halla perdida, a pesar de que se embeode en áspero bullicio y todas esas cosas; vive angustiada  y desorientada en su contemporaneidad y demasiadas veces sin ser conscientes de ello; desdeña la historia, la filosofía el arte o la gramática; le horripila el conocimiento humanístico y la lectura y, cuando algo lee, lo hace a través de pantallas digitalizadas, sin atención, pues tan solo se contenta con entender las cosas a medias. Todos los valores que emanan de la tradición cristiano-romana se  han hecho cisco y están siendo sustituidos -casi súbitamente- por costumbres  extrañas que arrojan al pueblo a un destino muy incierto. Como diría en «Actas de septiembre» José Vicente Pascual: «La familia, una contingencia sociopolítica», «la belleza una idea reaccionaria», «la tradición, una rémora» (…); «libres del hijo no deseado, sin ortografía, sin anclaje en la historia, sin filosofía, sin autoridad de los clásicos, sin responsabilidad ni compromiso, sí, libres del todo…». De verdad que hoy cuesta mucho mantener que se imponga lo obvio sin ningún tipo de complejos.

Y para rematar tanta progresía populachera, la pandemia ha puesto al mundo patas arriba: la seguridad del bioquímico, se cae por los suelos y la solemnidad de la ciencia de hace unos cuantos años está en entredicho, a tal punto, que un sector de la población la entiende como una herramienta al servicio  de una conspiración organizada hacia otros fines. cuyo último objetivo es esclavizar al hombre   Todo es tan oscuro y tan disparatado que el mundo se va haciendo, paradójicamente menos inteligible. Ni siquiera los intelectuales o los filósofos saben a dónde van, pues pasan su tiempo haciéndole el juego a la casta política, quizá, porque entienden que ellos mismos no tienen porvenir y se encuentran perdidos en un mundo profundamente inabordable ante las formulaciones de una tecnología imparablemente robotizada que los desborda y los devora. Aquí los únicos que tienen porvenir son los de la agenda 2030, los del plan 2050 y los anticapitalistas mercantilizados. Los demás a joderse vivos, por fascistas. 

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