Relectura y revisión De Pedro Laín Entralgo

Relectura y revisión De Pedro Laín Entralgo. José Alsina Calvés

En el año 2010 publiqué, en Ediciones Nueva República, Pedro Laín Entralgo, el político, el pensador, el científico. Han pasado 14 años desde esta publicación, y, como considero que la relectura y la revisión forman parte del trabajo intelectual, creo que ha llegado el momento de volver sobre lo que escribí entonces, no tanto para retractarme de nada de lo que defendí, sino para añadir nuevas consideraciones y nuevas perspectivas.

Los tres ejes de la figura de Laín, como político, como pensador y como científico, no son absolutamente simétricos: su obra científica en el terreno de la antropología médica y de la historia y teoría de la medicina, puede ser considerada prácticamente al margen de las otras dos. En cambio, las figuras de político y de pensador están estrechamente enlazadas. No puede explicarse La generación del 98 o España como problema, y mucho menos Los valores morales del nacional-sindicalismo, sin tener en cuenta la militancia falangista de Laín. Mi relectura y revisión versará sobre estas dos facetas del personaje.

Históricamente, podemos considerar tres etapas de la andadura de Laín como político activo y pensador político:

  1. La etapa “falangista radical”, que va desde los años de la guerra civil, cuando se une en Burgos al equipo de Dionisio Ridruejo, bajo el paraguas protector de Serrano Suñer, hasta la caída en desgracia de este en 1942.
  2. La etapa del “falangismo universitario”, que se inicia en 1951, con el nombramiento de Joaquín Ruiz Giménez como ministro de Educación y el nombramiento del propio Laín como rector de la Universidad de Madrid, y acaba en 1956, cuando las movilizaciones de estudiantes falangistas se ven desbordadas por activistas vinculados al Partido Comunista, se producen graves incidentes y Ruiz Giménez y su equipo son cesados. A partir de aquí Laín se desvincula, no solamente del régimen de Franco, sino también de la militancia falangista.
  3. La etapa de colaboración con el Congreso para la libertad de la Cultura, entidad financiada por la CIA, cuya finalidad era el combate cultural contra la influencia soviética y, en el caso español, la preparación del postfranquismo, en base al “europeísmo” y las ideas federalistas (o confederalistas). En mi libro no me ocupe de esta tercera etapa.

En las etapas falangistas de Laín hay un sincero intento de superación de la guerra civil y de la recuperación de la unidad entre los españoles, lo cual le honra, que es una consecuencia directa del pensamiento falangista. En esta línea esta la recuperación de la poesía de Antonio Machado, o el intento de devolver a Ortega su cátedra de Metafísica, que no fue aceptada por el propio filósofo. Sin embargo, un análisis posterior de su obra doctrinal más importante, Los valores morales del nacional-sindicalismo, revela algunos aspectos doctrinales poco ortodoxos, que ya anuncian, de alguna manera, su posterior evolución hacia el liberalismo conservador.

En Falange abundaron los escritores y los poetas (Garcia Serrano, Dionisio Ridruejo, Torrente Ballester, los Rosales, etc.), pero faltaron pensadores sistemáticos, que dieran cuerpo a su doctrina. Laín quiere asumir este rol, y Los valores morales del Nacional- Sindicalismo es el intento más serio en este sentido.

Al inicio, Laín hace una afirmación totalmente ortodoxa: dice que no se puede ser nacional olvidando la faceta sindical. En otras palabras: todo patriotismo que no se preocupe de la justicia social, es un falso patriotismo. De alguna manera Laín está “señalando al enemigo”, la derecha católico-monárquica alfonsina, con la cual establecerá más tarde una polémica, con su representante orgánico, Rafael Calvo Serer. Al libro de Laín, España como problema, contestará el intelectual valenciano con el escrito España sin problema.

En este sentido, cabe señalar dos hechos. En primer lugar, que la situación actual de España, a punto de diluirse en la UE, o de fragmentarse en republiquitas étnicas (o ambas cosas a la vez), demuestra que España sigue siendo un problema. En segundo lugar, es que ambos autores acabaron abandonando sus ideales respectivos para evolucionar hacia un liberalismo conservador: Laín renegó de su falangismo, y Calvo dejó de defender la “monarquía tradicional” para apuntarse al carro de la monarquía liberal.

Para Laín, los “valores morales” del nacional-sindicalismo son la moral nacional y la moral del trabajo (personalmente creo que debería llamarles valores políticos). La síntesis entre estos valores no se produce solo en España, sino que se esta produciendo en toda Europa dando lugar al Estado nacional-proletario, en clara referencia a los regímenes nacional socialista en Alemania, y fascista en Italia.

Lo “nacional” y lo “sindical o social” aparecen como tesis y antítesis que se fusionan en una síntesis que es el nacional-sindicalismo. Aunque Laín no hace ninguna a Hegel, es evidente a una especie de dialéctica hegeliana. Hasta aquí no hay ningún problema, pues asumir la dialéctica hegeliana no significa asumir el conjunto de la filosofía de Hegel. El problema empieza cuando, en su búsqueda de los orígenes de la “moral nacional”, Laín los encuentra en ¡la Revolución Francesa ¡

Laín cita la batalla de Valmy, donde las tropas francesas, formadas por ciudadanos movilizados, fueron al combate al grito de ¡Viva la Nación¡, como origen de la “moral nacional”. La pregunta es ¿esta Nación jacobina tiene algo que ver con “la unidad de destino en la Universal? ¿tiene algo que ver con los orígenes históricos de la nación española de la mano de los Reyes Católicos? ¿incluso dentro del ámbito francés tiene algo que de ver con la definición de Maurras de la nación como “tierra de los muertos? La respuesta es que no. Aún más, están en las antípodas.

Los movimientos políticos que han dado lugar a estos estados nacional-proletarios (sería más esclarecedor llamarlos fascistas) se caracterizaron, entre otras cosas, por una búsqueda de la autenticidad nacional. Pero esta búsqueda puede llevar a lugares muy distintos si buscamos en naciones diferentes. Tanto Italia como Alemania eran naciones de origen muy reciente, unificadas de la mano del liberalismo radical de Garibaldi la primera, y del militarismo prusiano y luterano, aliado con los románticos defensores de la teoría del volksgeit la segunda.

Obviamente, el caso español es muy diferente. Si buscamos el ser de España remontándonos a sus orígenes, nos vamos a los Reyes Católicos, que culminan la obra de la Reconquista, unen los reinos de Castilla y Aragón e inician la extensión de la Hispanidad por América. El origen de España, a diferencia del de Italia o Alemania, es muy anterior a la Modernidad. Su nieto, Carlos I de España y V Emperador del Imperio Romano Germánico luchará contra la incipiente Modernidad que representa el luteranismo. Sus descendientes continuarán la lucha, pero al final serán derrotados, y la paz de Westfalia dará origen al mundo moderno, con sus estados nacionales y sus monarquías absolutas.

Como ha señalado Alenxadr Dugin, tanto en el nacional-socialismo alemán como en el fascismo italiano encontramos muchos elementos ideológicos propios de la Modernidad (más en el primer caso que en el segundo), y ello es debido al origen de sus respectivas naciones. Tal como hemos señalado, el caso de España es diferente, y consideramos un error de apreciación buscar el origen de la “moral nacional” que predicaba el nacional-sindicalismo en la Revolución Francesa.

A pesar de sus muchos aciertos y de sus muchas aportaciones, creemos que este error de Laín se instala en el centro de su idea del nacional-sindicalismo. En este sentido pensamos que Ortega y Gasset, que nunca fue falangista pero que influyo en la Falange, se aproximaba mucho más cuando escribió que el era “nada moderno y muy siglo XX”.

Después de su rotura definitiva, no solamente con el régimen de Franco, sino con el pensamiento falangista (lo cual no tenía por que ir junto), Laín empezó a colaborar con la delegación española del Congreso para la libertad de la Cultura, entidad financiada por la CIA, cuya finalidad era la lucha cultural contra el comunismo soviético, en plena Guerra Fría. En España esta institución se dedicó a sembrar ideas “europeístas” y federalistas que cobrarían cuerpo en la Transición y que se materializarían en el Régimen de 1978. Este proceso ha sido muy bien estudiado por Ivan Velez en su libro Nuestro hombre en la CIA.

Poco después de la muerte de Franco, Laín publicó lo que venían a ser sus memorias, bajo el título de Descargo de conciencia, uno se sus libros menos afortunados. Todo el mundo tiene derecho a cambiar de ideas y a evolucionar. Lo que no es de recibo es querer cambiar la propia historia y reconstruir el pasado en lugar de asumirlo. Como demuestro en mi libro, en su etapa de “falangismo universitario” Laín y sus amigos (Tovar, Ridruejo) siguen siendo falangistas. Presentar esta etapa como “liberal” es una clarísima falsificación de la realidad.

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