Título: “El Estado Servil”
Autor: Hillaire Bélloc
Editorial: El buey mudo, 2010. 200 págs
De Chesterton es la cita “Demasiado capitalismo no significa demasiados capitalistas, sino demasiados pocos capitalistas”. Con ella, el escritor anglosajón no quería hacer una crítica a si el capitalismo se estaba aplicando bien o mal, como suelen hacer los ideólogos cuando ven que no se cumplen las promesas de bienestar auguradas por liberales o queda relegada a un mero eufemismo la justicia social que ofrecen los marxistas. Simplemente pretendía denunciar cómo el capitalismo en connivencia con las reglas de la libre competencia estaba haciendo que las propiedades y medios de producción que antes atesoraban los muchos iban a parar a las manos de los pocos. De los muy pocos, de hecho. Bien lo atestiguaban la evolución de los conglomerados o trustempresariales que estaban a medio caballo entre Reino Unido y Estados Unidos, como atestiguaba la evolución del sector ferroviario o la aparición de gigantes financieros con siglas y apellidos que duran hasta nuestros días, véanse los ejemplos de las firmas J.P. Morgan o la Rothschild & Co.
En cambio, aquí la genialidad viva y divertida de Chesterton bebe de un ensayo contemporáneo a él del que se considera su mentor, Hilaire Bélloc, quien merece ser rescatado del ostracismo y releer sus advertencias de hace más de un siglo. Resulta sorprendente cómo el don de la clarividencia puede llegar tan lejos al intuir la evolución del futuro, y así se puede contemplar en el ensayo que seguro inspiraría al célebre inglés: “El Estado Servil”.
En este libro, tan breve como necesario en nuestros días, Bélloc -también conocido como “Viejo Trueno” por sus intervenciones en el Parlamento Británico en su etapa de parlamentario-se sale de lo que sus compañeros de partido podrían esperar para denunciar cómo el liberalismo económico iría de la mano de los postulados socialistas para crear un estado futurible en el que la producción se concentrase en unas pocas manos a la par que la presión política y social naciente de los poderes harían que el ciudadano se degradase a individuo. De esta manera, las grandes empresas estarían fuertemente ligadas a las estructuras políticas, levantándose una serie de privilegios en torno a estas que dejarían al individuo sin capacidad de oposición al quedar hasta los sindicatos desvirtuados y dependientes del dúo Estado-oligopolio.
Así, lo que Bélloc quería denunciar en su escrito era ese tenebroso camino que se avistaba a finales del siglo XIX y principios del XX, en el que una serie de empresas estaban borrando del mapa a sus adversarias por métodos a veces ilegales o como consecuencia de la inmoralidad económica y libre albedrío al que empujaban los gobiernos anglosajones y estadounidenses, permitiendo al más fuerte devorar al más débil. Lo que no se sabía era que esto pasaba precisamente por guerras especulativas que de hecho darían pie al pánico bancario de 1907, donde las principales entidades bancarias comprarían la voluntad de Estados Unidos al estar el país en deuda (literalmente) con ellas de por vida evitando el derrumbe.
También a los políticos les interesaba hacer buenas migas con las principales compañías, ya que estas podrían asegurarle una jubilación millonaria mientras ellos legislaban haciéndoles guiños y controlando a la masa social, que necesitarían de verdaderos desastres económicos para que se coordinasen e hiciesen valer sus quejas. Al final, la lucha obrera sería una forma de aliviar las tensiones e injusticias que el trabajador pudiera experimentar en su día a día. Al final, la dupla Estado-Mercado haría que una casta selecta fuera quien atesorase las riquezas y explotaría al resto de la plebe, algo semejante a una refundación del feudalismo pero sin títulos nobiliarios sino con cargos empresariales y políticos.
También Bélloc no pierde el tiempo en arremeter y en pocos párrafos desmontar el supuesto reparto de la riqueza que prometían socialistas y marxistas. Para ello partía de los dos postulados teóricos que más fuerza tenían en aquel momento. Uno de ellos era el que defendía que fuese el Estado quien reuniese bajo su estructura todos los medios productivos. Sin embargo, esto era lo mismo que hacer que la riqueza no fuera de los trabajadores sino de los funcionarios que más escalasen dentro del partido marxista de turno. Por otro lado, había también quienes defendían que ”todo fuese de todos”, literalmente. Además de rozar el absurdo, el parlamentario británico lo desmonta con la simpleza de exponer que augurar que todo sea de todos es lo mismo que hacer que nadie tenga nada, ya que la propiedad exige derechos individuales sobre el objeto y en base a estos se puede hacer valer algo de justicia frente a tribunales. Por no mencionar el caos de no tener la certeza de quién pudiera dormir bajo el techo en el que reposa tu familia, abriendo las puertas de la intimidad a cualquiera.
El Estado Servil sirve para desmontar mitos marxistas y liberales por igual, además de como advertencia de un futuro que cada vez es más cierto. Un futuro que tiende a ser presente en el cual el estado como estructura política está al servicio de grupos económicos con una influencia cada vez mayor. Lo que no llegó a vislumbrar el Viejo Trueno era cómo con el fenómeno de la globalización y el credo del globalismo, estas mismas corporaciones monstruosas darían el salto más allá de sus fronteras naturales para someter a su chantaje a nuevos territorios, haciendo que el feudalismo no sea un fenómeno regional sino global.