Título: “Nada por lo que pedir perdón”
Autor: Marcelo Gullo Omodeo
Editorial: Espasa libros, 2022. 464 páginas
Situado en la estela de Madre patria, el recientemente publicado Nada por lo que pedir perdón, da continuidad a las tesis mantenidas por Marcelo Gullo en su exitoso ensayo. Nada por lo que pedir perdón se inscribe dentro de ese conjunto de obras que combaten la leyenda negra, y lo hace desde una perspectiva netamente americana, pues su punto de partida es el supuesto genocidio cometido por los españoles en el Nuevo Mundo.
Abierto con una cita de Juan Domingo Perón, a quien Gullo reivindica de un modo muy diferente a muchos de quienes se pretenden sus herederos, el rosarino se aproxima a las figuras de los grandes conquistadores, Cortés y Pizarro, que reaparecerán, sobre todo, el primero de ellos, a lo largo de la obra, para describir una compleja y convulsa realidad: la de la América prehispánica, caracterizada por su fragmentación y por la existencia de imperios asentados en la violencia, la esclavitud y los sacrificios humanos destinados a deidades zoomorfas. La llegada de aquel puñado de barbudos supuso, en palabras de Gullo, una verdadera liberación de pueblos cuyos guerreros engrosaron las filas hispanas para hacer caer las estructuras opresoras. Y tras la liberación, el orden, es decir, el orden imperial español, caracterizado por la replicación de las instituciones –iglesias, universidades, hospitales- peninsulares en las nuevas Españas. Destacado testigo de aquel orden fue Alexander von Humboldt, facilitador, al cabo, de una valiosa información que, puesta en manos de Jefferson, sirvió a los propósitos depredadores de los Estados Unidos.
La cristalización de las naciones fragmentarias del Imperio español vino acompañada de la idealización del pasado prehispánico, un mundo armónico que, como si de una piedra arrojada a un estanque se tratara, quedó distorsionado con la llegada de los codiciosos blancos, descritos con los más negros colores por el «amarillista» –así lo llama Gullo- Bartolomé de las Casas, ídolo de diversos próceres hispanoamericanos y suministrador de munición propagandística para las potencias rivales.
Establecido el puente entre el Nuevo Mundo y la vieja Europa, Gullo aborda la figura de Lutero, protagonista de un cisma religioso que tuvo un evidente trasfondo político y económico. No en vano, la conversión al protestantismo, refinado por Calvino, vino acompañada de grandes incautaciones de bienes eclesiásticos, pero también de violencias y desplazamientos poblacionales. De la mano de la expansión del luteranismo, nuestro autor visita Suecia, Dinamarca, por supuesto, Alemania, pero también Inglaterra, a la cual dedica un capítulo en cuyo final se evidencia su intervencionismo en la Argentina derrotada, con honra mas sin armamento nuclear, del conflicto de las Malvinas. El gullesco ajuste de cuentas alcanza al mitificado Churchill, ejemplo de desprecio racista.
Si en el capítulo dedicado a Inglaterra, se realizó la crítica a la Compañía Inglesa de las Indias Orientales, expoliadora de la India, en el protagonizado por Holanda se establece un paralelismo con la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, organización que permite exhibir la figura del que Gullo denomina Atila holandés, agente del más despiadado imperialismo que, al igual que algunos de los personajes que jalonan el libro, mantiene en pie una estatua.
Antes de su definitivo salto a la actualidad, esto es, al análisis de la ideología indigenista que subyace en el Foro de Sao Paulo, el argentino dedica un amplio capítulo a los Estados Unidos, a su nacimiento marcado por el fanatismo religioso y el racismo de sus fundadores, aferrados al Destino Manifiesto, pero también a un esclavismo solo cerrado por causas prácticas.
Si el final de la obra está constituido por una acumulación de testimonios filohispanos, antes del cierre, Gullo aborda una cuestión habitualmente omitida: el proyecto balcanizador comunista puesto en marcha durante gran parte del siglo XX. En efecto, mirándose en el espejo soviético, algunos de los impulsores de este indigenismo, singularmente Fausto Reinaga, trocaron la lucha de clases por la lucha de razas. Con el objeto de crear satélites soviéticos en el patio trasero de los Estados Unidos, surgió una ideología todavía cultivada por los principales representantes del Socialismo del siglo XXI, los mismos que, ignorando el colapso de la URSS acaecido hace un tercio de siglo, trabajan en un divide et impera puesto al servicio de otros proyectos imperiales.