Ricaurte Soler y su historia nacional-marxista de Hispanoamérica

Ricaurte Soler y su historia nacional-marxista de Hispanoamérica. José Ramón Bravo

En su obra Idea y cuestión nacional latinoamericanas[i],publicada por vez primera en 1980, el filósofo e historiador panameño Ricaurte Soler (1932-1994) se propuso como objeto reconstruir la historia de la idea de Hispanoamérica, tomando como criterio fundamental de su análisis las contradicciones ideológicas de las clases sociales que en su opinión se habrían esforzado por llevar a cabo un proyecto de consolidación nacional adecuado a sus intereses. Se trataba de dar cuenta de la idea de nuestra América en base a los problemas propios de la denominada cuestión nacional en el contexto del peculiar desarrollo histórico hispanoamericano, desde la época de la llamada independencia hasta el inicio de lo que puede concebirse como el imperialismo angloamericano proyectado sobre el continente. Al margen de la discutible posibilidad de que la historia admita ser reconstruida, este ensayo de Soler presenta un interés particular para la teoría hispánica, tanto por las relevantes cuestiones que aborda sobre la historia y la política hispanoamericanas como por su particular enfoque analítico a la hora de explicarlas. En el presente artículo vamos a tomar el ensayo, arriba citado, de Soler como referencia para esbozar una crítica del autor desde una aproximación realista y en base a la filosofía política materialista de Gustavo Bueno.

Soler defendió la tesis del desarrollo e implantación de una ideología —él la llamaba conciencia— que podríamos calificar de nacionalismo de izquierdas (hispanoamericano) que se habría iniciado en su opinión a partir de José Martí, en base a posiciones que él calificaba como «democrático-revolucionarias», y opuestas al imperialismo (págs. 264-265). Nuestro autor también señaló que el socialismo de la revolución mexicana se había extendido constantemente por el continente (pág. 273) y asimismo resaltó cómo en otros países hispanos se había dado un maridaje entre socialismo e integracionismo. Por otra parte, Soler ligaba apropiadamente capitalismo a nación (en sentido político moderno), pero su dogmatismo marxista le impidió comprender objetivamente la realidad histórico-material del Estado y la dialéctica política universal, y por ello derivó toda su argumentación hacia diagnósticos que podemos considerar errados, y que inevitablemente desembocaban en conclusiones anti-históricas y voluntaristas. En tanto que teórico marxista, Soler practicaba un rígido economicismo metodológico que lo llevó a definir el Estado como «mero epifenómeno de la estructura económica» (pág.16) y a entender la realidad estatal como una superestructura.También es confusa su concepción de la nación, realidad que admitió era creación del Estado, aunque, dado su economicismo —casi podría decirse «capitalismo-centrismo»—, esa idea de nación era implícitamente la de la nación política liberal, aunque no encontremos en él desarrollo teórico al respecto. Al no ofrecer una teoría de la nación, Soler utilizaba este término de forma unívoca: no distinguía, por ejemplo, la nación histórica de la política[ii],y, basándose en Samir Amin, propuso que habría que entender la nación como «fenómeno social» (págs. 18-19).

Su crítica a las tesis hispanistas del socialista Juan José Hernández Arregui (1913-1974) en realidad favorecen, creemos, que concordemos más con este último, a pesar de sus visiones, muy discutibles, de la historia hispanoamericana como la de unas masas que luchan por sacudirse el dominio de las oligarquías aliadas con el capital extranjero. Con las debidas reinterpretaciones y depuraciones, sin embargo, hay mucho más de asumible en las tesis de Hernández Arregui que en las de Soler. A diferencia de éste último, el pensador argentino vio la fragmentación hispanoamericana como la disolución de la América hispánica, y tras analizar su historia en clave clasista, oponiendo la oligarquía urbana al mundo rural, concluyó proponiendo la alianza del socialismo y del nacionalismo (patriotismo) hispanoamericano y criticando los «desenfoques del internacionalismo abstracto» (pág. 22). Esta postura de Hernández Arregui nos parece indudablemente más realista y materialista, además de concordable con una interpretación empírica de la historia, frente a la posición claramente ideológica de Soler. Éste hacía un abusivo uso de categorías queridas por la doctrina liberal o marxista — por ejemplo, «proteccionismo» o «colonialismo»—, según el caso, pero siempre en clave cultural anglosajona o protestante.

Resultado de la ausencia de teoría de Estado es la lógica indistinción en Soler entre tipos de imperios. Así, no diferenció entre orden imperial-católico del Antiguo Régimen y orden colonialista-protestante del Nuevo Régimen, pues para él todo quedaba anegado en el mismo concepto de «imperialismo». Soler afirmó que la nación es anterior al capitalismo, pero también condición inseparable de la formación de éste, y en consecuencia «toda clase o poder social que se empeña en conservar las relaciones precapitalistas de producción habrá de considerarse […] antinacional» (págs. 28-29). Lo cierto, sin embargo, es que la nación es producto histórico que se forja en el seno de un Estado y, del mismo modo que no todo Estado es necesariamente capitalista, tampoco lo «nacional» puede definirse exclusivamente como propio de la era capitalista-liberal, como asumió apresuradamente Soler, a menos que el término se entienda restrictivamente referido sólo al Estado nacional de la era liberal-contemporánea, en cuyo caso habría sido dicho Estado el «inventor» de la nación, lo que es un formalismo inaceptable desde una filosofía materialista y a la luz de la conformación histórica de las sociedades políticas.

Nuestro autor se dedicó a estudiar los orígenes de la idea nacional hispanoamericana en el contexto de las luchas por la emancipación, pero su deficiente comprensión de las categorías histórico-políticas le impidió llegar a conclusiones sólidas y coherentes. La razón principal radica en el imposible intento de llevar a cabo un análisis materialista —por marxista— a través de categorías y conceptos metafísicos e idealizaciones procedentes de su visión sustancialista de las fuerzas que operan en los procesos históricos, en particular la hipóstasis tanto de la nacióncomo de las clases, al tiempo que ignoraba el papel vital del verdadero sujeto histórico-político, el Estado, y la dialéctica fundamental de la historia política, que es ante todo inter-estatal (e inter-imperial). Como se desprende claramente del tratamiento que han dado diversos historiadores —Fernando Bellver Amaré, Guillermo Céspedes del Castillo, Fernando Olivié, entre otros— al proceso de disolución de la Monarquía hispánica, la propia constitución católica de Hispanoamérica llevó a ésta a «posicionarse dialécticamente» contra el liberalismo en dos momentos cruciales por decisivos: la invasión napoleónica de la Península y la instauración en ésta de una Constitución liberal. Este hecho capital fue del todo incomprendido por Soler, cuyo análisis se basaba enteramente en categorías propias de la historiografía liberal colonial de raíz protestante.

Soler forzó la interpretación de la realidad histórica para ajustarla al dogma marxista y a su visión economicista y clasista. Por ello reconoció, por un lado, que el concepto de la identidad americana estaba arraigado en la propia unidad del imperio y de una nación española —la nación histórica—, pero al mismo tiempo criticó que el Estado —la «superestructura  jurídica del imperio y sus instancias ideológico-políticas», en sus palabras— actuaran de forma contradictoria al querer implantar el concepto de igualdad de todos los súbditos ante la Corona, porque esto iba contra la colonización económica, la coacción cultural y la explotación socioeconómica (pág. 36), lo que es un análisis del todo ideológico y moralizante, que, como se ha dicho, parte de su incomprensión de lo que es el Estado y, especialmente, lo que era la realidad histórica hispano-católica. Su parcialidad se nos hace evidente cuando al hablar de la «conciencia social y nacional» de los españoles americanos, menciona las reivindicaciones políticas públicas previas a las separaciones, lo que era en realidad expresión de los intereses de clase (criolla): ¿por qué en este caso hablaba de «americanos» y no de «burgueses» u «oligarcas»?

Las contradicciones que a menudo sorprendían a Soler de los procesos históricos nacían siempre de su incomprensión del Estado y del empeño en presentar la lógica histórica bajo el prisma de la lucha de clases en clave marxista, lo que aún se volvía más confuso cuando a ello intentaba agregar la noción del nacionalismo (hispanoamericano), referido a una época en que aún no se habían formado los Estados americanos, y ni siquiera se había podido lograr la unidad de Hispanoamérica como un Estado continental. En honor a los hechos que la investigación histórica más neutral parece dejar claros, habría que interpretar esa «conciencia nacional hispanoamericana» como derivada, si no es que era una expresión más, del nacionalismo español—hispano, para ser más precisos— y sus acciones iniciales, como el intento de salvar España (americana) sin la península, ante la ocupación de ésta por Francia. Nación, como ya hemos señalado, es producto de una historia política y puede decirse que identifica básicamente la sociedad política de un Estado, y como éste (la Monarquía Hispánica) se estaba resquebrajando, también las delimitaciones geográficas se iban alterando. Esta es la única explicación lógico-material que puede dar cuenta de las actuaciones de aquellos hombres en la confusa época en que les tocó vivir. Por otro lado, el análisis de Soler revela la ingenuidad de pretender que la modernización o el desarrollo de un Estado, como el hispánico en el siglo XVIII, tuviera que contentar a toda la población, cuando la sociedad es por definición compleja e internamente dialéctica, por lo que incorpora las luchas de intereses entre muchos grupos sociales. Toda esta dialéctica interna de intereses en lid se reveló con la mayor crudeza en un momento de crisis sin precedentes del poder político, como no podía ser de otra forma; algo que el rígido dogmatismo de Soler fue incapaz de explicar de modo satisfactorio, con lo que inevitablemente la historia real sólo podía ser vista como una sucesión de errores o de injusticias.

El «nacionalismo hispanoamericano», si es que alguna vez existió al margen de la España peninsular, se identificaría con los principios de legitimidad de una sociedad tradicional propia del Antiguo Régimen —esencialmente reaccionaria frente a cualquier conato de revolución— y sería erróneo concebir tal nacionalismo como causa del independentismo. Este último, eso sí, no pudo ser más que oligárquico, pero en Soler no encontramos ninguna referencia sustancial ni al reaccionarismo indiano ni al oligarquismo de los facciosos, ni tampoco a la intervención de los agentes e instituciones ingleses (contrabando, financistas-usureros, espionaje, logias masónicas, mercenarios) en el proceso de separación y posterior disgregación política hispánicas, lo que es un sesgo interpretativo imperdonable. Como dejan entrever claramente las acciones que el propio Soler mencionaba, es obvio que los planes neo-imperiales de Francisco de Miranda y el resto de separatistas chocaban con las pretensiones anglosajonas, pero éstas últimas acabarán imponiéndose porque Gran Bretaña poseía la potencia política. Es decir, en todo este complejo proceso, las oligarquías indianas se hicieron fuertes frente al poder central del Estado (hispánico), pero inevitablemente terminaron cayendo en manos anglosajonas. De hecho, la fragmentación fue necesariamente la componenda política que mejor conjugaba a un tiempo los intereses de las oligarquías sediciosas y los del Imperio británico (véanse al respecto laspágs. 35-47), verdadero árbitro y beneficiario de todo el proceso independentista.

Tampoco parece, en principio, coherente que un pretendido autor de «izquierda» y marxista no hiciera una verdadera crítica del formalismo liberal que supuso de facto una expropiación de los indígenas. Ejemplo de esa desposesión fue el decreto de Bernardo de Monteagudo que propuso llamar a todos los habitantes peruanos «para destruir el irritante sentido que los españoles daban a la voz de indios» (pág. 71); el mismo Monteagudo que, como reconoce el propio Soler, «diseñaba […] un [E]stado nacional […] que alejaba a las clases explotadas de la participación política» (pág. 95). Mas lo que Soler luego no explicaba es que ello implicó la derogación de la legislación protectora (los «derechos materiales» de los indígenas) en la sociedad del Antiguo Régimen y su sustitución por los derechos meramente formales del nuevo oligarquismo protocapitalista y liberal. Muy al contrario, Soler, preso de categorías y tesis claramente insolventes, le dio la vuelta por completo a esta realidad presentando a un Simón Bolívar que buscaba «medidas progresivas y avanzadas» (pág. 92), sin alcanzar a ver más allá del formalismo liberal, como cuando defendió que la constitución boliviana «extendió los derechos civiles y liberó los esclavos», algo que hizo el imperio liberal precisamente para asegurar el funcionamiento mundial del capitalismo británico. Sin explicación lógica de por qué ocurrió esto, afirmó además que Bolívar «[c]ontradiciendo sus propias excitativas [sic] a los peruanos de que vendieran a los ingleses las tierras del [E]stado, se empeñó en crear el sistema fiscal y proteger las manufacturas americanas» (pág. 92), lo que no es sino una defensa incongruente de la actuación de Bolívar, y que sugiere que Soler se adhería a la mitología republicana, encumbradora de unos mal llamados «próceres» cuyo supuesto patriotismo americano no es más que una leyenda insostenible, como ha señalado el abogado y economista argentino Julio C. González[iii]. Contra la visión idealizada de Soler se opone radicalmente la de historiadores económicos como Bruno Seminario, quien ha afirmado que «[l]a Independencia fue nefasta para la economía peruana y sus consecuencias […] catastróficas […] Luego de la batalla de Ayacucho, el Perú cae bajo el dominio de Bolívar, quien se proclama dictador vitalicio y gobierna de manera despótica. Sus acciones más destacadas en perjuicio del Perú fueron [entre otras] […] la desmembración del territorio […] el restablecimiento del tributo indígena […] la división de las tierras comunales»[iv].

El anacronismo de Soler era evidente en la utilización forzada del concepto de democracia radical para dar cuenta de los procesos separatistas hispanoamericanos o la «insurgencia desde abajo» (pág. 55), algo que nunca se dio: «la democracia liberal de inspiración ilustrada se constituyó en el vehículo ideológico de las clases propietarias más avanzadas. Y desde estas posiciones combatieron la explotación colonial» (pág. 95). Lo que sucedió, sostenemos, fue más bien lo opuesto: la utilización de un «capitalismo ideológico» como coartada para la imposición de una explotación colonial que hasta entonces no había existido, ya que el funcionamiento de la Monarquía hispánica no era el de una metrópoli extractiva con sus colonias —aunque la historiografía anglo-liberal y en general moderna haya impuesto esa visión— sino un Estado pluri-continental complejo, policéntrico, y cuyos virreinatos se gobernaban con amplia autonomía económico-fiscal y de manera integrada[v]. Cuando Soler hablaba de las tendencias «profundamente sociales» de José Gervasio Artigas —tal vez el único protagonista que mostró lealtad a España, o al menos estuvo más comprometido con un proyecto de Estado no oligárquico— de nuevo erraba en su interpretación de sus posiciones en clave «democratista», un evidente anacronismo. El propio Soler citó a este respecto a uno de los más acertados analistas sobre este período, Lucas Alamán, quien había dicho que «la revolución en su primer período […] comenzó por un engaño: se propagó y sostuvo por los medios más inmorales y atroces». Puede decirse que todo el análisis de Soler es en esencia una versión idealizada de lo que no fue sino una descarnada lucha intra-oligárquica en plena descomposición de la autoridad estatal (de la Monarquía hispánica). Como él mismo reconoció en otro lugar, casi inadvertidamente, la principal contradicción era la que «oponía los conflictos sociales y regionales al imperativo de consolidar el [E]stado nacional» (pág. 70).

La dogmática marxista obviamente llevó a Soler a ver una paradoja en el hecho de intentar forjar una nación sin desarrollo capitalista previo y, así, se preguntó algo inevitable dada la insuficiencia explicativa de sus propias tesis: «aún no se ha dado explicación alguna que esclarezca “las causas externas que han inducido las causas internas” de los antagonismos sociales hispanoamericanos a partir de “nuestra inserción en el mercado mundial”» (pág. 195). Pero estas razones sí se han dado, solo que Soler o las ignoraba o no supo interpretarlas, como hemos expuesto, por su incapacidad para comprender el significado de la lucha política inter-imperial: en este caso, entre la Monarquía hispánica y la Corona británica. La deficiente comprensión de las categorías y conceptos políticos le hizo incurrir en flagrantes distorsiones: por ejemplo, el juzgar la asociación del «imperialismo» (en puridad, colonialismo) y el liberalismo como una «degeneración» y una «conservatización» (pág. 196) de éste último. Ello prueba que Soler no entendió realmente lo que es el liberalismo y además estaba preso de lo que se ha llamado el «mito de la burguesía nacional», de influencia liberal y también marxista, fundado en la concepción de la burguesía como el agente del desarrollo económico nacional. Lo que, de hecho, es el funcionamiento normal de la democracia liberal él lo explicó como una «degeneración» (pág. 262), lo que revela que a pesar de su marxismo había asumido plenamente los axiomas salvíficos de la ideología liberal anglosajona, que es la que necesariamente acompaña a un sistema económico que ha llevado al hundimiento a Hispanoamérica durante toda su vida «independiente». Nuestro autor tampoco comprendió que el imperialismo era y es un expansionismo inevitable de todo Estado poderoso, y por ello creyó ver en Brasil un ingrediente esencial que había que incorporar al integracionismo hispanoamericano, ignorando las acciones expansionistas de este Estado en América del Sur y su alianza secular con la oligarquía anglocapitalista (pág. 199); de hecho, puede decirse que el «latinoamericanismo» (estilo UNASUR o MERCOSUR) es al Brasil lo que el panamericanismo es a Estados Unidos.

En definitiva, los Estados hispanoamericanos tuvieron que aprender lo que era verdaderamente el imperialismo colonialista por la «vía dura», ya que en el período post-independencia, la cuestión del colonialismo (material) se planteó abiertamente. Con todo, a pesar de su deficiente análisis de lo político-estatal, Soler concluía reconociendo que el Estado es el principal instrumento para la solidaridad de estructura y superestructura y la garantía de su estabilidad, además de ser la más importante de las fuerzas productivas, con lo que, más allá de su análisis marxista y clasista, necesariamente se vio abocado a reconocer la primacía del Estado, especialmente si de lo que se trata es de proponer la reivindicación de un programa nacional para Hispanoamérica. Incluso pareció recuperar, conclusivamente, el sentido de la racionalidad materialista cuando admitió, al final del libro, que «(h)emos de reconocer que el internacionalismo abstracto, de raíz economicista o de manipulación política, pudo —todavía lo puede— asestar golpes ciegos a la auténtica reconstrucción de la memoria colectiva» (págs. 273-274). Una tesis que salva in extremis el realismo en Soler y lo reconcilia, en cierta manera, por tanto, con Hernández Arregui.

 


[i]Ricaurte Soler, Idea y cuestión nacional latinoamericanas. De la independencia a la emergencia del imperialismo, Siglo XXI Editores, México DF, 1980, 194 págs.

[ii]En España frente a Europa (Pentalfa, Oviedo, 2019, págs. 83-150), Gustavo Bueno propuso una taxonomía de las principales categorías que designa el polisémico término nación: la nación biológica, la étnica, la política y la fraccionaria. Posteriormente incluyó también la nación histórica, que es la que acaso corresponde mejor a la realidad material de Hispanoamérica e incluso la Hispanidad en su conjunto.

[iii]Julio C. González, La involución hispanoamericana. De provincias de las Españas a territorios tributarios. El caso argentino 1711-2010, Docencia, Buenos Aires, 2010, pág. 49.

[iv]Bruno Seminario, El desarrollo de la economía peruana en la era moderna. Precios, población, demanda y producción desde 1700, Universidad del Pacífico, Lima, 2016, págs. 410-411.

[v]Recomendamos a este respecto consultar, en particular, los trabajos de las economistas Regina Grafe y Alejandra Irigoin sobre el Imperio español en América en el siglo XVIII.

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