Mi Patria es tierra de aves. Lo vio muy bien Guillermo Enrique Hudson, quien, con ese nombre de Lord inglés, nació aquí y gastó gran parte de sus días observando, clasificando y llenando libretas de apuntes sobre la vida, la belleza y el comportamiento de los pájaros pampeanos. Hudson murió en Worthing, un pueblo costero sobre el Canal de La Mancha, a menos de una hora de la capital inglesa. Falleció el 18 de agosto de 1922, justo cuando un ave exótica, de sublime canto, ensayaba sus primeros vuelos entre juncales y lagunas del norte santafesino. Mixtura de ruiseñor por su trino, zorzal por su criollez y hornero por su trabajo incansable, hubiese escapado, seguramente, de las taxonomías de Hudson.
Hablamos de Don Leonardo Castellani, sacerdote jesuita, patriota y Doctor Universal. Castellani tenía algo la lucidez anímica de Chesterton (otro inglés), la ironía mordaz de Kierkegaard, la intuición de la letra sacra de San Jerónimo y el orden natural de Martín Fierro, todo ello, bajo el amparo de la Cruz del Sur.
En 1931, Castellani se doctora en Filosofía y Teología por la Universidad Gregoriana de Roma y en los años subsiguientes, codeándose con lo mejor de la intelectualidad europea, completa estudios sobre psicología y psiquiatría. En 1935 vuelve a la Argentina e inicia un itinerario de pedagogía, literatura y periodismo que constituyen una verdadera ofrenda de amor y compromiso con su tierra. Aún resuenan en nuestros oídos aquella sentencia suya como exhortación y destino: “Los argentinos tenemos hoy una tarea y un deber sacros: pensar la Patria”.
Antes de la publicación de su tesis La catharsis catholique dans les exercises spirituels d’Ignace de Loyola (1934), Castellani había dejado su primer destello de gran escritor con un libro de fábulas titulado Camperas (1931). Luego se sucedieron: Historias del Norte bravo (1936), Martita Ofelia y otros cuentos de fantasmas (1939) junto a Reforma de la enseñanza en el mismo año. Siguieron Conversación y crítica filosófica (1941), Las muertes del Padre Metri (1942) y EL NUEVO GOBIERNO DE SANCHO en el mismo año, con ampliaciones y anexos en 1944 y 1965 respectivamente. En esta última obra vamos a demorarnos.
Inspirándose en la más celebrada narración cervantina –de hecho, la obra aparece firmada bajo el seudónimo “Cide Hamete (h)” con traducción de “Jerónimo del Rey” (otro seudónimo)-, Castellani se concentra en el episodio del Quijote en el que se encomienda a Sancho Panza la gobernación de una ínsula. A la luz de aquel paralelismo ya esbozado por Leopoldo Lugones entre el Hidalgo Caballero y Martín Fierro (Quijote de estas pampas), el sacerdote santafesino, con una prosa plagada de humor, ironía, ocurrencia y lucidez traza un Sancho criollo a quien se le encomienda una misión en una ínsula que no será aquella “Barataria” que aparece en las páginas del Quijote, sino la “Agatháurica”, término compuesto proveniente del griego antiguo ἀγαθόν, sustantivo neutro que significa “el bien”, y del latín aurus referido al oro, a lo resplandeciente. La ínsula llamada del “Bien Áurico” pareciera jugar dialécticamente con el Argentum (plata) que da nombre a nuestra tierra argentina. En síntesis: Don Quijote envía a su fiel escudero a gobernar una ínsula ultramarina que remite a la región del Plata (“Río-Cual-Mar o “Mar Dulce” por su extensión, como lo bautizara en 1516 Juan Díaz de Solís), una vasta extensión allende esas aguas, que se prolongaban en la pampa, hasta la Cordillera de los Andes.
Sancho I, el Único, es enviado a regir la Ínsula Agatháurica, y el Padre Castellani lo narra así, a modo de soneto:
“Pampa vibrátil, hija de la aurora,
desde el Río-Cual-Mar al Ande duende
nacida a ser, si su blasón no vende,
de la indígena América, señora”
…………….
“Y en el nombre de aquesta espada mía
tómala, Sancho, y salva su natía
promesa de laurel y de racimos”
Ante el trono de este Sancho “gaucho, integral y psicológico” – como lo caracteriza Juan Oscar Ponferrada en el Prólogo a la 5ta edición (1991) – desfilarán los más variopintos personajes como figuras “eminentes” de la ínsula. Así pasan ante el nuevo Gobernador: el Maestro, el Filósofo y el Tanguista; el Venido de Europa, el Estudiante de Tucumán y la Muchacha Moderna; la Máquina de Ganar a la Ruleta, el Taita de la Historia Oficial y el Hombre que Decía la Verdad. Por cuestiones de vocación y de singularidad, auscultaremos brevemente la comparecencia de “El Filósofo” ante Su Majestad Sancho I.
Castellani presenta bajo estos términos la irrupción del eminente Filósofo en la Sala de los Acuerdos y ante el trono de Sancho:
“[…] cuatro reyes de copa introdujeron al recinto, sentado sobre unas andas, a modo de procesión, a un señor más lamido que ternero nonato, bien engominado él, bien afeitado, con corbata pajarita y una orquídea en el ojal del smoking”.
El Dr. Pedro Recio, asistente de la Corte, presenta al ilustre huésped como “el Filósofo mayor del reino de Sepharlandia”, alusión clara a la “Tierra de los Escribas” (saque usted, Lector, las conclusiones) y, a continuación, un proyecto para que la ínsula regida por Sancho, ingrese en el concierto de las naciones “civilizadas”. Aquella grieta sarmientina entre civilización y barbarie vuelve a tomar cuerpo como piedra de toque para definirnos como auténticos o imitadores, ese deporte tan afecto de nuestra clase dirigente y de muchos argentinos, de querer ser empecinadamente lo que no se es.
Para llevar a cabo su proyecto, el Filósofo exige tres cosas: 1. la fundación de una Facultad de Filosofía y Letras Ocultas y otra de Metafísica y Gnoseología Cognoscitiva bajo su dirección con 30.000 escudos de renta anual. 2. La donación de 200.00 escudos para una edición de lujo de las obras de José Ingenieros, Juan B. Justo, Almafuerte y Lisandro de la Torres entre otros (socialistas, masones, demócratas, progresistas, es la fauna que compendian estos nombres propios). 3. Que se reúna un Congreso de todos los filósofos del mundo en la capital de la ínsula para protestar contra la falta de libertad de pensamiento que el Filósofo sufre en aquella tierra.
Sancho I decide hablar cara a cara con el insolente visitante y el diálogo que se desarrolla a continuación es una pulseada entre la cultura libresca, desencarnada y el sentido común realista y criollo. Por razones de extensión, no podemos entrar en los detalles de ese contrapunto, pero sí en la moraleja final que resulta de la desopilante escena.
Sancho se encarga de resolver el entuerto proponiendo un torneo personal de tres preguntas por barba, mano a mano y a resolver por puntos. Mientras el Filósofo saca a relucir sus conocimientos filosóficos, científicos y lingüísticos, Sancho azota con el humor y el sentido común:
Sancho: – ¿Cuál es el ave que vuela más alto y más rápido?
Filósofo: – El ave que más alto vuela es el halcón y más rápido, es el colibrí.
Sancho. – Punto para mí. El ave que vuela más alto y más rápido es el ave María.
Con sacudones de este tipo, el Filósofo había sentido la necesidad de matar a Sancho, pero éste, saltando del trono ya le había puesto al sabelotodo su puño entre las narices. Luego dictó la sentencia: el eminente Filósofo debía partir raudamente a misionar al interior profundo de la ínsula con unos padrecitos gallegos y con ellos seguir como escriba, pero anotando en este caso matrimonios, bautizos y comuniones a la par de enseñar la correcta Doctrina. Castellani pone en boca de su Sancho, la siguiente conclusión a modo de justa pena:
“Allí podrá ver de cerca a la gente de su propia tierra y de todas las tierras del mundo, lo que es el mundo, lo que es la gente y lo que es la vida. Y conocer las necesidades de esta tierra y la filosofía de ella, que no la despreciamos tampoco…”
Don Alberto Buela, que tenía mucho de Castellani, a quien trató y conoció, nos decía siempre: “En filosofía, hay tipos que filosofan sobre los libros y hay otros que filosofan sobre las cosas, es necesario seguir el camino de éstos últimos”.
Oremos entonces para que Dios nos regale un Sancho pleno de sentido común para esta Patria inconclusa y que nos libre de los “sabelotodo” de manual…y de sus ghetos ilustrados.