Savater, intelectual búmer del 78

Savater, intelectual búmer del 78. Javier Bilbao

Habrá quien no lo recuerde o fuera demasiado joven, pero allá por los noventa Savater aparecía en la pantalla de la tele hasta cuando estaba apagada. Era el intelectual de referencia y de reverencia. Lo teníamos escribiendo o siendo entrevistado en los periódicos de Vocento, en los medios de Prisa y en los canales públicos, solo le faltaba salir posando en la portada del Interviú. El País Vasco era el epicentro informativo, aunque la (mala) noticia fuera siempre la misma; constantemente pasaban cosas, pero todas de forma obsesiva en torno a lo mismo sin que pudiéramos apreciar ningún cambio, ninguna luz al fondo del túnel; una charca de aguas estancadas al tiempo que agitadas por la tormenta. Así que un Savater en perpetuo estado de manifestación se convirtió en voz recurrente para los telediarios como alternativa a los desvaríos venenosos de Arzalluz y los atentados etarras. Con semejante contraste se nos hacía una figura casi celestial, como si la pancarta de ¡Basta Ya! estuviera delante suyo para ocultarnos que en realidad los pies no le llegaban al suelo: un levitante querubín añoso de rostro abotargado que descendía a contarnos la buena nueva de la ortodoxia democrática y el cosmopolitismo frente a los energúmenos del tiro en la nuca y la bomba lapa.

Cumplió su papel con formidable coraje, perseverancia y talento, es esa una medalla que siempre podrá lucir con orgullo. Dicho todo esto… con el paso de los años uno ha empezado a rumiar si acaso él y su discurso no suponían un embudo del sistema para canalizar toda oposición al terrorismo y al separatismo. La gente podía salir a manifestarse, pero del comunicado ya se encargaban unos pocos —entre los que él se encontraba— para pulir cualquier traza de españolismo extemporáneo donde los fetiches eran la Constitución y la integración europea. De manera que la oposición al separatismo debía expresarse con cierta sofistería ilustrada, solo por voces autorizadas, en torno al rechazo genérico a todo nacionalismo. Cuando el pueblo se desmelenaba movido por la indignación, como en las manifestaciones en torno a Miguel Ángel Blanco, ya se sofocaría de una u otra forma… Una labor de pastoreo que luego Borrell intentó repetir en 2017 afeando a los manifestantes que coreasen lo que no tocaba. Le salió peor, ahí estábamos más resabiados.

Pero volviendo a Savater… ¿hasta qué punto podía hacer algo distinto a surfear las circunstancias de cada época? Echemos la vista atrás. Comenzó siendo un militante antifranquista en los últimos años del régimen, como siempre le ha gustado recordarnos. Aunque este es un logro que bien pensado causa cierta extrañeza, pues Franco murió plácidamente en la cama y la Transición fue meticulosamente teledirigida desde el exterior. Así que, en cierta forma, viene a ser como convertirse a mediados de septiembre en un activista de la llegada del otoño. Pero no fue un empeño vano, al menos para su propio porvenir, pues le sirvió para posicionarse ante el nuevo régimen fichando en 1976 por El País en una relación laboral que duraría nada menos que 47 años. Esa imagen que tanto le ha gustado cultivar de espíritu indomable, conciencia libérrima, pensador «herético» y «maldito» (palabras suyas, no se rían), filósofo-pirata que navega de Nietzsche a Voltaire, vista en retrospectiva tiene algo de fiel esposo en la Ávila de los años 50 escribiendo bajo pseudónimo las aventuras de Casanova. Su alma sería pícara y tempestuosa, pero cada noche sabía cumplir con su señora descubriendo el camisón lo imprescindible.

Savater ha sido, antes que nada, el intelectual del Régimen del 78 y, por extensión, del orden liberal occidental instaurado tras la Segunda Guerra Mundial. Es decir, ha sido un paladín del régimen de la verdad búmer, descrito por Erriguel en este magnífico artículo  como el «consenso político, social y cultural que, tomando pie en 1945, cristalizó en occidente en los años 1960, y que en sucesivas fases y adaptaciones ha pervivido hasta nuestros días». Ahora bien, ¿qué valores son esos? En primer lugar, obediencia al hegemón angloamericano reflejada en sus propios referentes culturales, desde el cine americano hasta Kipling, Stevenson y Melville, pasando por su convencional adoración de Nueva York. Como algo consustancial a lo anterior la exaltación del individualismo disolvente de cualquier lazo colectivo, considerado opresivo. Siempre Contra las patrias, por citar uno de sus libros. Primero España en los 70 y 80, ya en los 90 los sucedáneos autonómicos a los que echaba mano la gente. Pues, qué le vamos a hacer, los seres humanos necesitamos una tribu y si nos niegan una, recurriremos a otra…

Nuestro autor siempre ha predicado liberalismo atomizador —en su vertiente socialdemócrata progresista, que es lo que tocaba—, lo que implicaba ruptura con la tradición, no digamos ya si esta es católica, bien podría haber titulado su obra más conocida Ética protestante para Amador. Su filosofía cabía en Imagine de Lennon: ni dioses, ni patrias, ni fronteras, ni identidad, ni tradición, ni trascendencia, solo modernidad hedonista, egotista, cosmopolita y derechos, muchos y universales, vinculados a la autorrealización. Su preferencia del «yo quiero» frente al «yo debo», dicho en sus propios términos. Es decir, el régimen imperante, que es donde terminaban desembocando sus teorizaciones. Comulgar con lo que hay. Más sofista que filósofo, primero estaba la conclusión y luego el razonamiento con el que llegar a ella, a la manera en que primero ganaba un premio —finalista de El Planeta, por decir algo— y luego escribía el libro premiado. Si bien por mucho que conociéramos de antemano el destino, el sendero acostumbraba a ser de lo más entretenido, tratándose como es de un notable escritor.

Hay, por último, otro elemento búmer-liberal característico de Savater como buen hijo de su tiempo: el culto a Israel y a los judíos como víctimas supremas. Fundado en 1948 sobre la ficción de «una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra» (¡ya había gente viviendo allá!) como una manera de dar salida a los judíos de Europa tras la Segunda Guerra Mundial, el Estado sionista respaldado por una recién nacida ONU se convertía así en la clave de bóveda del nuevo orden mundial. Según Norman Finkelstein, estudioso del tema (sus padres fueron supervivientes de Auschwitz) durante las décadas de los 50 y 60 las alusiones al Holocausto fueron casi inexistentes tanto en el ámbito académico como en la cultura popular, pero es tras la guerra del 67 cuando Israel comienza a configurarse como un estrecho aliado de EE.UU. en Oriente Medio y, con ello, crece la necesidad de crear narrativas que justifiquen al sistema. En la 2ª GM habían muerto 26 millones de soviéticos y unos 15 millones de chinos a manos de las potencias invasoras del Eje, si bien los primeros eran comunistas y, además, en tanto eslavos no del todo blancos, mientras que los segundos eran amarillos, y luego, por si no fuera bastante, comunistas. Nada, no valía, había que volver a contar la historia. A partir de los años 70, con la Guerra Fría en un momento de distensión, los nazis pasaron a erigirse como el Mal supremo y los judíos como las principales (¿únicas?) víctimas del conflicto. Hollywood se recreó en ello.

En ese paisaje cultural se desenvolvió nuestro autor y dado que su pensamiento, como ya hemos visto, absorbe los valores imperantes y los regurgita bajo una apariencia de originalidad y transgresión, entonces marcó fielmente el paso del orden del embudo liberal internacional y su por lo común férreo antinacionalismo encontró en el sionismo un punto ciego. Contra las patrias… menos una. Multiculturalismo para unos, etnonacionalismo para otros. Décadas de limpieza étnica y de reordenamiento del mapa regional, utilizando para ello su control del poder estadounidense para aplastar a sus vecinos (esa fue la razón de la invasión del 2003, no el petróleo) y cumplir el proyecto del Gran Israel no despertaron su interés hasta llegar a la situación actual, a la que a comienzos de este año dedicó un lamentable artículo llenó de clichés propagandísticos, desinformación y, cómo no, ardientemente sionista, porque su mundo es del de ayer y a estas alturas de la vida ya no es capaz de rectificar o aprender nada nuevo.

El 90% de las viviendas de Gaza han sido destruidas o dañadas por las bombas israelíes. Ya no hay colegios, ni universidades, ni hospitales, ni agua, ni electricidad; la distribución de ayuda humanitaria se convierte cada día en una trampa mortal con drones y francotiradores. Si bien las cifras oficiales están en torno a 60.000 muertes, estas cuentan solo los cuerpos recuperados de entre los escombros y fallecidos directamente en bombardeos. Por eso hay estimaciones que nos hablan de casi 400.000 muertos. Es el mayor horror ocurrido en el siglo XXI y nos interpela a cada uno, allá donde vivamos. Dice el anteriormente mencionado Finkelstein que Gaza, simplemente, ya no existe, porque la cantidad de escombros han convertido esa pequeña franja de 10 kilómetros en inhabitable, así que pronto estará vacía. La limpieza étnica de más de dos millones de personas se habrá consumado y, aunque mucha gente ahora no es consciente aún de la gravedad de todo lo que ha ocurrido, se hablará de ello durante años y décadas.

¿Qué hicimos cada uno de nosotros en ese momento? ¿Tratamos de impedirlo en la medida de nuestras escasas fuerzas? ¿Acaso miramos para otro lado? ¿O incluso aún llegamos a jalear tal masacre? Esas serán preguntas a las que todos tendremos que enfrentarnos en el futuro, particularmente aquellos que tuvieron algún tipo de poder o influencia en la opinión pública. Ha sido además un exterminio que la tecnología actual ha permitido retransmitir día tras día con todo detalle, nadie podrá alegar desconocimiento…

¿Cómo quedará retratado entonces Savater? Probablemente no es algo que le quite el sueño, al fin y al cabo, en la perspectiva individualista en la que se maneja todo empieza y termina en uno mismo y él, en términos biográficos, está ya en los postres. «Para lo que me queda en el convento…» se dirá. Visto desde fuera, eso sí, resulta desconcertante contemplar cómo dilapida ese capital cívico amasado en décadas previas, ver para lo que ha quedado alguien que siempre aleccionaba sobre el compromiso del intelectual con los problemas de su tiempo: el remedo de Voltaire, Camus o Zola sesteando ante un genocidio emitido en directo como si fuera una etapa del Tour de France. «Aquel a quien los dioses aman, muere joven» nos enseñó Plauto y más adelante Batman desarrolló la idea: «O mueres siendo un héroe, o vives lo suficiente para verte convertido en el villano». Ay, la vejez, ¡pa lo que hemos quedao!

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