¿Será el coronavirus la tumba del europeísmo?

Pandemia y biocenosis

La actitud de las naciones europeas a la crisis sanitaria del SARS-CoV-2 ha estado muy lejos de ser uniforme y armónica entre sí. ¿Qué nos puede hacer pensar que lo será cuando lo más crudo de la pandemia pase y tengamos que enfrentarnos a la terrible crisis económica que va a dejar el dichoso virus de la enfermedad COVID-19? Posiblemente cuando llegue ese momento, que ya está en marcha, los países europeos entrarán en una feroz dialéctica de Estadosy Europa esté en su hábitat natural: el de la biocenosis. Y la resolución de la polémica puede que se lleve a cabo «por otros medios», y no sería precisamente la primera vez que así se solucionan las discrepancias sobre la faz de los territorios del viejo continente.

Ni mucho menos es descartable una nueva guerra europea, o incluso mundial; aunque hay que tener considerablemente en cuenta la munición nuclear, porque las bombas ahí están, y tal vez no sean exclusivamente un instrumento de disuasión. Tampoco es imposible que estalle una nueva guerra civil española, o una guerra contra Marruecos por Ceuta y Melilla o porque los moros aprovechen la debilidad de España, aunque también estaría por ver cómo va a salir de fuerte o más bien de débil Marruecos de la pandemia (y los demás países mayoritariamente musulmanes). 

Si la Unión Europea no funciona para que las naciones del club se auxilien unas a otras en momentos de crisis, entonces ¿para qué sirve? Europa no parece que se esté comportando como una unión de mercado, en inmejorable armonía, sino como una contraposición de diferentes poderes nacionales en pugna y severa competencia: pólemoses el padre de todas las cosas. Y esto durante la crisis viral ha podido comprobarse mejor que nunca. Incluso los europeístas más fervorosos y fanáticos están empezando a verlo; pues la pandemia está suponiendo entre los diferentes Estados miembros la lucha por la supervivencia. Europa es en 2020 una biocenosis, y a saber si con la crisis económica que se espera va a serlo más que nunca. ¿Podría sufrir Europa una debacle y una bancarrota como la que devastó a la Unión Soviética a finales de los ochenta y principios de los noventa? Como así sea no sólo vamos a verle las orejas al lobo, sino también los colmillos.

La crisis sanitaria ha vuelto a tensar las relaciones entre los países septentrionales y los meridionales del continente, esto es, entre Alemania, Austria, Finlandia y Holanda (partidarios del Mecanismo Europeo de Estabilidad, que es un fondo de rescate), contra Portugal, Italia, España y también Francia (que prefieren eurobonos). Pero estos países sureños son países desindustrializados (como se hizo con Detroit), y tienen todas las que perder en esta crisis.  

Holanda y Alemania, los dos países más ricos de la UE y los que se supone que junto a Francia (que posee el mayor ejército de la pretendida unión) son los que lideran el club, se han negado a llevar a cabo un plan de deuda común para financiar la crisis sanitaria; y tampoco están por la labor de llevar a cabo un plan común para la crisis económica. Es decir, la UE ni siquiera ha planteado algo así como un plan para afrontar la crisis coronavírica y no ha habido reacción a la misma sino una total falta de coordinación, ya que cada país se ha enfrentado a la pandemia al estilo Frank Sinatra, esto es, a su manera. 

Italia y España están siendo más asistidas por China y Rusia que por la pretenciosa Unión Europea (que nunca podrá ser un grande, es decir, una plataforma continental con posibilidades geopolíticas efectivas de cumplir un papel relevante, y ahora parece que menos que nunca). 

Decía el Doctor Sánchez el 27 de marzo, no sin empalagosa cursilería: «Le toca a la Unión Europea proteger a los ciudadanos más débiles. Es lo que les trasladé el jueves al resto de los Estados. Es la hora de la UE. Europa se la juega [si quiere] que la bandera azul de las doce estrellas amarillas arraigue para siempre en los corazones de los europeos». No, señor presidente. Es la hora de España, de su ser o no ser, de su eutaxiao su distaxia. Europa no va a ser el Mesías que en la hora de la parousíava a venir a redimirnos. Tal vez, por decir algo positivo, una enorme crisis como la presente sea una gran oportunidad para establecer nuevas alianzas y redefinir el papel de España en el mundo, con especial inclinación hacia Hispanoamérica (aunque habrá que ver en qué condiciones salen estos países de la pandemia).

Más que destruir a la Unión Europea, el coronavirus ha venido para poner de manifiesto que tal unión sólo era posible sobre el papel y en realidad se trataba de una apariencia falaz, pues sólo existía como fenómenoemicdesde la concepción de los burócratas eurodogmáticos y votantes, y por tanto no se trata de una realidad ontológica y eticrealmente existente. De hecho la historia de Europa es la historia de la desunión, la historia de una biocenosis, en donde los países han permanecido unidos a través de la competencia (y cuando no mediante la guerra, los «otros medios» por los que también se resuelven conflictos y de modo contundente, sin otro fin que no sea el de imponer la paz de la victoria).

A mediados de marzo, el presidente de Serbia, Aleksandar Vučić, se expresaba con palabras contundentes sobre la supuesta unidad europea:«La solidaridad europea no existe… es puro cuento. Los únicos que nos ayudan son nuestros amigos de la República China» (https://www.elsaltodiario.com/coronavirus/xi-jinping-emerge-lider-mundial-coronavirus-declive-occidental). 

Con un tono más moderado, pero predicando al fin y al cabo el mismo mensaje, se expresó el presidente de Italia, Sergio Matarella, que ni mucho menos es un «euroescéptico»como Vučić, al comprobar que tras la activación del Mecanismo Europeo de Protección Civil para el abastecimiento de material sanitario, ni un solo país de la Unión respondió a su solicitud de ayuda: «Cabe esperar, por tanto, con buena razón y, por lo menos, en el común interés, iniciativas de solidaridad y no movimientos que puedan obstaculizar la acción». Como pasó con la crisis del euro o la de los refugiados, y en la catástrofe de los terremotos en L’Áqüila en el centro del país, los italianos se sienten nuevamente abandonados por la UE, y sin embargo están siendo asistidos por los chinos y también por soldados rusos (aunque en Rusia se está poniendo muy peligrosa la crisis sanitaria, a la que se suma la bajada de los precios del petróleo y la caída del rublo). 

España no es país para euroescépticos y aún menos para eurodogmáticos a la contra

Es cierto que en España ha cuajado, y con mucha fuerza, el europeísmo. Nuestro políticos son los más europeístas de todos, son más europeístas que Merkel y Van der Meyer, más papistas que el Papa. Ha dicho recientemente, en plena crisis viral, Pablo Casado: La UE «es nuestra mejor red de seguridad» (https://www.elperiodico.com/es/politica/20200406/gobierno-arma-razones-pactos-moncloa-oposicion-coronavirus-abalos-7919263). Lo que sería de risa si la situación no fuese tan extraordinariamente trágica. El presidente del Movimiento Europeo en España, Francisco Aldecoa, ha sostenido que en nuestro país «no hay base para euroescepticismos», y añade que «La vuelta al nacionalismo, al intergubernamentalismo, sería un suicidio» (https://www.publico.es/politica/union-europea-coronavirus-oportunidad-inesperada-pedirle-union-europea.html). Europa o el caos.

Pero el político español que se lleva la palma es Pedro Sánchez, y una de las pocas verdades que ha dicho es que su gobierno es europeísta, «firmemente europeísta», recalcó en el Congreso durante una de las votaciones para prorrogar el Estado de Alarma. Porque -afirmaba- «es ahora cuando Europa ha de ser más Europa que nunca». No hay que olvidar que Sánchez -aunque esto no lo ha dicho, pero sí lo hemos visto- es un chico del señor Soros (que según el geopolítico mejicano Alfredo Jalife es un testaferro de los Rothschild). 

El tal Soros, por cierto, es el principal patrocinador del think tankeuropeísta-globalista (valga la redundancia) European Council on Foreign Relations (ECFR), institución encargada de desarrollar análisis estratégicos para la política exterior de la Unión Europea, cuyas oficinas están en Berlín, Londres, Roma, París, Sofía, Varsovia y Madrid. Como leemos en su página web, el equipo del ECFR se decanta «por un enfoque paneuropeo para la política exterior española». (Ya escribimos algunas líneas al respecto en https://nacionespanola.org/actualidad/borrell-jefe-de-la-diplomacia-europea/).

También es considerablemente europeísta buena parte del pueblo español. Y no digamos la prensa, sobre todo la oficialista, que lanza eslóganes como: «¿Spexit? No, gracias» (https://www.publico.es/politica/union-europea-coronavirus-oportunidad-inesperada-pedirle-union-europea.html). Los europeístas creen que la única alternativa a la UE es la «extrema derecha», es decir, partidos a los que se demoniza por no pertenecer al Establishment, o porque se desplacen un milímetro de las posiciones de lo políticamente correcto. Europa o Satanás. 

Pero en realidad, lo que se denomina «Unión Europea» no es otra cosa que la plataforma geopolítica del eje franco-alemán (básicamente Francia pone el ejército y Alemania la Industria), sobre todo a partir de la reunificación de Alemania y de los tratados de Maastricht, Ámsterdam, Niza y Lisboa.

La crisis del coronavirus es la prueba de fuego de la UE, y como no se tomen medidas conjuntas entre los países miembros la supuesta unión va a quedar hecha cenizas, o todavía peor: los países van a tener fuertes encontronazos corticales a la hora de reconstruir sus economías y ahí la lucha va a ser feroz, y si no se resuelve mediante el poder diplomático… pues ya conocemos de sobra la historia de Europa.

Durante estos años España ha estado atrapada entre la espada de las autonomías y la pared de la Unión Europea. Pero tanto la UE como el sistema autonómico setentayochista se han visto desbordados para afrontar esta crisis viral, y es el Estado soberano (el Estado-nación o nación política) la plataforma que está actuando para acabar con la pandemia, es decir, país por país, y no desde ninguna institución internacional pretenciosamente supranacional, o aureolarmente postestatal; ni, en definitiva, desde un supuesto sistema de gobernanza mundial (que es lo que Sánchez, como buen lacayo de los globalistas, acrítica y peligrosamente reivindica). 

Europeístas y autonomistas (o globalistas y separatistas) están comprobando que sus planes y programas sólo eran papilla ideológica, es decir, sólo actuaban como apariencia falaz y conciencia falsa.  

Ni las ilusiones globalistas ni  los espejismos localistas tienen potencia para gestionar la actual crisis (aunque en general carecen de potencia geopolítica en cualquier circunstancia). Ni el aldeanismo autonomista o separatistas ni el papanatismo europeísta o globalista van a salvarnos de nada y menos de esta extraña pandemia que nos ha desbordado y que acecha en el horizonte un difícil reto para España y el mundo.

El Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores, Josep Borrell (amigo del tal Soros), ha dicho que «la UE necesita un plan económico para ahora mismo». La misión de Borrell es coordinar desde la UE la respuesta a escala global de la pandemia. Es decir, precisamente lo que no se está haciendo. Luego todo lo que diga este «Alto Representante» es papel mojado o flatus vocis. Y más fantasioso es su misión cuando vemos que trata de coordinar no sólo a los países de la UE sino a «todos los países del mundo», declaró el 7 de abril en una entrevista al diario El Mundo (https://www.elmundo.es/internacional/2020/04/07/5e8b660afdddff23bd8b45f5.html). No obstante, Borrell dice algo muy sensato, aunque obvio: «No podemos esperar a que se acabe la amenaza sanitaria para empezar a hacer frente al problema económico». Pero uno se pregunta quién es el sujeto que realiza esa acción, ¿la Unión Europea?

El líder de la delegación de Ciudadanos en el Parlamento Europeo, Luis Garicano (otro hombre de Soros), ha dicho que se trata de un momento de vida o muerte. «O salimos de ésta unidos o nos quedamos sin Unión Europea» (https://www.20minutos.es/noticia/4215662/0/coronavirus-reaviva-tensiones-ue/). Y todo pinta a que vamos hacia lo segundo, para desgracia de los euroburócratas que se quedarán sin trabajo (aunque también será la ruina de millones de personas, por lo debilitados que van a quedar los respectivos países, y con lo difícil que es la geopolítica si no se tienen buenos aliados, los cuales son tan importantes como las propias fuerzas). 

El portavoz de la Comisión Europea, Eric Mamer, ha afirmado que «la mejor manera de activar esa inversión masiva que Europa necesita es un presupuesto plurianual ambicioso e innovador, un auténtico plan Marshall europeo» (https://www.elespanol.com/invertia/economia/macroeconomia/20200407/sanchez-juega-ue-frente-coronavirus-eurogrupo-decisivo/480453349_0.html). Algo absurdo, porque el Plan Marshall vino de Estados Unidos en solidaridad polémica junto a algunos países europeos contra la Unión Soviética, es decir, no salió del seno de la propia Europa.  

Declaración conjunta de los miembros del Consejo Europeo

El 26 de marzo los euroburócratas firmaron una «Declaración conjunta de los miembros del Consejo Europeo», en donde se exige para afrontar la pandemia «una actuación urgente, decidida y global a escala de la UE, nacional, regional y local» (https://www.consilium.europa.eu/media/43098/26-vc-euco-statement-es.pdf). Pero por lo que vemos se trata de una exigencia sin cumplimiento. No obstante, en la Declaración se asegura que «se han movilizado 140 millones de euros para 17 proyectos, incluido el desarrollo de vacunas». Y además se habla de la colaboración de la UE con el resto del mundo, «en el reto de desarrollar una vacuna en el plazo más breve posible y ponerla a disposición de todos aquellos que lo necesiten sin barreras geográficas». Pero el desarrollo por hallar la vacuna no será un caminito de rosas lleno de armonía y colaboración, sino que más bien será una competición entre los diferentes países, porque conseguir la vacuna supone una posición privilegiada para cualquier Estado, pues en todos los países del mundo hay infectados y eso podría llenar considerablemente las arcas del Estado que halle lo que, a día de hoy, es el elixir de la vida para las ciudadanos de todas las naciones. La potencia que consiga la vacuna va a utilizarla para garantizar su eutaxia y la salud de sus ciudadanos, y ya iría vendiendo la medicina no sólo mirando por la salud de los seres humanos sino también por los intereses de ese país en la dialéctica de Estados.

En los puntos 12 y 13 de la Declaración se habla de las consecuencias económicas que va a dejar la pandemia, y nos encontramos con el idealismo propio de ese europeísmo sublime: «12. Reconocemos plenamente la gravedad de las consecuencias socioeconómicas de la crisis de la COVID-19, y haremos todo lo necesario para afrontar este desafío con un espíritu de solidaridad. 13. Apoyamos las medidas resueltas adoptadas por el Banco Central Europeo para garantizar unas condiciones de financiación favorables en todos los países de la zona del euro». Pero no hay «solidaridad» sino dialéctica de Estados: la crudeza y dureza de la Realpolitik.

Asimismo, se habla de que se aportarán «37.000 millones de euros de inversión en el marco de la política de cohesión para hacer frente a las consecuencias de la crisis». Son sin duda bellas palabras y el papel (o la pantalla) lo resiste todo.

La crisis coronavírica ha mostrado la nulidad geopolítica que es la UE, y la crisis que le va a suceder ahondará más en este punto, y no hay que descartar que las diferentes plataformas continentales (fundamentalmente la anglosajona, la eslava y la china, y a saber si también la musulmana) se repartan los náufragos de esa fracasada unión, pero está por ver cómo los países de esas plataformas resisten al COVID-19.   

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