Sopor liberalio y derecha despierta

Sopor liberalio y derecha despierta. Javier Bilbao

Si los canarios en las minas servían de advertencia temprana ante algo que los demás aún no podían detectar, la labor de buena parte de periodistas y columnistas españoles es exactamente la opuesta: llegar cuando el peligro ha pasado, constatar como un hallazgo propio lo ya evidente a ojos de todos y agitar el puño al cielo maldiciendo ante un enemigo ya derrotado. Hay quien denomina a esto Ley de Soto Ivars . Por ello, que recientemente Reverte se dispusiera a criticar lo woke ya debía ponernos sobre aviso entonces de que lo woke está bien muerto, así que solo nos falta leer el obituario para saber los méritos y deméritos de aquel que acaba de morder el polvo… ¿Quién era el tal mister Woke?

Podríamos resumirlo en que se trataba de la agenda progresista importada de Estados Unidos, particularmente referida a la organización de la sociedad en un sistema de castas donde se intersecan raza, sexo y orientación sexual como elementos fundamentales en la identidad de una persona, que la situarían en algún punto entre víctima y privilegiado, entre minoría oprimida y mayoría normativa. Por ejemplo, un hombre blanco heterosexual y cristiano tendría que deconstruirse y examinar sus privilegios (aunque fuera mendigo) mientras que una mujer negra, lesbiana, judía, gorda y del Barça debería ser automáticamente presidenta del Gobierno de atesorar tales características juntas.

Ahora bien, quien solo tiene un martillo ve clavos por todas partes, así que hay activistas e intelectuales que durante los últimos años han puesto tal empeño en diseccionar las características de este movimiento político-cultural que ahora lo interpretan como el clivaje definitivo en el espectro ideológico y pasan a desdeñar a una parte de la derecha como woke right, no en el sentido de que sea tibia o centrista sino en el de que sería un espejo invertido al otro lado. Alguien que ha puesto un particular empeño en ello es James Lindsay. Tal vez conocido por ser uno de los tres autores de artículos académicos paródicos en 2018 como «El pene conceptual como constructo social», que demostraron cómo era posible publicar completos sinsentidos en revistas académicas si eran envueltos en abundante verborrea posmoderna. Convertido siete años después en algo así como un experto en denunciar wokismo allá donde lo vea, que es básicamente todo lo que no sea centrismo liberal en el orden mundial post-2ª Guerra Mundial —desde el conservadurismo cristiano hasta el nacionalismo reacio a las fronteras abiertas— y para ello busca difusos rasgos que serían comunes con el discurso posmoderno. Es decir, para Lindsay todo se trata de narrativas al margen de su anclaje en lo real, de manera que denunciar, por ejemplo, el patriarcado y el poder del lobby sionista en EE.UU. vendría a ser lo mismo pues en ambos casos habría un trasfondo discursivo conspiratorio y victimista… Con la pequeña diferencia de que el lobby israelí AIPAC es real, como son reales los 100 millones donados por la israelí Sheldon Adelson a la campaña de Trump. Pero esto Lindsay no lo sabe o le conviene no darse por enterado.

Así que ya en su origen en EE.UU. el argumento de que existe una «derecha woke» es inconsistente y tiene más que ver con obsesiones particulares que con realidades constatables. No digamos ya cuando en España alguien intenta imitarlo de forma chapucera, como es el caso de Carlos Martínez Gorriarán y Javier Rubio Donzé. Se diría que quieren aprovechar un término ya denostado y en declive para lanzarlo ahora contra la derecha no liberal. Vayamos con el primero. En este artículo  recorre sucintamente las sucesivas oleadas de fervor protestante para concluir que lo woke tendría algo de religión de sustitución, de fondo puritano en su exhibición de virtud. Sería, en definitiva, una nueva herejía protestante. Algo de ello hay, ciertamente. La pirueta viene en el último párrafo, cuando afea a Trump sus muestras de religiosidad en público —algo bastante tradicional en los presidentes estadounidenses— proclamando que hacer tal cosa… ¡es derecha woke! Es decir, como la agenda progresista tiene trazas culturales cristianas, entonces según Gorriarán toda forma de cristianismo sería también agenda progresista. Debería repasar la asignatura de lógica porque me recuerda aquel silogismo de «todos los hombres son mortales, Sócrates es un hombre, por tanto, todos los hombres son Sócrates». Entiendo que como ex-número 2 de UPyD tenga interés en reivindicar el laicismo, pero puede hacer tal cosa sin recurrir a falacias ni estirar conceptos para que abarquen todo lo que uno desea.

Pasemos ahora a Rubio Donzé, quien hace unos días publicó este artículo  donde comienza repitiendo la acostumbrada letanía liberal sobre el peligro de anhelar líderes fuertes (cinco minutos después suelen suspirar con nostalgia por Thatcher) para explicarnos que «en Europa del Este, países como Ucrania, Polonia o los países bálticos –que han padecido regímenes autoritarios– comprenden muy bien los peligros de este emergente wokismo derechista y valoran las ventajas de vivir en una democracia liberal»​. Claro, por eso en Hungría votan a Orbán, en Eslovaquia a Fico, AfD arrasa en lo que antes era la RDA y en Rumanía lo hubiera hecho Georgescu… de no ser porque las elecciones libres al parecer deben ser incompatibles con la democracia liberal. Lo de etiquetar así a la Ucrania del Euromaidán, la limpieza étnica del Dombás y la ilegalización de la oposición mejor lo dejamos…

Prosigamos con el artículo de Donzé, en el que a continuación desglosa cuatro características fundamentales de eso que llama «wokismo de derechas». La primera sería su adhesión al «relativismo» y a la «posverdad», dado que esta derecha se muestra escéptica ante la prensa (¡Cómo si los periodistas hubieran dado algún motivo para desconfiar!) y para ella «la ciencia y los hechos comprobados pasan a un segundo plano». Pensaba que desde la gestión que presenciamos de la pandemia en 2020 habría algo de sonrojo en repetir este tedioso mantra progresista, pero no, ahí lo tenemos otra vez, rematado con la alerta de que para estos especímenes analizados «todo es relativo salvo la lealtad a la causa». Bien, acaba de describir al conjunto del arco parlamentario. Es llamativo centrar tu discurso en la defensa de la democracia al tiempo que se repudia el relativismo, pues aquella tiene su sustento epistemológico en el reconocimiento de una incapacidad fundamental de conocer la verdad. La democracia, humildemente, opta por aceptar toda cosmovisión en un marco pluralista donde se impondrá solo la mayoría y respetando a las minorías. Se renuncia entonces a dictar qué es lo cierto y se opta por hacer lo que es más popular. Por eso resultaba inconcebible un Ministerio de la Verdad para los demócratas liberales de antaño. Los de ahora, ya vemos, están a otra cosa.

El segundo rasgo de la «nueva derecha identitaria», tan guoque la pobre sin saberlo, sería su irracionalidad y apelación a las emociones, pues en ella «prima el eslogan encendido sobre la deliberación informada». Las ínfulas iluministas son todo un clásico del autocomplaciente discurso progresista, donde uno es la encarnación misma de la Razón y los demás brutos movidos por sus bajas pasiones. En el mundo real, sin embargo, lo que vemos es que anteponer el eslogan a la deliberación informada es algo característico de todas las fuerzas políticas, e igualmente las emociones atraviesan todos los discursos políticos sin excepción, pues alarmar a la población con que el cambio climático desatará el apocalipsis o con que Trump es la nueva encarnación de Hitler no termina siendo otra cosa que apelar al miedo. Respecto a la «búsqueda de un chivo expiatorio» y a «la apelación a un enemigo interno» solo cabe añadir que el propio Donzé lleva años entretenido escribiendo listas negras de supuestos agentes de Putin en territorio español. Proyección, llamaba Freud a esto.

La tercera característica del «wokismo de derechas», nos cuenta, sería su identitarismo. Frente a la ristra de grupos de pertenencia basados en el género/raza/orientación de la agenda progresista los primeros apelarían a lazos como la nación y la religión. Entonces, al parecer, todo sería un poco lo mismo al final, por no apelar al individuo sin vínculos colectivos con el que fantasea el liberalismo y que nunca ha existido, ni puede existir. Porque los humanos somos seres sociales, la tribu es consustancial a nuestra naturaleza, solo cambia la bandera. El propio discurso liberal-progresista que hace mohines ante el patriotismo acto seguido se siente apasionadamente identificado con la bandera de la UE y habla con plena convicción en nombre de Europa y de Occidente. No se le ocurra a nadie cuestionar su pertenencia tribal a tales entes de los que son celosos paladines. Con relación al identitarismo el autor también menciona el «victimismo» que aquejaría a esta derecha, tanto respecto a la inmigración masiva como hacia el feminismo. Ea, es de quejicas denunciar los problemas que genera la primera (delincuencia, dumping salarial, acceso a la vivienda, conflictos culturales…) o señalar que el feminismo ha erosionado algo tan valioso como es la presunción de inocencia, cosa que determinados figurines progres están aprendiendo últimamente en sus propias carnes.

Ya para concluir, la cuarta y última característica descrita es la «censura moral desde el Estado». Como los progresistas han recurrido a la censura y la derecha populista también censura, entonces… ¡la derecha populista es progre! Este silogismo convencerá a Gorriarán, pero la realidad es que la censura ha existido en todas las épocas y lugares. Y sí, ahora también existe, lástima que Donzé no pase de relatar un par de anécdotas en lugar de centrarse en el empeño explícito de la administración Trump de erradicar toda crítica en la esfera pública a Israel. Acaba de retirar 400 millones de ayuda federal a la universidad de Columbia por haber sido escenario de protestas contra el genocidio en Gaza, en línea con lo que recientemente afirmó su secretario de Salud, Robert Kennedy, acerca de que las universidades de EE.UU. son «invernaderos de esta peste mortal y virulenta» (refiriéndose a las críticas al proceder de Israel, también llamadas «antisemitismo»). Claro que el rechazo a los judíos sería una de las características que Donzé atribuye a esta nueva derecha que va desde Trump a Vox. Justo ese es el problema, sí. Una observación a la altura del resto del análisis, lo que nos lleva a concluir que ni Gorriarán ni Donzé parecen tener mucha idea de lo que hablan, ciertamente nadie podrá acusarlos nunca de estar «despiertos». Más bien sesteando en Babia.

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