Tres tiros a Aldama

Tres tiros a Aldama. Samuel Vázquez

Víctor de Aldama, uno de los comisionistas de la trama de corrupción que afecta a socialistas miembros del actual gobierno de España, salió de prisión después de una visita al penal de miembros de la UCO (Unidad Central Operativa de la Guardia Civil, el más alto escalón en los grupos de investigación), donde, se supone, se ofreció a cantar por soleares todos los tejemanejes de los que había sido partícipe, incluido el reparto de sobres en un bar frente a la sede del Partido Socialista en la calle Ferraz o su presencia junto al ex ministro todopoderoso del Sanchismo, José Luis Ábalos, en el avión que traía a la delincuente internacional venezolana, Delcy Rodríguez, de visita a España; visita que estaba prohibida por las leyes internacionales y que propició un conflicto que, hoy sabemos, obligó a mentir a todos los miembros del gobierno, a algunos varias veces, para intentar hacer creer a la población que nadie tenía conocimiento del viaje y que había sido una cosa de Ábalos yendo por libre.

De aquel episodio también salió el despido del único trabajador de seguridad privada que se plantó ante la mano derecha de Ábalos, el ex portero de Clubs, Koldo García, y el ascenso a una jefatura superior del que era entonces responsable policial de la comisaría del aeropuerto. No es el guión de la película Una Historia del Bronx de Robert de Niro, es sólo otra típica historia socialista.

Los españoles estamos acostumbrados a altas dosis de corrupción política desde la llegada de la democracia y también a ese tipo de personajes que suelen ser los primeros en caer (les dejan caer), y siempre dicen que van a tirar de la manta, aunque luego todo se quede en nada. La realidad es tozuda y si alguien puede tirar de la manta, es evidente que el primero que se va a quedar enrollado en ella es él mismo, por lo que al final siempre “le convencen” para retirar el órdago y pasar, aunque lleve 31 al juego y sea mano.

En la película “Rounders”, protagonizada por Matt Damon, que gira en torno al mundo del póker, alguien le dice al personaje principal de la historia que en todas las partidas hay un primo, y que debe estar vigilante. Si a los 15 minutos aún no sabe quién es el primo, es que el primo es él.

Los gargantas profundas que amenazan con tirar de la manta suelen ser los primos de las partidas, pero esta vez el primo parece el primo de Zumosol. Se ha sentado delante del juez y ha cantado hasta La Traviata. ¿Por qué? ¿Qué ha sido diferente esta vez?

Es evidente que Aldama ha priorizado su propia vida a su estancia en prisión, aunque esta se alargue por la confesión y esto es así porque el comisionista tiene miedo de verdad, conoce con quién ha salido de caza y sabe que no se admiten bromas cuando alguien lleva la escopeta cargada.

Tres tiros en la ventanilla del conductor, eso fue lo que se encontró un día al salir de casa. Tres tiros en la ventanilla de su A8 blindado, un vehículo más propio de jefes de estado que de comisionistas y entonces entendió que aquello no era un farol, y también comprendió que sólo tenía una salida, asumir más cárcel a cambio de proteger su vida. Si cantaba, como él mismo ha dicho, sería mucho más difícil atentar contra él porque todas las miradas se dirigirían al presidente del gobierno, Pedro Sánchez. Antes de cantar, podrían haberlo vendido como un ajuste de cuentas entre personas metidas hasta el fondo en la causa criminal, pero después de cantar, todos los ojos se irían a los más altos poderes del estado. Confesar se convirtió en un seguro de vida.

Es difícil explicar hasta qué punto se ha degradado la administración en España en sólo cinco o seis años, culminando un proceso que, de manera mucho más lenta, venía dándose desde hace décadas bajo gobiernos de distinto signo. La forma más perfecta de criminalidad del siglo XX fue la mafia italoamericana y lo fue porque llegaron a controlar a políticos, jefes de policía y sindicatos de trabajadores de los puertos por donde entraba la mercancía. En sólo una semana en España se ha detenido al máximo responsable policial frente al blanqueo con su casa empapelada en millones, se ha imputado a la mano derecha del presidente del gobierno durante años y se ha asesinado de un tiro en la cabeza y a plena luz del día a un estibador del puerto del Barcelona; saquen sus propias conclusiones.

España se ha convertido en ese país donde el lunes crees estar viviendo dentro de una película de Scorsese y el martes dentro de una de Berlanga, ese país donde personajes que podrían protagonizar cualquier película de la saga Torrente, el Brazo Tonto de la Ley, acaban alcanzando las más altas cotas de poder y tomando decisiones que no sólo condicionan nuestras vidas sino que dejan una deuda moral y económica en las de nuestros hijos. Y lo peor de todo es pensar que esta gente no llegó aquí subidos a tanques sino que lo hicieron mediante sufragio universal, con el apoyo de un pueblo cada día más difícil de entender, cada día más orgulloso de ser esclavo.

Es evidente que, entre las nuevas generaciones, informadas en las nuevas autopistas de la comunicación, mucho más libres y sin control político, comienzan a mostrar síntomas de hartazgo y a querer ser protagonistas de una historia diferente a la que vivieron sus padres; nosotros.

La actitud de la organización juvenil Revuelta, que llegó a Valencia a mancharse de barro para ayudar a los vecinos antes que nadie y sin esperar a que la aletargada y politizada maquinaria del Estado se despertase, es un símbolo de que hay una generación dispuesta a cambiarlo todo, que no tiene intención de pedir permiso ni perdón por lo que hace, dice o piensa; una generación para la que lo políticamente correcto es motivo de chiste y mofa, una generación harta de que le impongan dogmas y agendas que les hacen cada vez menos libres. Les deseo suerte, de ellos depende nuestro futuro.

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