Vivimos tiempos confusos. Parece que turbas vociferando proclamas teocráticas de otra confesión durante la Navidad no es preocupante. Parece que enfrentamientos permanentes de jóvenes con la policía de forma burda y chulesca mientras sus madres ríen y jalean, no es una mala señal. Menos parece que esa tendencia de muchos terroristas a ser escondidos y protegidos por los vecinos de «barrios multiculturales», le quite el sueño a medios, estado y a sus dueños.
Parece que el problema es esa quimera de humo llamada «extrema derecha». Ese humo que provoca auténtico pavor entre quienes ante cada ataque terrorista, ante cada acuchillado y cada muerto en nuestras calles, agacha la cabeza, lo menta a desgana pero enseguida grita y encumbra teorías sobre supuestas células islámicas que apoyan a partidos patriotas europeos. Acabáramos. Nunca ha habido miseria moral que no tenga también tendencia a la estupidez más supina.
Ante cada ataque, la preocupación no es por las víctimas ni por sus familias. No es tampoco por el papel decorativo de los cuerpos policiales que deberían protegernos. Menos aún por los autores y sus motivaciones reales. Todo se reduce a Susanna Griso y su indignación porque un barbudo con un cuchillo atacando en un parque infantil daba alas a la extrema derecha.
No sé qué debe ser la extrema derecha para que genere tal temor. ¿Son gentes de creencias totalitarias? ¿Gente agresiva y violenta que no tolera un mínimo debate sobre sus creencias pero que pretenden imponerlas? ¿Gente que entra en un sistema para sabotearlo pero vivir de él? ¿Gente que vive desarraigada, aislada y despreciando a la sociedad de la que vive?¿Gente que pone bombas? ¿O acaso son más de atropellar a inocentes después de recitar unas oraciones de un caudillo militar para garantizarse el paraíso?
Eso ya lo tenemos, así que no creo que refieran a ello.
Supongo que se refieren a la preocupación que genera que alguien, ante la desprotección del estado, la mezquindad de los medios y la violencia constante, decida defenderse. Porque parece eso lo que da miedo a la élite. La voluntad de los europeos de defenderse y sobrevivir. No preocupa la vida del niño atropellado por alguien que jamás debió entrar en nuestros países. Preocupa la ira del padre al querer que eso jamás vuelva a ocurrir. Preocupa la furia de aquellos europeos hartos de ser los malos por no ser suficientemente pasivos. Porque se trata de eso. Nuestros muertos y nuestro sufrimiento son muy bien tolerados. Mientras seamos nosotros la diana de las culpas, la violencia, la muerte y la humillación, no pasará nada. Medios y políticos pueden vivir con ello. Pero jamás tolerarán que se inviertan las tornas. Y no es deseable, ciertamente. Creo que nadie en su sano juicio vería deseable un conflicto civil abierto. Aunque tampoco nadie debería tolerar que haya gente que pase de puntillas sobre la sangre de unos, pero ponga el grito en el cielo porque un vago de gran parentela recibe «únicamente» techo y alimento. Quizás quieran baile.
Y olvidamos que la defensa no es un derecho. Podemos hablar y debatir mucho sobre el concepto de «derecho a la legítima defensa», pero ese es el problema central. Tenemos estados que hablan de la defensa en términos de derechos y de «proporcionalidad». Así siempre tenemos dos formas de acabar si ejercemos tal «derecho». Muertos o castigados. Porque la pasividad de las élites y los medios para con nuestra seguridad, la compensan con la más cruda saña si se nos ocurre arremangarnos. Alguien puede entrar en tu casa de noche armado. Si te defiendes y mueres, mala suerte. Si te defiendes y el agresor termina peor, vas a pagar cara tal osadía. Porque el estado no ofrece seguridad, pero si castigo. Y lo hemos permitido. Bastaría con comprobar cuánto tarda la policía en aparecer si se les llama por un allanamiento y cuánto tardan si se les llama reconociendo que el agresor está criando malvas. Hagan sus apuestas.
Y no culpo a la policía ni a ningún cuerpo policial. Muchos, estoy seguro, quieren protegernos. Pero lo que ellos quieran es irrelevante. Obedecen órdenes. Y es bastante coherente obtener desprotección y castigo de la policía cuando el estado nos quiere así, desprotegidos y con miedo a la acción. Ellos sabrán por qué. Pero llevamos años viendo la dinámica. Las víctimas y el ensañamiento siempre son para nosotros. Pero a la vez se nos martillea la idea de que cualquier reacción es «extrema derecha» y más peligrosa. No sabía yo que pudiese haber algo más peligroso que ser atropellado y muerto por querer pasear por un mercadillo navideño de mi ciudad. Pero si, lo hay. El peligro de que no me atropellen, acordarme de la inacción de la policía, de la saña de los medios, y ser capaz de sacar del coche al barbudo y llevarlo de paseo. Eso es el peligro.
Por eso nos meten machaconamente la idea de la defensa como un derecho muy restringido. Tan restringido que da más miedo emplearlo que esperar la muerte. Y eso debe acabar. La defensa no es un derecho. Especialmente cuando el estado que nos lo repite, se desentiende de su papel protector pero disfruta viéndonos desamparados. Por eso mismo hay que entender la defensa como lo que es. Un imperativo que precede a cualquier argucia legal. Porque la ley, por mucho ego que tenga el que la hace y por mucha democracia que invoque, no prevalece sobre el imperativo de mantenernos con vida. La defensa de nuestra vida y las de nuestros semejantes, es una obligación. Si se nos quiere castigar por sobrevivir, si se nos condena por respirar un día más, si se nos persigue a nosotros más que a nuestros agresores, es que el agresor no está solo.
Os lo aclaro, la defensa no es de extrema derecha. Pero castigar a quien se revuelve contra su verdugo, convierte en cómplice.