Pocos saben que el denominado Proyecto 2025, el programa político diseñado por el conservador Heritage Foundation dos años antes que sigue punto por punto Trump y sus asesores, incluyó una específica mención a la necesidad de una política exterior que revirtiera la fase de decadencia en la que el otrora imperio mundial había iniciado desde el último tercio del siglo XX[1]. En el artículo anterior presentamos las líneas maestras de este detallado plan y los retos inmediatos a los que se enfrenta EE.UU. Con ello se demostró que las primeras proclamas públicas de Trump no fueron ocurrencias ni salidas de guión de un personaje que era descrito de manera grotesca por los medios de comunicación como un outsider (nombre que los anglosajones dan a un político que no es del sistema).
El eje central que se inauguró en 2025 era retomar un discurso que no era del todo novedoso. Hunde sus raíces en la posición que mantuvo la entonces potencia emergente a finales del XIX que pasaba por un férro control de su patio trasero, que no era otro que Hispanoamérica. Hasta esas fechas todos sus esfuerzos se habían dirigido a ocupar los territorios que permitieran unificar el país bajo la bandera de la Unión. Con la ocupación de Cuba y Puerto Rico en 1898 se cerró el círculo, a excepción del Canadá al Norte. Desde el Pacífico, con las islas Hawai, California hasta Alaska; al sur con México al que arrebató importantes extensiones territoriales (Tejas, Nuevo Méjico y Arizona). Bajo la presidencia de Theodore Roosevelt (1901-1909) se inició una nueva etapa que revisó la Doctrina Monroe. EE.UU. se embarcó desde entonces en una colonización, que no ya no mediante la anexión, de los países al sur del Río Grande. Resultado de ello fue medio siglo de intervenciones militares en México, Centroamérica y el Caribe, mientras se extendía el poder económico estadounidense en la zona.
Tras la Segunda Guerra Mundial, aprovechando la coartada de la lucha contra el comunismo, Washington optó por lanzarse a conquistar el resto del orbe, dejando de lado en parte al continente de habla hispana. En la segunda mitad del siglo XX las injerencias estadounidenses persistieron, si bien ahora de la mano de las élites locales y los estamentos militares (época de las dictaduras militares en casi toda la región y los conflictos civiles en países como Guatemala, Nicaragua, El Salvador, Colombia, Perú). La oleada democratizadora de los años 80 y 90 tras las caidas de las dictaduras y el final de las guerras civiles, favorecieron que de manera progresiva estas repúblicas fueran acercándose a Europa. La década de 1990 supuso una mayor influencia económica europea en la zona y las principales multinacionales europeas se establecieron allí. No podemos olvidar la presencia que tuvieron empresas españolas como BBVA, Repsol, CEPSA, Telefónica, Iberia, etc., por citar algunas de las más relevantes (que la abandonaron a finales de siglo ante el avance izquierdista en la zona). Mientras tanto, EE.UU. se encontró enfangada en sus aventuras militares por mantener su hegemonia en la era postsoviética (intervenciones en Irak y Afganistán, pero también muchas otras zonas). Todo ello concluyó en Hispanoamérica con la llegada de movimientos abiertamente antiamericanos a la par que antieuropeos, que lograron hacerse con el poder en muchas de estas repúblicas (hoy las más representativas son Cuba, Venezuela y Nicaragua, aunque hay otras). Sigue pendiente un análisis detallado de este complejo proceso y la responsabilidad en él del Hermano del Norte, que amparándose en en una obsesión anticomunista estaba anticipando la expulsión de los europeos de lo que consideraban “su” Hemisferio Occidental, y que no tuvo sino como consecuencia su sustitución por otras potencias como China y Rusia.
La llegada de Trump a la presidencia ha sido el momento elegido para intentar revertir este error estratégico de las presidencias desde Carter, dando comienzo a una política activa para recuperar su influencia en Hispanoamérica. Para lo cuál ha anunciado que está dispuesta a utilizar incluso la fuerza militar, intromisiones en las políticas locales, y, sobre todo, su capacidad económica. Lo que se desconoce es saber si tendrá éxito o no, y las consecuencias que ello puede suponer sobre unos países donde la violencia está instalada, desde los carteles del narcotráfico, las guerrillas izquierdistas, hasta un sistema de poder militar. También resta por saber si ello implicará un acercamiento a Europa de sus élites locales, con las que comparten parámetros culturales y raciales, además de valores religiosos y políticos. De ahí la importancia de analizar esta nueva política norteamericana, para poder obtener ventajas que puedan favorecernos, aunque ello implique aliarse junto al coloso del Norte.
El corolario Roosevelt.
Lograr entender los métodos y estrategia exterior del nuevo mandatario de Washington precisa retrotraernos a inicios del siglo XX, a la presidencia de Theodore Roosevelt. De inmediato comprobaremos que tiene numerosas concordancias con la trayectoria personal y política de Trump. Muy popular en EE,UU, como lo fue en su época, por encabezar la etapa considerada el Golden Age del crecimiento económico e industrial del país. Había alcanzado la más alta magistratura del país a los 42 años, el más joven hasta la fecha, pero ya nates había servido como subsecretario de la Marina y en el Ejército, en la guerra hispano-americana de 1898. Procedente de una acaudalada familia neyorquina, se graduó en Harvard, elegido Gobernador de su Estado, fue vicepresidente del republicano McKinley. A su asesinato en 1901 asumió la presidencia y sería reelegido hasta 1909.
Conocido por sus proyectos naturalistas (los parques nacionales), su fama de explorador, ganadero en Dakota y cazador en safaris africanos, en su presidencia llevó a cabo importantes reformas económicas, apoyándose en los sectores más racistas del país y el votante obrero-rural además de las élites industriales. Fue el primero que descubrió, y utilizó en su favor, la importancia de la prensa. En su política exterior estuvo convencido de la necesidad de una estrategia que transformase su país en una potencia que actuase sobre sus vecinos del sur, con una reinterpretación de la Doctrina Monroe. Lo que fue bautizado como el corolario Roosevelt, que estuvo influenciado por las tesis geopolíticas de Alfred Mahan, padre de la geopolítica moderna junto al alemán Karl Haushofer[2]. Con expresiones como la diplomacia del dólar o la política del gran garrote, no dudó en intervenir en los países centroamericanos y caribeños, incluso reocupando militarmente Cuba entre 1906-1909 y provocando la independencia de Panamá de Colombia para controla el canal que se estaba construyendo. El propio Roosevelt lo justificó cuando afirmó que:
«Un mal crónico, o una impotencia que resulta en el deterioro general de los lazos de una sociedad civilizada, puede en América, como en otras partes, requerir finalmente la intervención de alguna nación civilizada, y en el Hemisferio Occidental, la adhesión de Estados Unidos a la Doctrina Monroe para forzar a los Estados Unidos, aun sea renuente, al ejercicio del poder de policía internacional».
Se rodeó el mandatario norteamericano de un grupo de asesores que compartían su visión supremacista de la cultura anglosajona. Baste las elocuentes palabras del presidente Taft en 1912, hombre de confianza de Roosevelt y que le sucedería en el despacho oval:
«No está lejano el día en que tres banderas de barras y estrellas señalen en tres sitios equidistantes la extensión de nuestro territorio: una en el Polo Norte, otra en el Canal de Panamá y la tercera en el Polo Sur. Todo el hemisferio será nuestro, de hecho como, en virtud de nuestra superioridad racial, ya es nuestro moralmente.»
Algunos analistas se han percatado de los paralelismos entre Trump y Roosevelt, aunque es también evidente que hay importantes diferencias[3]. Las primeras declaraciones del nuevo inquilino de la Casa Blanca, siguiendo la agenda marcada por el Proyecto 2025, marcaron unas directrices que tenían evidentes similitudes con la visión de su predecesor. Muestra de ello es esta sentencia suya en redes sociales, poco antes de jurar el cargo, que «en los últimos cuatro años, el caos y la anarquía han invadido nuestras fronteras. Es hora de restablecer el orden en nuestro propio hemisferio».
La política exterior del Proyecto 2025.
Tal y como señalamos, el programa del Make America Great Again es fruto de la colaboración de una serie de expertos de marcada tendencia ultraconservadora que habían colaborado con la anterior administración Trump. A la acción diplomática se le dedicó un extenso capítulo, de la mano de la afroamericana Kiron Skinner, en la que, aparte de cuestiones meramente de organización administrativa, se detuvo en aquellos retos que podían poner en peligro la hegemonia mundial de EE.UU.
Con un discurso claro y contundente, lejos de cualquier eufemismo o correción política, el principal enemigo señalado es China: « El Partido Comunista Chino (PCCh) ha estado «en guerra» con Estados Unidos durante décadas. Ahora que esta realidad ha sido aceptada por todo el gobierno, el Departamento de Estado debe estar preparado para dirigir la diplomacia estadounidense en consecuencia». Irán y Corea del Norte reciben críticas por su falta de democracia, si bien no sugiere acciones específicas para intervenir aparte de intentar reducir su capacidad nuclear. Lo más soprendente es cuando se detiene, en detalle, sobre las futuras relaciones con Rusia. Reconoce que en la opinión pública conservadora hay serias diferencias sobre el conflicto ruso-ucraniano, llegando a una conclusión que no deja lugar para la duda: Rusia debe convertirse en un aliado en el conflicto con el coloso asiático, para lo que el nuevo presidente debe «proveer una resolución de las tensiones de política exterior (y) diseñar una nueva hoja de ruta que reconozca a la China comunista como la amenaza definida de los intereses estadounidenses en el siglo XXI». En este sentido, cualquier actuación en Asía o África debe pasar por esta máxima que consiste en reducir la influencia china. Europa merece escasa atención, limitándose a anunciar que no será de importancia el paraguas defensivo, que hasta ahora había beneficiado el desarrollo económico del Viejo continente.
El apartado que tiene mayor relevancia para nosotros es el momento en que aborda el Hemisferio Occidental, entiéndase Hispanoamérica, en la que incluyen a Brasil pese a ser de lengua portuguesa. Una «región (que) tiene ahora un número abrumador de regímenes socialistas o progresistas, que se oponen a las políticas de y orientadas al crecimiento de EE.UU. y otros vecinos, y que suponen cada vez más una amenaza para la seguridad hemisférica.». Comenzando por Venezuela, un «régimen comunista»; México, «Estado cártel» fallido y dirigido por las mafias del narcotráfico, «que ya no puede más calificarse como una nación del primer mundo»; y otros más que como «Colombia, Guyana y Ecuador, son cada vez más amenazas a la seguridad regional o son vulnerables a potencias hostiles extracontinentales». Llama la atención que no se menciona ni a Nicaragua ni Cuba, ejemplos de destabilización económica y política en la zona, quizás porque para ellos las medidas a aplicarse será inmediatas, no necesitándose mayores planteamientos.
¿Cómo piensa la nueva administración Trump transformar esta región que describe con esa crudeza? En primer lugar, utilizando la Diplomacia del Dólar, al representar una «oportunidad de oro para realizar cambios que no sólo proporcionarán enormes oportunidades económicas para los estadounidenses, sino que también servirán de impulso económico para todo el Hemisferio Occidental». En segundo lugar, y si ello no funcionase, anuncia sin miramientos una política del garrote, donde Estados Unidos empujará «a estos vecinos democráticos a luchar contra la presión externa de las amenazas procedentes del exterior y abordar los riesgos para la seguridad regional».
La nueva administración Trump e Hispanoamérica.
Al frente de la política exterior de Washington Trump ha designado a Marco Rubio, un joven político republicano (tiene 53 años), de origen cubano y casado con una colombiana. De fervientes convicciones católicas, es el primer Secretario de Estado que habla español en casa, siempre considerado un halcón anticomunista. Esto permite atisbar la importancia que el nuevo presidente le prestará a la política en la región. Su segundo, Christopher Landau, de igual manera es católico y tiene la importante cualidad de ser bilingüe inglés/español, nacido en Madrid y que ha residido en Hispanoamérica donde su padre era embajador en Chile, Paraguay y Venezuela entre 1972-1985, profesión que abrazó al concluir sus estudios. El tercero en el escalafón, el Representante para Hispanoamérica es Mauricio Claver-Carone, cubano de padres españoles, con lazos con el anticastrismo organizado. Nunca antes ha existido tanta afinidad hispana en el Gobierno de EE.UU.
En una demostración de la nueva Diplomacia del Dólar, Marco Rubio inició su mandato con una gira por Centroamérica, siendo el primer Secretario de Estado que lo inauguraba con un periplo por esta zona desde que en 1912 Knox viajó a Panamá (para controlar, como Rubio, el canal). Poco antes destacó en un artículo en el Wall Strret Journal cuáles serían las máximas que regirían para esta nueva relación:
«Algunos países están cooperando con nosotros con entusiasmo; otros, no tanto. Los primeros serán recompensados. En cuanto a esto último, Trump ya ha demostrado que está más que dispuesto a utilizar la considerable influencia de Estados Unidos para proteger nuestros intereses. Pregúntenle al presidente de Colombia, Gustavo Petro. Sin embargo, incluso cuando las circunstancias exigen dureza, la visión del presidente para el hemisferio sigue siendo positiva. Vemos una región próspera y llena de oportunidades. Podemos fortalecer los lazos comerciales, crear asociaciones para controlar la migración y mejorar la seguridad de nuestro hemisferio.»[4]
Es demasiado pronto para anticipar los siguientes movimiento de EE.UU. en relación a la región, pero es evidente que en los años venideros será un eje sobre el que pivotará mientras se resentirá la presencia norteamericana en otros continentes. Ello ha sumido en el nerviosismo a regímenes como Cuba o Venezuela que sufren graves crisis económicas, sociales y políticas. Prueba de ello fue la declaración del primero de febrero del Gobierno de la Habana, al revertir Trump las disposiciones aperturistas de Biden volviendo a imponer duras sanciones a aquellos que colaboren con el régimen[5]. Más que una manifestación de fuerza pareció un lamento y súplica para que no se les derrocase. Después llegaron los recientes aranceles del 25% a quienes importen petróleo venezolano. De manera simultánea, Washington está fortaleciendo la presencia militar, desde la base de Guantánamo en la isla de la Antilla Mayor, a la base aérea de Soto Cano en Honduras. Una señal de advertencia.
[1] Kiron SKINNER, “Department of State”, en Mandate for Leadership. Disponible en las redes.
[2] GONZÁLEZ MARTÍN, A. & AZNAR FERNÁNDEZ-MONTESINOS, F.: “Mahan y la geopolítica”. Geopolítica(s). Revista de estudios sobre espacio y poder, vol. 4, núm. 2 (2013), 335-351.
[3] Le Figaro, 10.01.2025.
[4] Traducción al español en https://www.state.gov/translations/spanish/marco-rubio-una-politica-exterior-que-pone-a-estados-unidos-en-primer-lugar/
[5] https://cubaminrex.cu/es/firmeza-y-dignidad-frente-al-atropello.