«La meta es el olvido y tú llegaste antes», le dijo Borges a un poeta de escaso talento; frente al miedo que la muerte nos inspira queda el consuelo de ser recordados, sí, pero será una memoria efímera, una lucecita parpadeante que finalmente se apagará… y quizá por ello más valiosa aún ¿No es la flor bella precisamente porque se marchita enseguida? Estaba pensando estas cosas el otro día después de ver un vídeo de una calle gazatí donde momentos antes impactó un misil, cubierto de polvo y escombros había un niño tirado, inerte, con la cabeza abierta como un huevo que se cae al suelo y su interior queda desparramado, mientras a su alrededor la gente corría en todas direcciones recogiendo los cuerpos de quienes aún sí podían ser salvados, aunque les faltase alguna extremidad.
Lo que no sabían ninguno de ellos es que a miles de kilómetros había españoles enfurecidos porque, de alguna manera, todos esos palestinos son etarras, aunque no lo sepan, y por tanto se merecen lo que les pase. Desde que hace casi dos años Israel dispusiera de un oportuno casus belli para justificar la limpieza étnica de Gaza —y, con menor intensidad de momento, en Cisjordania— son ya miles de ocasiones en que habré leído abracadabrantes comparaciones que pasan por alto pequeños detalles como que el País Vasco no es un territorio ocupado y Palestina sí es un Estado reconocido (aunque ocupado) en buena parte del mundo. España, sin ir más lejos. Pero en la mente del tertuliano-tuitero es todo lo mismo, ya tiene unos esquemas mentales preconcebidos y que sea la realidad la que se adapte a ellos.
Así que, en desconcertante reescritura de la historia reciente, de alguna manera las víctimas de ETA eran colonos en un territorio ocupado y su memoria debe ser enarbolada no para defender España y su unidad, sino la causa israelí. Semejante paralelismo no se lo escuchamos a Otegi, no, sino a gente que a menudo se proclama orgullosamente de derechas, españolista, «team facha», etc. ¿Es esa realmente la forma en que hubieran querido ser recordados? Pensemos que España ni siquiera reconocía a Israel hasta 1986, año en el que ETA llevaba ya cientos de víctimas acumuladas; que hombres idealistas, de profundas convicciones como Gregorio Ordoñez, Fernando Buesa, José Ignacio Iruretagoyena, Joseba Pagazaurtundúa, Francisco Tomás y Valiente, entre otros muchos, arriesgaron y perdieron su vida por España, por su unidad y por el orden democrático en el que creían. Ni lo más remotamente por Israel. ¿Son conscientes quienes manosean su recuerdo para justificar esta limpieza étnica en Oriente Próximo, completamente ajena a su vida, sus ideales y su obra, de lo muy antipáticos que pueden acabar haciéndolos ante las nuevas generaciones? Si alguien se acordase de mí varías décadas después de mi muerte solo para alentar alguna masacre en algún lugar remoto yo, francamente, preferiría llegar antes a esa meta que es el olvido.
Ahora bien, ¿por qué ocurre esto? La mera estupidez es un elemento importante en la ecuación; también el hecho de que algunos cobran muy generosamente de Tel Aviv por decir estas cosas. Pero hay algo más. La narrativa que viene alimentándose estos últimos años es que «ETA ganó» aunque no lograra cambiar las fronteras, lo cual sirve para crear agravio, para excitar un sentimiento de amargura con el que se rememora una y otra vez el acontecimiento traumático, pensando cómo debería haberse encarado: que si un Estado de Excepción, que si un 155, que si un GAL con esteroides… Pero ya no es posible retroceder en el tiempo, así que solo queda vengarse en cabeza ajena. En La violencia y lo sagrado, René Girard señalaba cómo «la violencia insatisfecha busca y acaba siempre por encontrar una víctima de recambio. Sustituye de repente la criatura que excitaba su furor por otra que carece de todo título especial para atraer las iras del violento, salvo el hecho de que es vulnerable y está al alcance de su mano».
Así que un niño hecho pedazos en Gaza, miles de ellos, logran satisfacer ese anhelo sádico de venganza. Ahora puede uno, por fin, sentirse identificado con los verdugos y no con las víctimas. Esto viene reforzado por el hecho de que el entorno de Bildu es fervientemente propalestino y entonces entra en juego la lógica de que el amigo de mi enemigo pasa a ser mi enemigo. Aunque ese «amigo» sea alguien a miles de kilómetros por completo ajeno a nuestras cuitas internas. Pudimos ver todo esto en el reciente boicot a la vuelta ciclista en Bilbao, cuando el tuit-plantilla más socorrido estos días y argumento preferente de columnistas consistió en preguntar por qué hace 30 años no hicieron lo mismo por las víctimas de ETA. Una y otra y otra vez se repitió la misma analogía, señalando esa aparente contradicción. Claro que como no es posible retroceder en el tiempo, entonces lo que se estaba pidiendo es que guarden silencio tal como hicieron antaño. Inversión de los papeles: «ellos miraron para otro lado ante el crimen y la injusticia, ahora nosotros haremos lo mismo para igualar el marcador». ¿Es esa mezquindad y resentimiento el horizonte moral al que orientarnos?
Podemos mirar más alto, sin embargo. Basta con ser conscientes de que cada época nos presenta su propia encrucijada, aunque la falta de plasticidad cerebral lleve a muchos a combatir enemigos ya obsoletos, trátese de Franco, el nazismo, la URSS o ETA. Hay personas que se quedan encasquilladas. Pero el horror que se muestra ante nuestros ojos ahora es otro, y frente a él debemos aportar nuestro granito de arena en este momento, no dentro de 30 años, cuando la urgencia será otra. ¿Que resulta que eso nos hace reposicionar trincheras, que repentinamente nos encontramos al lado a Greta Thunberg, a Irene Montero y a multitud de bildutarras? Pues sí, es desconcertante, pero mejor verlos denunciar un genocidio que dar la lata con el cambio climático, el feminismo y que porten banderas palestinas en lugar de ikurriñas y simbología separatista. Ahora todos ellos sí tendrán una causa de verdad, una causa justa, por la que luchar. Comprendo que el tribalismo político es fuerte y a la gente le gusta que los bandos sean nítidos y definitivos, de manera que A es del lado de los malos por hacer X, pero pasado el tiempo si hace Z en lugar de X, esa tal cosa Z será algo malo porque la hace A. El problema es que al mundo real no le importan nuestros prejuicios heredados, manías e inercias mentales, de manera que seguirá su curso seamos capaces o no de entender lo que ocurre a nuestro alrededor.