Occidente está considerada la civilización más libre y próspera que haya conocido la humanidad; por eso, todos los que huyen de algo en nuestro planeta, huyen siempre hacia países occidentales. Los que hemos tenido la suerte de nacer dentro de este trozo de tierra iluminado por Grecia, Roma y el cristianismo, y ampliado luego en sus confines por la Hispanidad hasta el punto de que nunca se ponía el sol, llevamos siglos bajo un proceso civilizador que, aún a punto de ser derrotado, renació en los monasterios donde cuidadosamente los monjes mantuvieron su esencia desde el scriptorium. Y nos la legaron.
Nuestra civilización, antes llamada Cristiandad, se construyó dentro de murallas protegidas por guerreros, y veía peligrar su supervivencia cuando esas murallas eran amenazadas por otros guerreros deseosos de derribarlas y entrar por la fuerza para imponer la barbarie. Había otra manera de entrar, que era pidiendo permiso y explicando que no venían a destruir, sino a aportar, ofreciendo este o aquel producto o servicio, entonces no había problema, los muros no son odio a lo de fuera, son amor a lo de dentro. La ciudad aceptaba aquello que podía acoger, en base al interés mutuo de visitantes y visitados. Las murallas eran fronteras de protección de lo propio y garantía de futuro para las generaciones venideras.
Hoy, desbordadas las capacidades de acogida por desmantelamiento de las fronteras, se generan procesos de inmigración ilegal descontrolados y, por lo tanto, imposibles de gestionar o integrar en nuestras dinámicas sociales, por lo que se acaban creando sociedades paralelas donde replican sus mundos en nuestros mundos. Y sus mundos son tribales, y en ellos la violencia es un ítem fundamental para escalar en la pirámide social. Sus mundos son, en muchas ocasiones, estados fallidos.
Muchos de esos nuevos visitantes engañados por mafias, élites económicas y dirigentes políticos, acabarán juntándose tribalmente para sentirse seguros y fuertes, y conseguir objetivos que colmen sus ansias de estatus y poder, es algo consustancial a la especie humana en sus estadios más atávicos. Al contrario que en los 80, no buscan calmar el síndrome de abstinencia con un pico, ni se sosiegan cuando lo consiguen; hoy, buscan conquistar mercancía y territorio, y su voracidad criminal no tiene límites, desde luego no el de la violencia, cada vez más gratuita, cada vez más salvaje. Nuestro gran problema son los políticos que saben a ciencia cierta que esto es así, porque otros países de nuestro entorno ya lo han vivido, y aun así lo ocultan para que no tenga coste político.
Ahora nuestros barrios se llenarán de lobos, porque no supimos pararlos en el muro, y encima tenemos maniatados a los perros pastores, sin formación ni protección jurídica. Todo el mundo sabe lo que pasa después.
Lo saben en París, lo saben en Malmoe y lo saben en Marsella. Aquí también lo saben nuestros mandos policiales porque desde la llegada de este gobierno y la incorporación de esos procesos migratorios descontrolados e imposibles por tanto de gestionar e integrar, el número de agresiones sexuales a niñas se ha duplicado, según datos del Ministerio del Interior. Pero callan, todos callan para proteger a la estructura de poder que los nombró y persiguen a quien lo denuncia para proteger el discurso político de quien los nombró. La libre designación asesinó el mérito y la capacidad, y cualquier organización que complete toda su cúspide de pirámide bajo ese sistema, está avocada al fracaso, a la mediocridad y, no pocas veces, a la corrupción.
No hay un solo caso en la historia de pueblo libre que no controlara sus fronteras, que no vigilara sus muros. No es que no aceptaran al extranjero, tuviera este el color de piel que tuviera, es que querían conocerle antes de dejarle entrar, para ver cuáles eran sus intenciones. Cualquier otra cosa, en el contexto actual, es una invitación al suicidio colectivo.
El experto en fenomenología criminal, Ricardo Magaz, nos describe cómo Marruecos está vaciando sus cárceles por hacinamiento, y cómo esos criminales no pueden, en un país como aquel, volver a su barrio o pueblo después de haber cometido graves delitos.
¿Hacia dónde se dirigen, entonces?
Y a esas personas que no quieren ni allí, aquí les damos el welcome y les tratamos como a refugiados, y si te rebelas ante eso hay toda una maquinaria política, administrativa y mediática para señalarte y perseguirte.
Y no pasaría mucho, si sus mundos y nuestros mundos se parecieran, pero no, es mentira, no todas las culturas son iguales y algunas son incompatibles con otras. Además, las grandes civilizaciones nunca se han aliado en la historia (si acaso por intereses y durante un tiempo), siempre han competido y siempre ha ganado la más fuerte. Aquella que está más dispuesta a perderlo todo.
Huelga decir que la nuestra no es la más fuerte en estos momentos y que la mayoría de nosotros no está dispuesto a perder nada, ni siquiera el partido de pádel de las siete. Y también que lo que abunda por estos lares son generaciones compuestas mayoritariamente por personas que se atribuyen a sí mismas el adjetivo de pacíficas, sin tener la más mínima capacidad para la violencia. Resumiendo, que no son pacíficas, son inofensivas.
Y si de un lado hay lobos, del otro, corderos con miedo a defenderse, y los perros pastores están atados a los árboles, esto va a ser una escabechina, señores. En Francia, hoy, 80 mujeres son agredidas sexualmente todos los días. Todos los días…
La civilización nos aleja de la tribu. En la tribu, lo grupal se impone sobre lo individual en aras a lograr la supervivencia, y la ausencia de los códigos legales que a nosotros nos legó el derecho romano implica dirimir conflictos a través de la violencia de manera frecuente. La tribu reconforta y da calor. El que tiene miedo encuentra protección, el que duda encuentra certezas y el que se siente perdido encuentra referencias. Todos los que nacimos en los 70 sabemos nombrar una por una a todas las “tribus urbanas” que florecieron durante las siguientes dos décadas entre varias generaciones perdidas a caballo entre la rigidez de una dictadura y los excesos de libertad de una democracia que llegó de golpe y sin libro de instrucciones. Según iban pasando los años y el proceso civilizador en España iba haciendo efecto, las tribus fueron despareciendo dentro de una sociedad que ya daba protección, certezas y referencias.
Así que lo que van a ver ustedes los próximos años en España es la creación de sociedades paralelas de carácter tribal que competirán con la nuestra, cada día más decadente, donde la autoridad se conquistará con la violencia, y los más violentos serán los más poderosos, y, por miedo, llegará un momento en el que nadie denunciará nada a las autoridades tradicionales de Occidente: jueces y policías, y todos resolverán sus problemas con los nuevos códigos tribales imperantes. Ya tienes tu Saint Dennis, llegó porque nunca hiciste nada para evitar que llegara, sometido como estabas por el dedo acusador de esta izquierda llena de revolucionarios de porcelana que te señalaban si osabas levantar la voz contra cualquiera de sus dogmas, “Welcome Refugees”.
Tú no querías ser señalado, así que agachaste la cabeza, y ahora los que viven señalados y muertos de miedo son tus hijos. Sí, admítelo, fuiste un poco cobarde por temor a que te llamaran facha, y eso sí que no, porque pueden soltar violadores y terroristas, pueden amnistiar a golpistas y corruptos, pero qué coño, al menos no gobierna la “extrema derecha”, y eso se logró gracias a ti, gracias a tu voto para frenar el “fascismo”. No hay nada mejor que inventarse un enemigo inexistente para ganar una guerra.
Yo creo que a estas alturas ya tienes claro que te han engañado, pero tu ego aún no te deja reconocerlo. La sociedad paralela ha hecho que tu barrio ya no sea tu barrio, ha modificado el menú del colegio, ha provocado que la compañera de pupitre de tu hija vaya tapada hasta la cabeza y que tu hijo ya no se atreva a ir a la cancha de fútbol porque allí hay una nueva tribu, y tu vástago no pertenece a ella.
Ahora puedes hacer dos cosas, seguir agachando la cabeza por el miedo al qué dirán, o coger un escudo y empezar a dar la batalla. Nos jugamos mucho. Tú, yo y todos los que vienen detrás, sea cual sea el color de su piel, porque esto no va de colores, va de defender la esencia de la civilización más libre y próspera que han conocido los tiempos, como hacían los monjes desde el scriptorium.