150 años de la guerra franco-prusiana (II)

150 años de la guerra franco-prusiana (II). Daniel López Rodríguez

La reacción de Marx

Los cálculos de Bismarck fueron tan exactos que hasta Marx se unió a la ola de indignación, y así se lo dio a entender a Engels por correo en cuanto estalló la guerra: «¡A los franceses les hace falta una paliza!» (Citado por Jonathan Sperber, Karl Marx. Una vida decimonónica, Traducción de Laura Sales Gutiérrez, Galaxia Gutenberg, Barcelona 2013, pág. 358). Es curioso que dijese que los que merecen una paliza son «los franceses» y no Luis Bonaparte y sus partidarios. Y así lo confirma su mujer, Jenny von Westphalen: «Cómo merecen todos una paliza de los prusianos; porque todos los franceses, hasta el mejor de todos, siguen teniendo el chovinismo prendido en lo más profundo de su corazón. Ahora, por primera vez, se les quitará a palos» (citada por Sperber, Karl Marx. Una vida decimonónica, pág. 358-359). Y mientras que Marx y su señora se ponían de parte de Prusia en sus correspondencias privadas, despachándose a gusto contra «los franceses», Engels lo hacía públicamente proclamando un discurso delante de cuatrocientos alemanes de Manchester en el que dijo que el conflicto era «en Francia una guerra del gobierno; en Alemania, una guerra del pueblo». No siendo «la primera vez que Alemania luchaba contra su voluntad por su honor y su independencia» (citado por Sperber, Karl Marx. Una vida decimonónica, pág. 359). El 20 de julio le escribe Marx a Engels diciéndole que prefiere la victoria prusiana a la francesa porque «la preponderancia del proletariado alemán sobre el francés será, al tiempo, la preponderancia de nuestra teoría sobre la de Proudhon» (citado por Antonio Escohotado, Los enemigos del comercio III, Espasa, Barcelona 2017, pág. 501).

Pero al poco tiempo Marx empezaba a sospechar que la guerra nacionalista alemana de 1870 empezaba a tener un tinte reaccionario, como la insurrección antinapoleónica de 1813: «¡Jesús, mi certeza cantada por Guillermo I, con Bismarck a su derecha y Stieber [el enemigo acérrimo de Marx en el proceso de los comunistas de Colonia era el jefe de la inteligencia militar alemana] a su izquierda es la Marsellesa alemana! Exactamente igual que en 1812 y después. El filisteo alemán parece estar perfectamente encantado por la oportunidad de ventilar sin vergüenza su inherente servilismo. ¡Quién iba a imaginar que veintidós años después de 1848 una guerra nacional en alemán poseería tal expresión teórica!» (Citado por Sperber, Karl Marx. Una vida decimonónica, pág. 359). «¿Pero quién puso a Alemania ante la necesidad de defenderse? ¿Quién permitió a Luis Bonaparte hacerle la guerra? ¡Prusia! Bismarck fue quien conspiró con el mismo Luis Bonaparte con el fin de aplastar la oposición popular en su nación, y anexar Alemania a la dinastía Hohenzollern» (citado por Heinrich Gemkow, Carlos Marx, biografía completa, Traducción de Floreal Mazía, Cartago, Buenos Aires 1975, pág. 301).

El 21 de julio de 1870 los lassalleanos votaron en el parlamento a favor de los 120 millones de táleros para los créditos de guerra. Wilhelm Liebknecht y August Bebel, representantes en el Reichstag de la fracción de Eisenach (adherida a la Primera Internacional tal y como quería liderarla Marx), se abstuvieron y no votaron en contra para que no se interpretase como un favor al bonapartismo. «En realidad, la abstención de los dos diputados no representaba una política práctica, sino una afirmación moral, que, por muy legítima que fuese, no respondía a las exigencias políticas de la hora. Si en asuntos privados cabe y basta a veces decir a ambos contendientes: ninguno de los dos tiene razón y no quiere mezclarme en vuestras discordias, semejante actitud no es admisible en la vida de los Estados, donde los pueblos tienen que lavar con su sangre las culpas y disputas de los reyes. La imposible neutralidad de los dos diputados empezó a dar sus frutos prácticos en la actitud, nada clara ni consecuente, que hubo de adoptar en las primeras semanas de la guerra el Leipziger Volkstaat, órgano de la fracción de Eisenach. Esto vino a agudizar el conflicto planteado entre la redacción, o sea Liebknecht, y el Comité directivo, que acudió a Marx pidiéndole ayuda y consejo» (Franz Mehring, Carlos Marx, Traducción de Wenceslao Roces, Ediciones Grijalbo, Barcelona 1967, págs. 449-450). El «voto razonado» de Liebknecht y Bebel lo explicaban como «republicanos sociales y afiliados a la Internacional, que combatía contra todos los opresores sin distinción de nacionalidad, aspirando a unir a todos los oprimidos en una asociación fraternal común» (citado por Mehring, Carlos Marx, pág. 452). Así lo manifestaron Liebknecht y Bebel en la declaración conjunta sobre los votos de guerra en el Reichstag: «no podemos manifestarnos directa ni indirectamente a favor de la presente guerra y por ello nos abstenemos de votar, expresando nuestra confiada esperanza en que las naciones de Europa, iluminadas por los desastrosos sucesos actuales, harán todos los sacrificios para ganar sus propios derechos de autodeterminación y para abolir el actual dominio de la espada y de la clase, como causa de todos los males del Estado y de la sociedad» (véase http://fasciculosceal.blogspot.com/2008/04/la-organizacin-socialdemcrata-en.html). Aunque fue Bebel el que recomendó la abstención, ya que Liebknecht en principio quería votar en contra. No obstante, el Comité de Brünswick publicó un manifiesto en el que aconsejaba al proletariado no oponerse a la guerra, pues consideraba que la guerra era defensiva (cuando -como hemos visto- el ataque francés fue provocado por Bismarck).

El 15 de agosto le escribía Engels a Marx: «A mí me parece que los términos del caso son los siguientes: Alemania se ve arrastrada por Badinguet (Bonaparte) a una guerra para defender su existencia nacional. Si Badinguet triunfa, el bonapartismo se habrá consolidado para una serie de años y Alemania quedará destrozada para muchos años también y acaso para varias generaciones. Y ya no habría que pensar en un movimiento obrero alemán autónomo: la lucha por restaurar la unidad nacional lo absorbería todo, y en el mejor de los casos los obreros alemanes irían a la zaga de los franceses. La victoria de Alemania daría al traste, desde luego, con el bonapartismo francés, acabaría de una vez con las eternas disputas por la restauración de la unidad alemana, los obreros alemanes podrían organizarse sobre una base nacional muy distinta a la de hoy, y los franceses, cualquiera que fuese el gobierno que se les deparase, tendrían siempre un campo más libre que bajo el bonapartismo. La masa del pueblo alemán, sin distinción de clases, ha visto que en esta guerra está empeñada en primer término su existencia como nación, y se ha puesto en pie sin vacilar. Yo no creo posible que ningún partido político alemán deba, en estas circunstancias, predicar à la Guillermo [Liebknecht] la total obstrucción, anteponiendo toda una serie de miramientos secundarios a lo que debe ser preocupación fundamental» (citado por Mehring, Carlos Marx, págs. 450-451).

Engels, como Marx, reprochaba el chovinismo francés, que se infiltraba hasta en el republicanismo: «Badinguet no hubiera podido empeñarse en esta guerra a no ser por el chovinismo de la masa del pueblo francés, burgueses, pequeñoburgueses y labriegos, a los que se une el proletariado de la construcción, oriundo del campo y creado en las grandes ciudades por obra de la política imperialista y bonapartista de Hausmann. Mientras no se dé en la cabeza, sin piedad, a este chovinismo no habrá paz posible entre Alemania y Francia. Cabía esperar que se hubiese encargado de ello una revolución proletaria; pero, puesto que ha estallado la guerra, a los alemanes no les queda más camino que hacerlo, y pronto» (citado por Mehring, Carlos Marx, pág. 451). 

La batalla de Sedán y la victoria alemana

Los ejércitos alemanes contaban con 450.000 soldados bien organizados a las órdenes del muy capaz estratega mariscal Helmuth Karl Bernhard von Moltke, la «espada de Prusia». Por su parte, los franceses contaban con 350.000 hombres, a los que había que restarles 60.000 soldados que servían en Argelia y otros 6.000 en Roma, además de ser un ejército mal dirigido y equipado. No obstante, los franceses eran superiores en lo que a armamento militar se refiere y poseían el fusil Chassepot de retrocarga y de mayor precisión y alcance que los fusiles usado por los prusianos. Asimismo los franceses gozaban de un arma nueva, la mitralleuse, pero era algo tan secreto que no supieron sacarle partido a los 125 disparos por minuto que este arma era capaz de lanzar. Sin embargo, los prusianos disponían de una artillería mejor y una táctica artillera superior.

El 4 de agosto se libró la primera batalla de la guerra en Wissembourg, cuyo resultado fue la retirada de las tropas francesas. Ya a las pocas semanas la lucha sólo se disputaba en suelo francés. Esto hizo que filas de partisanos franceses atentasen contra las rutas alemanas de abastecimiento. Esto supuso un problema para el ejército unido de Prusia, Baviera y Sajonia que consideraban una forma ilegítima de hacer la guerra y consideraron a los partisanos como criminales y si un tirador no identificado de una aldea disparaba contra el ejército alemán éste tomaba represalias contra toda la aldea.

Gracias al buen hacer diplomático de Bismarck, las alianzas también favorecían a los alemanes, los cuales contaban con la neutralidad del Imperio Ruso y del Imperio Británico. Por su parte, Francia no pudo contar con la alianza de los Estados italianos ni con la de Austria. Por ello, al caer la tarde del 1 de septiembre de aquel 1870 Napoleón III ordenó que se alzase la bandera blanca de la rendición; de hecho incluso recorrió a caballo la primera línea exponiéndose a las balas y los cañones a fin de no sobrevivir a la humillación de Sedán, pero decidió rendirse para evitar la muerte segura de sus soldados. Y así el ejército francés fue derrotado en la batalla de Sedán, batalla que ha sido considerada como la primera de la guerra moderna.

El 3 de septiembre se firmó el acta de rendición en el palacio de Bellaville. El 4 de septiembre Napoleón III fue llevado prisionero a Wilhelmshöhe, un castillo de los reyes prusianos ubicado en las cercanías de Kassel, donde estuvo bajo arresto desde el 5 de septiembre de 1870 hasta el 10 de marzo de 1871. El ejército de Napoleón III quedó sitiado en Metz o prisionero en Alemania. En sólo dos meses los ejércitos alemanes derrotaron a la Francia del Segundo Imperio. Napoleón III sería el último rey que tendría Francia.

A su vez, al no haber autoridad francesa con la que negociar la paz (la paz de la victoria alemana), Bismarck decidió sitiar París, y así lo haría el ejército prusiano desde el 19 de septiembre (el sitio duró 132 días). Ante las durísimas condiciones de paz, los diputados parisinos del antiguo Cuerpo Legislativo constituyeron un «Gobierno de la Defensa Nacional», de ahí que todos los parisinos dispuestos a empuñar las armas se alistasen a la Guardia Nacional. Esta situación hizo que saltasen las tensiones entre el Gobierno y la Guardia Nacional que estalló el 31 de octubre al tomar los batallones de la Guardia Nacional por asalto el Hotel de Ville, haciendo prisioneros a miembros del Gobierno que finalmente fueron puestos en libertad con tal de que no estallase una guerra civil en una ciudad sitiada por los ejércitos alemanes. De modo que se consintió continuar en funciones al Gobierno Constituido. A causa del hambre, la sitiada París capituló, y se eligió una asamblea nacional cuyo presidente del gobierno provisional de la Tercera República fue Adolphe Thiers, de tendencia conservadora aunque iniciado en la masonería. Según se ha dicho, Thiers, «atizó arremetiendo ferozmente contra la unidad alemana, no por considerarla como un disfraz del despotismo prusiano, sino como una usurpación contra el derecho conferido a Francia de mantener desunida a Alemania» (Karl Marx, «Manifiesto del Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores sobre la guerra civil en Francia en 1871», en La Comuna de París, Akal, Madrid 2010, pág. 14).

A finales de 1870, durante el asedio a París, el «Canciller de hierro» y el «Aniquilador de ciudades», Otto von Bismarck, llegaría a escribir en una carta: «La gente me toma aquí por un perro de presa; las viejas, en cuanto oyen mi nombre, caen de rodillas y me piden que les perdone la vida. Atila era un cordero a mi lado» (citado por Julio Gil Pecharromán, «El imperio de los dos Guillermos», en Así nació Alemania, Cuadernos historia 16, Madrid 1985, pág. 24). Marx interpretó la amenaza de Bismarck de bombardear París como «un puro truco». «Según todas las leyes del cálculo de probabilidades, esta amenaza no causará una gran impresión en París. Suponiendo que los prusianos destruyan un par de baluartes y hagan unas cuantas brechas, ¿de qué les servirá, siendo como son los sitiados muchos más que los sitiadores?… El único recurso eficaz es sitiar la plaza por hambre» (citado por Mehring, Carlos Marx, pág. 459).

El 16 de enero de 1871 escribía Marx en el Daily News: «Francia -cuya causa, afortunadamente, está muy lejos de ser desesperada- lucha en este momento, no sólo por su propia independencia nacional, sino por la libertad de Alemania y de Europa» (citado por Mehring, Carlos Marx, pág. 460).

El Segundo Imperio Francés fue derrotado y de la victoria de sus adversarios surgió el Segundo Imperio Alemán o Segundo Reich (Deutsches Kaiserreich), es decir, la Alemania Guillermina, la cual sería al problema nacional alemán una solución Kleinsdeutsche («sin Austria»). Sedán fue la tumba del Segundo Imperio Francés y la cuna del Segundo Imperio Alemán, que prácticamente venía a ser un encubrimiento de la dominación del nacionalismo monárquico prusiano con formas federales, pero al ser de todos modos un Estado-nación eso satisfacía a los liberales y, en consecuencia, al movimiento obrero. De modo que el Imperio Alemán nacía en el mismo momento en que Alemania se transformaba en un moderno Estado-nación (nación política canónica). El rey de Prusia se proclamó emperador (Káiser) de los Estados alemanes unidos (a excepción de Austria) el 18 de enero de 1871 en el palacio de Luis XIV, en la Galería de los Espejos de Versalles, y Alemania tomó el relevo de la hegemonía continental, puesto que sus 42 millones de habitantes y sus 550.000 km2 perturbaban el orden europeo. La guerra costó en general unos 435.000 muertos: 185.000 soldados y 250.000 civiles, la mayoría por enfermedad, hambre y penurias (véase Matthew White, El libro negro de la humanidad, Traducción de Silvia Furió Castellví y Rosa María Salleras Puig, Crítica, Barcelona 2012, pág. 429).

Finalmente el armisticio se firmó el 28 de enero de 1871. El 10 de marzo, en el Tratado de Frankfurt, Guillermo I pidió la anexión de Alsacia y Lorena (que incluía la ciudad de Metz) a la recién unificada Alemania en una especie de plebiscito popular, tierras que eran ricas en minas de carbón y de hierro (como diría John Maynard Keynes, la unidad de Alemania reposaba tanto sobre hierro y carbón como sobre hierro y sangre). También pidió el pago de una indemnización de cinco mil millones de francos-oro a Francia como contribución de reparaciones de guerra más el 5% de interés por los pagos aplazados, cosa que garantizaba por la ocupación alemana del territorio francés; y al mismo tiempo se liberaron a cien mil prisioneros de guerra franceses, los cuales se encargarían de llevar a cabo la represión contra los comuneros de París, pues resulta que el Consejo de la Comuna creó en pocas semanas un ejército revolucionario de unas decenas de millares de sujetos no ya para lanzar una ofensiva sino para defender la ciudad, por lo cual Bismarck temía que el fervor revolucionario de los comuneros parisinos se propagase por Francia y por los estado alemanes, especialmente en Berlín.

La indemnización de guerra que los alemanes impusieron a los franceses se terminó de pagar en septiembre de 1873, momento en el que las tropas alemanas abandonaron el territorio francés después de tres años de ocupación. Como se ha afirmado, el régimen de Napoleón III «llevó al país no sólo a la ruina económica, sino también a la humillación nacional» (Vladimir Ilich Lenin, «Las enseñanzas de la Comuna», en La Comuna de París Akal, Madrid 2010, pág. 97).

Fundamental para las victorias militares contra Dinamarca, Austria y Francia fue el plan de ferrocarriles que diseñó el ya citado general Helmuth Moltke. Se trataba del sistema de ferrocarriles más avanzado de Europa al disponer de cinco grandes vías que entrecruzaban el territorio prusiano. Esto hacía posible la rápida movilización de las tropas y así en sólo 25 días los soldados prusianos estaban dispuestos para enfrentarse a Austria. La revolución industrial motivó la aparición (o construcción) del Imperio Alemán y la decadencia de los Imperios austro-húngaro, ruso y otomano (y, finalmente, del siempre frustrado Imperio francés).

Continúa…

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