El Sahel, la nueva frontera

El Sahel es una región africana que hace de frontera entre el desierto del Sáhara (al norte) y las sabanas y selvas (al sur). Sahel proviene del término árabe “borde o costa”, y es lo que debían pensar los viajeros cuando atravesaban el mar de arena del Sáhara y llegaban a esta región.

El Sahel fue un territorio próspero, que dominaba las rutas comerciales entre el Magreb y Europa con el África negra; el oro, la sal y el marfil, aparte de los esclavos, partían hacia el norte, y volvían, a cambio, las más variadas mercancías. Tan provechoso era este comercio que, en la peregrinación realizada por el rey de Mali, Mansa Musa, entre 1324 y 1326, los suntuosos gastos y donativos realizados en su tránsito hacia la Meca produjeron una notable devaluación del oro durante la siguiente década, así como una hiperinflación de los bienes de consumo y equipo que arrasó con la economía local. Tras muchos siglos de esplendor, la llegada de los portugueses y otros europeos redirigió el comercio hacia la zona de la Costa de Oro. El golpe de gracia fue la expedición marroquí de 1591, al mando del morisco Yuder Pachá, que, gracias a las armas de fuego, se impuso sobre los ejércitos del Imperio songhai; los descendientes de estos moriscos se asentaron en la curva del Níger y recibieron el apelativo de “arma” —derivado, quizás, de la misma palabra castellana, pues conservan muchas de ellas—; sin embargo, la victoria marroquí acabó con la esperanza de un Gobierno unificado en la zona, y ésta quedó fragmentada en diversos reinos que combatían tanto entre sí como contra los pueblos vecinos. Aumentaba el caos: la yihad recorría la zona en una marea de sangre y fuego, y terminaba construyendo efímeros sultanatos que, una vez apagado el celo religioso, volvían a caer en la apatía y fragmentación que caracterizaba a la zona. Los franceses ocuparán el lugar en la época colonial, hasta la descolonización sucedida en los años 60 del siglo pasado.

Tras la independencia, la debilidad de los Estados y el subdesarrollo económico ha lastrado al Sahel. Últimamente, hemos podido comprobar cómo, en los medios de comunicación, su nombre vuelve a tener importancia, al ser considerado, por intereses geoestratégicos, la nueva frontera de Europa “en su lucha contra el yihadismo global”. Estados fallidos, subdesarrollo, conflictos étnicos, amplia influencia de organizaciones criminales, radicalismo religioso y tráfico de personas hacia Europa hacen de esta zona un lugar hostil. Las causas que producen un Estado fallido son diversas: la descolonización estableció una serie de fronteras que nada tienen que ver con la realidad étnica de la zona, y, si a eso sumamos que las nuevas élites dirigentes tienden a favorecer a su propia etnia frente a los demás, damos a parar a situaciones de claro perjuicio. Un ejemplo de esto puede hallarse en los tuaregs, un pueblo nómada dedicado al pastoreo que habita la zona dividida entre cinco Estados (Argelia, Libia, Mali, Niger y Burkina Faso): en Mali, desde la independencia, han protagonizado una serie de rebeliones que culminaron con la declaración de independencia de Azawad, el 6 de abril del 2012, tras haber conquistado importantes ciudades como Gao y Tombuctú; la intervención extranjera vino a asegurar la integridad del lugar, pero el conflicto continua latente y sin posibilidades de ser resuelto satisfactoriamente para los bereberes. Y es que la zona es terreno abonado para los grupos yihadistas: son numeroso los grupos que actúan en la región, desde Al Quaeda del Magreb Islámico hasta DAESH, pasando por Ansar Dine, el Movimiento por la Unicidad y la Yihad en África Occidental, Al Murabitun y Boko Haram; aunque muchas de estas organizaciones se aliaron con los tuaregs en su rebelión, la alianza se rompió tras la derrota del Ejército de Mali. La lucha por el territorio estalló, entonces, entre yihadistas y tuaregs.

Desde el extranjero se pretendió evitar la somalización de la zona. Un Sahel hiperfragmentado y dominado por grupos yihadistas, señores de la guerra, mafias o grupos insurgentes en constante conflicto no es beneficioso para Europa, pero lo cierto es que las intervenciones militares sólo contribuyen a mantener Estados fallidos que son incapaces de resolver los conflictos generados y que se disuelven como un azucarillo en un vaso de agua en cuanto dejan de contar con el apoyo exterior. Aunque pueda parecernos un problema lejano, no debemos olvidar que el Sahel está a la misma distancia de España que Berlín, lo que convierte al Sahel en nuestra nueva frontera.

 

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