¿Una Constitución de la Tierra?

En los últimos años el iusfilósofo Luigi Ferrajoli ha estado proponiendo a través de congresos académicos y artículos la idea de una Constitución de la Tierra. Idea que debe ser triturada por pánfila e irrealizable.

Ferrajoli, inspirado Kant y Kelsen, aboga por un cosmopolitismo que daría al traste con la idea del Estado nación. De acuerdo con él los Estados no pueden hacer frente a las actuales amenazas globales porque su poder se circunscribe a un territorio determinado. Conclusión: necesitamos de instituciones planetarias (que estarían recogidas en una Constitución de la Tierra) con capacidad de poner freno a dichas amenazas (que según Ferrajoli son el cambio climático y la amenaza nuclear). La Constitución de la Tierra serviría como una suerte de Katechon.

El problema es que todo esto parece más bien un anhelo personal de Ferrajoli (como los de John Lennon con su canción Imagine) y no propuestas basadas en la realidad. Pretender que los 193 Estados que componen la ONU se autoliquiden para dar paso a un Estado planetario es absurdo, porque no toma en cuenta que la política implica necesariamente un pluriverso, es decir, distintas entidades políticas que compiten entre sí y que pueden incluso hacerse la guerra.

Esta entidad planetaria, la cual, según Ferrajoli, salvaría a la humanidad de sus amenazas actuales, es una idea apolítica. Así lo vio en 1932, con bastante tino, Carl Schmitt. El jurista de Plettenberg denunció que si se materializara ese idílico Estado mundial la política llegaría a su fin, porque desaparecería la dialéctica amigo-enemigo [1].

Además, la idea de una Constitución de la Tierra (cuyo titular del poder constituyente sería la humanidad) es contradictoria, toda vez que una constitución es siempre una decisión política fundamental (Carl Schmitt dixit) de una comunidad, que adopta dicha decisión frente (o contra) otras comunidades, o frente (o contra) un adversario interno. En consecuencia, la humanidad como tal no podría tomar una decisión política de ese tipo porque no tendría un adversario contra quien hacerla valer.

La idea de una Constitución de la Tierra parece ser más bien una pseudo idea, ya que no toma en cuenta la dialéctica de Estados y de Imperios (Gustavo Bueno dixit) que hoy, lejos de estar desapareciendo está más viva que nunca. Prueba de ello es la guerra en Ucrania y la recién declarada guerra comercial de Trump, cuyas consecuencias económicas están todavía por verse.

Por último, es aconsejable que cada vez que escuchemos a alguien hablar sobre la necesidad de acabar con la soberanía de los Estados para así salvar a la humanidad, recordemos a aquel jurista de Plettenberg quien, durante su casi centenaria vida, y parafraseando a Proudhon, constantemente advertía: «Quien dice humanidad pretende engañar».


[1] Carl Schmitt. El concepto de lo político. Alianza Editorial. P. 85.

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