«Durante la colaboración entre Francia y España en la lucha contra el terrorismo, y ante la decisión de la cúpula de ETA de no extender sus ataques al país vecino, un pequeño grupo de terroristas disidente de la organización planea cometer un atentado en París para vengarse de los franceses por su colaboración con España. Mario Sanz —interpretado por el actor Javier Rey—, joven y brillante capitán de la Guardia Civil, se ve obligado a actuar en contra de los intereses del gobierno español y unir fuerzas con un c13olega francés para detener a los terroristas e impedir el atentado». Este es el resumen que figura en casi todos los medios sobre la trama argumental de La Frontera.
La serie no es la octava maravilla pero tiene algunas virtudes que conviene reseñar: muy bien llevada por el elenco de actores —Vicent Pérez es un descubrimiento, al menos para mí—, el guión de Luis Marías plantea con franqueza los dilemas éticos que suelen plantearse en el universo sentimental y moral de aquellas personas que viven condicionadas por un supra-marco doctrinal absoluto; en breve: la banalidad del mal y, en cierta manera, la irrelevancia del bien.
Esta ficción contiene algunos trazos sobre hechos históricos reales, mas la perspectiva no habría cambiado de haber sido pura fabulación: la maldad no repara en sí misma ni inquiere una pizca de responsabilidad sobre todo el daño que causa; el bien, cuando triunfa, no ha conseguido otra cosa que restablecerse, sin cambiar en absoluto el entorno real donde se acaba de imponer —es un decir—; se trata de un bien inocuo cuyo máximo mérito es haber dejado las cosas como estaban, o sea: mal. A la inversa, las acciones execrables de los malos, en este caso los terroristas de ETA, se acorazan tras una impermeabilidad moral irritante. Hay algunos momentos memorables, como la justificación del atentado contra la casa cuartel de la Guardia Civil en Zaragoza (1987), con resultado de 11 muertos, seis de ellos niños y 88 personas heridas: «Una buena manera de forzar negociaciones de paz». Es la banalidad del mal. Es la convicción de que las responsabilidades individuales no existen cuando se actúa en el contexto de una lucha “política” más amplia y mucho más compleja que un asesinato, aunque se trate de crímenes abominables como el de Zaragoza, como el de Hipercor en Barcelona. «No lo queríamos pero ha sucedido y es parte de esta guerra», dice la terrorista “buena” en el capítulo cuarto de la entrega. Como en todas las guerras y como el que aprieta el botón para lanzar un misil que acabará con miles de personas: si ha sucedido, era necesario; y si era necesario para llegar a buen fin, bien está. Lo mismo vale para la actitud del gobierno español en aquel tiempo —más o menos históricamente verosímil— sobre la posibilidad de que ETA empezase a cometer actos terroristas en Francia, en París nada menos: esa circunstancia habría provocado una reacción jupiterina del Estado francés contra ETA y habría significado el fin de la banda. O sea: convenía. O sea, de nuevo la banalidad del mal y la irresponsabilidad existencial de los sujetos agentes en la polémica cuando esta se plantea violenta y con armas en la mano. La guerra es la guerra y las víctimas pesan, se cuentan y se lloran pero no tienen valor en sí, sino para lo que han servido.
Interesante, por tanto, el tratamiento digamos teórico, o digamos ético, de esta producción televisiva. Y más interesante todavía: por qué TVE, principal inversor en la serie, aún no la ha emitido en alguno de su canales. Estaba previsto el estreno en la 1 de TVE para finales de primavera, pero nada. Vamos camino del otoño y todo continua igual: silencio. El último comunicado de la dirección del ente público al respecto señala que «se estrenará en un futuro próximo». Les ha faltado añadir: «Dios mediante y si el tiempo no lo impide».
La ecuación marca perfectamente el tono de los tiempos de iniquidad que vivimos: TVE gasta un dinero importante de los españoles en pagar una ficción histórica sobre un asunto de interés general, pero el resultado de ese gasto —con el dinero de todos, en la tv que es «la de todos»—, aparece primero en una plataforma privada, de pago; en la pública, ya se verá y ya te veré. ¿Por qué?
Evidentemente, a los socios batasunos nacionalistas del PSOE y del gobierno no les ha gustado la serie, y como a ellos no les gusta los demás nos jodemos. En el gobierno y en el partido del gobierno a esto lo llaman política: ajustar el interés público a las ventoleras de unos cuantos psicópatas trastornados por el furor nacionalista. Lo mismo operan los delirios de Puigdemont que los caprichos izquierdistas de ERC, lo mismo la obsesión avariciosa y santurrona del PNV que las paranoias sociópatas de los herederos políticos —y no tan meramente políticos— de ETA. No les ha gustado, seguro, que el comando encargado del bombazo en París esté formado por un tipo moralmente enclenque, influenciable aunque metódico, y por una loca del coño que sólo disfruta matando guardias civiles, acostándose con tíos sin duchar y asesinando a traición. Tampoco les habrá gustado el retrato general de los miembros de la organización terrorista, la dirección y la militancia: una cuadrilla de indigentes morales que se creen autorizados para negar a los demás el derecho a vivir en paz y, en el colma de la estupidez y la crueldad, se niegan a sí mismos la posibilidad de ser humanos normales, sin sangre y sin odio como único alimento de su carcomido espíritu. Hay una breve escena que me llamó la atención: la esposa del terrorista encargado de atentar en París contra la juez que está decretando extradiciones de etarras a España, reprocha al fanático muñidor del atentado: «Siempre la misma gente, en los mismos sitios y hablando de las mismas cosas». Así es el terror, banal pero absorbente: un tirano que animaliza a los verdugos y los convierte en esclavos de su propia brutalidad, siempre dando vueltas en torno a la noria sin sacar más que muerte y miseria del pozo de sus obsesiones.
Pues eso mismo, los mismos que consideraban el atentado de Zaragoza, el de Hipercor, el de Ciudad Lineal, tantos y tantísimos asesinatos, tantas vidas destrozadas, esos mismos que vivieron durante décadas de la extorsión, los secuestros, el monopolio del tráfico de heroína en el país vasco, los que mataban a los camellos de barrio dedicados al menudeo porque envenenaban a la juventud vasca y porque los negocios callejeros eran suyos, esos, aquellos mismos, hoy tienen la piel tan fina, se han vuelto tan sensibles que una serie de televisión les molesta. Les ofende hasta lo intolerable. Y nuestro gobierno —el de España, el que manda en TVE— suspende el estreno de la serie y la manda a Amazon porque el favor y el respeto entre mafiosos es obligado: hoy por ti y mañana por mí. Lo peor de todo: ver la serie y conforme se contempla a la psicótica asesina etarra, al alucinado organizador del atentado contra la juez en París, al grosero gudari que secuestra y mata a una chica colaboradora de la policía, a los miedosos y debilitados dirigentes de última hora en aquel clan homicida… Verlos y pensar: esa chusma manda ahora en España. Y en TVE.
Todo gracias al gobierno y al partido del gobierno.