Bombardeo a la población japonesa y advertencia a la Unión Soviética
Tanto en enero de 1945 con el Plan de Operaciones en la Patria como en junio con la Ley del Servició Militar Voluntario, el gobierno japonés hacía un llamamiento a la población a prestar el servicio militar y los propagandistas nipones ponían en marcha el programa «La Gloriosa Muerte de Cien Millones» que pretendía despertar el entusiasmo del pueblo por morir por el emperador. Por su parte, los estadounidenses también contemplaron la toma convencional de Japón, que se hubiese llamado Operación Caída. Pero finalmente se optó por la contundencia del arsenal nuclear.
El 25 de abril de 1945 el secretario de Guerra Henry Stimson y el general Leslie Groves, los dos responsables del Proyecto Manhattan, visitaron a Truman en la Casa Blanca y le revelaron que «antes de cuatro meses» el proyecto habrá «completado, con toda probabilidad, el arma más terrible jamás vista en la historia humana». Tras leer el informe de 24 páginas, el presidente preguntó por «la situación rusa» y la expansión soviética por Europa del Este. A lo que Groves le advirtió del «peligro de hacer excesivo hincapié en el poder una única bomba». (Véase Robert Gellately, La maldición de Stalin, Traducción de Cecilia Belza y Gonzalo García, Pasado & Presente, Barcelona 2013, pág. 181).
A principios de agosto de 1945 la URSS concentró millón y medio de soldados en la frontera de Manchuria (que era colonia japonesa desde 1933), y Stalin informó a sus aliados que la intervención bélica contra Japón por los soldados soviéticos era cuestión de semanas. El día 6, a las 7:00 horas, llegó a Moscú la noticia del lanzamiento de la primera bomba atómica sobre Japón. A las 14:30 horas Stalin y Aleksei Antonov, jefe del Estado Mayor, firmaron la orden de que a primera hora de la mañana (hora local) del día 9 se pondría en marcha la conquista de Manchuria, pero como es sabido ese mismo día el presidente Truman dio la orden para que se lanzase la segunda bomba. Japón se rindió el día 14, aunque lo haría formalmente el día 2 de septiembre, fecha en la que la URSS ya tenía conquistada prácticamente toda Manchuria y media Corea (que era colonia japonesa desde 1905, es decir, desde el año en que Japón humilló al Imperio Ruso y éste se vio sacudido por la primera revolución o «ensayo general»). Tras la conquista soviética de Manchuria, la «esfera de influencia» de la URSS se extendió a la propia Manchuria (lo que fue trascendental para que se llevase a cabo cuatro años después la revolución china), a Corea del Norte, a las islas Kuriles y a la isla de Sajalín.
Podríamos decir que, tras el Desembarco de Normandía, la segunda batalla de la Guerra Fría (dentro del marco de la Segunda Guerra Mundial) fueron los bombardeos atómicos contra Hiroshima y Nagasaki, los cuales supusieron una seria advertencia y amenaza contra la Unión Soviética, cosa de la que no le cabía ni la más mínima duda a Stalin: «La guerra es una barbaridad, pero el empleo de la bomba atómica es una superbarbaridad. Y no había necesidad de usarla. ¡Japón ya estaba condenado! El chantaje con la bomba atómica es la política americana» (citado por Simon Sebag Montefiore, La corte del zar rojo, Traducción de Teófilo de Lozoay, Crítica, Barcelona 2010,pág. 535).
El mariscal Kiril Manetskov, comandante del primer Grupo de Ejércitos del Extremo Oriente, afirmaría que los lanzamientos atómicos contra Japón eran, en el fondo, para intimidar a la Unión Soviética «y al mundo», y el hecho de ser arrojadas demostró que «la élite estadounidense ya estaba sopesando instaurar su dominio del mundo» (citado por Gellately, La maldición de Stalin, pág. 218). Y Yuli Jaritón, que fue pionero en el diseño atómico soviético, sostenía que «el gobierno soviético interpretó Hiroshima como un chantaje atómico contra la URSS, como la amenaza del inicio de otra guerra más terrible y devastadora» (citado por Jonathan Walker, Operación «Impensable», Traducción de Efrén del Valle, Crítica, Barcelona 2015, pág. 173).
Al lanzarse las dos bombas atómicas, Estados Unidos se quedaría sin bombas, pero volvería a hacer más el mes siguiente, por tanto la ocurrencia de Churchill de aniquilar la URSS a base de bombas atómicas no era del todo realista (como tampoco lo era su «Operación Impensable»). Para el otoño de 1946 Estados Unidos sólo disponía de 9 bombas atómicas: dos Fat Boys Mark III para ser probadas en el espacio marítimo de Estados Unidos continental y 7 Mark III que estaban guardadas bajo tierra. Estados Unidos tampoco disponía de una tripulación lo suficientemente preparada para pilotar un avión con cargamento atómico y arrojarlo sobre la URSS.
En septiembre de 1947, durante una Conferencia de Información de nueve Partidos Comunistas, Andrei Zhdanov, jefe del Partido en Leningrado y segundo del Partido en toda la URSS (y posible heredero de Stalin, pero no lo sería porque murió en 1948), afirmaría que «Los políticos imperialistas más rabiosos y desequilibrados han comenzado, después que lo hiciese Churchill, a establecer planes con vistas a organizar, lo más rápidamente posible, una guerra preventiva contra la URSS, realizando abiertamente un llamamiento a la utilización contra los soviéticos del monopolio temporal americano del arma atómica» (citado por Ludo Martens, Otra visión de Stalin, https://asturiesdixebra.files.wordpress.com/2014/08/otra-mirada-sobre-stalin.pdf, 1994, pág. 144).
Nada más saber de la existencia de la bomba atómica (que sería al entrar como presidente, pues como vicepresidente lo desconocía por completo), Truman sería consciente de que dicha arma era el requisito imprescindible para perseverar la hegemonía mundial del Imperio Estadounidense, y escribiría en sus memorias: «Yo veía en la bomba una arma militar y jamás he dudado que sería utilizada. Cuando hablé con Churchill, éste me dijo sin vacilar que estaba a favor de la utilización de la bomba nuclear» (citado por Martens, pág. 142).
Y efectivamente, en su obra La segunda guerra mundial Churchill reconoce su apoyo total al uso de las bombas atómicas contra Japón: «El hecho histórico es, y así debe juzgarse en tiempos venideros, que la decisión de utilizar o no la bomba atómica para forzar la rendición de Japón no fue controvertida. La mesa al completo se mostró unánime de manera automática e incuestionable» (citado por Walker, Operación «Impensable», pág. 170). Desde que Churchill estuvo al tanto de la existencia de la bomba no dudaba de que había que emplearla contra la URSS, y así lo expresó el profesor Gabriel Kolko: «El mariscal Alan Brooke pensaba que el entusiasmo infantil del primer ministro era peligroso: “Se veía ya capaz de eliminar los centros industriales de Rusia”» (citado por Martens, pág. 142).
Un año antes de que se lanzase la bomba, el general Leslie Groves, jefe del Proyecto Manhattan, se lo reveló durante una cena a un pequeño grupo de colaboradores: «Ustedes se habrán dado cuenta, naturalmente, de que la razón de ser del proyecto es someter a los rusos» (citado por Anselmo Santos, Stalin el Grande, Edhasa, Barcelona 2012, pág. 593). El 9 de octubre de 1948 el líder de la oposición en el parlamento británico, Winston Churchill, aseveró en un discurso que dio en Llandudno (Gales): «Se ha planteado la pregunta: ¿Qué ocurrirá cuando ellos también tengan la bomba atómica y hayan acumulado un gran arsenal? Podréis juzgar lo que ocurrirá entonces por lo que está ocurriendo hoy. “Porque si así tratan al árbol verde, ¿qué harán con el seco?”[…] Nadie que esté en su juicio puede creer que disponemos de un período ilimitado. Debemos llevar las cosas a su conclusión y lograr un acuerdo final. No debemos descuidarnos, incompetentes, esperando que ocurra algo, quiero decir que ocurra algo malo para nosotros. Es mucho más probable que las reacciones occidentales lleguen a un acuerdo duradero sin derramamiento de sangre si formulan sus justas demandas mientras tienen el poderío atómico y antes de que los comunistas rusos también lo tengan» (citado por Henry Kissinger, Diplomacia, Traducción de Mónica Utrilla, Ediciones B, Barcelona 1996, pág. 496).
El secretario de Estado norteamericano, James Byrnes, afirmó que la posesión americana de la bomba atómica haría a la URSS «más manejable en Europa» (citado por Álvaro Lozano, Stalin. El tirano rojo, Nowtilus, Madrid 2012, pág. 401). Y sin embargo, la bomba no impidió que la URSS construyese el «Imperio exterior» en la Europa del Este. Como se ha dicho, «¿usaría Estados Unidos la bomba atómica para garantizar unas elecciones libres, por ejemplo, en Bulgaria?» (Lozano, pág. 401).
Lanzar no una sino dos bombas atómicas contra la población japonesa para impresionar a la URSS no fue un mero «efecto colateral» (Pío Moa, Años de hierro, La esfera de los libros, Madrid 2007, pág. 647), pues eso fue lo fundamental, es decir, el aviso definitivo de que el Ejército Rojo no podía extender más el Imperio Soviético por Europa y Asia, pues tal avance sería frenado por las bombas atómicas del Imperio washingtoniano (o más bien a través de la persuasión).
Otros investigadores son partidarios de esta tesis: «Es muy probable que la frenética y de otro modo inexplicable prisa por utilizar la segunda y tercera bombas atómicas, Hiroshima y Nagasaky respectivamente, tras la primera explosión en Alamogordo, Nuevo Méjico, EEUU, surgió de la voluntad de obligar a los japoneses a rendirse antes de cualquier intervención soviética en la zona» (Carroll Quigley, Tragedia y Esperanza, Traducido al español por jota2016@gmail.com, Esta traducción corresponde al resumen del libro realizado por John Turmel, http://www.cyberclass.net/turmel/quig00.htm, pág. 823).