Publicamos el trigésimo cuarto trabajo perteneciente al II concurso de relatos “Una carta a un hijo” organizado por la escritora y farmacéutica, Esperanza Ruiz Adsuar, en colaboración con Posmodernia y las Bodegas Matsu perteneciente a la Denominación de Origen Toro. La participación en dicho concurso terminó el pasado 31 de octubre de 2020. Bases para la participación en el concurso
Título: La felicidad
Pseudónimo: Garabato
Querido hijo:
Todavía no hace 5 años desde aquel día, tantas veces soñado, en el que fui la madre más feliz del mundo. Aquel día de verano, en que tras duros años de preparación recibiste el despacho de Teniente del Ejército Español de manos de su Majestad el Rey de España, y el de Ingeniero entregado por las autoridades académicas de la Universidad de Zaragoza.
Cuando el Rey ordenó romper filas y las gorras volaron alegres por el cielo azul, bailando al ritmo de voces juveniles, tu padre y yo, en silencio, sonrientes y con el corazón emocionado, dábamos gracias a Dios.
Yo creo que le pasa a todo el mundo, que en momentos concretos de la vida, agolpa recuerdos de tiempos pasados.
A mi me sucedió contigo, hijo, recordé tu infancia de niño rubio, de ojos azules y genio encendido. De inteligencia despierta, gran lector desde pequeño, revoltoso y malhumorado, (eras el enanito gruñón de Blancanieves), pero divertido y generoso. Tu padre se sentía orgulloso de ti, claro, eras su hijo mayor. Te llevaba de caza y a los toros. Tocabas el piano y practicabas equitación, aprendiste a comportarte como un caballero, saludabas educado y comías elegante desde muy niño. También sé que rezabas y querías a la Virgen.
Tus abuelos te hablaban de arte y de política, de la buena. Creciste rodeado de hermanos y de primos en una familia numerosa, que prepara con esmero y alegría las fiestas de Navidad, los Bautizos, las primeras Comuniones… aún no han llegado las Bodas.
La rebelde adolescencia conseguiste dominarla, y para nuestra sorpresa, elegiste la disciplinada y sufrida carrera militar, que combina matemáticas y física, con horas de entrenamiento y esfuerzo para ser la élite que defienda nuestra Patria. No se puede pedir más.
Ahora, que trabajas ejerciendo tu carrera, asumiendo responsabilidades, que vas cumpliendo años, observo, que tus ilusiones, como las de tantos jóvenes de tu generación, van recortando esa perspectiva de eternidad, que aunque no sea perceptible a simple vista, subyace en la formación que has recibido.
Tienes un grupo de amigos y compañeros fantástico, con coraje y corazón, como tú, y con ellos has recorrido el mundo. Habéis buceado en el Océano Atlántico y en el Mar Rojo, abordáis Misiones Internacionales de riesgo, habláis con soltura varios idiomas, practicáis deportes extremos, y si veis una gacela rubia, se os van los ojos tras ella, pero, ay, esquiváis el compromiso para siempre y os ponéis en guardia, cual si fuera el enemigo.
No sois la excepción, hijo, esto lo podrían suscribir muchas madres, con hijos que son profesionales de éxito, capaces de cerrar contratos millonarios con empresas multinacionales, vender varias ediciones de libros, publicar trabajos de investigación en revistas científicas, desempeñar complicadas tareas diplomáticas, o como tú, estar al mando de una batería de armamento militar y decenas de soldados, pero que son incapaces de formar una familia.
Sin embargo, durante generaciones, durante siglos, la humanidad se ha comportado de otra forma.
Una vez cumplida cierta edad y buscado un porvenir, la diversión pasaba a un segundo plano y con los veintitantos, a lo sumo los treinta, la ilusión del joven era enamorarse y comprometerse para siempre. Los hijos llegaban enseguida, atropelladamente, sin dejar mucho tiempo a nada que no fuese gastar la juventud en criar niños, educarlos bien, transferirles ese poso de sabiduría, de formación, de costumbres centenarias, de Fe, que hemos recibido de nuestros antepasados, y trabajar para sostener la familia.
Eso era, eso es, hijo, la Felicidad.
Una sabía, y sabe, que la familia que forma es para siempre, y que los vendavales de la vida, pueden hacerla tambalear, jamás sucumbir. Por ello, cualquier contratiempo se soluciona con cariño y buena voluntad. No se contempla romper la baraja, esa posibilidad no existe, y el amor triunfa una y otra vez.
No hay mayor felicidad que volver a casa después de la dura jornada, y allí encontrar siempre alguien que te espera, que te quiere como eres, y a quien tú quieres, aunque el tiempo nos vaya estropeando. Ese tiempo también lima asperezas y corrige rumbos. Evidentemente la Fe en Dios es buena compañera del matrimonio y de la Familia, no lo olvides nunca, hijo.
Cuánto me gustaría que tú encontraras la auténtica Felicidad, la que tu padre y yo hemos encontrado en vosotros, nuestros hijos. Nos vamos haciendo mayores pero sólo aspiro a envejecer a su lado, a conocer pronto a mis otros hijos e hijas, los que os vayan a hacer felices a vosotros, y a los nietos.
Un fuerte abrazo, hijo, y no olvides que la elección de la que será tu mujer es la más importante de tu vida. Estoy segura que tú sabrás elegir bien.
Tu madre.