Gran reinicio, I
La próxima revolución ha comenzado ya
La próxima revolución ha comenzado ya. Se llama “Gran reinicio” (great reset). Por definirlo en dos palabras, y según han declarado públicamente sus promotores, el gran reinicio consiste en reordenar el mundo según los criterios sentados por la elite financiera global, es decir, el Fondo Monetario Internacional, el Foro Económico Mundial y otras instituciones transnacionales. Reiniciar el orden del mundo como quien reinicia o resetea un ordenador. Es un proceso que lleva tiempo en marcha, pero la pandemia de la Covid-19 ha acelerado los acontecimientos.
Ningún secreto
Importante precisión: no se trata sólo de un reajuste económico. El objetivo declarado del Gran Reinicio es dibujar un modelo de sociedad nuevo sobre conceptos como la extinción paulatina de la propiedad, la desaparición de las fronteras nacionales, la circulación global de la mano de obra, la disolución de las identidades culturales y un nuevo modelo productivo basado esencialmente en la digitalización y las energías renovables. ¿Y si los gobiernos nacionales no quieren? Pues entonces tendrán que plegarse. Por eso es una revolución. Y es de una trascendencia innegable.
Primero, veamos la documentación: la primera que ha expresado abiertamente tanto el concepto de Gran Reinicio como su contenido es la actual directora general del Fondo Monetario Internacional, la búlgara Kristalina Georgieva, durante un discurso pronunciado en el marco de un acto organizado por el Foro Económico Mundial el 3 de junio de 2020. Toda la prensa internacional informó de ello, de manera que aquí no hay secreto alguno. Muy poco después se publicaba el armazón teórico del asunto: el libro Covid-19: el Gran Reinicio,escrito por el fundador y presidente del Foro Económico Mundial, Klaus Schwab, y el economista Thierry Malleret, un habitual de los foros globalistas. Tampoco aquí hay secreto porque el libro en cuestión se ha publicitado en todas partes. Cabe añadir, además, que el mundo de la gran finanza trasnacional saludó el acontecimiento con las mayores alharacas. Por poner un solo ejemplo de andar por casa, la buena nueva y su evangelio laico fueron inmediatamente promocionados en la web del Banco de Santander, y ahí sigue.
Predicciones que son prescripciones
¿Qué propone exactamente el programa del Gran Reinicio? La versión más divulgativa es un célebre vídeo del Foro Económico Mundial (quizá más conocido como Foro de Davos, por la ciudad suiza donde organiza sus grandes reuniones anuales), titulado “Ocho predicciones para el mundo en 2030”, en el que nos enumeran sus objetivos:
– Uno, no tendrás propiedades y serás feliz: alquilarás lo que quieras y será entregado por un dron.
– Dos, Estados Unidos no será la superpotencia líder en el mundo; mandarán un puñado de países (no nos dicen cuáles ni cómo).
– Tres, no morirás esperando a un donante de órganos, porque ya no trasplantaremos órganos, sino que imprimiremos órganos nuevos en su lugar (con impresoras 3D).
– Cuatro, comerás mucha menos carne por el bien del medio ambiente y de nuestra salud.
– Cinco, mil millones de personas se desplazarán por efecto del cambio climático, habrá que trabajar mejor para acoger e integrar a los refugiados.
– Seis, los contaminadores tendrán que pagar por emitir dióxido de carbono, habrá un precio global para el carbono y esto hará que los combustibles fósiles pasen a la historia.
– Siete, hay que prepararse para ir a Marte, los científicos encontrarán la manera de habitar en el espacio. Es el inicio de un viaje para encontrar vida extraterrestre.
– Ocho, los valores occidentales han alcanzado su punto de ruptura, y no hay que olvidar los controles y equilibrios que sostienen nuestras democracias (no termina de verse cómo encajan ambas afirmaciones, pero esto es lo que textualmente nos dice el vídeo del FEM).
Este es el texto literal del gran programa. En general, es la misma mezcla de utopismo progresista, futurismo tecnológico y globalismo político que viene alimentando las proclamas de las instituciones transnacionales desde hace no menos de cuarenta años. Luego, por supuesto, está lo que no se dice, lo que hay que buscar en la letra pequeña (pero no tanto como para que no se vea) de los propósitos del FMI y del programa de Schwab y Malleret, y que es lo siguiente: la condición implícita para que este mundo nuevo funcione es que las grandes decisiones dejen de estar en manos de los Estados y pasen al ámbito de instancias transnacionales, globales, capaces de gestionar fenómenos que exceden las capacidades de una soberanía nacional.
Es verdad que esto ya venía siendo una realidad de hecho. Todas las políticas “globales” recientes, desde la transformación de los inmigrantes socioeconómicos en “refugiados” hasta la reorientación de las políticas industriales en nombre de la “emergencia climática”, deben su impulso fundamental a las instancias económicas transnacionales. La gran novedad es que estas instancias, además de las funciones de naturaleza económica que hasta hoy desempeñaban, ahora desean además asumir funciones de carácter político y hasta moral. De ahí que se nos hable de reorganizar el orden mundial, decretar la aniquilación de facto de las fronteras nacionales, “desoccidentalizar” los valores políticos dominantes (lo cual, dicho sea de paso, no deja de ser una perspectiva muy occidental) y decretar la extinción de la propiedad como valor antropológico.
El dinero toma el mando
¿En nombre de qué nos quieren imponer semejantes cosas, con qué legitimidad, con qué derecho? En nombre de la superioridad de la técnica y la “ciencia”, con la legitimidad del discurso del “progreso”, con el derecho de quien invoca una sabiduría técnica y neutra, supuestamente ajena al juego político, sólo interesada en el bienestar de la humanidad. Por expresarlo de un modo gráfico, es como si el Mercado quisiera ocupar hoy el lugar que ocupaba la Iglesia en los siglos medievales: suprema instancia arbitral con potestad para dar y quitar legitimidades en nombre de un fin superior. Pero apresurémonos a precisar que eso que se llama “Mercado” no es el conjunto de los agentes en el circuito económico, sino muy concretamente los agentes tanto públicos como privados que gobiernan las políticas monetarias, es decir, los grandes bancos centrales, las instituciones financieras supranacionales y la banca mundial de inversión. Son los amos de la circulación de moneda los que marcan el paso. ¿Por qué? Porque son los únicos que están en condiciones de pagar la fiesta.
¿Cifras? En 2019 la deuda mundial –deuda global de todos los sectores- era de 255 billones de dólares, es decir, el 322% del PIB mundial. Y aún no había empezado la pandemia de la Covid-19. Para junio de 2020, según cifras del Fondo Monetario Internacional, la deuda pública mundial ya superaba el 100% de PIB mundial, con especial incidencia en las naciones desarrolladas (media del 132%, frente al 105% de 2019). El déficit mundial, que en 2019 estaba en el 3,9%, en junio de 2020 se multiplicaba hasta el 13,9% según datos del Fondo Monetario Internacional. A partir de junio, con las políticas de gasto inherentes a la gestión de la pandemia, todas esas cifras se dispararon aún más. Es decir que todo el mundo debe dinero, mucho dinero, y necesita aún más dinero. No hay producción material que respalde semejante exigencia de numerario. La única opción es producir más dinero y endeudarse aún más. Como es literalmente imposible devolver toda esa deuda, el sistema entero queda en manos del acreedor. Un acreedor que no va a exigir que se le reembolse el dinero (no lo necesita, pues él es quien lo fabrica y lo hace circular), sino tan sólo un mínimo interés que mantenga en funcionamiento la máquina.
Este es la gran receta mágica del nuevo capitalismo. Por eso el magnate George Soros proponía que el Banco Central Europeo prestara dinero a mansalva sin expectativa de retorno. Por eso el FMI y el BCE han abierto tan pródigamente la mano a la hora de financiar agujeros. Por eso el director del Foro Económico Mundial ve en la pandemia una oportunidad extraordinaria para reordenar todo el sistema financiero mundial. Sencillamente, hemos entrado en una era nueva: la deuda se convierte en un valor en sí misma y el dinero no necesita más respaldo que el propio dinero. Se acabó el viejo mundo gobernado por los capitanes de la industria o de la banca comercial. Ha llegado la hora de los grandes financieros y de la banca de inversión.
Epifanía del orden global
En un primer vistazo, podría parecer que estamos ante la tópica pesadilla de la vieja izquierda: el gran capital dominando el mundo. Pero no, esto es sólo la parte económica del asunto. Porque, además, aquí hay una parte política, y esta es seguramente la más importante, la que más profundamente va a cambiarlo todo. Y es que este nuevo orden económico recupera buena parte de los tópicos ideológicos de la izquierda actual, la que nació de las cenizas del mundo soviético: traslación del sujeto político colectivo a las reivindicaciones individuales, renuncia a colectivizar los medios de producción, abolición de las fronteras nacionales, disolución de las identidades tradicionales, etc. Puede parecer contradictorio: ¿qué hace el gran capital pidiendo la abolición de la propiedad, como en el vídeo del Foro Económico Mundial? No lo es en absoluto y en sucesivas entregas explicaremos por qué.
La trascendencia radical del fenómeno se entiende mejor si lo ponemos en el contexto de los grandes procesos históricos del mundo moderno, procesos que van mucho más allá del alcance de una generación, de una clase dirigente o de unos regímenes políticos. Primer proceso: la emancipación de lo económico respecto de lo político, rasgo característico de la modernidad desde la época de las revoluciones burguesas. Segundo proceso: la construcción de un orden mundial por encima de las soberanías locales, un orden que arranca de los famosos puntos de Wilson tras la primera guerra mundial, que encontró una primera formulación en los acuerdos de Bretton Woods de 1944, que ha ido desplegándose de manera inapelable tras la caída del Muro de Berlín en 1989 y que ahora encuentra el camino casi expedito. Tercer proceso: la evolución de la economía capitalista hacia un orden basado cada vez más en el dinero y cada vez menos en la producción, cada vez más en la abstracción de la moneda y cada vez menos en el fruto concreto del trabajo, cada vez más en el ejercicio contable de la deuda y cada vez menos en la capacidad de venta del producto, en suma, cada vez más en los bancos y cada vez menos en la industria y en el trabajo.
Estos tres procesos son la auténtica médula de eso que antaño se llamó “estado mundial”, después “nuevo orden del mundo” y hoy “gobernanza global”. Mucha gente parece haber descubierto ahora el gran plan. Eso es, al menos, una buena noticia. Por nuestra parte, es un asunto que venimos teorizando al menos desde 1995, cuando la revista Hespérides dedicó su número 8 al “Nuevo orden mundial”. El hecho es que el proyecto mundialista, la idea de poner todo el planeta bajo un solo orden –por supuesto, siempre en nombre de la paz y el progreso-, ha encontrado hoy su plena consumación. El Gran Reinicio quiere ser su epifanía.