Publicamos el cuadragésimo octavo trabajo perteneciente al II concurso de relatos “Una carta a un hijo” organizado por la escritora y farmacéutica, Esperanza Ruiz Adsuar, en colaboración con Posmodernia y las Bodegas Matsu perteneciente a la Denominación de Origen Toro. La participación en dicho concurso terminó el pasado 31 de octubre de 2020. Bases para la participación en el concurso
Título: La mirada de mis princesas
Pseudónimo: El emperador real
Hijas mías: Que nada ni nadie os arrebate la mirada.
Erase una vez un país diminuto, gobernado por un emperador, de tan pequeña estatura como mal genio y que, acomplejado por sus dotes físicas, recelaba y sentía envidia de todo aquello que no podía poseer.
Un buen día, el emperador conoció la existencia de una niña: Lys. Era una joven muchacha que encandilaba a todos por su espectacular mirada. Una misteriosa luz irradiaba de su rostro, del cual era imposible escapar.
Su luz se estaba expandiendo por todo el reino y todo aquél que la visitaba y permanecía a su lado, escuchándola y contemplándola, se contagiaba.
Nadie podía explicar cuál era su secreto. No era la más bella, ni la más alta, ni la más inteligente, pero el misterio que la acompañaba hacía de ella un ser único en todo el país.
El emperador, expectante ante el relato que llegaba a sus oídos, no tuvo más remedio que partir y conocer de primera mano cuál era aquel “embrujo”.
Partieron caballeros, lacayos, sirvientes y demás criados. Toda una corte ambulante, rodeada de camellos, elefantes y dromedarios. Incluso saltimbanquis y titiriteros.
Tras dos escasas horas de recorrido, el emperador y su séquito llegaron a un pequeño oasis. Todos eran felices. En ningún lugar pasaba lo mismo: Vitoreaban su llegada y acudían gozosos para saludar al soberano.
El monarca, descompuesto por tanta felicidad, bajóraudo del caballo y maldijo a todos los presentes, solicitando conocer a la causante de, según él, la vileza y maleficio al que estaban sometidos.
Cada sonrisa y vítor era una punzada por su ego y cada carcajada se clavaba en su orgullo herido. Todo el pavor y el estremecimiento que había creado en su tierra corrían el riesgo de pasar a mejor vida. Insistió colérico y amenazó a cada uno de los ciudadanos para que le dijeran quien era la causante de esa perversión al reino que había creado.
No hizo falta que ninguno de los ciudadanos del oasis le contestara. A lo lejos y junto al pozo central encontróa la niña. Lys irradiaba una inconmensurable luz, destellaba paz y serenidad, mientas continuaba impasible con sus tareas cotidianas. El emperador se acercó a la muchacha y mandó arrestarla de inmediato.
Durante meses, la muchacha permaneció recluida en lo oscuro del palacio real. La posesión de la niña había calmado al Emperador y le había devuelto a sus quehaceres. La danza, la caza, los banquetes habían hecho desaparecer su resentimiento hacia aquella niña.
Sin embargo, poco a poco la luz de la doncella fue adueñándose de Palacio. Primero fueron los centinelas, que comenzaron a tararear extrañas letrillas acompañadas de un alegre soniquete. Sus caras dejaron de ser impasibles y sus pupilas comenzaron a dilatarse, llenándose su rostro de luz. Luego fueron las criadas, que al compartir lecho con los centinelas fueron empapándose de esa sensación y poco a poco servían al señor con una sonrisa.
Los caballeros fueron cambiando su mirada al ser servidos con alegría por las sirvientas. Igual ocurrió con los maestros de armas, con los herreros, los esclavos dedicados a limpiar las cuadras, los campesinos. Todo el palacio fue llenándose de una serenidad y una luz inconcebible, que había sido transmitida por la mirada de aquella niña cautiva.
Finalmente la nobleza, encandilada por sus sirvientes, fue dando rienda suelta a esa imperceptible alegría. Abandonando las veladas de baile y recreo, fueron cultivando su espíritu y practicando la misericordia y la caridad con sus congéneres y esclavos, a quienes agasajaron con todo tipo de regalos y prebendas.
El emperador no se percató de la situación hasta pasado cierto tiempo. Indignado por la nueva vida del palacio mandó llamar a los campesinos, a quienes subió los impuestos; a sus caballeros, mandándoles las más absurdas e insignificantes tareas; mandó limpiar todos los lugares de palacio e intentó hacer insufrible la vida a las sirvientas. Pero no había manera.
Encolerizado y enfurecido, el Emperador bajó hacia las mazmorras en busca de Lys.
Sacóa la niña al patio central y la humilló ante todos sus súbditos. Fue cortada su melena, vestida con andrajos y embadurnada por los más pestilentes ungüentos.
La joven continuómostrando luz y serenidad y su boca perfilaba una sonrisa que poco a poco fue contagiando a los pocos que aún no habían sufrido la conversión. Los presentes en la tortura y suplicio de la joven comenzaron a reír y cantar, incluso los más atrevidos empezaron a vislumbrar una pequeña danza, que avivó el odio y la incomodidad del soberano.
Fue pasando el día y de la joven no surgió ningún resquicio de reproche y reprimenda, sino una mirada de paz y amor. El monarca cada vez se encontraba más iracundo. Su mirada enrojeció, su débil cuerpo se sentía tenso y retorcido y no paraba de gritar exabruptos. De repente exhaló y quedó petrificado, inmóvil ante el gentío. Su débil cuerpo fue llevado a su lecho, donde descansó por cuarenta jornadas.
Mientras, la niña pidió volver a su oasis.
Transcurridas las cuarenta jornadas, el monarca volvió en sí. Con una vitalidad renovada, levantósu diminuto cuerpo del lecho y pronunciósus primeras palabras…eran palabras de perdón, de arrepentimiento. Pronto corrió a su sala real y trajo consigo todas las riquezas expropiadas en tantos años de envidias y celos. Mandó llamar a todos sus súbditos y fue devolviendo individualmente los tesoros embargados.
Cada pieza devuelta le ofrecía una paz y serenidad inusual; cada pieza entregada le suponía una auténtica liberación. Fuera de sí, fue deshaciéndose de todo su patrimonio, dejando sólo su caballo al que mandó ensillar con la intención de buscar a aquella niña, que le había hecho despojarse de su ira, que había permitido que descargara todo su odio y que le había hecho despertar a una nueva vida. Aquella doncella que había conseguido devolver a su rostro una sonrisa. Salió en su búsqueda y nunca más se supo del emperador. Ya no volvió a Palacio.