Agrarios

Agrarios. Oscar Cerezal

En la España previa a la guerra civil, existió una tradición política llamada «agrarismo» y que representaba los intereses del mundo rural desde un conservadurismo clásico que acabó subsumido en la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas) y posteriormente en el bando vencedor que generó el llamado Movimiento Nacional. En los países nórdicos, ese fenómeno también existió y aún siguen manteniéndose vigentes los partidos agrarios, refundados como una opción centrista que defiende al «campo» frente a las políticas urbanitas que siguen los dictados de Bruselas.

En los últimos tiempos en países como Francia, Holanda o Alemania se ha generado un movimiento de respuesta del mundo rural, harto de las imposiciones de la Unión Europea y de la sumisión de los gobiernos nacionales a las normativas y acuerdos que priman la competencia desleal de terceros países sobre los productores locales. Los mercados se han inundado de productos procedentes del norte de África (Marruecos los primeros) que no tienen que cumplir nuestras estrictas directrices fito-sanitarias ni respetan las condiciones laborales o de explotación que si tienen que cumplir los europeos.

Aunque en algunos casos están teniendo respuesta política (en el caso de Holanda con el Movimiento Campesino), en los casos francés y alemán esta movilización ha surgido directamente del tejido asociativo, pero es evidente que sus reivindicaciones tienen un alto componente soberanista de respuesta a las políticas globalistas, que condenan a la sumisión alimentaria de los países europeos frente a los intereses económicos trasnacionales al igual que ha pasado con el desmantelamiento del sector industrial, que no solo ha empobrecido a las clases obreras y populares sino que ha colocado aún más a Europa en una posición subsidiaria tanto de EE.UU., como de China y otros países emergentes. Es evidente que en Alemania y Francia este descontento rural va a hacer fluir aún más votos a los movimientos de la «derecha nacional» AfD y RN, respectivamente.

¿Y en España? Aquí, como es habitual todo va más lento pese a lo grave de la situación del sector y además, la dependencia subsidiaria del tejido asociativo con respeto a los poderes públicos limita su independencia y capacidad de realizar análisis críticos más allá de análisis coyunturales. Lo de cuestionar las políticas agrarias (o industriales) de los últimos 40 años parece un anatema en la política española, más habituada a dedicarse a meter el dedo en el ojo ajeno en lugar de ver como nos meten vigas en el propio. Y aquí tanto una izquierda con ganas de ser verdaderamente alternativa como sobre todo Vox, tendrían mucho más que hacer y decir. Porque no se trata de lograr una política agraria común un poco más favorable a alguna de nuestras cuotas o una nueva linea de subvenciones temporales, sino de hacer una enmienda a la totalidad a un modelo nocivo a nuestros intereses nacionales, pero no solo para nuestros productores sino también para nuestros consumidores, que han visto como aumentan sin control los precios de los alimentos mientras se lucran intermediarios y grandes superficies.

La defensa de nuestro campo como un sector prioritario de nuestra economía (al igual que el industrial) va más allá de la creación de empleo y riqueza, sino que añade a esas bondades ya de por si irrenunciables otras como la vertebración territorial, el anclaje de la población fuera de las grandes urbes y por supuesto, la recuperación de la mayor soberanía alimentaria posible y de un modelo agrario local ecológicamente sostenible que siempre es necesario, pero que en estos tiempos de inestabilidad geopolítica es imprescindible.

Es evidente que en estos tiempos donde la modernidad nos presenta el campo, lo cercano, lo rural… como algo arcaico frente a la implementación de una economía financiera especuladora basada en criptomonedas o tecnológicas sin escrúpulos y una sociedad de patinete basada en el lujo y la ostentación de las redes sociales, pero esta es otra batalla que merece la pena dar, aunque mancharse las manos no esté de moda.

Los tractores por las carreteras de Europa, al igual que antes los chalecos amarillos cortando las de Francia, nos señalan un camino. El de la defensa de la dignidad del trabajo y de los intereses de las clases populares frente a las élites que legislan contra nosotros y en beneficio de otros.

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