Introducción al tema-problema.
En un hermoso libro, titulado: “Virtudes contra deberes”, el filósofo y Pensador Nacional Alberto Buela (Buenos Aires, 1946), escribe:
“Vemos como la ética, en tanto que disciplina filosófica que se ocupa del fenómeno de la moralidad tiene un primer y fundamental problema o aporía a resolver, cual es la relación entre el bien y el deber. Así por ejemplo, para Max Scheler el deber depende del bien y para Kant, al contrario, depende del deber. Para este último, el hombre es bueno cuando realiza actos buenos, mientras que para Scheler el hombre realiza actos buenos cuando el bueno.” (Buela, 2020, p. 30)
En estos tiempos de crisis, para Argentina, pero también para la humanidad en su conjunto, Buela se pregunta: ¿Cómo resolver desde nosotros mismos? ¿Cómo responder desde nuestro lugar en el mundo, que es Iberoamérica, la opresión generada por la homogeneización global y por el renacimiento tribal de los nacionalismos periféricos?
Rápidamente responde: “Poniendo en acto, actualizando, los valores que conforman nuestra tradición Nacional”. (Buela, 1998, pp. 11). Incluso, en estos días que corren, donde impera la llamada ética autónoma nacida con Kant, pero reacondicionada y remodelada por Jhon Rawls (Maryland, EEUU, 1921-2002) y los pensadores liberals ingleses y norteamericanos, se posiciona la idea que el objeto propio de la ética es el deber. Lo que se debe hacer sobrepasa en importancia a todo lo demás. Ahora bien, no necesariamente quien cumple con su deber es un hombre bueno, o peor aún, quien cumple con su deber hace acciones buenas. El resultado de haber cumplido con su deber puede ser malo, o al menos, no bueno. La bondad, al contrario que el deber, dice Buela, lleva al hombre a realizar acciones que van más allá de la justicia, “¿Quién no vuelve la espalda a un hombre injustamente perseguido y le da cobijo?” (Buela, 2020, p. 31). Por ello, la teoría de obrar por deber tiene agudas limitaciones respecto de la teoría de hacer el bien, dice Buela, “puesto que no podemos saber qué hacer si no sabemos qué es el bien.”
Ahora bien, hay otras cuestiones que parecen quedar en el tintero u olvidadas, tras la irrupción de las ideas de los liberals ingleses y norteamericanos, es la confusión desintegradora generada por el progresismo en torno a la noción de Nación. Sin que se resuelva el tema de qué entendemos por Nación será imposible comprender y vencer a los intereses transnacionales y anti Patria que aparecen sobre el horizonte avizorando la peor de las tormentas. Parafraseando al maestro Buela, “no podemos saber qué hacer con nuestra Patria si no sabemos qué es la Patria.”
La Patria y “las ideas de Nación”.
En otro recomendable libro, Buela escribe: “Es indudable que uno de los temas que en estos últimos tiempos ha sido planteado con mayor insistencia es el de lo Nacional, y así se habla de “Cultura Nacional”, filosofía, economía y hasta teología Nacional.[1]” El filósofo de nuestro suelo, al que algunos apodan “El Gaucho Buela”, evidentemente encuentra que hay múltiples y diversas voces que desde mediados de los años 70´ hablan de “lo Nacional”. Se arropan con esta idea, en otras palabras, hacen uso de esa sustancia para sostener sus lucubraciones, y en ese sentido, se lo apropian. El filósofo menciona algunos casos como son el del nacionalismo oligarco-nativista (Anchorena), el socialismo intenacionalista irrepresentativo (Selser), el liberalismo (Solano Lima) y el marxismo (Abelardo Ramos).
Rápidamente el lector o lectora puede arribar al tema y problema, ¿Cómo es posible que posiciones políticas tan dispares, algunas de ellas totalmente antagónicas y enfrentadas, converjan en llamarse nacionales?
Una posible explicación a este entrevero puede hallarse en las disquisiciones que cada una de estas corrientes tiene para dar al momento de afirmarse como expresión de “lo Nacional”. Buela demuestra que cada una de estas tendencias al momento de hablar de “lo Nacional” lo explicitan negativamente, es decir, por contraposición a su contrario: ejemplo: Nacional-extranjero, oligárquico-anti oligárquico, intelectual-anti intelectual, colonizador-descolonizador/decolonial, hegemónico-contra hegemónico, liberal-antiliberal. En consecuencia, dice Buela, “lo que lleva a entender más bien lo que no es lo Nacional, que lo que es. [2]”
Por otra parte, en una dimensión más científica y metodológica, Buela expone los trucos ocultos de esta operación, ligada a una lógica de pensar de raíz eurocéntrica, racionalista, positivista y evolucionista-progresista. En resumen, una cosmovisión (forma de observar el mundo) que es ajena a nuestro suelo define la esencia de lo nuestro. Aparece entonces, un problema más profundo, ligado a las formas de entender las cosas que suceden en nuestro acontecer, ya que lo que prima en estas corrientes de pensamiento no es lo efectivamente real, el llamado “mandato de la realidad”, sino el mero concepto, la abstracción, que no surge de la realidad sino del pensamiento del hombre.
Veinticuatro años después, el filósofo Nacional observa los mismos problemas vinculados con la pérdida o ausencia de la verdadera identidad Nacional, en aquel entonces, íntimamente asociada a los nuevos Estados Nación surgidos tras el desmembramiento de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Dice Buela: “Parece que nosotros hoy padecemos la opresión de otra gran tenaza, pues el mundo de nuestros días está atrapado entre la homogeneización global de un mundo-uno y el renacimiento tribal de los nacionalismos periféricos. Oscilamos entre Mc Donald y Bosnia, CNN y Ruanda, Microsoft y Chechenia. Unos están compuestos por hombres y mujeres para quienes la cultura propia y su lengua, la nacionalidad étnica y su religión son elementos descartables y a reemplazar. En tanto que otros urgan en sus muertos o ilusorios mitos fundadores, para desde allí enfrentar el problema de la pérdida de identidad.[3]”
En este caso, hay que destacar que Buela refiere ya a otro momento y escenario, el de fines del siglo XX. En aquel entonces buena parte de los académicos más encumbrados al hablar del nacionalismo, citaban, traducían y replicaban las exploraciones realizadas por Benedict Anderson en su libro: Comunidades imaginadas[4] , Ernest Gellner con Naciones y nacionalismo[5] y Eric Hobsbawm en su trabajo: Naciones y nacionalismo desde 1780[6]. De alguna u otra forma llegan todos ellos a la conclusión que las Naciones y el nacionalismo fueron el producto de la modernidad, afirman que han sido creaciones, abstracciones, construcciones ideadas para sostener y perpetuar a los nuevos Estados Republicanos surgidos tras las revoluciones burguesas (Francia, Inglaterra). Anderson incluso, va más lejos que Gellner y Hobsbawm, y redimensiona el elemento utópico del nacionalismo. Según Anderson, las naciones son comunidades imaginadas, dice: “porque aun los miembros de la nación más pequeña no conocerán jamás a la mayoría de sus compatriotas, no los verán ni oirán siquiera hablar de ellos, pero en la mente de cada uno vive la imagen de su comunión.[7]”
En resumen y para decirlo rápidamente, observo al menos tres cuestiones que estos estudiosos, nacidos y/o formados en países del Atlántico Norte no consideran.
La primera, que los procesos de formación de las naciones no han sido los mismos en la Europa llamada central (Francia, Holanda, Bélgica, Inglaterra) que en otras regiones del planeta, dice Buela: “Y como la realidad, y en sumo grado lo social, no es algo estático sino dinámico, en el análisis de “lo Nacional” hay que tener en cuenta fundamentalmente su progresiva configuración a través del desarrollo histórico.”[8] Segundo, que aferrados a su matriz liberal-marxista-anti estatista, anulan la posibilidad de que los Estados Nación emerjan, surjan o se constituyan a partir de disputas de sectores populares no burgueses, en consecuencia, descartan los fundamentos particulares y creativos germinados en el transcurso de las luchas por la emancipación latinoamericana durante el siglo XIX o por las guerras de descolonización de los países periféricos (África, Asía, Europa del Este, Guerra de Malvinas), aquello que el politólogo Marcelo Gullo define como “la insubordinación fundante”[9]. Dice Alberto Buela: “Se quedan en la periferia de “lo nacional”, no por su incapacidad sino simplemente porque la conformación de una conciencia marxista no puede ver lo nacional más que desde el espejo de la determinación fundamental que para el marxismo las relaciones entre los hombres; esto es, “lo económico”.[10]” El tercer lugar, encuentro qué imbuidos en ciencias y metodologías de corte político ideológico evolucionista, progresista y racionalista, reducen al mínimo principios filosóficos, metafísicos, espirituales e históricos, que Buela expone como primordiales al momento de trabajar el concepto y la idea de “lo nacional”. Dice Buela: “Al darle primacía a “lo económico”, una conciencia marxista, por más bien intencionada que se encuentre, está llevada a negar, si quiere ser coherente con su propia cosmovisión, valores efectivamente determinantes de “lo nacional” como los son, por ejemplo, los ético-religiosos del pueblo.[11]”
Buela, considerando a nuestro poema Nacional escrito por José Hernández, da cuenta que el gaucho Martín Fierro es un buen hombre arrinconado por un contexto adverso, que lo llevo a convertirse en un verdadero paria en su tierra. En su libro: Aportes a la tradición Nacional, Buela destaca el sentido de la libertad, pero no de la libertad de vago y mal entretenido como históricamente se ha escrito desde la historiografía liberal, sino una libertad ligada al trabajo. El gaucho, antes que nada, es un trabajador rural, conchabado o no conchabado, vive de sus tareas campestres. Ahora bien, no tiene los tiempos ni los modos europeos, el tiempo no es dinero para el trabajador de estas tierras, más bien, debe madurar con las cosas. En ese sentido, la carencia de trabajo o la injusticia en el trabajo (autoritarismos del patrón o mala paga) es considerada por el trabajador criollo como una opresión. “El trabajar es ley” (Lo reitera en varias oportunidades José Hernández), pero al mismo tiempo, dice Martín Fierro: “La ley se hace para todos, pero solo al pobre rige”. Otro elemento más que destaca Buela, es el respeto por la palabra empeñada, romper con lo prometido también es considerado un hecho de injustica, de deslealtad. Por último, y ligado a lo antes dicho, dice el Martín Fierro: “Hay hombres que de su cencia tienen la cabeza llena. Hay sabios de muchas menas, más digo, sin ser muy ducho, es mejor que aprender mucho, aprender cosas buenas”, bien podríamos ligar estos párrafos con el conocido: “Mejor que decir es hacer”.
El Martín Fierro como lanza de nuestra Tradición Nacional
Todos estos elementos que configuran los valores de aquellos que estuvieron antes que nosotros en estas tierras tienen una vía de contacto con nosotros a través de la tradición. Aquello que también aparece en Carlos Astrada (Córdoba, 1928-1970), cuando el filósofo cordobés destaca la voluntad de soberanía del pueblo argentino, legada desde las gestas del padre de la Patria, José de San Martin, pero luego sostenidas por patriotas como Juan Manuel de Rosas. Escribe Astrada:
“La nueva y grande Argentina que se está gestando, la que se impone a retomar el hilo de una tradición ininterrumpida, tendrá que ser, si quiere afirmarse en la plenitud de su soberanía, en su impulso ascendente hacia la universalidad, fiel testamentaria del pensamiento político de San Martín. La única expresión de este pensamiento se concretó en una decisión que en su pleno significado debe sernos sagrada; legó su espada, sin mancha, símbolo de la libertad de los pueblos, al estadista argentino [Juan Manuel de Rosas] que defendió sin una sola vacilación la integridad de la patria contra la agresión extranjera. Y es sabido que cualquier acto o expresión de voluntad de una personalidad señera, de esas que crean historia, no es un mero azar en la sucesión de actos, en la íntima legalidad de su conducta, sino que trasunta el sentido total que troquela y otorga relieve inconfundible a la personalidad en tanto unidad anímico-espiritual operante.” (Astrada, 2021 [1943], p. 652).
Desde el origen y significado del término “tradición”, el historiador y estudioso del folklore rioplatense, Pedro Inchauspe (Laboulaye, 1896-1957), afirma: “La tradición es la primera forma de la Historia. Desde las épocas más remotas las agrupaciones humanas sintieron la necesidad de prolongarse en sus usos y costumbres –que con el idioma son los elementos fundamentales de un pueblo-, y como carecían de la expresión escrita, utilizaron el único medio a su alcance: el relato, transmitido de padres a hijos, de viejos a jóvenes, de los que saben a los que no saben, no sólo para capacitar a sus continuadores, sino también para dejar noticia de su paso por la vida y honrar y perpetuar sus hechos, sus devociones, sus glorias.” (Inchauspe, 1968, p. 71). Para Inchauspe la tradición, las tradiciones, manifiestan una parte de lo humano, rápidamente se resuelven entonces dos enigmas-problemas-traumas de la modernidad y de la posmodernidad que emerge desde el Atlántico Norte. El primero, que nuestra existencia, con sus objetivos, misiones e interrogantes no se resuelven en nuestro paso por la Tierra, sino que se encuentran estrechamente unidos a la historia de nuestros padres y a la historia que luego escribirán nuestros hijos y nietos. Segundo, que la Patria es una e indisoluble, inmodificable e irremplazable, es el lugar en donde están “los nuestros”, padres, hijos, nietos, tíos y amigos. Otra vez, la tradición es la casa de la Patria.
Ahora bien, esta idea de Patria ligada a la tradición es exponencialmente opuesta a la idea de Patria que se propone desde las potencias del Atlántico Norte, en donde más de un iluminado afirma que “nuestra Patria es el mundo”. Con un pasado y un presente a cuestas donde reina la inequidad, explotación, colonización, la violencia y la apropiación de territorios iberoamericanos por la OTAN (como Panamá, Puerto Rico y las Islas Malvinas entre otros casos) es verdaderamente paradójico y contradictorio que los mismos que generan estos males se afirmen como hermanos y como parte de “un mismo mundo”. Buela en uno de sus últimos trabajos, Pensamiento de ruptura (2021) escribe: “Aquello que amenaza nuestra identidad no es la identidad de “los otros” sino la identidad pensada por todos por igual […] Este, y no otro, es el problema fundamental a resolver por todo lo que se denomina el pensamiento identitario o no conformista. Si lo pretendemos resolver como lo hace el pensamiento único, también llamado políticamente correcto, caemos en el “igualitarismo”, fundamento ideológico de la democracia liberal que piensa a todos los hombres por igual. Y es por ello que cree, a pie de puntillas, que la forma de gobierno democrática es de obligatoria aplicación universal. Este razonamiento es el que justifica las intervenciones a bombardeo limpio y cañoneo de los Estados Unidos por todo el mundo.” (Buela, 2021, p. 73)
Siguiendo al filósofo y Pensador Nacional, la democracia liberal ejerce una forma de libertad muy particular, pues, no se consulta, se aplica violentamente. Desde esta perspectiva entonces, la idea de libertad impuesta por las potencias del Atlántico Norte (OTAN) es adversa a las tradiciones de los pueblos. De modo que la tradición por esta absurda operación pasa a ser un impedimento para la libertad, en un extraño enroque se critica a quienes hacen un asado, por matar animales o a quienes participan en una riña de gallos, por el maltrato animal, juzgando actividades nuestras con criterios ajenos (debería decir, más bien, imperiales).
En otras palabras, la libertad de la OTAN esconde una oscura operación asociada con el desarraigo, la expatriación y la ausencia de pasado.
Una revisión a la historia del Pensamiento bajo la Cruz del Sur
En una revisión por la historia de las ideas, Alberto Buela reconoce dos tendencias o líneas de pensamiento que convergen en Argentina, la hispánica y la anglo-francesa. Me interesa resaltar qué a diferencia de la mayoría de los estudiosos sobre el tema, Buela no las contrapone ni la descarta, sino que considera a las dos corrientes de pensamiento articuladas. Dice: “la primera [hispánica] nos otorga nuestra configuración originaria a partir del siglo XVI, y sin interferencia, nos inculca valores durante casi tres siglos. La segunda [anglo-francesa] comienza su gesta desde los primeros años del siglo XIX y de allí conviven las dos hasta nuestros días. Una encarnada en figuras como San Martín, Belgrano, Rosas, los caudillos Yrigoyen y Perón; la otra representada por hombres como Rivadavia, Mitre, Sarmiento, Roca, Avellaneda, J.B. Justo y Rojas.[12]”
Observo en este punto, dos aportes significativos sobre el tema que los estudiosos Gellner, Hobsbawm, B. Anderson y tantos otros no tienen presentes en sus trabajos.
Por un lado, la incorporación e importancia de una serie de hombres, de figuras histórico políticas, al momento de pensar “lo nacional”. En otras palabras, y siguiendo la interpretación de la historia como algo viviente y vivificador, estos líderes de las luchas por la emancipación y la liberación nacional irremediablemente actúan, con sus acciones creativas, transformando la sustancia de “lo nacional”.
Al mismo tiempo, mientras que la cosmovisión evolucionista, progresista y eurocéntrica–imperialista (OTAN) impide considerar los sincretismos, fusiones y transculturaciones propias de la esencia de “lo nacional” en las naciones de Iberoamérica, en el estudio de Alberto Buela, observo que estas derivaciones y asimetrías son asumidas. En consecuencia, el filósofo Nacional no cae en el embudo problemático en el que se encuentran Gellner/Hobsbawm/B. Anderson, obstáculo metodológico que los lleva a diseñar argumentaciones en donde prima “lo imaginario”, “lo narrativo” y “lo lingüística”; verdadera tragedia para el oficio, pues los historiadores terminan elaborando sus estudios sobre “lo nacional” a partir del alejamiento de la historia.
Encuentro que buena parte de los llamados estudios decoloniales o de la descolonización[13], bien intencionados en su búsqueda por reconocer las contribuciones de las periferias en la historia universal, nacidos en la vorágine de estos extrañamientos (1980-1990) han sido también arrastrados por las teorías del discurso y los estudios sobre “el giro linguistico”, y en esa medida, amontonados en un mismo embudo problemático que los anteriores, terminaron hurgando en los relatos, imaginarios, discursos, aquello que se encuentra en los acontecimientos. Observo que estas diversificaciones, digo, los estudios de minorías (género, raciales, migrantes, desclasados, étnicos) operaron diluyendo el sentido de los acontecimientos, desintegrando y desatendiendo las dimensiones de análisis ligadas a cualquier hecho histórico (dimensión política/social/económica/espiritual) en las Américas. Afirmaba el posicionado filósofo y antropólogo francés Paul Ricœur (Valence, 1913-2015): “la palabra es un acontecimiento”[14], hoy ya es tiempo de corregirlo y recordar que un acontecimiento es un acontecimiento y una palabra es una palabra. Los relatos y elucubraciones teológicas de este grupo de académicos y académicas no son el motor de la historia, menos aún para los pueblos de Iberoamérica, región del mundo con menos del 20% de su población con conocimientos universitarios (2018)[15].
Por otra parte, los decoloniales o estudiosos de la descolonización discuten la modernidad, interpelan a la matriz eurocéntrica con su esquema universal, aunque no plantean en profundidad ni estudian que transformaciones culturales, históricas, políticas, económicas, sociales, religiosas; que sucedieron en el periodo indiano o colonial americano. Más bien, iluminan a las voces silenciadas llegando a concluir que América Latina es una suerte de región en donde prima lo diverso, lo múltiple y heterogéneo, en ese sentido, sus trabajos terminan aportando aún más a la disgregación de una región, que para Alberto Buela, es una sola por naturaleza.
En pocas palabras, la diversidad es un antónimo de la unidad y en ese sentido, para los Iberoamericanos, el uso de la palabra es política, cultural, social y geopolíticamente incorrecto y peligroso. Principalmente porque, como señala Buela, se lo utiliza con una valoración positiva. Rápidamente intentaré explicar la ligazón de este término con la cosmovisión que propone para el mundo la OTAN (liberal, individualista, mercantil, imperialista).
Varios pensadores han estudiado las cuevas ocultas del progresismo liberal (Leonardo Castellani, Julio Meinvielle, Ramón Doll, Alberto Buela, Aleksandr Dugin, Esteban Montenegro[16]). Estos autores, en la mayoría de los casos, rastrearon la etimología de la palabra progreso. El término progreso/progressus que se usa en nuestros días deriva de término griego próodos, que significa “salir de sí mismo y dirigirse hacia lo otro”[17]. Los neoplatónicos llamaron proódos al recorrido o manifestación que nace del origen, de DIOS, y que se dirige hacia lo terrenal, al humano y su pensamiento. Han pasado muchos años y la palabra ha sido reconvertida en nuestros tiempos, parecería que el progresismo acelero la marcha y desde mediados del siglo XX se ha alejado más y más de la unicidad, entendiendo por ello, la identidad mestiza con su cultura iberoamericana (indígena e ibérica), sus lenguas latinas y su cristiano plebeyo. La diversidad es la expresión de la lejanía. Es la aceptación de que somos diferentes, distintos, ajenos y, peor aún, de que esas bifurcaciones tienen una valoración positiva.
En conclusión y siguiendo al filósofo Nacional, no es positivo para nosotros, los iberoamericanos, que esas diversidades nos unan más a quienes explotan nuestros recursos, destruyen nuestros ecosistemas y nos dominan con los mecanismos más siniestros que a nuestros vecinos y a los hombres y mujeres que viven lejos de las ciudades puertos latinoamericanas. En nuestra región, lo distinto se ensambla, muta, se incorpora e unifica. No se acepta ni se respeta. Esos son modismos de las urbes europeas mal copiados por una casta de periodistas, políticos e intelectuales (ensamblados por la colonización cultural ejecutada por la OTAN o por sus fiestas con drogas de laboratorio) que dominan los medios de comunicación hegemónicos y que hoy constituyen lo que llaman “opinión pública”. Además, ¿La OTAN tiene pensamiento diverso cuando se trata de resolver que se debe hacer respecto a los territorios ocupados por los Imperialismos del Atlántico Norte en Iberoamérica (Islas Malvinas, Panamá, Puerto Rico, Guantanamo, etc…)? Al respecto afirma Alberto Buela: “No es entreteniéndose –al mejor estilo europeo- en disquisiciones eruditas respecto de tal o cual matiz o aspecto puntual de éste o aquél filósofo en donde encuentra su lugar el pensador hispanoamericano, menos lo es aún, ensuciando los pizarrones al mejor estilo de la filosofía anglosajona del norte del continente, con fórmulas lógico-matemáticas carentes de predicación de existencia. Nuestro lugar propio es, a partir de nuestro genius loci –clima, suelo, paisaje- explicitar la identidad cultural. Es responder a la pregunta qué somos, sin caer, a la vez, en el mero pintoresquismo indigenista, pero de tal manera que nuestra respuesta, explicitando nuestro arraigo, tenga validez universal”[18].
Iberoamérica contra Occidente.
A lo largo del sustancioso libro, Alberto Buela demuestra con claridad que lo Iberoamericano no se define por lo no Occidental o lo no Europeo, no obstante, justamente por no asumir esa europeización lo iberoamericano se constituye como un bastión de resistencia a la lógica –intrínseca- imperial del “viejo continente”. ¿Qué define lo Nacional Iberoamericano entonces? Varios rasgos o “Principios vitales”:
- La comunidad de lengua que sostiene la mayoría del pueblo iberoamericano. En este punto el filósofo incluye a los brasileños a pesar de su idioma, dice: “Con justa razón puede decir el Prof. Juan José Hernández Arregui que Iberoamérica, incluido Brasil, cuyo idioma es casi el nuestro, reúne los requisitos de una verdadera Nación…Iberoamérica es una cultura única. […][19][20]”
- Lo católico americanizado, que se manifiesta a nivel sensible a través de los tiempos desde la llegada de los primeros humanistas cristianos pero también con las creencias, costumbres y tradiciones precolombinas, con las que se ensambla y sincretiza emocional y culturalmente en la devoción a la virgen María o en las ceremonias a la Pacha Mama. Dice Alberto Buela: “este entrecruzamiento entre lo católico y lo indigenista, aun pecando de heterodoxo, es la mejor resistencia tanto a la penetración yanqui, en este plano, a través del estoicismo mormón, que tolera la explotación como mandato divino, como el racionalismo cristiano vaciado de contenido que nos ofrece la Europa decadente.[21]”
- La continuidad territorial. Por historia, tradiciones, luchas, memoria y costumbres afines, en Iberoamérica prevalece una idea de Patria (tierra de nuestros padres –lo español/lo indígena) que va más allá de las fronteras, dice Buela: “establecidas por los nacionalismos oligárquicos”. Esta característica, que arraiga en el pueblo, delimita y ajusta lo nacional negando toda voluntad imperial cuando está se insinúa dice Buela: “derechos de nacionalidad sobre territorios alejados de ella. Gran Bretaña sobre Malvinas o Belice, Francia sobre la Guayanas, EEUU sobre el Canal de Panamá, son entre otros, casos sufridos de Iberoamérica que niegan rotundamente este rasgo Nacional.[22]”
- La cosmovisión que sustenta el pueblo Iberoamericano. Alberto Buela es muy preciso al momento de explicar esta noción, en realidad hasta se podría decir que engloba o abraza a todos los demás principios, en otras palabras, es el elemento que funciona como nexo fundamental de comunidades ficticiamente separadas[23]. Dice Buela: “Una cosmovisión es algo más que una concepción teórica del mundo. Por ello su concepto es más amplio que el de la filosofía o religión. Pues ella, además de una visión de conjunto de la naturaleza y el hombre, implica acción, es decir, vivencias concretas; es por ello que una cosmovisión no es obra de un filósofo o un santón, sino que ella se genera como la obra de una época.[24]” La cosmovisión refiere a principios configuradores de la vida, que afectan a la comunidad, “al núcleo aglutinado” y que, según el filósofo Nacional, afloran en situaciones límites.
[1]Buela, Alberto, “Sobre una Cosmovisión Nacional”, en: Buela, Alberto, El sentido de América (Seis ensayos en busca de nuestra identidad), Buenos Aires, Theoria, 1990, p. 17.
[2]Ibídem, p. 18.
[3]Buela Alberto, Aportes a la tradición Nacional, Buenos Aires, Agrupación Tradicionalista Rincón del Moro, 1998, p. 9.
[4]Anderson, Benedict, Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo. México, Fondo de Cultura Económica, 1993.
[5]Gellner, Ernest, Naciones y nacionalismo, Buenos Aires, Alianza Editorial, 1991.
[6]Hobsbawm, Eric, Naciones y nacionalismo desde 1780 [1991], Buenos Aires, Buenos Aires, Crítica, 2012.
[7]Anderson, Benedict, Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo, op., cit., p. 23.
[8]Buela, Alberto, “Sobre una Cosmovisión Nacional”, en: Buela, Alberto, El sentido de América (Seis ensayos en busca de nuestra identidad), op., cit., p. 18.
[9]Gullo, Marcelo, La insubordinación fundante. Breve historia de la construcción de las naciones, Buenos Aires, Biblos, 2014.
[10]Buela, Alberto, “Sobre una Cosmovisión Nacional”, en: Buela, Alberto, El sentido de América (Seis ensayos en busca de nuestra identidad), op., cit., p. 20.
[11]Ídem.
[12]Ibídem, p. 19.
[13]Algunos trabajos que expresan la tendencia señalada de la corriente decolonial o de la descolonización son: Mignolo, Walter, “La colonialidad del poder y la experiencia cultural latinoamericana”. En Roberto Briceño-León y Heinz R. Sonntag (eds.), Pueblo, época y desarrollo: la sociología de América Latina, Caracas, Nueva Sociedad, 1998; Walsh, Catherine, “Introducción. (Re)pensamiento crítico y (de)colonialidad”, en: Catherine Walsh (ed.), Pensamiento crítico y matriz (de)colonial. Reflexiones latinoamericanas (pp. 13-35), Quito, Universidad Andina Simón Bolívar, 2004; Quijano, Aníbal, “Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina”. En Edgardo Lander (ed.), La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas (pp. 201-245), Buenos Aires, Clacso, 2000.
[14]Ricœur, Paul, El conflicto de las interpretaciones. Ensayo de hermenéutica, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2005.
[15]García de Fanelli, Ana, Panorama de la educación superior en Iberoamérica a través de los indicadores de la Red índices, Observatorio Iberoamericano de la Ciencia, la Tecnología y la Sociedad, Lima, 2018. Disponible en: http://www.redindices.org/novedades/84-panorama-de-la-educacion-superior-en-iberoamerica-a-traves-de-los-indicadores-de-la-red-indices
[16]Castellani, Leonardo, Esencia del Liberalismo, Buenos Aires, Ediciones Dictio, 1976; Meinvielle, Julio, Un progresismo vengonzante, Buenos Aires, Cruz y Fierro Editores, 1967; Doll, Ramón, Liberalismo. En la literatura y en la política, Buenos Aires, Claridad, 1934; Buela, Alberto, Teoría del disenso, Buenos Aires, Nomos, 2020; Dugin, Aleksandr, Logos argentino. Metafísica de la Cruz del Sur, Buenos Aires, Nomos, 2018; Montenegro, Esteban, Pampa y estepa, Buenos Aires, 2020.
[17]Dugin, Aleksandr, Logos argentino. Metafísica de la Cruz del Sur, op., cit., p. 21.
[18]Buela, Alberto, “Elementos estructurales de la Conciencia Nacional”, en: Buela, Alberto, El sentido de América (Seis ensayos en busca de nuestra identidad), op., cit., p. 35.
[19]Buela, Alberto, “Sobre una Cosmovisión Nacional”, en: Buela, Alberto, El sentido de América (Seis ensayos en busca de nuestra identidad), op., cit., p. 20.
[20]Hernández Arregui, Juan José, Peronismo y Socialismo, Buenos Aires, Corregidor, 1973, p. 22. [Libro citado por Alberto Buela)
[21] Buela, Alberto, “Sobre una Cosmovisión Nacional”, en: Buela, Alberto, El sentido de América (Seis ensayos en busca de nuestra identidad), op., cit., p. 24.
[22]Ibídem, pp. 24-25.
[23]Sobre el tema de la idea de comunidad y la aparente disgregación que propone los ideólogos, intelectuales y demás difusores del posmoprogresismo, recomiendo la lectura de los textos: Podetti, Amelia, Comunidad disociada y sus filósofos, Revista Hechos e ideas, Buenos Aires, Año 2, Nº 8, Tercera época, Enero-Abril 1975, pp. 70-88 y Kusch, Rodolfo, Geocultura del hombre americano, Buenos Aires, Fernando García Cambeiro, 1976.
[24]Buela, Alberto, “Sobre una Cosmovisión Nacional”, en: Buela, Alberto, El sentido de América (Seis ensayos en busca de nuestra identidad), op., cit., p. 26.