“A los criollos les quiero hablar: a los hombres que en estas tierras se sienten vivir y morir, no a los que creen que el sol y la luna están en Europa. Tierra de desterrados natos es ésta, de nostalgiosos de lo lejano y lo ajeno: ellos son los gringos de veras, autorícelo o no su sangre, y con ellos no va mi pluma. Quiero conversar con los otros, con los muchachos querencieros y nuestros que no le achican la realidá a este país.”[1]
Así comienza Jorge Luis Borges su primer libro El Tamaño de mi esperanza de 1927. Después borró con el codo lo que escribió con la mano, pero como dijo Poncio Pilatos:lo escrito, escrito está.
El rescate y exaltación de lo criollo es la primera de nuestras pautas culturales, si es que pretendemos pensar con cabeza propia. Porque nosotros no somos ni tan europeos ni tan indios. Eso expresa el término criollo, la simbiosis de dos cosmovisiones en una tercera con rasgos propios y originales. Esto lo barruntó allá por 1972 el filósofo de Anquín en un trabajo titulado Originariedad del ser americano, en donde sostuvo que los americanos poseíamos, porque, de facto, lo manifestamos, la esencia de originalidad. Y así como San Pablo sostiene que los cristianos son un tertius genus frente a los paganos y judíos, de igual manera lo somos nosotros ante los indios y los europeos.
Nosotros somos el genuino pueblo original de América que se plasmó durante quinientos años en las figuras típicas del gaucho, el charro, el montubio, el huaso, el llanero, el borinqueño, el ladino, el cholo, el guajiro, etc. Somos el máximo ejemplo del interculturalismo pues viven en nosotros varias culturas que se plasmaron en una ecúmene: la iberoamericana.
Hablamos de interculturalismo y no de multiculturalismo como lo proponen los antropólogos norteamericanos que privilegian a las minorías- indios, gays, abortistas, terraplanistas, etc.- por sobre las mayorías que luchamos para darnos forma en las construcción de las naciones-Estados que conforman este gran espacio de 18 millones de kilómetros cuadrados.
Hablamos de Iberoamérica y no de Latinoamérica como nos denominan los grandes grupos ideológicos del poder mundial – los liberales, marxistas, yanquis, la Iglesia y la masonería- porque es la mejor manera de extrañarnos por el nombre, y así dejamos de lado a los negros, los vascos, y las razas no latinas que también contribuyeron, y mucho, en la conformación de lo que somos.
Ven Uds. como la agresión que sufren nuestras conciencias criollas, autorícelo o no su sangre, se realiza en varios frentes, por lo que la afirmación en lo que somos, la preferencia de nosotros mismos, es la primera de nuestras tareas. Y para ello el primer paso es dejar de ser un espejo opaco que imita e imita mal.
Tenemos que intentar pensar con cabeza propia, buscar nuestra formación en los grandes pensadores, artistas y científicos que tuvimos y tenemos. Expresarnos aprovechando toda la riqueza que tiene el castellano evitando la colonización lingüística, dando batalla en la guerra semántica. Honrando a las creencias populares que conforman la heterodoxia católica propia de nuestros pueblos. Determinando claramente al enemigo de Iberoamérica que es y sigue siendo el inglés. Los hechos históricos y del presente reciente son testigos irrecusables de sus tropelías en América.
Finalmente, y para envidia de muchos, poseemos una riqueza espiritual caracterizada por dos rasgos, libertad y autoconciencia, que nos permite abrigar la esperanza que podemos hacerlo. Es por ello que comenzamos afirmando: americanos ¿y qué?
[1]Borges, José Luis: El tamaño de mi esperanza, Delbolsillo, Buenos Aires, 2012, p.13