Banderas y banderías

Banderas y banderías. José Vicente Pascual

Dice nuestro presidente Sánchez que “Quitar una bandera LGTBI de una fachada de una institución pública es quitar derechos”. Bueno estaba… La frase, pimpolluda como casi todas las suyas, es muy de domingo, o mejor dicho: de rebuznarla una tarde de sábado para que sus súbditos la desayunen el domingo por la mañana, con el café con leche, los churros calentitos y El País. Fíjate.

Quitar derechos, nada menos. El primero de ellos, me figuro, quitar el derecho a incumplir la ley de banderas, que es la vigente. La que hay. La única. Naturalmente, el presidente Sánchez, sus aliados políticos, amigos y abrevados, por propia experiencia conocen a la perfección el derecho a incumplir la ley, no precisamente en asunto de tan poca importancia como el de la enseña arcoíris sino, vaya por Dios, en temas de más calado. Ah, esos indultos a los golpistas catalanes, para cuya ejecución (la del indulto, no piensen mal) fue necesario reformar a toda prisa el Código Penal; esa otra reforma legal para rebajar los delitos conexos al asunto de los EREs andaluces que afectaban a sus coleguillas de allí abajo… En fin, no sigamos que es peor. El primer derecho que tienen todos los políticos, Sánchez incluido y todos los ciudadanos incluidos, es el de que la ley se cumpla. El derecho a que no se cumpla, o se cumpla según y cómo y dependiendo de quién se la salte o se mee encima… Ese derecho no existe de momento.

Hablando de mear. Los amigos de Sánchez, sus aliados en el gobierno de corta y pega que hemos sufrido los españoles desde 2018, llevan miccionando (es decir, meándose) en la bandera de España desde tiempos inmemoriales sin que por parte del gobierno (de éste y de los anteriores) se haya organizado tanta alharaca, tanto ruido desde el hueco, tanta teatralidad, tantas declaraciones y tanta prosopopeya. La bandera española ha sido injuriada, escupida, quemada, arrastrada y vituperada de todas las maneras imaginables bajo el silencio de quienes nos gobiernan y su calenturiento club de fans. A propósito evito escribir “silencio culpable” o “silencio cómplice”. El silencio a secas es más poderoso y mucho más elocuente que el silencio con adjetivos. En los asuntos de la política, callar es mucho peor que mentir, pues quien miente ofrece una explicación alternativa de la realidad, otra forma de verdad aunque esa “verdad” sea execrable; en tanto que quien calla a secas se conforma con la ignominia del presente, baja los brazos, se resigna y nos invita a resignarnos. Esa es la lógica progre según el presidente y sus aplaudidores: tu bandera es un trapo que no merece consideración de ninguna clase pero la bandera de los gays, lesbianas, transexuales, bisexuales e intersexuales es sagrada. Porque ellos lo valen y tú no vales una mierda y tu derecho a que se respeten los símbolos nacionales establecidos por la Constitución, otra misma mierda. Escatológico estoy, me disculpen. El asunto lo da.

No hace falta dar muchas vueltas para recordar que no solamente la bandera en sí, como símbolo, sufre vejaciones a diario. También quienes defienden su presencia en muchas instituciones públicas (las mismas instituciones públicas a las que se refiere Sánchez), y por tanto piden algo tan obvio como el cumplimiento de la ley, sufren acoso y a menudo agresiones por parte del aluvión moscorrofio nacionalista en sus variopintas versiones indepe-batasunas. No hablamos ya de la ley que ampara la exhibición de símbolos sino del derecho de la ciudadanía a un decurso de lo público en plena legalidad sin que los partidarios de la ley se jueguen la integridad física; hasta no hace tanto tiempo, la misma vida. Claro que todo esto le importa a nuestro gobierno lo mismo que el horóscopo chino. Lo que les interesa de verdad es el arcoíris de Gilbert Baker y de ahí no hay quien los mueva. Son así.

La bandera nacional, la de todos, lleva décadas ausente (silencio sobre silencio) en cientos y muchos cientos de ayuntamientos españoles, en miles de edificios administrativos (institucionales), tanto en Cataluña como en el País Vasco, en Galicia y en algunos otros lugares donde la autoridad autonómica/local está especialmente motivada en contra de España. Desde 1977 la bandera falta en multitud de emplazamientos donde debería estar, y se incumple galanamente la ley de símbolos del Estado. El silencio, un clamor. Los gobiernos sucesivos, Sánchez el último, en su inercia: más silencio.

Ya lo dijo quien lo dijo: tristes son los tiempos en que es necesario señalar lo evidente. Muy tristes.

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