Las ideologías dominantes adolecen de pensamiento utópico. Ecologismo, feminismo, nacionalismo, indigenismo, progresismo, marxismo, anarquismo, animalismo…: supuestamente, los grandes problemas del mundo se resolverán cuando desaparezca la testosterona o todos seamos vegetarianos o seamos solo quinientos millones o engendren solo los sanos o todos hablemos la única lengua legítima del lugar o no haya gobernantes ni fronteras o propiedad privada o mascotas o gobernantes de tal color de piel…
La diferencia entre el pensamiento práctico y el utópico es que el primero aspira a arreglar algunos problemas sin cambiar el mundo ni el hombre, mientras el pensamiento utópico quiere arreglar los problemas cambiándolo todo según un nuevo modelo de mundo y de hombre. El pensamiento práctico quiere, por ejemplo, ponerle un candado a la bici para que no la roben, y el utópico quiere que no haya ladrones y que todos tengan bicis y así ya no habrá necesidad de tener candados. El hombre práctico se felicita cuando el número de robo de bicis disminuye y el utópico siempre pone el grito en el cielo porque aún no se ha logrado que todos tengan bicis. Y si al final resulta que todos tienen bicis y aun así sigue habiendo robos de bicis, el utópico siempre puede pensar que la culpa se debe a la mala educación recibida en los colegios, basada en la competitividad y la ambición y entonces propugnará transformar totalmente el sistema de enseñanza y abolir los suspensos y la competitividad; y si aun así sigue habiendo robos de bicis, siempre podrá decir que se debe a los enemigos del sistema igualitario, que quieren reventarlo desde dentro, y exigirá una caza de disidentes. Y así sucesivamente.
El pensamiento utópico se siente tan sumamente frustrado cuando, abatido su supuesto enemigo, persiste el problema que pretendía combatir, que se busca a otro y contra él arremete con frustración reconcentrada; es un pensamiento enfermo que siempre culpa al otro pero que se considera impecable, porque ¿qué hay de reprochable en el bondadoso deseo de que todos tengan bicis y nadie tenga necesidad de robar? Es un pensamiento que se gusta mucho a sí mismo, un Narciso sucio de sus propias esporas, ahogado en su propio beso, incapaz de ver la verdad que puede haber en esos impuros malvados que quieren cosas tan malas como que cada cual tenga la bici que se pueda pagar y encima pretenden que la policía castigue al ladrón.
Jamás un utópico aceptará que sus planes hacia el progreso y el Nuevo Mundo constituyen un error en sí mismos; siempre encontrará un enemigo al que culpar y, si no lo tiene a la vista, se lo inventa. El enemigo puede ser la naturaleza humana misma: rasgos como la maternidad, el dimorfismo sexual, nuestra universal preferencia por la carne, la competitividad, los afectos familiares, el deseo de propiedad, la espiritualidad… Y puede ser incluso la Madre Naturaleza. ¿No fue Mao quien culpó a los pobres gorriones de las malas cosechas y puso a todos los chinos a exterminarlos?